Lo que las hojas me contaron

By DeniAguayo

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Más allá de la pálida memoria... Existe un lugar perdido en las páginas viejas de un libro... un lugar en el... More

Lo que las hojas me contaron
La ciudad vuelta al revés
Las sombras del callejón
El último baile
Y libranos del mal

El séptimo hijo

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By DeniAguayo

Poco nada recuerdo de esta historia, seguro que te la sabes muy bien... es una leyenda tan vieja como el mismo tiempo y a la vez, olvidada con los años. No te culpo, de no ser por todo lo ocurrido seguro que yo también lo olvido.

Esta no es la leyenda que conocemos, es más bien una historia de pérdida y de lo que conlleva olvidar a regañadientes, aunque eso duela como arrancarse un pedazo de la piel.

Esta es una historia repleta de recuerdos, que son mejor olvidar...



Ahí estabas tú, siempre te encuentro en mis memorias como un fantasma atrapado en un espejo, como una pintura rupestre con los colores del otoño, naranjas y marrones y tu cabello negro suave como pulas de un cuervo, tu figura siempre se desvanece en mis recuerdos, como si mi mente a penas si pudiera retenerte un momento.

Tus ojos grises, tu piel ceniza, tus labios rojos... helados.

En nuestro pueblo muy rara vez llegaba gente nueva. Así que tenerte entre nosotros era un milagro o quizá el inicio de una maldición. Tu familia era numerosa, recuerdo muy bien verlos llegar por la ventana de la granja, todos ellos muy parecidos a ti. Tu padre, tu madre todos tus hermanos con los mismos colores: cabello color noche, ojos claros como el mar.

Tú- que parecías el mas taciturno y callado entre ellos-bajaste del automóvil y me miraste a los ojos, supe en ese preciso momento que iba a caer. El cielo sabe muy bien como me dejaste vacía con solo una mirada de esos ojos grises y en el otoño de mis trece años... nuestra historia comenzó.





Mi madre solía repartirnos las tareas a mis hermanas y a mí, casi siempre me dejaban alimentar a nuestras gallinas del corral, jamás me quejaba... solía tomar ese tiempo para pensar un poco fuera de casa, vaciar el alma y mente sin intrusos aunque eso cambió una de esas mañanas frías, mientras alimentaba a mis aves.

Afuera, sentado en los bultos de la milpa seca, estabas tú.

Fácil es decir que me dejaste hechizada, un truco de dejar mis pies anclados al suelo. Tus ojos grises me miraron con cautela y aunque parecías curioso, a mi me pareció más que me tenías al asecho.

-¿Quién eres?- te pregunté con una voz en hilo y preguntarte aquello fue lo más falso que alguna vez he preguntado en la vida pues llevaba días observándote. Tu rostro pétreo, ausente de emociones, me devolvió la mirada de lado.

- David- me dijiste en voz queda, me pareció que tenías lastimada la garganta, como cuando uno habla mucho tiempo o cuando uno llora hasta dormirse, sin embargo no tenías los ojos rojos ni esa u otra señal de haber llorado.

Te sonreí mejor y te dije mi nombre.

Apenas y recuerdo ese momento, aunque me he negado en repetidas ocasiones, no puedo olvidarlo. El pasado es como un libro, a medida de que pasan los años las oraciones son más difíciles de leer o de entender siquiera aunque (para ser sinceros) ni siquiera en aquel entonces te entendía por completo.

- Somos nuevos- continuaste, como si eso explicará el hecho de que estabas husmeando en mi granja. Yo asentí, realmente no sabía que decir o cómo interactuar contigo, antes...hace ya tanto tiempo atrás, era una niña cohibida.

-Lo sé- dije en voz queda, después me sonrojé ferozmente pues había hablado sin pensar, bajé la mirada avergonzada y tartamudeé un poco.- lo...los vi el otro día.

Tú en cambio no me dijiste nada, solo me observabas como si yo fuera de otra especie que no conocías, como cuando alguien va al museo y se encuentra observando las vitrinas.

-¿Y qué haces?- me pregustaste en cambio, levanté una ceja algo escéptica de que fueras tan centrado para ser solo un niño, como si mi comportamiento no te pareciera tan extraño.

-Alimento a mis gallinas- te simplifique, tú volviste a ladear esa mirada. Ahora comprendía que lo hacías cada vez que te preguntabas cosas. Me pareciste inciertamente inofensivo.- ¿Quieres intentarlo?-te ofrecí la canasta con el trigo molido y tú David, me sonreíste.

