Pararon en un pequeño claro en el que había un lago. Dejaron a los caballos sueltos para que descansasen a sus anchas. Ambos pusieron la manta en el suelo al lado de un árbol y se sentaron a descansar mientras miraban el hermoso e idílico paisaje en el que se encontraban.
—Cuando era una niña de apenas tres años, mi padre nos traía a mis hermanos y a mí aquí. Cuando volvíamos a casa estábamos tan cansados que subíamos a nuestros cuartos y ya no salíamos hasta el amanecer – Mina hizo una pausa mientras sonreía mirando él lago-. Aquí fue la primera vez que padre nos habló de madre, dijo que ella adoraba este lugar y ahora siendo más mayor reconozco que mis recuerdos de la niñez no le hacen justicia.
—¿Cómo era tu madre? – Preguntó Kunzite mirando al horizonte.
—Bueno, yo no la conocí, pero mis hermanos decían que era muy cariñosa y que los cuidaba muy bien. Padre decía, que pese a todo él la amaba y si ella era feliz él también lo era completamente. Madre estaba destinada a casarse con otro hombre, él matrimonio se iba a efectuar igual así que las familias les dieron carta blanca, para mantener relaciones. Días antes de que mi madre se enterase de que estaba en estado de embarazo, su prometido murió y apenas faltaban unos días para la boda. Los rumores empezaron a propagarse, mi padre era su mejor amigo así que decidió casarse con ella para protegerla, meses después dio a luz a Darien. Dos años después un amigo de mi padre pasó por casa, aquel hombre se aprovechó de ella y después fue contando que ella era una ofrecida, fue así como Seiya nació– Mina hizo una pausa-. Por supuesto padre los aceptó a los dos y les dio su apellido. Mi familia siempre dice que ella sonreía y le daban igual los rumores que corriesen sobre ella. Finalmente, acabó enamorándose de mi padre y poco tiempo después nací yo. Unos pocos días después ella murió – a Mina se le había formado un nudo en la garganta mientras hablaba-.
—Seguro que te ha observado todo esté tiempo y se siente orgullosa de la mujer en la que te has convertido – los condes se miraron a los ojos y Kunzite pudo ver como se formaba la sonrisa en el rostro de Mina.
—¿Cómo es tu familia? – Preguntó inocentemente, ya que quería conocerlo todo de él.
—Mi padre murió hace unos años, no tuve mucha relación con él porque nunca se interesó mucho, pero fue un hombre muy correcto que se preocupaba por mejorar los terrenos y las condiciones de sus trabajadores. Siempre que veía a una persona necesitada que buscaba trabajo, los mandaba a las tierras donde cultivamos y le daba un trabajo y alojamiento para la familia si es que la tenía – pausó ligeramente antes de retomar el monólogo-. Mi madre hace años que no sale de la casa de campo, aunque goza de buena salud pese a la edad que tiene. Ella siempre nos mantenía rectos a mi hermano y a mí, aunque no hacíamos muchas travesuras, pero si le molestaba que nos manchásemos mucho. Y no he visto a mi hermano desde hace años.
—¿Hermano? – Preguntó Mina sorprendida ya que ella no sabía que tenía uno.
—Si es mi menor – contestó Kunzite volviendo su mirada al horizonte-. Tengo varios años de no verlo, por eso no hago mención del él con constancia.
comenzaron a comer mientras que se contaban sus travesuras de la infancia y reían aún más. Debían de reconocer que aquel lugar los hacía sentir bien consigo mismos y vistos desde otro plano parecían una pareja de esposos normal y corriente que se cuenta sus anécdotas y se divierten.
No se dieron cuenta de la hora que era hasta que empezó a oscurecer, por lo que recogieron todo y subieron a sus caballos cabalgando de vuelta a casa. Ambos se habían sentido más en paz que nunca el uno al lado del otro. Bajaron de sus caballos y fueron al establo a cepillarlos. Mina llevaba muchos nudos en el pelo, pero le daba igual porque por una vez no necesitaba estar perfecta.
Después de la cena, se dieron un baño, primero Mina y luego Kunzite. Cuando el conde entro a la habitación, ella estaba batallando con el cepillo y su pelo. De los labios de Kunzite salió una leve risa mientras se acercaba a ella. Le arrebató el cepillo y comenzó a cepillarle el pelo. Mina no podía describir la satisfacción que sentía al ver como su duro marido la estaba peinando.
