La chica del fútbol

By auynex

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Me llamo Nayla, tengo 17 años, y mi hobby favorito es meterme en problemas. Por algo soy la mano derecha del... More

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Camino hacia la muerte
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¿Fin?

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By auynex

—¿Dónde van? ¡tenemos que estar escondidos! —se queja Milo, pero sale al patio casi antes que yo. 

Nos ponemos al lado de las gemelas en la entrada a la residencia y al lado de otros cuatro que Margot conoce para esperar a que el chófer abra la puerta trasera de la limusina.

Un pie, con zapatillas de 200€. El otro. Unos pantalones caquis, de estos típicos. Un polo blanco de Lacoste. Vale, le sobra la pasta. ¡Si hasta lleva reloj! Y gafas de sol. Y el tupé rubio que le vi en las fotos. Y un moreno de rico. Moreno de me voy de vacaciones con mis papis a la playa nada más acabar los exámenes mientras vosotros empezáis a buscar trabajo para verano. 

Qué guapo se cree entrando por la puerta de la academia. Los que han salido como nosotros de la residencia ahora están dándole la bienvenida en el centro donde se unen los caminitos de tierra. Ni que fuera Kevin.

—Ojalá fuera nuestro Christian Grey —Margot me da un codazo juguetón y suelta una risita. Ya sabes, las hormonas—. Viene ahora porque estaba de vacaciones en Ibiza.

¿Ves? Moreno de rico.

—Es el hijo del señor Bunge, ¿lo conoces? 

—Sí, he oído hablar de él. —A Carlo, por ejemplo. Margarita sigue suspirando a mi lado:

—Es el chico más popular de nuestro instituto, creo que es el crush de la mitad de nosotros.

¿Van al mismo instituto? Por eso debe conocerse con los amigos de Bunge que estaban esperándole. Así que Margot también es de Whitehall.

—Si que deben dar sus papis plata a la academia, alto chupamedias —se burla Milo, haciendo que deje de mirar a Margot. Al volver la vista al recién llegado, veo que el director le está recibiendo personalmente.

Tiene que ser una broma.

Joder, que hasta el director lo conoce, que es demasiado importante. ¿Dónde cojones me he metido?

El chófer saca las maletas y Christian se dirige hacia nosotros. Bueno, hacia la residencia, pasa a nuestro lado sin mirarnos. Milo lo insulta por lo bajo porque tiene envidia de que lleve ya a una chica colgada de cada brazo diciéndole que le van a enseñar la academia. 

A ellas las mira, a mí no. 

Normal, mira qué bonito tienen el pelo y la piel. Yo lo tengo en un moño porque se me pone grasiento en seguida y la piel quemada por estar todo el día en la calle. Y qué mona y ¿veraniega? es su ropa y qué bien les queda. Y yo soy un palo con una sudadera en julio. ¿Cómo voy a llamar la atención de un chico así... siendo yo así?

—La loca de tu amiga y su hermana también se fueron detrás del trolo. —Creo que mi confianza también se ha ido detrás de él para tirarse por la primera ventana que vea, Milo—. ¿Por qué tenés esa cara de orto otra vez? ¿vos no te calentaste con el Justino?

—Tiene demasiadas maletas. 

¿Tú lo has visto? ¿tú has visto a ese chaval? ¿al puto Christian Bunge? Que parece un principito, joder, que no es justo. Y luego estoy yo, aquí, con... con... Joder, qué mierda todo. ¿Qué voy a hacer para llamar su atención?

¿Por qué había dado por hecho que iba a caer rendido a mis pies? Me he emocionado tanto por haber entrado a la academia que no me he tomado en serio la parte del secuestro.

—¿Venís?

Suspiro y voy detrás de él cuando me muestra el balón de Topo que por las prisas ni ha dejado en la habitación. Hay gente tirada por el césped, el sol ya está bajando y la brisa por fin refresca el ambiente. Se oye una canción indie en un altavoz. 

No quiero perder esto, esto es normal. Es lo que quiero en la vida. Una tarde de verano tranquila, jugando a fútbol con gente que le apasiona lo mismo que yo, sabiendo que cuando me canse tendré una ducha, comida y una cama. No una tarde en Barracas planeando qué robar, en qué trabajo temporal dejar que me exploten o a quién contactar para ayudar a Carlo en sus negocios para poder tener al final del día algo de comida, una botella de vodka barato que sabe a colonia y algún lugar con música alta para ponernos hasta el culo y olvidarnos por una noche de la vida de mierda. 

