A la mañana siguiente Ava fue la primera en levantarse y bajó veloz hasta la cocina, o al menos todo lo veloz que las muletas le permitieron.
Cuando llegó, para su asombro, su madre no estaba allí con el desayuno preparado como acostumbraba a hacer. La joven fue al salón y se acercó al lugar donde debían estar las cenizas de su padre, asombrándose al percatarse de que la urna sí estaba allí.
No entendía nada, no podía ser un sueño. Había sido demasiado real.
Escuchó que alguien bajaba por las escaleras dando saltos y supuso que sería su primo. Acudió hacia ellas para encontrarse con un chico que no había visto en su vida. Tendría más o menos su edad, el pelo negro y los ojos verdes, como los había tenido su padre. De hecho, tenía cierto parecido a él.
-¿Quién eres tú?-Su voz sonó más borde de lo que esperaba, pero odiaba profundamente no entender nada de lo que estaba pasando últimamente en su, hasta días atrás, organizada y rutinaria vida.
-Oh, mierda.-El joven frenó en seco y la contempló asombrado unos segundos. Se rascó la nuca y carraspeó antes de volver a hablar.-No es un buen momento para esto. Creo que es mejor que me vaya.
-Pero...-El chico ya había cerrado la puerta tras de sí.
Ava miró atónita la salida y después lo alto de las escaleras, volviendo a mirar la entrada de la casa y repitiendo el proceso varias veces sin comprender qué estaba pasando.
-¡Mamá!-Gritó con la máxima potencia que sus pulmones le permitieron. Su madre no tardó en asomarse, vestida con su pijama azul bebé.-¿Qué haces aún así?-Preguntó observándola de arriba a abajo.
-Me he pedido el día libre.-Dijo mientras bajaba las escaleras con toda la tranquilidad del mundo. Su cara, totalmente desmaquillada lucía pequeñas arrugas que se esforzaba diariamente por eliminar. Su pelo estaba atado en un moño alto hecho a la carrera y sus pies estaban descalzos.
-¿Quién eres tú y qué has hecho con mi madre?-La voz de Ava salió realmente atormentada.
-No digas bobadas.-Entró en la cocina y sacó una taza del armario.-¿Café?-Ava asintió y su madre sacó otra taza para ella.
-Mamá...
-¿Hmm..?-Dijo mientras servía el líquido negruzco en los recipientes. Ava pudo notar que estaba recién hecho, por lo que o había sido Edgar o su madre ya había bajado anteriormente. Cogió una de las tazas y dio un paso hacia su hija.
-¿Quién era el chico que se acaba de ir?-La mano de Amara perdió el agarre y la taza colisionó contra el suelo, vertiendo el café por este y haciendo añicos el recipiente de porcelana.-¡Mamá!-Se acercó rápidamente a ella, dejando las muletas a un lado.-¿Estás bien?
-No debías enterarte de esto, no ahora. No así.-Ava miró a su madre y en sus ojos pudo apreciar la mirada de la noche anterior. Esa que decía que todo estaba saliéndose de su control sin poder evitarlo.
-Mamá, por favor. Si tienes algo que decirme...
-Buenos días, preciosas damas. ¿Me habéis echado de menos?-Edgar entró en la cocina dando voces lleno de energía. Las miró y luego se percató del desastre que había acontecido bajo sus pies.
-Vais a dejar de darme largas de una vez.-Dijo, ignorando la entrada de su primo llena de palabrería barata.
-No sé de qué hablas.-Edgar pasó a su lado con total naturalidad para sacar un zumo de la nevera. Abrió la tapa y dio un trago.
-¿No? ¿Y tú mamá?-La mirada que la joven dedicó a su madre era afilada como un cuchillo. Ella se limitó a caminar en busca de la escoba para recoger el desastre.-Esto es increíble.
Ava recogió las muletas y con un suspiro lleno de frustración se giró para salir de la cocina.
-¿Y tú dónde vas?-Le preguntó Edgar, quien al parecer había vuelto a ser el mismo de siempre. Lo que, ella dedujo, sería una táctica para que pensara que nada había pasado.
-No tienes por qué saberlo todo, Edgar. Deberías irte a la mierda.-Dijo haciendo una clara referencia a las palabras que su primo le había dicho la noche anterior.
Salió de casa dando un portazo y sin importarle en lo más mínimo seguir en pijama. Estaba lo suficientemente cabreada como para salir desnuda si era necesario para no verles la cara a esos dos que se hacían llamar su familia.
¿Por qué tenían que tratarla como una cría a la que no se le puede contar nada? ¿Por qué de la noche a la mañana parecía haber mil cosas que no sabía?
¿Por qué, directamente, parecía que estuviera viviendo una mentira cuya verdad no era capaz de vislumbrar?
