Tanaka Sachi corre hacia Ume obaa-san, tendida en el suelo. Poco a poco, un charco rojo se forma bajo ella, como una sanguinolenta flor abriendo sus pétalos. La niña no sabe qué hacer, la conexión mental que ella tiene con su abuela cada vez se disipa más, es como una hoja de otoño capaz de desprenderse con una simple brisa.
En shock, se arrodilla frente a ume obaa-san y le sacude ligeramente el brazo.
—¡Ume! ¡Ume obaa-san! ¿¡me escuchas!? —con lágrimas en los ojos la llama... no hay respuesta—. Abuela...
Dentro de su pecho, gira un oscuro torbellino, una tormenta de emociones. Tristeza, desesperación, resignación y sobre todo odio hacia el pueblo entero...
La muerte de Tanaka Ume llegará en cualquier momento, Sachi sabrá el momento justo, el cual será cuando la conexión entre ambas desaparezca. Kichiro repite incansable el nombre de sus únicos dos familiares, pero la niña no lo escucha.
Su hermano, en cuanto a destrucción, puede ser un dios, pero en estos momentos cuando se trata de curar a alguien, es solo un simple espíritu de la naturaleza. Es más que imposible que pueda salvar a alguien al borde de la muerte, romper es fácil, pero reparar no lo es tanto, aún menos cuando ha perdido tanto de su poder.
De pronto, un pensamiento la ilumina, levanta su rostro enrojecido junto a sus mejillas cubiertas de lágrimas. Por un momento cree ver a lo lejos, a Saburo y Nori, quienes la observaban a la distancia, pero al instante se alejan corriendo. No les da mayor importancia.
Se para decidida y comienza a correr hacia el pueblo, aun cuando le falta el aire no se detiene.
Avanza lo más rápido que puede, aferrada a una última posibilidad, de esto depende tanto el destino de su abuela como el del pueblo entero. Llenando sus pulmones a cada instante, hasta casi reventar. Veloces pasos. A través de la calle. Entre las casas.
Se adentra en la zona de los comercios. A esta hora esta casi repleta de personas peleándose por conseguir una mínima ración de comida, pero cuando ven a la apresurada niña, todos se apartan al instante, como si fusen a ser maldecidos por tan solo tocarla.
Tras llegar al negocio donde se venden las verduras y frutas, ve al instante a quien está buscando: Jun. El joven se está encargando de los enfurecidos clientes, vendiéndoles y racionando la poca mercancía que aún queda en los barriles.
Al percatarse de Sachi a la distancia, con un rostro que denota urgencia, Jun le hace un casi imperceptible gesto, gracias a la conmoción nadie llega a darse cuenta. Tras ello le dice algo a Midori, quien se estaba encargado de reparar algunos barriles que habían sido destrozados por la furia de los clientes, para que se encargue del ajetreado puesto.
Sachi se aleja y rodea el lugar para evitar sospechas, entonces espera a Jun detrás de su puesto. El joven sale casi al instante por la puerta trasera, encontrándose con ella, casi como si se hubiesen leído la mente.
—¿¡Que sucedió, Tanaka—san!? —pregunta alarmado.
—La abuela... la abuela Ume... —por completo alterada, la voz de la niña apenas sale, al decir el nombre de su abuela, tan solo llora más. Hace un esfuerzo, toma aire y dice todo de un tirón—, ¡la abuela se está muriendo, la hirieron! ¡necesita un doctor! Pensé, yo creí que... creí que usted podría conocer a uno de nuestro lado, ¡alguien que vele por la seguridad de nuestra familia!
El rostro del joven Jun pasa a uno de lamentación, se queda sin decir una palabra, como si estuviese dudando de hablar. Sachi no tarda en entenderlo.
Pero niega esta silenciosa respuesta y se altera aún más.
—Conoce... ¡conoce a un doctor! ¿¡lo conoce, no es así!? —Sachi levanta la voz, se para en puntillas de pies para compensar su altura y sujeta con fuerza a Jun desde el cuello del kimono.
Pero él solo niega con la cabeza.
—¡Si no conoce a nadie entonces solo venga conmigo y ayúdeme! ¡Si realmente adora a los Tanaka no puede dejar morir a la abuela! —continúa insistiendo la niña.
—Tampoco puedo hacerlo... —el joven aparta la vista.
Ante esta afirmación, ella se queda congelada.
—Ya veo... así que también es como todo los demás... —el resentimiento se hace notable en la voz de Sachi.
—No es así, Tanaka—san —responde decidido ante esta afirmación—, no puedo ayudarla porque todos sospecharan de mí. Sabe perfectamente que sucede con quienes están del lado de los Tanaka; los expulsan del pueblo, con su familia incluida.
—Pero... ¡Pero mi abuela aún sigue viva, aún hay tiempo! ¿¡la dejaras morir!? ¡¡¡Eso es incluso peor que odiarme como todos en este estúpido pueblo lo hacen!!! —la voz de Sachi se convierte casi en un grito desgarrado.
