Steve aún no sabía cómo había acabado accediendo a llevar a aquel extraño tipo a su casa, que por cierto parecía encantado con ello, pues a pesar de la fuerte lluvia, caminaba canturreando Dios sabe qué, feliz y despreocupado.
Y así que ahí estaban, el forastero, su hermoso caballo negro y él, entrando en el establo, que estaba tan sólo a unos cuantos metros de la cantina.
Aquel lugar no era muy grande, lo construyeron para un sólo animal, pero tendrían que aprender a compartir; al fin y al cabo, sólo iba a ser por aquella noche.
— Me gusta su caballo, ¿es un pura raza? —. Preguntó el rubio para dar un poco de conversación al forastero y así des-tensar el ambiente.
— Yegua. Edith es una Yegua, y sí, es una pura raza. Por cierto, ¿no tienes casilleros para separar a los animales? No quiero que tu caballo le haga... Ya sabes, un regalo.
— Pues la verdad, no tengo. No pensé que necesitaría albergar aquí más que al mío, pero no se preocupe; Doger es un caballero.
— ¿Doger? ¿Eso no es nombre de perro? — Preguntó con sorna al más alto.
— Sí, bueno. Alguna vez fue el nombre de uno o dos, este ya viene siendo como Doger tercero, o cuarto —. Explicó Steve acariciando el pelaje dorado de su corcel.
— Es usted un hombre tradicional, o poco imaginativo, según se vea.
— ¿En serio? ¿Y usted es siempre así de odioso con los que le ayudan?
— No, de verdad. Hagamos una prueba. ¿Que imagina que va a pasar ahora?
— ¿Que me voy a arrepentir de haberle traído y le voy a pedir que se marche?
— ¡Mec, falló! Que usted y yo vamos a construir esa barrera para separar a los animales.
— Pero estamos empapados, sólo es por una noche y tenemos que secarnos para...
— Eso será después de salvar la honra de mi princesa.
Steve no pudo más que asentir, sabía que en realidad aquel forastero tenía razón, por más educado que estuviera Doger, era un animal, y esa yegua se veía muy bonita; así que reunió toda la madera que tenía almacenada por ahí, de algunos viejos muebles que se rompieron, y algunos sobrantes de cuando él y su amigo Bucky restauraron aquel lugar.
Mientras él traía la madera, aquel hombre ya había comenzado a clavar y construir una barrera con puerta corredera incluida, que al rubio le pareció excesiva para pasar sólo una noche, pero el contrario parecía disfrutar con el trabajo, así que no le dijo nada. El extranjero tampoco habló, le había parecido un parlanchín en la cantina de Natasha, pero parecía que el trabajo era su remedio para hacerle callar.
Una vez terminada la barrera de separación, colocado y alimentado a los animales, pasaron al interior de la casa. Ambos estaban empapados y sudados por el trabajo a partes iguales, así que el rubio encendió la chimenea y buscó prendas para prestar a aquel hombre.
— Antes no he querido molestarle mientras trabajaba. Pero me doy cuenta de que aún no dijo su nombre —. Comentó pasando las prendas al castaño.
— Y usted sí, ya me dejó claro que no le gusta que le digan estrellita, y que es el gran y honorable Sheriff de este pueblo, Steve Rogers —. Contestó el hombre mirando con desagrado aquella ropa.
— Le estoy ayudando, por si no se ha dado cuenta. No tiene porqué ser tan desagradable conmigo.
— No, supongo que no. Lo siento, tiene razón y no es su culpa. Es sólo que no me gusta demasiado la gente, y mucho menos confío en quienes imponen lo que es lo correcto según ellos.
— Yo no decido que es lo correcto, sólo trato de mantener este pueblo en paz, y créame que con eso ya tengo bastante.
— Tony, mi nombre es Tony Stark —. Soltó con algo de pesar.
— ¿De los famosos Stark de Nueva York? ¿Los fabricantes de armas? — A Steve se le encendió la mirada, siempre había querido tener un arma de esa casa.
— No, — titubeó — Yo, no soy de Nueva York.
— ¿De dónde entonces?
— Español, soy de España. En realidad me llamo Antonio. Sí, mi nombre es Antonio Carbonell, sólo que cambié mi apellido al llegar aquí para integrarme y esas cosas, pero todos me dicen Tony—. Respondió sin querer mirar al rubio, mientras se desprendía de la camisa.
