Arcángeles Infernales [1] ✔️

By dalileum

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Secreto de medianoche. Adéntrate en el bosque de tus tinieblas y recorre los caminos del miedo, las esquinas... More

Prólogo
🌒🌑🌘
🌙 P l a y l i s t 🌙
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12 [final primera temporada] ✔️

Capítulo 10

168 12 2
By dalileum

Insisto nuevamente para intentar una nueva oportunidad con relación a mi comportamiento, queriendo solamente detención, pero el chico del consejo escolar se resiste a mis suplicas. Señalándome las normas y reglas escolares que desaté en un tiempo récord, impasible. Dando como resultado un castigo por días consecutivos, siendo bastante estricto a mi parecer.

—Cuídala—me entrega mi credencial en la palma de mi mano y la cierra en conjunto. Lo veo y niega lentamente. —La tiraste cuando te escapaste de tus responsabilidades desatadas—su tono ahora es firme y bastante serio, provocándome un largo suspiro de resignación.

—¿Qué tipo de castigo es el que aplicaré? —intento cooperar, guardando mi identificación en la bolsa pequeña de mi mochila.

Me mira de pies a cabeza y acariciando su mentón con barba creciente piensa en total silencio.

—La sanción designada se te dirá al termino de tus respectivas clases, ahora eres libre de irte y esperar mientras tanto—sonríe forzosamente, manteniéndose en su respectiva posición. —Te esperaré en la oficina del director—siendo lo único que faltaba y que no esperaba, comienzo a toser escandalosamente de la impresión al sentir la saliva irse de lado, abandonándome.

En alerta acude a ayudarme agarrándome de los hombros y diciéndome que mire hacia arriba, que no hable, le hago caso y con dificultad dejo de toser poco a poco, volviéndolo cada vez más incómodo.

—Director... hoy no...—me fuerzo a hablar aun tosiendo en el proceso. —Tengo club—lo miro al finalizar y veo la preocupación en sus ojos, aun recalcándome que aún no debo responderle.

—¡Sube la cabeza! —preocupado mira a los lados tal vez queriendo pedir ayuda, pero al no ver a nadie conveniente, con desespero agarra mi rostro y me obliga a mirar de nuevo el techo blanco del pasillo hasta que me logro tranquilizar. Agarro su mano sujetándome, haciéndole entender que es suficiente.

Siento un empujón que me hace ir a estrellarme contra uno de los casilleros y al chico casi caerse de espaldas, yéndonos en direcciones contrarias.

—¡No toques a mi amiga! —veo que se trata de Lina que tiene una expresión temible sujetando lo que parece su nuevo recopilador rosa con lo que promete darle al chico que la mira desconcertado, protegiéndose con sus manos.

—¡Lina, no! —me abalanzo sobre ella, poniéndome al frente del chico, sintiendo la tos volviendo, apoderándose de nuevo de mí.

—¡Janie! —corre hacia mí y hace la misma técnica para auxiliarme, pero con más suavidad, dándome también pequeños golpecitos en la espalda como a un bebé que necesita eructar. —¡Hubieras dicho algo! Es fácil de malinterpretarlo con un forzamiento—se dirige al chico a regañadientes.

Escucho que le dedica un » Já « muy irónico.

—Claro, en medio del pasillo transitado, con clases al lado y cámaras de seguridad grabando. Perdóname por mi descuido y acudir a auxiliar a tu amiga.

—No, no te perdono por la brusquedad con lo que lo hiciste—responde molesta.

—¡Tú te abalanzaste sobre mí! Ni te vi llegar—se defiende aumentando el tono de voz.

—Ni pasillo tan transitado, entonces—sintiendo que falto en esta conversación, al calmarme me suelto de los agarres de "Mamá-Lina" y miro a ambos negando.

—¡Suficiente! —interrumpo. —A ti te veo más tarde, en mi rato libre y si puedo. Y mientras a ti, vámonos a clase—agarro a Lina del brazo queriendo acabar con esto, pero él mismo me detiene.

—¿Cómo que si puedes? Es una obligación acudir personalmente a aceptar y hacerte responsable de tu falta con el castigo correspondiente que se te asignará—interrumpiéndome, se acerca a mí.

Escucho que Lina hace un sonido con respecto a que tenga cuidado con su cercanía.

—¿Castigo? —se voltea hacia mí y me pregunta confusa.

—Salí corriendo de mis respectivos "cargos" y el concejal Kamel Eleniak me lo estaba comentando, precisamente—me cruzo de brazos y rodeo los ojos al decirlo. Me ve levantando una ceja, aún perpleja. —Creo que fui un poco-mucho imprudente al perseguirte después de que me entregaste la credencial y desaté el poder de las normas escolares—le aclaro, levantado los hombros.

