Nisshoku no kokoro

By Inuyashaykahome

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Amor y felicidad, en un instante traducido a dolor y rencor. traición y maldad rodean la vida de Kagome, a ca... More

CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32

CAPÍTULO 22

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By Inuyashaykahome

Rin y Mioga la miraron horrorizados, sin lograr mover un músculo, seguros que la mujer dispararía al menor intento de lucha.

- ¿Por qué haces todo esto? – inquirió Rin afligida, conteniendo la verdad que ansiaba gritarle. Pero comprendiendo que aunque ella supiera que tenían un lazo sanguíneo, las cosas no cambiarían en lo absoluto – Todo el mal que has hecho saldrá a la luz tarde o temprano...¡¡Por qué no te arrepientes antes de que sea demasiado tarde!! – le suplicó, escuchando una sonora carcajada en respuesta.

- Que ridícula... El arrepentimiento no es parte de mis planes – contestó sonriendo malignamente – Haré lo que sea para lograr mis objetivos... y si eso significa aplastar a quien se cruce en mi camino, bien valdrá la pena. Y eso te incluye a ti, y este viejo entrometido – amenazó acercándose lentamente, sin dejar de apuntarlos – Es la última vez que te lo ordeno...¡¡Entrégame esos malditos documentos!!

- No – volvió a negar con voz ahogada, estrujándolos con más fuerza contra su pecho, cerrando los ojos cuando la pistola apuntó directo a su frente. Brincó cuando el estruendoso disparo resonó en la habitación. Los abrió nuevamente encontrándose con Sesshomaru que intentaba arrebatarle el arma a la mujer, pero ella la soltó de improviso y aprovechando la distracción del hombre que se inclinaba para recogerla, corrió junto a Rin apoderándose de un cuchillo de cocina. Se escudó tras la joven dirigiendo la filosa punta a su cuello.

- No hagas nada si no quieres que hunda el cuchillo en esta linda garganta – advirtió al hombre que por un segundo tuvo la intención de abalanzarse sobre ella.

- Maldita loca – gruñó Sesshomaru entornando los ojos – Suéltala... Porque si le haces daño... te mataré – dijo en un gélido tono amenazante.

- Veo que no comprendes que yo tengo la ventaja – manifestó Kikyo hundiendo levemente el cuchillo, causando que brotaran unas gotas de sangre por la diminuta herida – Deja el arma sobre la mesa – ordenó.

Sesshomaru comprimió los labios apretando la mandíbula, dirigiéndole una mirada fiera, aún así no le quedó más opción que obedecerla, por lo que lentamente dejó la pistola en el lugar indicado. La mujer rió complacida apremiando a Rin para que avanzara hacia la mesa. Asió el arma y le arrebató la carpeta para después empujarla bruscamente contra el hombre, que la sujetó con firmeza.

- No tienes escapatoria – advirtió Sesshomaru resguardándola tras él.

- Te equivocas... Al final yo siempre gano – se burló sin dejar de apuntarles, acercándose a la puerta.

- ¡Los papeles! – gritó Rin acercándose imprudente a Kikyo.

Tomándola por sorpresa se lanzó hacia la carpeta, iniciando una lucha entre ambas. Alterada, Kikyo le apuntó nuevamente, apretando el gatillo, otro disparo se escuchó en la cocina. Rin vio horrorizada como Sesshomaru se caía frente a sus ojos. Él se interpuso entre ella y el disparo, protegiéndola con su propio cuerpo.

- No... no... ¡¡¡Sesshomaru!!! – gritó. Kikyo aprovechando la distracción por lo sucedido, se escabulló presurosamente del lugar – ¡Sesshomaru! – sollozó arrodillándose junto a él, se estremeció al ver una gran mancha de sangre en su brazo izquierdo – ¡Dios mío, está herido!. Señor Mioga, llame una ambulancia – pidió

El automóvil de Inuyasha se desplazaba rápidamente por las calles de Tokio, rumbo a la jefatura, en la parte posterior iba el oficial Nibura y en el asiento del copiloto el oficial Takawa, quien acababa de recibir una llamada a su móvil. Su expresión era tensa, al escuchar el informe que parecía darle un subalterno.