—¡Nos escucharan sacerdotisa! —exclama el joven—. Antes llamaste demasiado la atención mientras corrías hacia aquí, todos sospecharán si me marcho contigo, ¡incluso si no me ven acompañarte!
La mirada que Jun le dirige no es una de rechazo, sino de preocupación por la niña y miedo por lo que pueda pasarle a su familia y a él.
—No puedo quedarme aquí, nos descubrirán. Lo siento, Tanaka—san...
Sin más, el joven, apurado, se da la vuelta. Pero no tarda en detenerse al instante, se queda petrificado ante las amenazantes palabras de la niña:
—Si no lo hace no será solo mi abuela... —lo dice casi como en un susurro, como si el viento fuese a llevarse sus palabras—. Tu familia, el pueblo entero, ¡nadie se salvará!
En este momento, Jun reconoce que ella realmente es la sacerdotisa, quien incluso es capaz de controlar al dios del pueblo. El temor y la admiración lo invaden.
—Ve primero, Tanaka—san —suspira el joven, por completo pálido—, te acompañaré, así que adelántate...
Sin decir una palabra más, Sachi se aleja corriendo a través de la multitud. Todos en el lugar la observan fijo, habían tratado de evitarla con suma repulsión cuando llegó, pero ahora no le quitan la vista de encima.
Tarda en darse cuenta de la situación cuando alguien, por segunda vez, se abalanza sobre la niña y tras un fuerte golpe en el rostro, que la desorienta, cae de espaldas al suelo. No sabe que acaba de ocurrir, se sujeta su nariz, víctima de un agudo dolor. Ve su mano por completo manchada de rojo, la sangre se mezcla con la que ya se había secado con anterioridad.
Una voz la insulta, no se da cuenta de quien es hasta que el mundo a su alrededor se estabiliza poco a poco. Primero se percata de quien es el que la golpeó; un hombre adulto, el padre de Nori. Está parado frente a ella con una expresión de odio, aun así, no hace ningún movimiento.
Las voces que Sachi escucha desde detrás del hombre se van volviendo más claras. Entonces ve a una mujer y un niño
—¡Mamá, por favor, no hagas esto! ¡ella no tiene la culpa! —dice este último.
Nori le suplica a su furiosa madre mientras trata de detenerla, sujetándola desde el brazo. El niño es lo único que le impide acercarse a Sachi. No tarda en darle una fuerte cachetada a su hijo, la cual resuena a través de la calle y las personas que observan la situación sin romper la distancia o decir una sola palabra.
Aún con esto, el niño no se suelta.
—¡No puedes hacer esto! —Nori la encara con valentía, a pesar de que su cuerpo no hace más que temblar—, ¡Sachi es inocente, yo confío en ella! ¡No es culpable de todas las cosas malas que estamos viviendo!
Al escuchar estas palabras, el miedo de la mujer es evidente. Esta observa a su alrededor, todos le devuelven miradas acusantes. Aun con dicho terror, el principal objetivo de la mujer no se ve opacado, ya que perfora con la mirada a Sachi, como si de esta manera fuese capaz de asesinarla.
Sacude la mano de Nori y este cae al suelo.
—Ese demonio que ves ahí enfrente es la asesina de tu hermana... ¿que hice mal al criarte, para que ahora la estés defendiendo? —la voz de la mujer es calma, fría, tanto que congela—. ¡No me importa quedar maldita por segunda vez! ¡Acabaré con la hija de aquel demonio que se hacía pasar por mi amiga!
Se acerca a Sachi con su rostro retorcido por la ira. La niña intenta levantarse, pero aún se encuentra demasiado desorientada. En apenas un momento tiene a la mujer sentada encima de sí y con ambas manos abrazando su cuello. La cada vez mayor presión alrededor de este comienza a sofocarla.
Su marido retrocede, para dejar a la esposa tomar venganza por la pérdida de su hija.
Sachi no puede respirar, intenta forcejear, clava sus uñas en las manos y muñecas que la retienen hasta hacerlas sangrar. Pero es inútil, el odio que esta mujer desarrolló tras la muerte de su hija, es por lejos muy superior a todos los esfuerzos de Sachi.
Las personas del lugar tan solo observan la escena, nadie hará nada para salvar a la adoradora del demonio. Incluso Jun, el joven que dijo ser uno de sus seguidores tan solo observa la escena, sin saber que es lo correcto.
En el momento en que la fuerza comienza a desvanecerse de su cuerpo y su vista se nubla. La niña no tarda en asimilar la realidad; está a punto de ser asesinada.
Ella ya ha tomado su decisión, no tiene nada que dudar, su vida no le será arrebatada. Es ella o el pueblo entero.