Intenta decirme algo, pero se contiene y se dirige a ver al chico.

—¡Qué estupidez! —con intención de darle ahora sí con el recopilador se acerca y yo no la detengo.

—Yo no haría eso si fuera tú, soy tu superior y puedo sancionarte por ser su servidor—detiene su intención y se hace hacia atrás.

—Y si sí, en ese caso, ambas recibiremos el respectivo castigo, ¿no? —lo reta, cruzando sus brazos con cierta dificultad.

Eleva las cejas con aire de superioridad y se acerca a ella imitando su pose, casi chocando. Mirándose directamente.

—Lili, no es necesario...—le susurro, queriendo llamar su atención, pero mantiene su postura.

Ignorándome, siguen mirándose hasta mirar al castaño que le sonríe plenamente.

—Nos vemos más tarde, Lili—dedicándole, se gira dándonos la espalda a lo que Lina ni se inmuta hasta segundos después.

—Eres un imbécil y un muy mal "servidor", Kam—le responde seriamente.

Abro los ojos con impresión y el chico se detiene al escucharla pronunciar esas palabras.

—¿Qué dijiste? —se voltea con lentitud.

—Escuchaste perfectamente. Mi amiga es nueva y a pesar de no tener idea, eso es abuso de poder, aprovechamiento de tu puesto. No has cambiado—responde con amargura, hasta mirarlo severamente estando él viéndola con seriedad. —No nos hagamos los desentendidos, si vas a castigar a alguien que sea a mí, aunque al parecer eso te satisface desde que te mandé a la mierda—suelta con desprecio. Sólo puedo mirarlos por turno, incómoda.

Ríe.

—El mundo no gira alrededor de ti, querida. Aunque si estás dispuesta, entonces nos vemos más tarde para sancionarte debidamente y ahora sí, "satisfacerme" como bien dices—sonríe cínicamente.

—Vete al infierno...—ella susurra, con lentitud.

—Acompáñame—intenta tocarle la mano, pero me adelanto y la arrebato de sus intenciones hacia conmigo, como un impulso por frenar este momento.

Lo miro frunciendo el ceño, manteniendo mi mirada firme en la suya que me corresponde, transmitiéndole mi disgusto. Persisto y siento mis ojos brillosos, sintiendo como si algo picante me hubiera caído, creyendo que se trata de un mosquito o algún bicho. A penas dura unos segundos antes de que vea que agacha la mirada tallándose los ojos con rapidez, compartiendo mi reacción, pero al parecer con más intensidad. Parpadeo tratando de incorporarme, extrañamente funcionando.

—Nos vemos en el infierno, entonces—le dedica con el delicado gesto de levantarle el dedo medio mientras él la mira con dificultad.

—Vámonos—la jalo conmigo, alejándonos de esa intensa y peculiar escena presenciada, sintiendo la mirada del chico a nuestras espaldas, apuñalándonos.

Al regresar a la clase, todo siguió con normalidad, al ritmo sarcástico del maestro y su manera de explicar algunos problemas en el pizarrón. Pasando a voluntarios y a otros no tanto y en el proceso dándoles una paleta como premio al que respondiera correctamente. Hecho que hizo reír a la mayoría, pero en los que no, se encuentra Lina que aún parece molesta, tensando la mandíbula. No quisiera ser indecente, pero a lo mejor necesita desahogarse y ser escuchada, que es algo que con gusto haré.

—¿Quieres hablar de lo que pasó? —me acerco a decirle con tono bajo.

Se gira a verme y suspira.

—Realmente no vale la pena—se limita a decir, notando que se fuerza.

—Pareces necesitar decirlo.

—¿Y tú a escucharlo? —cuestiona.

—Por supuesto—le sonrío e incito su sonrisa.

—Bien, pues se trata de un chico que conocí en una reunión de amigos, no supo aceptar correctamente el rechazo y desde entonces ha intentado molestarme, lo peor es que lo logra con su "juego de poder"—se encoge de hombros, jugueteando con un borrador de pastel que tiene.

—Ignóralo y demuéstrale que no te importa, aunque no sea así. Ese tipo de personas no merecen que le prestes atención porque ahí seguirán—le aconsejo tomándole la mano, apoyándola.

Asiente concordando.

—Lo intentaré—sonríe dulcemente, apretando mi mano.

Le sonrío mirándola.

—Al fin y acabo, "Amor al odio"—le comento un dicho personal.