- ¿Cuándo la interceptaron?... ¿Y cómo diablos me lo informan hasta ahora? – rugió Takawa colérico – Vigílenlo...¿¡Qué!? ¡Maldita sea... Son unos idiotas! ¡Búsquenlo! Y más les vale encontrarlo – ordenó con brusquedad

- ¿Qué ocurre? – inquirió Nibura desde atrás. Takawa lo miró de reojo, soltando un bufido exasperado.

- Intervinieron una llamada de Okuda, y nuestras sospechas quedaron confirmadas – informó – Pero desapareció de la jefatura y nadie lo ha visto desde ayer. Todo coincide con la desaparición de la señorita Higurashi.

- ¿Se puede saber de qué rayos hablan? – Intervino Inuyasha arrugando el ceño sin perder la concentración en el manejo – ¿Quién demonios es ese tal Okuda?

- Okuda fue uno de los oficiales que vigiló a la señorita Higurashi, mientras estuvo hospitalizada – contestó Takawa – Hace algunos días interrogamos al señor Miroku, él señalo que al parecer alguien no autorizado habría ingresado a la habitación de la señorita, durante la vigilancia de Okuda, quien ha tenido un extraño comportamiento desde hace un tiempo, por lo cual decidimos investigarlo. Antes de ayer recibimos una llamada de su amigo Miroku que nos pedía acompañarlo hasta Hakone, a petición suya. Al parecer esa llamada llegó a oídos de Okuda y como lo manteníamos vigilado, nuestro equipo intervino una de sus llamadas en la cual informaba a un individuo que nos reuniríamos con usted y la señorita Higurashi.

- ¿Supones que se trate del mismo sujeto que secuestró a la señorita Higurashi? – inquirió Nibura, más como una afirmación.

- Así es – asintió el otro oficial

- ¡Maldición! – Exclamó Inuyasha furioso, seguido de varios improperios – ¡¿Cómo diablos permiten que ese sujeto escape, si supuestamente estaba bajo vigilancia?!

- Él también es un oficial de la policía. Conoce todos los procedimientos, por lo mismo no le es difícil eludir nuestra vigilancia – manifestó Nibura

- De todos modos ya lo están buscando, con una orden de captura en su contra – indicó Takawa – No hay forma de que logre salir de Tokio.

Rin esperaba impaciente que el médico terminara de curar la herida de Sesshomaru. Se encontraba apoyada junto a la puerta de la habitación donde estaba siendo atendido. Cuando la puerta se abrió brincó asustada, viendo al médico con ojos muy abiertos aguardando sus noticias.

- Él señor Taisho se encuentra bien. Por fortuna la bala sólo rozó su brazo, sin causar mayor daño. De todos modos deberá quedarse esta noche en el hospital – indicó el médico – Puede pasar a verlo – añadió sonriendo comprensivo ante la angustia de la chica y su deseo de verlo bien con sus propios ojos.

- Muchas gracias – contestó con un débil susurro entrando al cuarto de inmediato.

Sesshomaru se encontraba recostado en su cama con el torso semidesnudo, debido a los vendajes que lo cubrían desde la herida de su brazo izquierdo, mantenía los ojos cerrados y algunos mechones de ese inusual cabello plateado caían desordenados sobre su frente. Se veía increíblemente atractivo. Tragó en seco, reprendiéndose en el acto por aquellos inoportunos pensamientos. Se acercó sigilosa hasta la cama, lo miró con fijeza al notar que no se había percatado de su presencia.

"Parece que está dormido... Quizás le inyectaron un sedante", pensó mordiéndose el labio inferior. Decidió aproximarse un poco más, dulcificando la mirada. Alargó una mano quitando con delicadeza el desordenado flequillo, acariciando las puntas. El abrió los ojos repentinamente, causando que se apartara sobresaltada, fijando aquella imperturbable mirada ambarina, sobre sus orbes marrón, atrapándola, hipnotizándola.