-¿Puedo?

-Claro- dije contagiándome de tus sonrisas.

Quizá nuestra historia no sea tan fascinantes como muchas otras que se han contado con el tiempo, quizá nuestras conversaciones triviales no sean tan elaboradas como la de muchos otros personajes pero creo que fue eso mismo lo que lo hace real.

Desde entonces, cada tarde -cerca del anochecer- me encontrabas en el granero y te dedicabas a ayudarme a alimentar a las aves. Recuerdo como si viera detrás de un velo aquellos encuentros, como si mi mente los mantuviera en una caja de cristal estrellada, frágil, a punto de romperse... sin embargo aún lo recuerdo todo, tu piel pálida, tus ojos grises y tus sonrisas ladeadas, me fijé que tenías los incisivos un poco salidos, como si fueras un vampiro.

-¿Cuántos hermanos son en tu familia?- te pregunté cierta ocasión, aquella mañana había notado como salías con tus padres rodeado de gente. Al mirarte de nuevo habías parado de alimentar a las aves, tenías tu mirada afligida como si le hubieses temido a esa pregunta, chasqueaste la lengua.

-Seis- dijiste a medias. Fruncí el ceño, no comprendiendo porqué estabas molesto.

Sonreí nerviosa, buscando las palabras correctas para no molestarte más. Odiaba que te enojarás conmigo, no me gustaba la sensación que producías en mi pecho cuando te quedabas callado.

-¿Así que... eres el menor?- asentiste y casi como si te costará, escupiste.

-El séptimo hijo.- mascullaste.

















Fue en noviembre cuando las cosas cambiaron para ambos, acaba de salir de la escuela cuando cuatro niñas me interceptaron en el camino. Sus sombras me obstruyeron el paso y supe de inmediato que estaría en problemas.


-¡Ya decía yo que olía a mierda!- dijo Aide, una niña de cabello rojizo hermana de Brandon, un matón de la escuela quién solía molestare a mi y a mis tres hermanas por trabajar en una granja. - ¡Si es la granjera que huele a mierda!

Las otras tres chicas se rieron con ella. Sentí mis mejillas sonrojarse, odiaba sentirme avergonzada por mi propia familia pero...

-¿A dónde vas?- me preguntó ella alzando una ceja- A bañarte lo dudo, ¿Los granjeros conocen las duchas? ¿O simplemente les gusta a oler a mierda de vaca?

Quise rodearlas pues realmente sabía que no podía enfrentarlas, ellas eran más que yo: más grandes,más fuertes... Aidé me sostuvo del brazo y con una fuerza no propia de su edad, me arrojó de nuevo al piso, mis rodillas ardieron y supe en ese mismo instante que estaban sangrando. Las tres niñas se rieron al ver mi aspecto, Aide sonrió victoriosa.

-Al suelo, granjera- rió a mi costa- Dónde te gusta estar.





Recuerdo que al llegar a casa lo primero que hice fue ir detrás del granero, donde estaba el abrevadero, lo ultimo que quería era que mi madre me viera en un aspecto tan deplorable, ella no preguntaría que me había pasado, ella se enfadaría conmigo por mi ropa sucia. Así que tomé agua con mis manos y limpié mis rodillas sangrantes.

-¿Qué te pasó?- me preguntaste a mis espaldas. Asustada, salté en mi sitio, sintiéndome nerviosa por tenerte al frente y mirándome de esa manera, de nuevo me sonrojé y traté de no mirarte mientras continuaba limpiándome la sangre, tú te acercaste a mi para ver sobre mis hombros mis rodillas destrozadas.

-Na... nada- murmuré apresurada, mientras mis manos tallaban desesperadamente mis rasguños. Tú juntaste tu cejas oscuras, no creyéndome nada- Me caí- te sonreí para distraer tu mirada de mi, no lo hiciste.- De camino aquí, en el bosque...

-¿En el bosque?- dijo extrañado. Tú asentiste- pero me dijiste que nunca ibas ahí por que la gente se perdía.

Y era cierto, alguna vez te había dicho que la reserva forestal que nos rodeaba estaba prohibida por las múltiples desapariciones que habían sucintado ahí, pero el hacerte creer aquello fue más fácil que decirte la verdad, estaba apenada a que me vieras en tal estado, estaba tan avergonzada de ser tan débil. Estaba enojada conmigo misma por no poder hacer nada, por no poder defenderme, por tener miedo.