Siguió caminando sin destino hasta que pasados cinco minutos llegó a un banco de piedra situado en una plaza con una fuente. Se sentó y se quedó absorta en sus pensamientos mientras contemplaba el agua saliendo de la boca de la sirena de mármol.
Su móvil comenzó a vibrar; era su madre.
Bloqueó la pantalla, ignorando totalmente la llamada.
Pero insistió tantas veces que al final la joven cedió y descolgó el teléfono sin siquiera mirar si realmente era Amara quien llamaba esa vez.
-Deja de llamarme, madre.-Dijo con el tono más frío que pudo.
-Ava, necesito que vengas.-La voz era de hombre, por lo que se sorprendió pero no redujo su hostilidad.
-¿Y tú quién mierda eres?-Dijo. Sonó muy desagradable y borde, pero estaba cabreada y no tenía tiempo para nada que no fuera averiguar qué ocultaban todos.
-Soy Kyle, por favor, necesito hablar contigo.-La voz del joven parecía bastante apenada y preocupada, triste. Le pareció bastante raro que él siquiera pudiera tener sentimientos, como para aceptar que pudiera sentir eso.
-¿Qué pasa? ¿Estás bien?-Flaqueó al preguntar, no sabía por qué, pero que Kyle necesitara hablar con ella no le daba buena espina.
-Solo ven a mi casa, por favor.-¿Casa? ¿Desde cuando él tenía casa allí?
-¿Y la dirección es...?
-Te mando ubicación.-Parecía aliviado. Lo que no había cambiado era la forma tan abrupta de cortar la conversación. El teléfono sonó indicando que había colgado.
Ella se metió en el whatsAap para corroborar que la ubicación le llegaba desde un número que no tenía guardado. Pero que no era el mismo que le había mandado el mensaje la noche anterior.
Decidió que quizás llamar a un taxi sería la mejor opción, puesto que la ubicación estaba justamente al otro lado de la localidad. El taxista ni se molestó en preguntarle por qué seguía en pijama, por lo que supuso que no era la cosa más rara que había tenido que presenciar.
El auto olía a una mezcla entre tabaco, sudor y ambientador de pino que no parecía congeniar demasiado bien. Tal era el hedor resultante que Ava tuvo que abrir la ventanilla para coger aire.
Tras siete infernales minutos, el taxista se detuvo frente a una casa de blancas paredes y viejas ventanas de madera. En verdad, era bastante simple, incluso algo vieja en comparación a la gran mansión de playboy que había imaginado que sería. Desde fuera parecía tener dos pisos, incluso tenía una plaza de garaje cuya puerta era de chapa, nada moderno ni exuberante. En verdad, la casa de Kyle era tres mil veces mas modesta que él.
Tras pagar al conductor y arreglárselas para salir del coche sin caerse, se dirigió a la puerta, donde aguardó a que le abrieran tras llamar al timbre.
En verdad, no le sorprendió demasiado encontrarse con Kyle sin camiseta abriéndole la puerta. Siendo sincera, ya había imaginado que algo así pasaría, e incluso no le sorprendió lo marcado y trabajado que tenía el torso, ya lo había supuesto el día que lo conoció.
Lo que si le sorprendió fue la extraña cicatriz que le recorría el estómago.
-Hola.-Le dijo tan bajo que apenas pudo oírla. En realidad no estaba segura de cómo reaccionar, después de todo; él había sido el que casi la atropella.
-¿Se puede saber qué haces aún en pijama?-Respondió él al percatarse de su vestimenta. Ella lo miró con los ojos entrecerrados, preguntándose si golpearlo por maleducado o por mero placer, quitándose el resentimiento que pudiera tener hacia su persona de un solo bandazo.
-¿Me dejas pasar o me pagas el taxi de vuelta?-Le dijo ella en respuesta.
Él se apartó, dejándola pasar con dificultad entre la puerta y su cuerpo. Pasó tan cerca que pudo oler incluso el after-shave que llevaba. Ahogó un sonido de placer. En comparación al olor putrefacto del taxi, estaba en la gloria.
-Todo recto y a la izquierda.-Dijo él a su espalda, mientras cerraba la puerta. Ella asintió y siguió sus indicaciones hasta un pequeño salón que contaba con un sofá de cuero negro, una tele de plasma y una mesilla de cristal entre ambos. Al fondo había una mesa camilla de madera con tres sillas del mismo material. Las cortinas eran de un gris claro que dejaba pasar la luz incluso aunque no estuvieran completamente abiertas.
Ava se fijó en las paredes, en las fotos de niños riendo y jugando y en dos adultos que se miraban a los ojos mientras sostenían a un bebé.
El mundo se paralizó cuando se percató de la identidad del hombre de aquella foto y miró con horror a Kyle, quien estaba apoyado en la puerta, esperando claramente para ver su reacción.
-¿Qué hace mi padre en tu casa?-Preguntó entre aterrada, horrorizada y profundamente dolida.