Mueve sus labios, los cuales forman el nombre "Kichiro", pero la voz de Sachi no sale. Aun así, su hermano la escucha, está dispuesto a acabar con la madre de Nori.
Se escucha un fuerte golpe.
La mujer sobre ella cae en el acto hacia un lado, un charco de sangre se forma en la nieve del suelo, derramándose desde su nuca. Todos, incluidos su esposo y su hijo, observan petrificados la escena.
La mirada de Sachi gira hasta encontrarse con un martillo cubierto de aquel liquido rojo.
Ese no fue su hermano, él no mató a la mujer, sino que fue la joven parada frente a ella. La asesina, la salvadora de Sachi fue Midori.
Con el rostro pálido y la respiración agitada le tiende una mano a Sachi, aún shockeada también extiende su brazo, para que acto seguido la joven la jale hacía delante.
—Santa sacerdotisa, a partir de aquí has lo que mejor te parezca —dice con una sonrisa, a la vez que la sangre se resbala a través de su rostro.
El primero en abalanzarse hacia Midori, es el esposo de la mujer.
Pero es imposible, Sachi no tiene a donde huir. Todas las personas que hace nada estaban observando la escena, se dirigen con furia hacia ellas. Aun así, la niña no se alarma, sabe lo que ocurrirá en tan solo unos segundos.
Le devuelve la mirada a su salvadora.
¿Por qué Midori hizo esto, aun sabiendo que no hay ninguna ruta para escapar? No... Midori lo sabe muy bien, ella creó una ruta de escape al matar a la mujer.
La joven acaba de ofrecer un sacrificio a Kichiro. Gracias a ella, el antiguo dios del pueblo ha recuperado sus poderes.
Sachi ve como raíces crecen desde debajo del cuerpo de la mujer, envolviendo su cuerpo. En menos de un par de segundos, lo envuelven por completo y lo arrastran bajo la nieve, siendo consumido por el suelo y así alimentando al dios de estas tierras.
Al instante, Sachi siente como la magia regresa no solo a ella, sino al suelo, al aire, a las plantas, a los árboles, a los animales.
—¡Kichiro, ayuda también a Midori y a Jun!
La niña llama a su hermano y las raíces y enredaderas de un momento a otro rasgan la tierra y crecen frente a todos. Bloquean el paso con sus filosas espinas a aquellos con la intención de atacar a Sachi. Las extensiones forman un grueso muro impenetrable alrededor de ella.
Sachi no se queda allí encarcelada, sino que, de un momento a otro, ya no se encuentra en el pueblo. Ahora se halla junto a los altos troncos del bosque a un lado de su casa, gracias a los poderes de su hermano ha logrado llegar allí en un instante, como si nunca se hubiese marchado.
Pero se encuentra sola, nadie la acompaña.
—Te dije que los ayudaras... ——aprieta los puños con ira e impotencia, pero no obtiene respuesta.
La niña no corre, solo camina con lentitud, internándose en el nevado bosque. Mira hacia las altas hojas y al cielo, de un tono anaranjado, aun cuando es el mediodía. La brisa es suave.
A pesar de que las ramas de los árboles deberían estar peladas y cubiertas de nieve debido al invierno, mientras más avanza, más de ellas pueden verse repletas de verdes hojas y coloridas flores de relajante aroma. Lo mismo ocurre con el suelo que pisa, cada vez hay más nieve derretida, dejando ver un precioso y verde pasto.
No solo esto es lo que está fuera de lugar, sino que las hojas poseen la misma luminosidad que los miles de partículas que flotan como luciérnagas alrededor de todo el lugar. Vuelan y bailan en una danza de adoración hacia Kichiro, el dios rechazado por su pueblo.
Tanaka Sachi cae de rodillas, lagrimas resbalan de sus ojos. Suelta un desgarrador grito, repleto de toda la angustia que ha estado acumulando. Ya no siente ninguna conexión con Ume obaa-san... ella se ha ido de este mundo, ya no hay nada más que la niña pueda hacer.
Pero hay algo que también desgarra con fuerza su corazón; la traición a su madre... A diferencia de ella, Sachi no puede evitarlo, no puede evitar odiar a todos en el pueblo por lo que le han hecho a su familia. Ellos los rechazaron, se alegraron de la muerte de su madre, se olvidaron de su hermano, asesinaron a su abuela y no harán más que echarles la culpa de todos sus problemas...
Siempre ha sido una hipócrita, pero ya no fingirá más. No puede hacerlo, ahora que los únicos que quedan vivos son su hermano y la propia Sachi...
Ellos iban a irse del pueblo una vez que Ume obaa-san ya no les hiciera compañía, pero nunca se imaginaron que su final sería de esta manera; asesinada por quienes la condenaron.
Este es el punto de no retorno para la niña.
Se para y con calma camina hacia delante, internándose más adentro en el bosque. El pueblo mismo será quien decida su final, si sucumbirá ante el hambre producido por estas infértiles tierras o...