Hubo un silencio incómodo que fue acompañado por un dulce hormigueo en el estómago, y palpitaciones casi dolorosas durante todo el proceso; pero Steve logró que tras meter a los dos hombres entre rejas, el Sheriff Fury y sus acompañantes dieran media vuelta hacia su pueblo.
— Bien, esos tipos ya se marcharon Rogers, ahora es cuando bajas el arma y nos dejas ir.
— ¿Estás seguro de eso Banner? Parece ser que ambos son delincuentes —. Bromeó Steve, en el fondo y aunque lo negara, estaba feliz de ver sanos y salvos de nuevo a ambos hombres, sobre todo a uno de ellos, al cual pensó que nunca volvería a ver.
— ¡Vamos Steve! Somos amigos, y además soy el único médico que hay en todo este maldito pueblo.
— A mi me da igual, tengo sueño —. Tony se tumbó recostando su espalda contra el banco de madera que como era costumbre, había dentro de la celda, al tiempo que cubría su rostro con su sombrero.
— Mira Steve, hagamos algo. Sé que eres un buen hombre y sabes que tengo pacientes que no puedo dejar de atender, y obviamente también sabes dónde encontrarme. Sácame de aquí y si vuelven esos tipos, dejaré que me atrapes de nuevo. ¿Te parece bien?
— ¿Y tu amigo? — Ambos miraron hacia el forastero, el cual ronquidos incluidos, ahora se hacía convenientemente el dormido al fondo de la celda.
— Pensé que también era tú amigo.
Steve guardó silencio, por mucha confianza que tuviera con él, no podía explicarle a Bruce lo que le estaba pasando, no después de la última charla que tuvieron, y tampoco así de buenas a primeras se le ocurrió nada que inventar. Era perfectamente consciente, de que él no tenía costumbre de mentir, así que le iba a ser muy difícil hacerlo y que no se le notara.
— Mira, sé que no sería justo para el resto de ciudadanos que retenga al único doctor del pueblo, pero a él tampoco lo quiero aquí —. Un ronquido más fuerte les hizo voltear de nuevo hacia Tony —. Tendré que esperar a que despierte, pero después de eso veré como me libro de él.
— De todos modos, tampoco creo que pudieras retenerle aquí —. Contestó Bruce rememorando en su mente la facilidad con la que Tony abrió la reja en el pueblo vecino, pero el rubio obviamente no entendió a que se refería, y de nuevo sintió esa oleada de pavor y de rabia al pensar en que el castaño de algún modo le podía haber hecho saber a Bruce, que no quería estar cerca de él, y que volvería a perderle para siempre. Para Steve era una locura, una disonancia total entre lo que sentía y lo que su cerebro trataba de imponerle; porque su parte racional le decía que debía alejarse lo más posible de aquel hombre, pero había otra parte de él, una nueva y desconocida, que sabía que enloquecería si volvía a perderle de nuevo.
— bien, entonces márchese doctor Banner, veré que hago con este problema después —. Abrió la reja dejando salir al doctor y dejando de nuevo al castaño dentro.
— ¿Quiere un consejo Rogers? Váyase a dormir, y le aseguro que el "problema," — miró hacia Tony de nuevo — se resolverá sólo.
— Quizás lo haga, todo el mundo parece creer que lo necesito.
Bruce se sintió feliz al salir al fin de su encierro, después de todo lo ocurrido estaba deseando llegar a casa, darse un baño y volver a sus que aceres cotidianos; sobre todo el de ir a visitar a una bella dama, con la escusa de saber de su salud. Poco le importó dejar ahí a su nuevo amigo, sabía que estaba en buenas manos, además de que también estaba seguro de que ninguna reja podría retenerle. Por su parte Steve suspiró hondo, acababa de cancelar sus planes de volver a casa en el mismo instante en el que el doctor le había insinuado que si se marchaba a dormir, "su problema" o sea Tony, desaparecería. De todos modos ya no tenía sueño, se le había pasado de golpe desde que él apareció por la puerta, así que cerró los ojos sólo para encontrar un poco de paz, apoyó su espalda contra la parte exterior de las rejas, y se dejó caer hasta que quedó sentado de espaldas al interior.
— Y bien estrellita, — aquella voz aunque tranquila, inundó la estancia haciendo que el corazón del Sheriff diera un vuelco — veo que no le harás caso al doctor. ¿Cuál es tu plan? ¿Me soltarás, o me dejarás aquí encerrado cómo el apestado que crees que soy?