- ¿C..co...mo... te sien...tes? – tartamudeó deshaciendo el incómodo silencio.

- Estoy bien, no tienes que preocuparte – contestó impasible

- Lo...lo siento... Es mi culpa... Que esto ocurriera es mi culpa... Perdóname – se disculpó derramando las lágrimas que se agolparon en sus ojos.

- No es tu culpa. Esa mujer está loca, y es capaz de cualquier cosa – señaló tranquilo.

- Lo sé... pero tú me lo advertiste, además de no haber corrido hacia ella por esos papeles, tu... no estarías herido... de sólo pensar... que ese disparo te hubiera... – no pudo terminar, ya que las lágrimas brotaron con mayor descontrol.

- Pero no ocurrió nada que debamos lamentar. Así que deja de llorar – ordenó con suavidad, alargando una mano para aferrar la de la joven – No fue tu culpa Rin. Bien sabes, que cuidar de ti es por decisión propia. Es un deber para mí – le indicó

- Un... deber... – musitó procurando ocultar el impacto de sus palabras – Tú no tienes el deber de cuidarme – negó dibujando una sonrisa entristecida

- Por supuesto que sí. Lo mismo haría por mi hermano Inuyasha o cualquier familiar – afirmó con austeridad.

- Pero yo no formo parte de tu familia Sesshomaru... ¡No existe motivo para que asumas esa responsabilidad!... ¡No soy nada tuyo! – repuso disgustada y profundamente herida. Se soltó con brusquedad, saliendo a toda prisa del cuarto, caminando sin rumbo claro por los pasillos del hospital, al cabo de unos minutos se detuvo de improviso. "Un simple familiar... Sólo eso... ¿Es que siempre será de esa forma?, ¿Acaso jamás me verás como a una mujer?", pensó cubriéndose el rostro con las manos, llorando desconsolada.

En un lugar similar, pero a muchos kilómetros de allí, Miroku se permanecía sentado en la sala de espera, cabizbajo, haciendo un ademán con las manos que evidenciaba su nerviosismo y preocupación, tanto o más que su expresión contraída. Habían transcurrido dos horas, sin que tuviera la menor noticia acerca del estado de salud de Shippo. Los médicos y enfermeras pasaban de un lado a otro frente a él sin detenerse para darle alguna información. Volteó la cabeza al escuchar el agudo sonido de tacones que caminaban aceleradamente por el pasillo, se puso de pie en cuanto vio que se trataba de Sango.

- Miroku, ¿Qué ha ocurrido?, ¿Cómo esta Shippo? – preguntaba alterada. El joven la tomó por los hombros, procurando reunir el valor de contarle todo lo que estaba sucediendo.

- No lo sé, aún no ha salido nadie que pueda darme alguna noticia – explicó – Sólo puedo decirte que al parecer se trata de una complicación bastante seria en su corazón.

- ¡Dios mió! – Exclamó llevándose una mano a la boca por el impacto – ¿Y Kagome? ¿Está con Shippo?... Tampoco esta Inuyasha – inquirió mirando a su alrededor. Miroku tragó en seco – ¿Por qué colocas esa cara? ¿Acaso debo saber algo más? – añadió al notar la reacción del joven

- Sango – dijo sintiendo la boca seca – Kagome... ella... ella... fue secuestrada... por Naraku – comunicó observando preocupado el cambio en la expresión de la mujer

- No – negó sin poder creer lo que escuchaba – No puede ser... – balbuceó adhiriéndose a los antebrazos del joven sacudiéndolo y hundiendo las uñas en la piel cubierta por la chaqueta de su traje – Miroku... ¡No! – exclamó horrorizada

- Por favor cariño debes tranquilizarte – suplicó abrazándola fuertemente

- ¡No me pidas que me calme! – negó angustiada separándose de él – Sabes tan bien como yo lo que eso significa, ¡Ese maldito hombre lo único que desea es lastimar a Kagome! Oh Dios, esto debe ser una pesadilla – sollozó dejándose caer en una silla cubriéndose la cara con las manos. Miroku se colocó en cunclillas frente a la chica tomándole las manos.

