El navío español había sufrido algunos daños pero serían reparados en pocos días. Este enfrentamiento supuso para la tripulación española la pérdida de diez soldados. Además, otros cuarenta, sufrirían heridas de diversa consideración. El día 14 de agosto, la tripulación del navío español divisó las costas del cabo de Finisterre, en Galicia, pero en ese mismo instante, algunos marinos españoles dieron la voz de alarma ya que en el horizonte asomaban tres velas enemigas. Los ingleses se prepararon para atacar a los españoles. Esta vez sería el navío de línea Oxford, armado con cincuenta cañones, la fragata Sorehman, con 24 y la balandra Falcon con 14 cañones. Estos tres barcos pertenecían a la escuadrilla naval del almirante Byng. Sobre las 16 horas, los tres buques ingleses rebasaron al navío español por ambos lados, y a cierta distancia. Esta maniobra parecía de reconocimiento, ya que tras rebasar el navío español, los tres barcos ingleses se juntaron para parlamentar, pero tras un breve encuentro, el Oxford se dirigió a toda vela hacia El Glorioso. Fue entonces, cuando Pedro Mesía, al comprobar la dirección que había tomado el navío inglés, tomó la iniciativa, viró en redondo, y se dirigió decididamente hacia el buque inglés. Cuando ambos barcos se encontraban muy cerca, tomaron posiciones, y colocaron sus cañones apuntando el uno hacia el otro. Al mismo tiempo, los otros dos barcos ingleses, también habían llegado a la altura de El Glorioso y se habían preparado para hacer fuego sobre éste. De pronto, los cuatro barcos hicieron tronar a sus cañones disparando decenas de proyectiles los unos sobre los otros. El Glorioso, se vio atrapado entre dos fuego, pero en una magnífica maniobra del capitán Pedro Mesía, El Glorioso viró en redondo y dejó a los tres barcos ingleses a babor. De esta manera ya no tendría que combatir recibiendo cañonazos por ambos lados. Los cañones del navío español seguían vomitando fuego, recibiendo el Oxford la gran mayoría de los impactos. Por este motivo, el comandante del Oxford dio la orden de retirada, por lo que los tres barcos ingleses se alejaron del Glorioso abandonando de esta manera el enfrentamiento.
A diferencia del combate anterior, en éste los daños habían sido bastante leves, no produciéndose ningún muerto por parte española; solamente 5 heridos leves. Llegado el día 18 de agosto por la noche, El Glorioso llegó al puerto de Corcubión, produciéndose a descargar su valiosa carga a la mañana siguiente, donde permanecerían durante cerca de dos meses, en lo que se procedió a descargar toda su carga y a realizar diversas reparaciones en su casco y aparejos. Una vez realizados todos estos preparativos, zarpó rumbo a Ferrol. Tras varias jornadas de navegación, El Glorioso tuvo otro encontronazo con una escuadra británica formada por 15 barcos, por lo que decidió no arriesgarse y regresar de nuevo a Corcubión. Llegado el 11 de octubre, inició de nuevo su partida, pero tuvo que permanecer fondeado en Finisterre durante tres días a la espera de vientos favorables. Finalmente, el día 14 de octubre, con el viento a favor, partió hacia Cádiz. Pero el camino hacia la ciudad del sur de España no le resultaría tarea fácil, ya que el día 17 de octubre, a la altura del cabo de San Vicente, la tripulación del Glorioso divisó a diez barcos ingleses que navegaban rumbo al navío español. Estos barcos pertenecían al escuadrón corsario conocido en Inglaterra como The Royal Family, la familia real. Al mando estaba el comodoro George Walker. Pero debido a la falta de viento, no sería hasta bien entrada la tarde cuando el King George se colocaría a distancia última para realizar un intercambio de disparos con el barco español.
Una vez se encontraban ambos navíos con los cañones frente a frente, se produjo el inicio del enfrentamiento. Tanto los cañones del Glorioso como los del King George iniciaron un ensordecedor cañoneo con la intención de echar a pique al enemigo. En los primeros disparos de cañón, el mástil principal del King George fue destruido, por lo que no le quedó más remedio que aguantar durante tres largas horas el fuego de los cañones españoles sin apenas realizar maniobra alguna. El Glorioso, respondió contundentemente al cañoneo, barriendo completamente la cubierta del barco tras un tremendo cañoneo y produciendo graves daños a su tripulación. Se contabilizaron varios heridos graves en las filas inglesas por amputación, y tan sólo media hora después, El Glorioso dejó atrás a las fragatas inglesas sin que éstas pudieran hacer nada para impedirlo. Al día siguiente, 18 de octubre, y cuando parecía que los problemas habían acabado para El Glorioso, tres fragatas de la Royal Navy aparecieron por el horizonte con rumbo fijo hacia el barco español. No había duda, que esta escuadra inglesa se dirigía a la caza del Glorioso. Entonces, Don Pedro Mesía, para evitar un nuevo enfrenamiento tan desigual, dio la orden de virar el buque y poner rumbo noroeste con la intención de alejarse de sus perseguidores.