—Pues si me dices en qué lugar del mundo se muestra el afecto con una patada donde más "amor" siente, lo haré con gusto—ocurrentemente se echa a reír, provocándome reír ruidosamente en conjunto.

—Señorita Kuhn, es la siguiente en tratar de conseguir su paleta—el maestro la llama y se va haciéndose la desentendida con una sonrisa fugaz. Niego sonriéndole, viendo que, a pesar de no estar atenta, resuelve las fórmulas con desenvoltura.

Siento la mirada de alguien y volteo dándome cuenta de que se trata del mismísimo "señor oscuro" que, al verlo, se voltea inmediatamente. Me le quedo mirando, devolviéndole, pero ni se inmuta. Vuelvo a mirar al pizarrón observando los avances de Lina que está resolviendo una ecuación de cuarto grado, siendo casi una invocación con números.

—Necesitamos hablar—le escucho susurrarme manteniendo su posición atenta al frente. Inevitablemente la sorpresa me cuestiona.

—¿Sobre qué? —me acerco para responderle, dudosa.

—Acordar términos—sonríe ampliamente, girándose.

No entendiendo, me le quedo mirando, esperando que lo diga con más exactitud, aunque no añade ningún detalle y se gira como si nada.

—Te veo en el almuerzo—me dedica como último, mirándome serio y apuntando con la barbilla a la salida.

—Li...—la campana me interrumpe y sus movimientos rápidos, siendo el primero en salir del salón.

¿Cómo es que sabe justamente en que momento suena la campana? ¿Tiene un sensor o algo? Rayos.

Queriéndolo alcanzar, guardo mis cosas desordenadamente en mi mochila y la agarro para salir casi corriendo detrás de él, pero al llegar al pasillo, no hay ni rastro suyo. Siento que alguien me agarra y se trata de Lina quien me mira desconcertada.

—¿Todo bien? —cuestiona con angustia.

Asiento aun mirando a los lados.

—Es bastante impredecible—le digo.

Sonríe con gracia.

—Ambos lo son.

Le sonrío pensando en lo mismo, concordando.

—¿Estás mejor? —desvío el tema, queriéndome enfocar en ella.

—Completamente, tengo cosas mejores en las que pensar como concentrarme en no caerme de nuevo con mis plataformas nuevas—de forma más animada apunta a sus zapatos negros con lentejuela que tienen bastante altura, incluso me rebasa por unos cuantos centímetros que son más notables de cerca. Son muy lindos, pero seguramente muy incómodos.

—Eso explica tu caída repentina frente a la llamada—me echo a reír.

—¡Cállate! —me da un codazo. —¡Ahora tengo curitas de Mickey Mouse en mi rodilla izquierda! —se baja la media de color negra que lo ocultaba y se apunta fingiendo indignación con un puchero. —Sólo había infantiles en el kit-exprés de viaje del Seven Eleven.

Veo sus delgadas piernas y efectivamente ahí están, causándome gracia por la ironía.

—No parece algo muy diferente a tus usuales gustos—le sonrío burlona a lo que me avienta levemente exclamando un » ¡Ey! « mientras se acomoda la media al mismo tiempo en que caminamos por el respectivo pasillo. Recordándome su desventura de la tarde en que al estar esperando finalizar el trabajo del jardinero, se le hizo tarde y empeoró todo cuando confundió a una rata con lo que era en realidad un topo que se metió en su casa, casi dándole un palazo aunque terminó enterándose, dejándolo en libertad. Seguimos en marcha mientras nos reímos a carcajadas. Olvidándonos del drama ocurrido.

Coloco una foto más al mural escolar donde estamos Corey y yo arreglándolo para este nuevo mes de septiembre. Las actividades, los eventos, los anuncios, las novedades son organizadas, pegadas y decoradas hasta llegar a mi trabajo actual que es hacer un collage con las fotos de las competencias mensuales. Casi terminando con nuestra dinámica colaborativa que ha sido divertida y ocurrente hasta que tuvo que ir por su cámara a su casillero, no diciéndome la razón para su respectivo uso. Dejándome sola siguiendo con el atractivo visual que las increíbles fotos poseen, desde la calidad hasta la edición con una paleta de colores vibrantes. Al ser una tarea sencilla prosigo sin distracción alguna, incrementando al ponerme los audífonos y escuchar «Starboy deThe Weeknd»   observando brevemente las fotos que tengo que pegar, pasando de una a la otra, moviendo la cabeza con ritmo, hasta acomodarlas en el collage. Pego una a una con silicón frío en forma circular, queriendo hacer la forma de un balón de baloncesto con el orden debido.