Steve se quedó observándolo extrañado, aquel hombre no traía puesta la típica ropa interior de algodón, que todos los vaqueros tenían por costumbre llevar en aquella época; esa que constaba de una única pieza y que les cubría desde la parte superior del cuerpo, hasta los tobillos, por lo que al retirar la camisa no esperaba encontrarse con aquel torso bien formado y brillante a la luz de la chimenea, del castaño.
Y se quedó así paralizado, realmente sin pensar en nada, sólo mirando, hasta que percibió que Tony se iba a girar para alcanzar la toalla; sólo entonces reaccionó y se volteó de espaldas a él rápidamente, aprovechando para aclararse la voz antes de hablar.
— ¿Le robaron la ropa interior o algo así? —.Tragó saliva esperando que el otro no se hubiera dado cuenta del largo rato que lo había estado observándolo.
— ¿Qué? No, no me gusta usar ropa interior, se me hace de lo más incómodo. ¿No me habrá estado espiando?
— ¡No! ¿Pero qué está diciendo? —. Steve al ser muy vergonzoso, enseguida se puso rojo como un tomate.
— Menos mal, por un momento creí que había acabado en la casa de un pervertido —. Le contestó el castaño guiñándole un ojo, gesto que Steve reconoció había utilizado con su amiga Nat un rato atrás. Mientras Tony se aguantaba las ganas para no reírse del rubio, que tenía rojas hasta las orejas.
— De verdad que no sé porqué sigo dejando que se quede en mi casa. — Negó el sheriff con la cabeza.
Steve al conocer la casa, prefirió alejarse e ir secarse y cambiar su ropa al dormitorio, pues se estaba poniendo demasiado nervioso al tratar de mantener una conversación con aquel hombre, sin que este terminara sacándole los colores de algún modo. Después regresó al pequeño salón donde Tony ya se había acomodado en una mecedora que había muy cerca del fuego y bebía largos tragos de la botella de Whisky que había comprado a la Cantinera.
— Veo que es un gran bebedor, pero piense que si mañana no puede levantarse, no podrá continuar su camino.
— Si esos rayos y la lluvia no paran, tampoco. Se suponía que esta zona es muy seca y que podría cabalgar todas las noches bajo las estrellas sin pisar un pueblo, pero aquí estoy. Sin estrellas, en un pueblo y tratando de calentarme por dentro y por fuera. Por cierto ¿Quieres un poco? — Le ofreció beber de la botella, al rubio que se había sentado frente a él.
— No gracias, uno de los dos ha de estar sobrio si nos cae un rayo o algo así. ¿Y a donde es que se dirige si se puede saber, Tony de España? — Preguntó Steve dándose cuenta de que el castaño decía poco o nada sobre sí mismo.
— No hace falta que vayas diciendo por ahí de donde soy. No a todo el mundo le gustan los extranjeros, ¿sabes? Luego te etiquetan y ya no le caes bien a nadie.
— Lo sé, a mí también me consideran extranjero aun habiendo nacido aquí. Mis padres eran irlandeses y para algunos sigo siendo el irlandés. ¿No es de locos? Deja que te ayude con eso o acabarás mal —. El Sheriff terminó arrebatando la botella de la mano del hombre para darle un gran trago —. Y no te creas que no me he dado cuenta de que aún no me dijiste a dónde te diriges.
— ¿Ya nos estamos tuteando Sheriff? — Steve empezaba a notar los efectos del alcohol en el más bajo.
— Otra vez me estás cambiando de tema forastero. No me vas a decir hacia dónde vas, ¿verdad?
— ¿Quiere que le hable sobre mí, señor Sheriff? Está bien, veamos... Lo primero y más importante que debe de saber es, que no me gusta hablar sobre mí , no me gusta la gente y...
— No le creo, es usted demasiado elocuente y parlanchín—. Le interrumpió.
— No me dirijo hacia ningún lugar, ni me dedico a nada, sólo soy un vagabundo sin oficio, un vago vamos —. Continuó Tony sin prestar atención al Sheriff.
— Le he visto trabajar en el establo, dudo que no tenga oficio, y también le vi pagar con un billete de los grandes a Natasha, la cantinera. Primero pensé que podía haberlo robado, pero al desvestirse comprobé que no lleva ningún arma y sería entonces el primer ladrón sin arma que conozco.