Llegado el mediodía, divisaron a lo lejos un solitario navío que venía a su encuentro, que carecía de bandera que lo identificara. Al llegar a la altura del navío español, el misterioso barco, izó la bandera de Dinamarca y viró bruscamente para alcanzar a su oponente. Don Pedro Mesía, al observar esta maniobra, y receloso sobre las intenciones de ese barco, continuó el rumbo que iba siguiendo, pero al mismo tiempo, mirando de reojo al extraño navío con bandera danesa. Como era de esperar, no se trataba de un barco danés, si no del navío británico de 50 cañones Darmouth. El capitán de este barco, John Hamilton, viendo que su engaño no daba el resultado esperado, arrió la bandera de Dinamarca e izó la de Inglaterra. De esta manera, cuando llegó a la distancia idónea de la que hacer rugir a sus cañones, empezó a disparar. Don Pedro Mesía, al ver el engaño, pronto evaluó la situación y decidió aguardar al navío inglés sin desviar su rumbo. El capitán Hamilton, viendo que el navío español no emprendía la huida, y consciente de la menor potencia artillera de su navío, modificó su posición para no exponer todo su costado. De esta manera, al llegar su proa más o menos a la altura del palo mayor de El Glorioso, recogió parte de sus velas para disminuir la velocidad, y una vez estuvieron ambos navíos en la posición óptimas, sus capitanes dieron la orden de disparar a discreción. Los cañones estuvieron escupiendo fuego y muerte durante al menos tres horas. Pero cuando todo presagiaba que el combate aún seguiría durante dos o tres horas más, una gran explosión destruyó por completo el Darmouth. Eran las 3 de la tarde, y de las aguas del atlántico solo se pudieron rescatar dieciocho supervivientes, entre ellos, un teniente.
La escena era espantosa; todos los restos del navío inglés, aún llameantes, flotaban esparcidos al menos en 200 metros a la redonda. Durante el resto del día, toda la tripulación del Glorioso se puso manos a la obra y permaneció reparando los desperfectos del barco, entre ellos la arbolada del navío. Sabían que tenían que poner a punto el navío cuanto antes, ya que era la única forma de poder enfrentarse con alguna garantía a los otros navíos ingleses que se aproximaban por el sur. Hacía unos minutos que el reloj de Pedro Mesía había dado las 12 de la noche. La luna llena brillaba como nunca antes la habían visto los marineros españoles. Ésta, permitía a los soldados ver como si fuera de día. Pronto, todos vieron a un buque inglés de tres puentes avanzar rápidamente gracias a la brisa nocturna y colocarse muy cerca del Glorioso. Además, otras dos fragatas también se situaron a cierta distancia sobre las popas del Glorioso. No tardaron ni un minuto en comenzar a dispararse, aquello parecía el fin del mundo, todos los cañones del Glorioso iniciaron un feroz fuego sobre sus enemigos ingleses. Un ruido ensordecedor rompió el silencio de la noche, y pronto el desagradable sabor del humo de la pólvora lo inundó todo. Pronto, algunos connatos de incendio aparecieron sobre El Glorioso y el buque inglés. Los soldados se afanaban a extinguir el fuego provocado por los cañonazos para evitar que se extendiera a otras partes del barco y acabara echándole a pique. Estuvieron horas disparándose, primeramente, por la boca de los cañones salían con una gran fuerza destructora los grandes proyectiles para los que habían sido fabricados. Pero llegado el momento, y a falta de balas de cañón, los españoles introducían por sus bocas todo tipo de metales y metralla.
Pero finalmente, también se agotó la pólvora, ya no había nada con lo que cargar los cañones del Glorioso, por lo que estos quedaron en silencio a eso de las 6 de la mañana. Era el día 19 de octubre de 1747. A bordo del navío español había 23 muertos y 130 heridos. La tripulación estaba exhausta después de combatir durante toda la noche. La munición y la pólvora estaban agotadas. A Don Pedro Mesía de la Cerda no le quedaba otra opción, con lo que con gran resignación, rindió El Glorioso. Don Pedro Mesía fue tomado prisionero junto con toda su tripulación. Tras una larga conversación con el capitán inglés Matthew Buckle, pronto comprendió lo cerca que había estado de la victoria. Si hubieran tenido a bordo una decena más de balas de cañón, posiblemente el final hubiera sido totalmente distinto. Fue entonces, cuando Don Pedro Mesía se había acordado de la munición que había solicitado en Corcubión para reponer la consumida en los combates de julio y agosto y que le fue denegadas por las autoridades portuarias al considerar que no era necesario portar tanta munición para realizar un viaje tan corto desde Corcubión a Ferrol. Después de la batalla, los barcos ingleses navegaron rumbo a Lisboa, llevándose con ellos al Glorioso y su tripulación. El Glorioso permanecería en el puerto de Lisboa durante al menos siete meses. Durante todo este tiempo, se procedió a arreglar los graves desperfectos que había sufrido el navío español. También se dotó al Glorioso con nuevos aparejos. A principios del mes de mayo de 1748, El Glorioso, con una nueva tripulación, esta vez inglesa, partió rumbo a Inglaterra. El 16 de mayo, mientras el Russell zarpó en dirección al principal astillero británico inglés de la época, para ser sometido a una reparación integral que pudiera remediar sus graves daños, El Glorioso permaneció hasta el mes de septiembre de ese mismo año atracado en uno de los muelles del puerto de Portsmouth. Este puerto se había sometido a varias inspecciones para dictaminar su estado.
Ese mes de septiembre de 1748, uno de los principales constructores de navíos del astillero, redactó un sesudo informe en el que se aseguraba a modo de conclusión que el navío que era un barco fuerte y bien construido, podría estar en condiciones de dar un buen servicio si se le sustituían algunas piezas dañadas. Pero finalmente, y tras múltiples disputas, El Glorioso fue subastado en Londres el 24 de abril de 1749. El capitán Don Pedro Mesía de la Cerda, que había sido ascendido a jefe de escuadra mientras se encontraba en Corcubión, sería nombrado gracias a su heroica actuación jefe de escuadra y recibiría también la llave de gentilhombre. Y en los años que todavía le quedaban de carrera militar, llegaría a alcanzar el grado de teniente general de la Real Armada, y virrey de Nueva Granada.