La diversidad de personas en las fotos es enriquecedora, interesante y llamativa, incluyendo los deportes variados, enfatizando en una foto en específico que me deja quieta observándola. Se trata del mismísimo chico que me deja con dudas e incitaciones con unas cuantas palabras y sobre todo sus acciones significativas, practicando lo que parece karate en una posición de ataque, llamándome la atención la cinta negra que tiene. Dejándome claras las razones de su marcada fisonomía de una forma que no me esperaba en absoluto, siendo hasta irónico con el recordar de sus palabras.

El ángulo, la calidad y el enfoque es perfecto, se ven sus cabellos en el aire y el movimiento claro, el color vivo de la imagen, justo en el momento. Al apreciar la precisión de la fotografía no me doy cuenta de que tengo a Corey en frente de mis narices apuntando su cámara profesional a mi rostro. Diablos. Reacciono evitándolo con una sonrisa tímida.

—¡Te moviste! —dice decepcionado, alzando los brazos.

—¿Qué tramas? —me giro discretamente ocultando la foto que veía para poder verlo directamente, fingiendo quitarme solamente los audífonos al voltearme, asegurándome de que ya no tenga la misma intención.

—Olvídalo—ríe acercándose. —Suelo tomar fotos a personas cercanas para probar nuevas técnicas y también incluyéndolo, inmortalizar el momento.

Niego desaprobándolo con una ligera sonrisa.

—Avisa a la próxima, las fotos desprevenida no son lo mío—sostengo las fotos faltantes en la mano izquierda y en la derecha el silicón con los dedos llenos de brillantina plateada como toda niña de preescolar.

—Ni las de nadie, pero eso es lo mejor, la expresión natural—me sonríe viéndome, le respondo igual hasta que mira el collage con impresión. —Es realmente fantástico y el diseño original. Gran trabajo, asistente—me acaricia el cabello con una sonrisa dulce que correspondo. —¿Te falta mucho?

—En realidad no—le sonrío agradecida y al notar que mira las fotos en mi mano, me apresuro en seguir con mi trabajo, pegando la foto de una chica al azar con cabello rojizo. No añade nada más y sólo se dedica a mirarme seguir, lo veo de reojo prestando atención, siguiendo con cada una hasta llegar a la que observaba cuando fui pillada in fraganti. Mantengo la misma táctica hasta que lo escucho toser, asustándome.

—Shay...—lo escucho decir, tal vez pensando en voz alta aunque la curiosidad me hace voltear a verlo, prestándole atención. —Recién obtuvo su cinta negra, es bastante hábil—dándome detalles que no pedí, pero tampoco me arrepiento de escuchar, una sonrisita divertida se dibuja en mi rostro.

—Lo parece—me limito a decir segundos antes de bostezar con cansancio.

—Es momento de un descanso, aprovecha que nos falta menos para terminar—me quita las cosas de las manos. Negándome me acerco para quitárselas, pero se resiste.

—Terminaré en menos de 10 minutos, devuélvemelas—intento de nuevo, pero se aleja, con intención de llevárselas consigo.

—Terminarás en el suelo si no almuerzas, yo lo finalizaré. Anda, ve por un café y uno para mí también—me hace señas con una enorme sonrisa motivante a lo que sólo puedo resignarme en hacerle caso con una sonrisa forzada.

Lo veo por última vez antes de girarme y caminar en dirección a la cafetería donde hace días que no pongo un pie debido a que quiero adaptarme al máximo a la nueva rutina temporal y los deberes correspondientes adoptando nuevos hábitos productivos y fructíferos, aunque un poco ermitaños. Alejándome momentáneamente de mis nuevas amistades y la fila para el almuerzo, siendo lo último como algo que no me arrepiento.

Entro a la numerosa cafetería dirigiéndome a la zona de bebidas, formándome en una fila mediana con pesadez al tener que esperar, pero mientras veo el variado menú. Ya que no me especificó pediré dos cafés americanos calientes con más azúcar de lo usual como a mí me gusta, espero que a él también.

Al pasar el tiempo bobeando en los alrededores y buscando conocidos con la mirada, no obteniendo éxito, decido sacar el libro viejo que saqué del ático para analizarlo una vez más desde la primera a la última página sin obtener nada clave. Su textura es peculiar y el color de las hojas son clásicas para un libro de hace bastantes años. Bufo resignada, tal vez debería ir de nuevo a la biblioteca para aprovechar la entrega de los libros rentados que no necesito más. Al llegar mi turno, pido la orden y mientras espero guardo el libro en mi mochila, pero desgraciadamente se deshoja a lo que reacciono con velocidad recogiéndolas, gruñendo.