- Debemos ser fuertes Sango, por ellos dos. Ahora que nos necesitan – manifestó queriendo transmitirle serenidad a través del calor de sus manos y su mirada azulina – Inuyasha está buscándola junto a los oficiales de policía. Te aseguro que la encontrarán

- Pero en qué condiciones – se lamentó Sango derramando un sinfín de lágrimas

- No pienses en eso... Lo importante es que la hallen con vida – expresó abrazándola cuando se echó a llorar desconsolada.

Un hombre solitario se encontraba parado junto a dos gigantescas murallas que formaban los containers. Se llevaba un cigarrillo a la boca, sin lograr evitar que su mano temblara visiblemente, pero su inquietud estaba lejos de ser consecuencia del penetrante frío, que comenzaba a palparse a las puertas del ocaso.

El tránsito de gente era casi nulo a esas horas en el puerto de Tokio, al menos por el sector donde él se encontraba. Sin embargo, a lo lejos aún se podía escuchar las maquinas que cargaban y descargaban containers de los barcos mercantes que se encontraban anclados a lo largo del puerto.

- Buenas noches Okuda, te ves algo alterado – comentó una socarrona voz a espaldas del hombre causando que se girara sobresaltado

- Cr...crei... qu...que ya no vendría... señor Naraku – balbuceó turbado

- Pues aquí me tienes – contradijo sonriendo de medio lado – Teníamos un trato ¿no es así?. Me fuiste de gran ayuda, de no ser por ti, habría tenido que renunciar a mi más grande anhelo, perdiendo la oportunidad de reencontrarme con esa exquisita mujer.

- Me alego haberle sido de ayuda – comentó más tranquilo.

- Bien, he venido a pagarte – indicó – Te aseguro que con esto no tendrás necesidad de volver a trabajar jamás – agregó de buen humor, buscando algo en el bolsillo interior de su chaqueta. Gesticulando una mueca burlona, al ver el brillo de codicia en los ojos de hombre y la sonrisa halagüeña que bailaba en su ridículo rostro, la cual se esfumó al ser apuntado por el arma.

- ¿Q... qué... sig...nifi...ca... e...es...to? – farfulló alarmado

- Te dije que no volverías a trabajar... Bien... los muertos no trabajan – contestó sonriendo satíricamente, al tiempo que apretaba el gatillo disparando justo en el centro de la frente. Quitó el silenciador del arma guardándola luego en el cinturón a su espalda – Jamás confiaría en un infeliz cobarde – murmuró pateando levemente el cuerpo inerte. Lo tomó bajo los hombros arrastrándolo al interior de un container. Tiró el cadáver tras una pila de cajas de cartón, cubriéndolo con nailon, luego salió ajustando los oxidados cerrojos. Después de subir al auto se quitó los guantes, dejándolos en la guantera al igual que su arma – Ahora puedo ir a divertirme con mi deliciosa fierecilla – murmuró esbozando una escabrosa sonrisa.

Gimió de dolor al sentir la piel desgarrarse por la cuerda que casi exprimía su delgada muñeca. Era imposible, por más que lo había intentado no lograba soltarse de esas amarras. Su otra mano no estaba en mejores condiciones, evitaba forzarla más de lo prudente, ya que el profundo corte que se hizo al caer sobre el cristal podría volver a abrirse. El sangrado apenas se había detenido con la ayuda de la misma sangre que se había coagulado en la herida. Tampoco podía gritar, debido a la áspera mordaza que la cubría toscamente dañando la comisura de su boca.

Era inútil, no tenía la fuerza suficiente para liberarse y sólo conseguía agotarse aún más. Pateó sobre la cama con frustración, pero se negó a sí misma el llorar, hacerlo sería un signo de que su esperanza flaqueaba y eso no podía permitirlo.