-Solo... me caí en el bosque- repetí pero era obvio, que por mis lagrimas, no me creíste.

Sin embargo eran más los momentos contigo que con el resto del mundo, realmente mentiría si dijera que todo era tristeza en ese pueblo perdido por Dios, todo se despinta en un punto de inflexión, pinceladas sobre una acuarela que se desvanece cada año, todo lo que recuerdo de aquel año es tu sonrisa ladeada y los momentos efímeros, que tuve a tu lado.



Te vi reír una vez, mientras me acompañabas al pueblo a buscar ciertas cosas para la cena, me habías encontrado a mitad del camino, dijiste que no podías dejar sola a una chica que se caía en sus propios pies.

-¿De qué estás hablando?- te pregunté sin comprender a lo que te referías, entonces reíste por lo bajo. Me pareció un milagro, un rostro tan taciturno como el tuyo, ¿Podía reírse tan abiertamente?

-No queremos más rodillas raspadas ¿No es cierto?- caí en cuenta en ese momento de lo que te referías. Me sentí pequeña por esa observación pero por alguna razón una calidez me embargó el cuerpo, era la primera vez que te afligías por mi. Fue como si me diera una ducha de agua caliente, como si algo dentro de mi se derritiera por completo.

Me tomaste de la mano.


- ¡Es una señal!- habló uno de los campesinos mayores cuando caminábamos de regreso. Tú observaste a su casa, dónde algunos vecinos le rodeaban. Tú aumentaste el paso, te miré extrañada y trate de mirar sobre tu hombro, había un corral abierto donde varios animales, becerros y ovejas estaba tumbados en el suelo... ensangrentados. Muertos. - ¡Lo vi! ¡A la bestia! ¡Yo la vi!

Aquella imagen no la olvidó, la masacre de sangre frente a mis ojos, mi corazón cayó del pecho al ver tanta muerte.

-Vámonos- dijiste molesto y caminaste más veloz.

-¡Yo lo vi!








El rumor se extendió por el pueblo, había una bestia rondando entre nosotros. Desde aquella ocasión la gente juraba que un animal superior se merodeaba por el bosque, cada mañana a partir de entonces varios animales de las granjas aparecían muertos, vaciados de su propia sangre, hechos un desastre.

El otoño y su constante imagen de muerte, se alargaba como nunca en la vida a pesar de eso, cada vez que yo trataba de hablar contigo sobre ello, alejabas la mirada... ausente. La gente mayor entonces murmuraban que había caído una maldición a este lugar (como si las desapariciones de la gente, no fuera suficiente maldición) de repente viejas leyendas cobraron vida, hombres que a medianoche se transforman en bestias... hombres maldecidos por el diablo...

-Son tonterías ¿No crees?- te pregunté una ocasión. Tú estabas alimentando a las gallinas, te detuviste un momento y asentiste pero por más que trate de poner el tema sobre el asunto, siempre te salías con la tuya.

Aquella tarde, llovía a cántaros. La escuela había terminado y a comparación del todo el mundo tenía que caminar rumbo a casa, odiaba estas horas del día, cuando no te tenía a mi lado, alguna vez me habías dicho que tus padres preferían educarte a ti y a tus hermanos en casa, por lo que eras más un misterio que otra cosa.

Salí corriendo de ahí y caminé entre veredas, tratando de escapar de la tormenta.

-¡Miren nada más!- gritó una voz desde la parada de autobús. Aidé se rió con sus amigas, un pánico me dejó helada- ¡La huele mierda esta aquí!

-¡Diablos!- murmuré por lo bajo y sin mirarla a ella o a sus amigas, trate fatalmente de esquivarlas.

Fueron mucho más rápidas que yo y en cuanto menos me di cuenta, las tenía a mi alrededor.

-¿Adónde crees que vas?- dijo empujándome de nuevo al suelo. Cerré los ojos, por que sabía lo que se avecinaba.

-¿Qué están haciendo?- dijo una voz a nuestras espaldas, te reconocí de inmediato, yo reconocería tu voz en cualquier lugar. Tus ojos me miraron y la transparencia en ellos fue como si me atravesaran por completo. Tú rostro empapado de lluvia, tu cabello oscuro pegado a tu rostro y los labios completamente rojos. Yo estaba tumbada en el suelo, mirándote desde tu altura imponente.