—"La energía no se crea ni destruye, sólo se transforma"—una voz conocida habla a mis espaldas, asustándome. Me levanto enseguida con las hojas en la mano derecha y la mochila en la otra, viendo al mismo chico que quería hablar conmigo ofreciéndome una sonrisa divertida.

—¿Dos americanos con azúcar extra? —el dependiente con rasgos asiáticos pregunta mirando a los lados.

Me giro para responderle.

—Aquí—el chico se adelanta, tomando la pequeña bandeja entre sus manos, haciendo un gesto con la cabeza de agradecimiento al dependiente. —¿Vienes? —comienza a caminar alejándose. Me apresuro en guardar torpemente las cosas y corro detrás suyo, poniéndome la mochila.

Abro la boca para dirigirme hacia él, pero se para en seco.

—¿Estás ocupada? —gira un poco su rostro para verme.

—¿Tú qué crees? —le respondo apuntando con la barbilla a la bandeja, cruzándome de brazos.

Sonríe.

—Sígueme—se gira y vuelve a caminar, dejándome atrás.

—¿A dónde...? —al preguntarle confusa, sale de la cafetería y dobla a la izquierda, desapareciendo. —¡Espera! —corro con energía hasta ir a su paso y jalarlo del hombro con más fuerza de la que planeaba, provocando que un poco del café caliente salpicara en sus manos. Boquiabierta intento ayudar, pero me entrega la bandeja con brusquedad, mirándome con intensidad por unos segundos en que sus ojos reflejan mi rostro antes de alejarse con velocidad. Sin pensarlo, sin razonarlo lo persigo con extrañes, en silencio, bajando y llegando hasta la parte trasera de la escuela donde está el jardín. El viento helando me enfría la cara, provocándome escalofríos, sin embargo, la adrenalina me incita a seguir al verlo doblar en una jardinera mientras se pone la capucha del suéter oscuro que típicamente viste.

Lo sigo, teniendo cuidado con los cafés, no queriendo perder el hilo de su paradero. Al doblar, veo una escena maravillosa de lo que es un laberinto natural y enorme, combinado con la niebla que le da un toque bastante misterioso e incitante. Los tonos verdes y gris se combinan en un escenario similar al de una película de terror, no provocándome el mismo efecto, sino al contrario. Suspiro mirando al frente mío antes de aventurarme dentro, con seguridad y cuidado. Comienzo el recorrido con paso firme, mirando a los lados y sintiendo más frío, aún más y más al girar y seguir lo que mi instinto deduce como correcto. Me detengo en unos puntos, pero prosigo al analizar los caminos hasta llegar a uno sin salida, maldiciendo. Escucho pisadas, ramas sonar, algo arrastrándose. Volteo a todos lados, no veo nada, la niebla no ayuda.

Con determinación retracto mi camino y tomo otro, siendo derecha, derecha, izquierda, derecha hasta sentir que doy círculos, parándome. Me dan escalofríos, el frío no ayuda, decido dar un sorbo al café, ayudándome, pero escucho a alguien pisando una rama. Me giro bruscamente, nada. Alguien avienta una piedra, doy un paso atrás y vuelvo a mirar. Frunzo el ceño con perplejidad. Me acerco a la piedra y la tomo con una mano, está helada, la aviento con fuerza a lo que el eco intensifica.

Vuelvo a caminar hasta llegar a lo que parece un pequeño estanque con estructura oriental y arbustos con rosas blancas a los lados. Hay un puente de madera en el medio y en el otro extremo del lugar está lo que parece otra entrada u otra salida en la que poco a poco mientras desaparece la niebla, una figura se dibuja. Una figura masculina que parece estar esperando atentamente. Me le quedo mirando quieta, atenta. Es él, su fisonomía no miente. Los segundos pasan y parecen minutos hasta ver movimiento, se está acercando. Mi corazón comienza a acelerarse. Me ingenio una defensa, puedo tirarle los cafés calientes y defenderme con la bandeja, con eso en mente me acerco decidida, sin miedo. Él también avanza, hasta encontrarnos cara a cara en medio del puente, mirándonos con dificultad, su expresión es seria hasta acercarse, lo que me alarma, pero no me muevo. Me mantengo intacta.

—Deberías relajarte—agarra el otro café y le da un sorbo que suena. Sus labios se curvean. Me mira a los ojos, lo veo igualmente, pero con seriedad, él en cambio sonríe plácidamente dejando el café donde mismo. Toma la bandeja, intenta quitármela, me niego, aferrándome a ella. Me ve divertido, yo lo miro y niego con lentitud.