— ¿Usted es un maldito Sheriff o un detective? —. Reclamó el castaño intentando levantarse sin mucho éxito.
— Lenguaje Tony, porque esté ebrio no es excusa para maldecir.
— Ups, perdona estrellita. Será mejor que me vaya a dormir, no quiero ofender a la autoridad—. Se levantó al fin haciendo una reverencia que causó la risa del rubio y se encaminó hacia la puerta de salida, la abrió y un fuerte viento entró recorriendo toda la casa.
— ¿A dónde se supone que va ahora con la que está cayendo? ¿Quiere volver a mojarse? — Steve se levantó como un resorte para cerrar la puerta de nuevo.
— A dormir con Edith. Ella es mi chica, la que duerme conmigo cada noche.
— Pues esta noche no va a poder ser, te quedarás aquí dentro conmigo —. Steve tuvo que sujetar a aquel hombre con todas sus fuerzas para evitar que saliera por la puerta de nuevo. La verdad es que empezaba a preguntarse por qué tenía que estar haciendo todo aquello por aquel hombre, pero luego pensó en que sólo serían unas horas más y continuo con su cometido.
— Estrellita, si no tienes una buena mujer que te quiera no es mi problema, mi Edith debe estar preocupada, y no la puedo hacer esperar.
— ¿Quién le ha dicho que no tengo una buena mujer? Claro que la tengo —. Arrastró literalmente al castaño de vuelta a la chimenea.
— ¿A sí? ¿Y dónde está si se puede saber? Y lo más importante. ¿Por qué no ha hecho la cena? — Preguntó apuntando con el dedo muy cerca de la nariz de Steve.
— Está en su casa, tranquilamente resguardada de la lluvia y sin tener que pelear con un borracho enamorado de una Yegua.
— ¡Oye! Eso me ofende. Yo no estoy enamorado de Edith, lo nuestro es sólo un arreglo por compromiso, no hay sexo ni nada de eso—. Chasqueó la lengua con desagrado.
— No sabes cuánto me tranquiliza escuchar esas palabras. Aunque es información extra que no te pedí, ahora te vas a quedar junto a la chimenea y te traeré una manta para que duermas aquí.
— ¿Te has inventado lo de que tienes una mujer, verdad?
— No, para nada. La tengo, sólo que aún no le pedí que se case conmigo.
— Eso es cómo no tener nada, mañana mismo yo podría ir a donde esté y quitártela, tengo mucho éxito con la mujeres, ¿sabes?
— Eso lo dudo mucho, no le gustan los tipos ebrios y sin oficio. Además, ella sabe que antes o después se lo pediré, no tenemos prisa.
— ¿Y el nombre de tu chica inventada es?
— Carol, se llama Carol Danvers y es la presidenta del movimiento por los derechos de la mujer.
— ¡Está bien! Te lo voy a demostrar, mañana te robaré a tu chica Carol Danvers. Pero sólo si es más bonita que mi Edith.
Y al final el extranjero terminó acostado sobre la alfombra que había frente al fuego de la chimenea, dónde Steve le cubrió con una manta, pues aún tiritaba a causa del frío. El Sheriff pensó que si que debía ser de España, y que seguramente en eso no le había mentido, porque la verdad es que no se parecía en nada a ningún otro tipo que hubiera conocido por allí.
Se quedó observándolo un buen rato, se dijo a sí mismo que debía comprobar que estaba profundamente dormido, más que nada para asegurarse de que no se levantaba y trababa de salir a la tormenta de nuevo arrastrado por su ebriedad. Así que se entretuvo sentado a su lado, contando sus respiraciones, las veces que arrugaba la nariz y de vez en cuando, los huecos entre sus negras y largas pestañas.
Después, cuando ya vio que muy probablemente se dormiría allí mismo, se obligó a levantarse y se fue a dormir a su habitación.
*Bueno, este capítulo sólo ha sido interacción entre estos dos, se tienen que conocer y tienen poco tiempo, porque mañana por la mañana Tony debe de marcharse. ¿De verdad creéis que se marchará? Yo creo que Steve, alias "Estrellita," es demasiado optimista he inocente. Jajaja.
Espero que os haya gustado, a mi me encanta escribir diálogos entre estos dos. Besitos y recordaros que me encantan vuestros comentarios, leerlos y responderlos también.*