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Pasaron dos semanas desde que Kunzite llegó. Mina había mejorado y ya parecía la misma de siempre. Realmente al conde le gustaba pasar tiempo con su esposa y no hacer absolutamente nada, simplemente hablar o estar callados leyendo cualquier tipo de cosa. Mina se sentía cada día más enamorada de su esposo y Kunzite cada vez más se convencía de que Mina era la mejor esposa que podría elegir.
Al ya estar recuperada, saldrían al día siguiente en un carruaje hacía la casa de campo de los Lexington, la cual estaba a dos días y medio de camino. Aquella noche ella estaba muy contenta mientras cenaban. Después siguieron la rutina de las noches y se bañaron por turnos, primero ella luego él.
Cuando él entró, ella llevaba un camisón bastante provocador y que se trasparentaba gracias al fuego, dejando así ver cada una de las ligeras curvas del cuerpo de Mina. Ella estaba peinándose como si no estuviese pasando nada, pero todo aquello lo estaba haciendo a propósito para provocarlo.
Vio de reojo a Kunzite quieto en el mismo sitio, por lo que dejó el cepillo, se levantó y comenzó a caminar hacía la cama, provocándolo un poco más. Cuando se acostó, el conde por fin pudo reaccionar y caminar hacía la cama para ocupar su lugar. No quería dormir por lo que se volvió hacia Mina y comenzó a besarla de golpe, beso que ella correspondió gustosa; y comenzó a acariciar el cuerpo de su hermosa esposa.
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Después de la primera noche de pasión después de más de dos meses, en la cual ninguno de los dos durmió; se levantaron para vestirse para su viaje y desayunar mientras que los sirvientes preparaban las pertenencias y el carruaje. Le esperaban dos días de dormir en posadas y luego, lo que más aterraba a Mina llegar y conocer a la madre de Kunzite.
Ella estaba algo cansada después de llevar cuatro horas de viaje. Kunzite le había pasado un brazo por la cintura y la había atraído hacía sí para que ella estuviese más cómoda. Mina acabó quedándose dormida nada más con escuchar el latido del corazón de su esposo. Mina era muy feliz al lado de aquel hombre y no se cansaba de pensarlo, pero ¿alguna vez le diría la verdad? ¿Le diría que lo quería, qué hacía que su cabeza se volviese loca y sentía como su corazón golpeaba fuerte contra su pecho?
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Durante los días siguientes, sólo pararon para comer y dormir. Cuando se acostaban estaban tan cansados que enseguida se quedaban dormidos. Durante los ratos que estaban en el carruaje, Kunzite le contaba algunas de las anécdotas que tenía en el mar.
Al llegar, permanecieron unos minutos fuera hasta que comenzaron a caminar hasta la puerta principal, la cual estaba ya abierta esperando su entrada, el conde pidió al mayordomo principal que fueran anunciados ante su madre, Neherenia Lexington. Mina cada vez estaba mas nerviosa, porque estaba a punto de conocer a la madre de su esposo. El mayordomo cogió sus abrigos y les dijo que la señora estaba en el salón de las visitas, esperándolos.
La madre los miró cuando entraron, mirando un poco mal a Mina. La mujer se levantó y abrazó a su hijo, feliz de verlo después de tanto tiempo. No saludo a Mina, ni siquiera le dirigió la palabra.
—Que guapo estás, debes de ser un soltero muy cotizado, aunque como no lo serías – lo arrastró hasta el sofá y la mujer se sentó-.
—La verdad madre, es que me he casado. Siento que no pudieses venir a la boda.
Fue entonces cuando Kunzite se acercó a Mina y la acercó un poco más a su madre, la mujer la miraba como si la quisiese matar.
—Encantada de conocerla Lady Lexington– dijo Mina haciendo una reverencia-.
—Para ti soy la condesa Lexington– dijo mirándola y después dirigió la mirada a su hijo-. Puedes ir a ver si colocan bien vuestras pertenencias querido – dijo con una tierna voz de madre-.
Kunzite asintió sonriendo a su madre. Las puertas se cerraron cuando Kunzite se fue. Como la señora Lexington no le había ofrecido un asiento no se sentó. Estaba siendo sometida al escrutinio de su suegra y eso la hacía sentir incomoda.
—Lady Lexington, mi marido me ha hablado mucho sobre usted. Él estaba contento por poder venir – pronunció Mina mientras sonreía-.
—Para ti condesa Lexington– contestó con voz filosa-.
—Siento discrepar señora, pero yo soy la condesa Lexington. Lo soy desde que su hijo y yo contrajimos matrimonio, además firme el papel de mi título – contestó de buena manera, aunque retándola, ya que no se iba a dejar pisotear por esa mujer-.