—Deberías hablar—le digo incitándolo.

—Confía—se da la vuelta y camina alejándose. —Deja tus cosas—ordena y veo como él hace justamente eso, aventando su mochila a una esquina antes de regresar. Con temor me doy la vuelta y dejo mi mochila con cuidado hasta escuchar que se aclara la garganta. —Y también deja el servicio, camarera—añade con un tono burlón. Rodeo los ojos queriéndome negar, pero queriendo que él también confíe, hago justamente lo que dice, trayéndome consigo un libro clave.

Dándome la vuelta con incertidumbre me acerco a él que está esperándome donde mismo, mirándome sin dejar escapar ningún detalle.

—Estarás a mi disposición—es lo primero que dice al estar delante suyo. —Me servirás solamente a mi—siento mi quijada llegar hasta el suelo y al subsuelo de la impresión.

—¿Qué te hace creer que yo seguiré tus palabras? —me burlo.

—No sólo las seguirás, sino que las adorarás—pellizca mi mejilla con fuerza, indignada le quito la mano con fuerza, pero aprovecha para atraparla con la suya. —Te conviene estar delante de un ser como yo, puedes obtener lo que desees si decides ser cuidadosa y selectiva con lo que haces y dices—haciendo énfasis, pone el dedo índice de mi mano sobre mis labios, marcando la seña de mantener silencio. —¿Qué es lo que deseas? —me suelta, acercándose más, tratando de ponerme nerviosa o intimidarme, algo que no logrará.

—Esto—le paso el libro que mantenía en mis manos con fuerza sobre el abdomen, haciendo que se queje. —Apoyo mutuo—sonrío con delicadeza, agudizando el tono en conjunto.

Lo contempla entre sus manos y lo analiza con rapidez. Al instante, sus ojos se abren y en su rostro se marca su ceño fruncido.

—De ninguna manera—cierra el libro bruscamente y se lo lleva consigo. —Me desharé de esto—retrocede.

—¿Qué? —reacciono de impresión. Lo sigo y con facilidad le quito el libro, mi libro.

—Es una mala idea, devuélvelo—frustrado se acerca, me niego, abrazando el libro. Intenta quitármelo, pero corro, persiguiéndome.

—¿Por qué? —cuestiono confusa.

—¡Es peligroso, dámelo! —forcejeamos, en todo momento me niego y lo protejo como puedo.

—¡¿Por qué es peligroso?!—replico con un tono bastante alto, perplejo. La cabeza me da vueltas, necesito respuestas.

Corro alejándome al otro extremo, huyendo de él y sus intenciones. Dándole la espalda.

—¡Porque es un puto libro prohibido de magia! —grita desesperado y a la vez aterrado.

Mi corazón deja de latir, mi cuerpo de reaccionar, sólo puedo permanecer estática, estupefacta.

El sonido de sus pasos acercándose me hacen volver, girándome y mirándolo con terror.

—¡Olvídate de todo, joder! ¡Olvídame de una puta vez! —me sostiene agarrándome con fuerza de los hombros, mirándome fijamente, tan cerca que puedo ver sus pestañas largas, sus ojos azules moviéndose con desespero y sus cejas pobladas frunciéndose, marcándose. Hasta revivir en carne el recuerdo de la primera vez que lo conocí al ver aparecer sus grandes, detalladas y oscuras alas, rompiendo la ropa que llevaba en el torso, dejándolo al descubierto. Me obligo a mirarlo con intensidad sintiendo el mismo picor, el mismo fuego en el interior, apretando el libro conmigo hasta ver que cierra sus ojos y me suelta para tallarse. Cierro los ojos sintiéndolos lagrimear. Unas luces parpadeantes aparecen cuando abro los ojos y todo se vuelve lento, despacio, en cámara lenta hasta escuchar sus reclamos en eco, con lejanía antes de ver todo oscuro y sentir lo helado impactar contra mi cuerpo.

Abro lo ojos con lentitud, me pesan. Siento que floto, siento mucho aire, el aire helado. Mi cuerpo está pesado, mi cabello empapado. Azul grisáceo es lo que veo, el cielo. Unas manos me sostienen y un ruido rompiendo con el aire me hace querer buscar la razón, miro al lado y es la misma persona que esperaba igualmente con el cabello mojado, mirándome con detalle, con seriedad, aunque puedo notar cierta preocupación en sus temblorosos movimientos, sus enormes alas oscuras que son extraordinarias, detalladas, únicas. Las gotas caen, miro hacia abajo, estamos volando, estamos en la nada, siento tanta calma. Una corriente me hace temblar, estremecerme.