— ¿Te marcharás si lo hago? Si te suelto.
— No lo sé.
— Bien, yo tampoco —. Un silencio incómodo inundó el lugar —. Y yo... En realidad creo que nunca dije que fueras un apestado.
— Recuerdo que dijiste que estaba enfermo, y me echaste del pueblo. Es casi lo mismo.
— Y yo recuerdo que tú dijiste que esto no era una enfermedad. —Tony se incorporó y quedó sentado mirando la espalda del rubio.
— Ilústreme Sheriff, ¿a qué se refiere con "esto"? Vamos, dilo.
— No seas cruel, no me hagas decirlo en voz alta.
— ¿Porqué? Aquí no hay nadie más, estoy encerrado, indefenso, y ni siquiera te atreves a girarte y a mirarme a la cara. ¡Me tratas como a un apestado! —. Tony sin darse cuenta ahora sonaba bastante molesto —. ¿Crees que si no lo dices en voz alta vas a sentirlo menos? ¿Qué va a desaparecer? Pues malas noticias señor correcto, porque ya probé, y "esto" como tú lo llamas, no funciona así.
— ¿¡Y tú como diantres lo llamas!? ¿¡Cómo se supone que funciona!? — Al fin el rubio se había levantado y lo miraba desafiante desde el otro lado de la reja.
— ¡Amor! ¡Se llama amor! Y nadie sabe cómo funciona —. Steve golpeó con fuerza la reja, estaba furioso. ¿Cómo Tony podía decir algo así con tanta seguridad? ¿Acaso eso no le aterraba? ¿No temía la furia de Dios y de los hombres? Se alejó de la celda y giró hacia su despacho, no podía continuar con esa conversación, no después del punto al que habían llegado. No se sentía con fuerzas ni tenía argumentos para rebatir lo dicho por el castaño. Si hubiera una puerta entre el lugar donde estaba la celda y su oficina, la habría cerrado de un portazo, pero no la había, simplemente desde ahí podía ocultarse de Tony y así lo hizo. Se agachó de nuevo en un rincón y abrazó con fuerza sus rodillas. Con gusto golpearía todos los muebles de aquel lugar, pero era demasiado correcto como para romper todo, después de que ya los vecinos habían reconstruido su pared de un modo totalmente altruista.
Llorar en silencio se estaba convirtiendo en una mala costumbre, hacía que le doliera el pecho y el estómago, y que un nudo se formara en su garganta dificultándole la respiración, enajenándolo de todo a su alrededor.
No supo cuanto tiempo estuvo así, agachado en aquel rincón. Quizás fue poco, porque no había logrado calmarse de ningún modo, aunque a él le pareció como si hubiera sido un siglo.
Al cabo del rato y sin saber cómo, alguien se arrodilló junto a él, y unos brazos le rodearon, he instintivamente se acurrucó entre ellos.
El Sheriff no necesitó abrir los ojos, reconocería ese dulce aroma hasta el final de sus días, pero ya no le importó; ni tan siquiera se extrañó de cómo había logrado salir de su encierro. Steve lloró desconsolado abrazando al hombre que tanto había extrañado.
— Estoy seguro de que debería marcharme antes de que esto acabe mal para los dos, pero no sé si pueda —. Susurró Tony besando sus cabellos.
— ¿Cómo puedes hacerlo? ¿Cómo puedes decir que amas a otro hombre y no tener miedo?
— Lo tengo, seguramente más que tú, porque ya soy perro viejo en esto y sé cómo suele acabar —. Steve levantó la cara confundido — Mírame mi estrellita — .Tony le acarició la barbilla alzándola levemente — Tengo casi cuarenta años, y aunque estuve con muchas, nunca me he enamorado de ninguna mujer, pero para mi desgracia, no es la primera vez en mi vida que me enamoro, y supongo que tampoco lo es para ti.
— ¿Esto es lo que se siente cuando se está enamorado? — Su voz aún se escuchaba entre sollozos que rompían el corazón del castaño.
— Si, supongo que sí —. Ante tal respuesta Steve bajó la vista y se aferró aún más fuerte al torso del castaño, escondiendo su rostro en el hueco de su cuello.
— Entonces si es la primera vez que me enamoro.
Tony se dejó abrazar. ¿Cómo había permitido que esto pasara? Tanto tiempo estuvo vagando de un lugar a otro, esquivando el amor en cada esquina. Aceptando favores sólo de mujeres porque sabía que era donde no había peligro. Pero tuvo que aparecer Steve.