—¡Tú no estás casada con mi hijo, sólo te preño y os tuvisteis que casar! -Gritó la mujer. Aquel grito se escuchó en toda la casa, por lo que Kunzite puso camino al salón para parar la discusión.
Al abrir la puerta, Kunzite se encontró a su madre de pie enfrente de Mina claramente enfadada y Mina estaba de espaldas a él. El conde estaba preocupado por ella ya que no quería que lo que le dijo su madre le afectase.
—Si me disculpa – Mina hizo una reverencia y salió del salón caminando hacía la puerta principal-.
Kunzite fue detrás de ella y la cogió del brazo. Ella mantenía la mirada baja, sabía que aquellas palabras le habían afectado. Mandó a un sirviente que la acompañase hasta la habitación y el volvió al salón, estaba muy enfadado y nada de lo que dijese su madre podría cambiar su estado.
—¿Quién se supone que te da derecho a hablar así a mi esposa? – Preguntó él claramente enfadado.
—Simplemente puedo y lo hago – contestó-.
—No tienes idea de nada. Yo la elegí de esposa y no, no estaba embarazada – contestó enfadado-. Hace poco perdió a nuestro hijo, deberías de callarte si no sabes de los que estás hablando. Vengo a verte y a que conozcas a mi esposa y la tratas así, ya ni te reconozco.
—Me alegro, porque seguro ese hijo era de otro hombre – contestó la mayor mirándolo-.
—Te equivocas. Yo fui quien la desfloró y el crio que esperaba era mío, en cuanto ella descanse nos marcharemos - dijo Kunzite mientras se daba la vuelta-. Ah, y ella es la condesa Lexington, madre – dijo recalcando la última palabra.
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Mina se había quedado sola en la habitación, se encontraba mirando por la ventana abrazándose a sí misma para no romperse. Lo había superado o al menos eso era lo que pensaba. El que aquella mujer la tratase así le hacía sentir mal, porque había cosificado a su pequeño bebe. Mina sabía que se estaba comportando de manera irracional, pero desde que supo que estaba ahí, había amado a aquel ser que crecía en su interior.
La puerta se escuchó, pero ella no se dio la vuelta para ver quien había entrado a la habitación. Escuchó unos fuertes pasos y enseguida supo que era su esposo. El conde al llegar a ella la abrazó de manera protectora, no quería que se rompiese de nuevo y estuviese como cuando se habían vuelto a ver.
Tomaron la cena en la habitación, después tomaron un baño, esta vez juntos; y por último se acostaron en la cama a dormir. Kunzite la abrazaba, quería protegerla y hacer que se olvidase de lo que había dicho su madre. Neherenia Lexington tenía un carácter muy parecido al de la mismísima reina, pero no permitiría que le hiciese daño a su esposa.
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Mina se despertó envuelta en los brazos de su esposo, se dio la vuelta y vio que él ya estaba despierto. Ella le sonrió y le dio un beso en los labios de buenos días.
—¿Llevas mucho tiempo despierto? – Preguntó aun con voz de dormida.
—No demasiado, pero estaba tan a gusto abrazándote – contestó él sonriéndole y acariciándole la espalda ligeramente-.
—Te comprendo – dijo ella riendo ligeramente-.
Kunzite pudo darse cuenta de que la expresión de Mina había cambiado por completo, ahora estaba más feliz. Aun así, él también se había sentido también mal por las palabras de su madre, ella no tenía derecho a hablarle así.
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Por la tarde, Mina se encontraba en el salón tomando el té tranquila. Kunzite había ido al despacho a ver unos papeles y a administrar un poco la propiedad. En realidad, aquella casa le transmitía amor y felicidad, realmente se sentía en paz consigo misma, pero aquella paz le fue perturbada demasiado pronto.
Su suegra acababa de entrar al salón y se había sentado en el sillón que estaba junto frente a ella. Mina ya no sentía aquella hostilidad por parte de la mujer que se encontraba justo frente a ella. Los minutos pasaban y ninguna de las dos pronunciaba palabra alguna.
—Me gustaría disculparme con usted por lo mal que la trate y además en su propia casa – pronunció Mina mientras dejaba la taza de té en la mesita-.
—La que se debe de disculpar soy yo – Mina la miró sorprendida y sin creerse lo que aquella mujer acababa de decir-. No debía insultarte de esa manera y tampoco debí decir lo que dije al final, fue insensible por mi parte.
—No se preocupe usted no lo sabía. Comprendo que debió de sorprenderla verme aparecer en esta casa y debió afectarle saber que su hijo se había casado y no la había invitado, me disculpo por todo el dolor que le haya podido ocasionar – dijo Mina realmente afligida-.
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