—Shhh—lo escucho decir, sosteniéndome con más fuerza en sus brazos, acurrucándome.

—Lion...—es lo único que puedo articular con una delgada voz antes de caer rendida, viendo todo en una oscuridad impresionante.

Al abrir los ojos lo primero que veo es una luz blanca iluminándome el rostro. Me siento débil, mareada. Tengo frío, temblando veo a los lados, acostada en una camilla de enfermería. Hay cortinas blancas cerradas, al lado de la cama hay mesitas en la cual la izquierda se encuentra mi mochila y el libro que ahora está empapado. Los recuerdos me vienen a la mente, toco mi cabello, siento mi ropa, están secos. Me levanto, sentándome y me arropo con las cobijas beige mirando todo, inquieta.

—¿Cómo fuiste capaz de tal aberración en plena luz del día, Lyonnethe? —una voz conocida, masculina, irrumpe el silencio con su tono imponente. —Rompiste uno de los mandamientos que son estrictamente dirigidos por una buena razón.

—Haces demasiado drama. Justamente cuando despierte no se acordará de nada, o eso espero, pero sino, créeme que sabré qué hacer—habla la persona causante de mis mayores dudas y que por esta ocasión, no es la excepción.

—Eso es una gran irresponsabilidad por tu parte, no podré solapar tus desgracias una vez más.

—¿Me acusarás con la O.T.A o Papa negro? Nada me haría más feliz—su tono sarcástico aparece y mis preguntas en cada palabra clave también.

—Tendrán que enterarse—replica con firmeza. —Es la maldición atentada. La nuestra.

Hay un silencio inúndate, mi corazón late rápidamente esperado más, aún más, convenciéndome de que conozco la voz. Al esperar y no recibir respuesta alguna, me animo a levantarme, tocando el frío suelo al no llevar calcetines, ni zapatos. Busco instintivamente, no encontrando nada.

—La cual es involuntaria, conoces mi metodología. Al carajo toda esa mierda—prosigue, incitándome a ver. Me acerco de puntillas, con cautela, abriendo un poco la cortina y ver a ambos chicos, uno del cual no tengo duda, con una camisa gris, sostenido una bandeja en sus manos que no puedo ver el contenido al estar de espaldas y el otro con la voz conocida, es el mismo Kamel llevando consigo un portapapeles. Sorprendida, me quedo quieta, con sed de dudas, de la verdad de su complicidad, de sus palabras.

—No podrás siempre encerrarte en tu mundo y huir de la realidad, de tu realidad—el castaño habla, digiriéndose hacia a él, dándole un regaño junto una pequeña lección que, no desconcertándome, le importa al otro un comino, negándolo.

—Mírame—lo dice entre dientes, volteándose y retándolo. Cierro la cortina con suavidad, echándome a correr y apresurarme al ver las sombras acercándose. Casi brinco a la cama, cobijándome y cerrando los ojos como si nada hubiera pasado o eso tratando de aparentar. Escucho la cortina abrirse en un movimiento rápido seguido de la voz de Kamel acorralando al chico. Suspira agobiado y deja al lado mío, en el pequeño mueble lo que parece ser la bandeja. El regaño sigue, diciéndole las mismas palabras de que debe hacerse responsable, ser cuidadoso, civil, dejar de llevarse por sus impulsos y por primera vez actuar debidamente, con el fondo de escuchar cubiertos siendo acomodados a un lado acompañado de susurros maldiciendo. Siento cosquillas en mi garganta, trago saliva, no funciona, respiro con insistencia, tampoco ayuda.

—¡Ya! —grita furioso, provocándome que apriete los ojos y tense los labios para evitar mayormente toser, pero es imposible y me termina venciendo.

Toso fuertemente, raspándome la garganta. Me ayuda a sentarme y veo a Kamel con toda la intención de volver a acudir a su rescate, pero Lion extiende el brazo, evitándolo. Toma un vaso térmico del mueble y me lo entrega para que beba lo cual hago, sintiendo una caliente y dulce bebida, es chocolate. Al calmarme, me quita el vaso, tocando mis dedos en un movimiento rápido, está helado. Lo veo y me observa el rostro con atención, enfocándose en mis ojos.

—¿Cómo te sientes? —me pregunta aun observándome con un tono preocupado, pero permanezco callada, mirándolo seria, confundida. Su cabello está seco, su ropa es atípica a su estilo frecuente, aunque su marcada fisonomía y su expresión parece auténtica.

—Llamaré a la enfermera—Kamel con impaciencia se echa a correr, escapando.