El había encontrado el modo de entrar en su corazón por alguna rendija, justo en aquella bendita noche en la que le pidió que le alojara en su casa para ocultarse de la tormenta. Había logrado colarse como la estrella que es, iluminando su oscura y solitaria vida.
Quizás no era el lugar más cómodo del mundo, el castaño sentado en el duro suelo de aquel rincón de la comisaría, apoyando su espalda contra la pared, y el rubio en el hueco entre sus piernas y acurrucado entre sus brazos. Mientras Tony acariciaba su espalda y sus cabellos, se dio cuenta de que si miraba hacia arriba, podía ver la luz del atardecer entrar por la ventana y reflejarse en las hebras doradas del Sheriff, haciéndolas brillar de un modo casi mágico, y pensó que estaría bien poder quedarse así, mirándolas toda la vida.
Steve levantó su vista de nuevo y sus ojos azules conectaron con los de Tony. Las marcas de las lágrimas en su rostro aún eran visibles, y era extraño que siendo él el Sheriff, no le importara que el otro se diera cuenta de ello. Le miraba con devoción, como si por primera vez se le hubiera permitido hacerlo.
— ¿Estás bien? — Tony preguntó.
— No, no estoy bien pero quiero, quiero estarlo —. Dijo sincero y Tony se quebró por dentro.
— Si para eso necesitas que me vaya del pueblo, lo entenderé.
— Ya hemos probado eso —. Al fin una sonrisa sincera que hizo estragos en la voluntad del castaño, salió de sus labios,
— Tal vez podríamos probar otra cosa —. Acarició su mejilla justo en el lugar donde aún se notaba el surco de sus lágrimas. Tony deslizó su dedo pulgar los labios de Steve, recorriéndolos suavemente, mientras él permanecía estático a la expectativa de lo que aquel hombre hubiera decidido para él. La luz de la ventana se reflejaba ahora levemente sobre sus rostros. El forastero besó sus labios con delicadeza, como tratando de no asustarlo, después su barbilla y bajó hasta su cuello de una manera tan atinada, que logró que su piel se erizara. El aliento tibio de Tony rozando sus poros, hizo que todo su cuerpo se debilitara y un cosquilleo involuntario se intensificara recorriéndole de arriba a abajo la espina dorsal —. Eres hermoso Steve. — Las palabras salieron naturales, y entonces el Sheriff recordó que nunca nadie le había dicho algo así, cerró los ojos debatiéndose entra la inmoralidad de sus actos y el indescriptible placer que cada toque le causaba. Sintió como el hombre que amaba sujetaba su nuca y profundizaba aún más el beso, sus lenguas chocando, un jadeo traicionero escapando de su garganta.
— ¡Sheriff Rogers, su prometida mi pidió que viniera a...! ¿Señor Tony?
— Pe... ¿Peter? — Tony balbuceó, fallando estrepitosamente en su intento de lucir normal, a su lado Steve cubrió su rostro con las manos, pidiendo a la tierra que se lo tragara en aquel mismo momento.
— ¿¡Steve!? ¡As traído al Señor Tony de vuelta! — El niño gritó emocionado y se abalanzó feliz sobre los hombres sin darles tiempo a reaccionar, abrazando a ambos y escondiendo finalmente su rostro en el cuerpo del rubio. Aquello iba a ser un gran problema, pero era obvio que la inocencia del niño no le había dejado ver más allá de que Steve había traído de nuevo a su admirado señor Tony. Ambos hombres se miraron sin decir nada, hasta que el forastero regaló una sonrisa traviesa al Sheriff, y aprovechando que el chico tenía su cabeza hundida en el pecho del rubio, se mordió el labio inferior y no pudo evitar dejar un nuevo beso en los labios de Steve.
*¡Oh! Qué bonito y que romántico todo, con lo seca y lo bruta que soy yo para estas cosas. Jajaja. Pero esta historia ya necesitaba algo de azúcar. ¿No?
¿No estáis sintiendo que todo fluye en la dirección en la que Tony va a ser quien tenga las riendas? No tengo costumbre de escribir eso, pero mis personajes siempre tienen vida propia, así que todo podría ser. Por cierto, me encanta la inocencia de Peter, ¿a vosotros no? Tenía que decirlo.
Espero que os haya gustado este capítulo, yo lo acabo de releer y me parece muy tierno. ¿Qué pasará a partir de ahora? ¿Ideas? Porque no tengo ninguna. Jajajaj. Besitos a todos. *