Todo lo sufrido hasta ahora le había enseñado que la esperanza debía ser inagotable, que no importaba cuán oscuro y pedregoso resultara ser el camino, de algún modo, en algún momento conseguiría vislumbrar aquel destello que acudiría en su ayuda, guiándola hasta dónde se encontrara la luz. Ese destello tenía el nombre de esperanza, por lo nunca dejaría de confiar en que aparecería.

Inuyasha le había enseñado aquello, y la amada luz de sus ojos dorados se convertía en la luz que le daría fortaleza para luchar contra aquel obstáculo y la encaminaría nuevamente hasta sus brazos.

Jaló una vez más de la soga, poniendo en ello sus últimas energías... evitó pensar en el dolor que aquello producía en la muñeca laceraba, mordiendo la venda de su boca para amortiguarlo.

Un sonido en el exterior atrajo su atención, el pánico volvió a inundarla, ya que debía tratarse de Naraku que regresaba. Se arrepintió de haber gastado tantas energías en su infructuoso plan de escape, debiendo conservar el mínimo para lidiar contra él, ya que ese desgraciado de seguro pretendería llevar a cabo sus amenazas, abusando de ella.

Contuvo el aliento al escuchar el rechinar de la puerta de entrada, abriendo desmesuradamente los ojos por el miedo. Para su sorpresa no fue Naraku el que ingresó en el cuarto, sino una mujer... "¿Kagura?", pensó arrugando la frente al reconocerla.

La mujer le devolvió una mirada inexpresiva, caminando hacia ella recorriendo con la vista el rostro amoratado, las sogas que apresaban las muñecas bañadas en sangre, bajando hasta los tobillos.

- Kagome – murmuró con desdén – ¿Por qué será que no me sorprende esta situación? – preguntó a sí misma, sin hacer el menor intento por liberar a la joven – Es cierto... lo vi con claridad en su mirada el día de la fiesta – comentó reflexiva – Recuerdo bien como Naraku te devoraba con los ojos... esa llama de lujuria y deseo por tenerte brillaba de forma tan notoria – manifestó con rencor apenas contenido – Aun así la negué... me convencí que se trató sólo de mi imaginación – admitió sentándose en el borde de la cama. Con suavidad hizo a un lado el flequillo que caía sobre la frente de la joven – Seguro piensas que soy estúpida... Y sí, lo he sido en verdad... Hasta ahora

- Mmm mmm mmm – era lo único sonido que lograba emitir tras esa incómoda mordaza.

- Sé lo que quieres y lamento no acceder a ello. Estas circunstancias son de mucha utilidad para mis planes – anunció, poniéndose de pie – Has tenido mucha suerte Kagome, lograste echar por tierra cada uno de los planes de mi hija, pero ten presente que no será igual con los míos – advirtió girando para verla con una expresión divertida, cruzándose de brazos – ¿Sabes?, Kikyo disfrutaría mucho verte así, totalmente a su merced. Estoy comenzando a pensar que sería la única forma de que acabara de una vez por todas contigo. Mi propia hija ha resultado ser una completa idiota. Aunque tú... pareciera que tienes más vidas que un gato – profirió molesta, frente al desconcierto de la joven – De haber tenido éxito la primera vez, ahora estaríamos disfrutando de la herencia Higurashi, pero tu patética existencia siempre nos ha privado de ser dueñas de todo lo que, desde un comienzo, debió ser nuestro – declaró mirándola con los ojos cargados de rencor – Afortunadamente no sucedió igual con la maldita de Kaede. Eliminarla fue algo demasiado sencillo... Si querida, como lo oyes... Tu adorada abuela no murió por una falla al corazón, sino por un sofisticado veneno que en persona tuve la satisfacción de suministrar... Fui yo quien la envenenó poco a poco... Yo maté a tu abuela Kaede... – confesó riendo perversamente.

Continuará

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