-¿Quién demonios eres tú?- demando Aidé con sus aires de superioridad. Ni siquiera la miraste, en cambio me tendiste la mano y avergonzada, me ayudaste a levantarme. -¡Eh, te estoy hablando!

Y tus ojos se posaron en ellas, serios, determinantes. Aidé se tardó sólo unos momentos para callarse la boca y salir corriendo.

Me quedé atónita, mirándote boquiabierta por el control absoluto que tenías sobre ellas, era como si hubiesen visto un fantasma, una amenaza en tus ojos. Miraste al frente y luego, cuando aquellas niñas estuvieron lejos, te volviste a mi. No comprendí cómo podías estar de un minuto a otro tan calmado, me tendiste la mano y sin decirme nada, me sacaste de ahí.

Nos metimos al granero, protegiéndonos de la lluvia torrencial que se desataba afuera. Estaba oscuro, pero te arreglaste para prender las pocas luces que teníamos. No me dijiste nada, solamente te acercaste a mi y me mistaste a los ojos.

- ¿Estás bien?- asentí y tú suspiraste aliviado.

Te alejaste para ir por la manta con la que solíamos cubrir los corrales de las gallinas y me la colocaste encima de mí para calentarme. Me sonreíste y volviste a tomar mi mano.

Supe en ese preciso momento cuánto te quería, que si había un Dios allá arriba había escuchado mis plegarias, me había mandado un ángel a mi lado. Uno precioso, todas esas esperanzas rotas, todos esos rezos... ahora tenían sentido.

- Debería entrar a casa- te dije sosteniendo nuestras manos-, mamá se preguntará dónde estoy.

Te acercaste a mi, tu calor me inundo en ese momento y me sentí estúpida por querer irme de tu lado. Tus ojos grises brillaron tanto que casi me dejan sin aliento.

- No aún- susurraste a mi lado, tu mano apretó mis dedos- cinco minutos más... aún no... no quiero que te olvides de mi.

Te miré extrañada, tu voz sonaba ronca como si estuvieses reteniendo lágrimas, con esa escasa luz no pude notarlo pero sabía que estabas al ras de llanto.

- Por favor- dijiste en voz queda, tú frente húmeda descanso sobre mi hombro-, no te olvides de mi.

Desperté debido al frío y a los trinos que se estrellaban y rezumaba en las frágiles paredes de aquel granero. Estaba sola en ese lugar, completamente sola, no había ni pista de ti.

Un relámpago iluminó parcialmente el espacio y mis ojos se enfrentaron a la pesadilla. Todas y cada una de las gallinas, estabas regadas por el suelo, muertas.

Ahogue un grito en mi garganta y salí corriendo horrorizada de ahí. La lluvia volvió a empapar mi ropa y el cielo... volvió a rugir.
A lo lejos, te vi correr.

Quizá fue por qué te quería.
Por qué quería saberlo todo de ti... quizá ya lo sabía y sólo quería asegurarme que mis sospechas eran verdad.

Te adentraste al bosque... una sombra en medio de otras sombras, una mancha perdiéndose entre los árboles...

Dude sólo un segundo y luego... te seguí.

Un grito ahogado salió de la garganta de una mujer, el lugar un laberinto de vegetación. Tragué saliva a medida de que el sonido grutal se hacía más y más fuerte y, cuando estuve lo suficientemente cerca, me temblaron las piernas.

Me oculté detrás de un tronco grueso, ocultándome parcialmente para no ser vista, los sonidos grutales me hicieron arquear y el olor, penetrante, asfixiante... un olor que incluso hoy perdura en la memoria... sangre.

No pude gritar ¿Cómo podría? Estaba aterrada, paralizada cuando vi un animal gigantesco (la mezcla entre un lobo y humano) cernirse sobre el cuerpo de una chica pelirroja, que yo conocía muy bien.

- Aidé- susurré con voz ahogada, me llevé las manos a la boca ahogando otro grito y entonces di un tras pie, cayéndome al suelo. La bestia se alzó en dos patas, a una altura impresionante, con su pelaje negro como la noche... como... las plumas de un cuervo y el hocico con dientes sobresaliendo de ellos...sangre. Y los ojos... grises, como un lago congelado. - David...

















-Historia basada en la leyenda del "Lobizon" contada por Sofia Benson ¡gracias totales por esta leyenda e inspirarme para esta historia!

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