Sin necesidad de responderle se adelanta a tocar mi frente y sentir mi temperatura corporal.

—Estás helada, toma un poco más—con intención de entregarme el chocolate me lo acerca, pero lo rechazo con la mano.

—No necesito más chocolate, necesito respuestas—me cruzo de brazos, negándome y mirándolo directamente a los ojos. Deja el chocolate y me ve de igual manera, luciendo más neutral u obligándose a aparentarlo. —¿Qué pasa? —me atrevo a confrontarlo.

—Te desmayaste—responde al instante.

La garganta se me seca, la molestia aparece al notar que quiere evadir el tema con lo obvio, así que me obligo a actuar cordialmente.

—Tengo claro que perdí la conciencia, pero perdí más el hilo de la situación que de costumbre—suelto con firmeza.

—No debes procesar toda la información de golpe, ¿Qué es lo último que recuerdas? Puedo orientarte desde ese punto de partida en que...—lo dice de forma calmada, pacífica. Otra característica atípica que me hace desconfiar aún más.

—Estoy perdida, no estúpida. Para tu desgracia, me acuerdo exactamente de todo, "señor oscuro" y no tengo miedo al decírtelo—mantengo la mirada fija, seria, notando que curvea sus labios en una ligera sonrisa.

—¿Qué es todo para ti? —se sienta a mi lado, acercándose, no me muevo, permaneciendo en la misma posición.

Bufo, ladeo la cabeza y lo miro con ironía. Agarro su mano que la mantenía extendida en la colcha y su helada piel se junta con la mía, uniéndose, a lo que él no desprecia.

—¿Nuestro acuerdo sigue en pie o quieres que finja que no lo recuerdo? —le cambio la jugada, con el mismo tono que el de mi expresión. —Olvidando nuestra conveniencia e intercambio de ser aliados.

—El hecho de que nos ayudemos mutuamente no significa que seamos aliados—sonríe búfanamente, diciéndolo confiado.

—Pero sí cómplices—elevo los hombros, sonriéndole de igual manera.

Niega con lentitud, desune nuestras manos y extiende la mía, tendiendo la palma, moviéndose cuidadosamente para traer el termo de chocolate y poniéndolo sobre ella, sintiendo la calidez. Lo veo perpleja hasta que lo presiona y siento incrementar el calor hasta volverlo molesto, quejándome.

—Si no estás en la disposición de quemarte al ir por el fuego, entonces no trates de avivar el incendio que ahora yace en cenizas. Retrocede y retráctate si no eres lo suficientemente audaz para no temer a las llamas del infierno, de su infierno—aleja el termo de mi mano, pero al notar que quiere alejarlo, lo agarro con la otra mano, arriba de la suya, interrumpiéndolo.

—Puedo más que consumir ese infierno, ser parte de él. Incrementarlo sin temor, sin perdón—aumento la fuerza, mirándolo a los ojos. Nuestro color claro se intercambia al mirarnos con atención y se mantiene en un hechizo de segundos en que nuestra seriedad, nuestro silencio se intensifica.

—¿La señorita Jane Rhyes Kennedy? —llama una voz femenina detrás de la cortina. En un movimiento rápido, coordinado nos alejamos y deja el termo en su lugar, levantándose y alisándose la camisa de manga corta, ajustada. Pareciendo que no es suya o resulta incómoda usarla. —Se le hará una revisión médica para proceder con la evaluación y verificar su actual estado de salud—tratándose de la enfermera, repite al no tener respuesta.

—La tercera camilla—Lion exclama fuertemente, presenciando la silueta acercándose me incorporo y me acuesto, como si nada hubiera pasado. Él mismo se acerca y me ayuda a arroparme con rapidez, acomodándome la almohada para estar más cómoda.

—Descansa, Jane—se acerca aún más, dándome un beso en la frente con lentitud, con suavidad y sonriendo ligeramente antes de levantarse y girarse para irse, a la par en que la enfermera llega. Tratándose de una mujer mayor, con una expresión amigable y un peinado recogido mostrando sólo su flequillo color rubio, sosteniendo un maletín médico. Comienza a hablarme animadamente, mostrándome una sonrisa contagiosa mientras comienza a sacar algunos instrumentos, le correspondo la sonrisa. No pudiendo evitar mirar al chico irse con prisa, sin intención de mirarme por una última vez después de su espontánea acción de afecto o eso demostrando para intentar confundirme, hacerme pensar o incluso siendo un impulso. Lo peor o mejor para sí mismo es que ha logrado hacerme pensar en todas las opciones con un simple y sencillo gesto.

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