Merezco algo mejor. Merecemos algo mejor. No quiero perderlo por un niño pijo.

Nos sentamos sobre el muro del campo porque Milo dice que no quiere entrar de nuevo, aunque los perseguidores de antes eran los otros dos que se han ido con Bunge y las chicas.

Milo me cuenta un poco sobre su vida, que vino de Argentina con nueve años y todavía no ha podido volver, y que está aquí porque le ofrecieron bastante pasta y así podrá ayudar a sus padres. Es un tío legal, después de todo.

Igual que para Amira, para ellos también debió ser duro dejar todo atrás para venir a un lugar nuevo a matarte trabajando para buscarte la vida.

Así que cuando me explica que su madre trabaja en peluquerías y cuidando a abuelos pero ahora no encuentra mucho trabajo, le digo que puedo proponerle a Zenda que la meta en la pelu porque últimamente se quejaba de que las chiquillas que llegan no les duran nada. Su sonrisa de diablillo vuelve a aparecer cuando me da las gracias, aunque ahora ya no me parece tan granuja como antes.

Lástima que arruine el momento cuando le presiono para saber quién le ha ofrecido tanto dinero para venir aquí, cuál es su segundo trabajo a parte de El Jefe. Me ha dicho que "es para hace un favor a alguien".

—¿Y cuál se supone que era la misión de ese tal Martín aquí? ¿por qué ha sido tan fácil que le pillaran la droga? ¿o acaso quería que lo descubrieran?

Él interpone el balón de Topo entre nuestros cuerpos para evitar que acabe por pegarme a él. Lo he puesto nervioso, lo que quería.

—¡¿Vos te escuchás?! —la voz le sale más aguda de lo normal, definitivamente me está escondiendo algo—. Iba a ayudarme a amenazar al dire para que cierre el orto cuando eso pase.

—¿"Eso"?

Se aparta de mí y se baja del muro.

—Vos sabrás, no me explicó ni quiero, posta —de nuevo esa mirada de "eres solo una cría que no tiene ni puta idea de qué hace", como cuando me ha dicho lo del soborno—. Solo sé que acá le harán algo a uno de estos pibes y cuando pidan explicaciones yo habré convencido al viejito para que no sea un sapo.

Joder, sí que ha implicado Tabone a gente en todo este asunto.

—¿Por qué iba a hablar el director si ha aceptado el dinero para que estemos aquí dentro? —Me la pela que Milo me ponga mala cara porque no quiere seguir hablando de esto, llevo toda la tarde haciéndome preguntas y ya es hora de aclararlas—. No será tan subnormal de pensar que El Jefe paga para que entremos porque le ha dado por hacernos regalitos.

Al sexto toque se le cae el balón al suelo. No lo maneja nada mal, la verdad. Intenta elevarlo de nuevo con el talón sin conseguirlo, así que resopla y me mira con cansancio:

—Obvio no, pero seguro no espera a la policía —se ríe. Bueno, ahí tiene un punto—. Seguro lo compraron con plata y mentiras.

—Seguro—suspiro y me vuelvo a tumbar sobre el muro. 

Nos quedamos en silencio por momentos hasta que vuelve a hablar:

—¿Desde cuándo trabajás para El Jefe? Parece confíar mucho en vos.

No sé si soy yo peor con mis preguntas o él. Me limito a encogerme de hombros, nunca me ha gustado que la gente sepa que soy una de sus "favoritas", aunque supongo que ya no puedo esconderle el hecho de que yo voy a tener la culpa de que la policía venga a hacer una visitita a la academia.

—Un año. 

Ya lo conocía cuando iba a Barracas a ver a Abbie y Jake porque Abbie trabajaba de vez en cuando para él. Por mi parte, cuando Amanda dejó de enviar el dinero para mantenerme después de que me fuera a vivir con Hannah, tras estar en varios trabajos de mierda decidí que lo mejor era probar suerte con él.

—¿Y... te gusta?

Me encojo de hombros otra vez. 

No me gustó los golpes de las toallas mojadas la primera y última vez que no cumplí una de sus órdenes. Aunque me dio la paga que me había prometido si rompía los frenos de uno de sus amigos para que en la primera curva cerrada que pillase se matara, a pesar de que no lo hice. Yo no quería ser responsable de ninguna muerte que no sabía si era merecida o no. Le debí dar pena ahí tirada en el suelo llorando como una condenada sin dejar de jurar que nunca mataría a alguien porque él me lo ordenase. 

A partir de entonces no me ha vuelto a mandar nada de ese estilo, solo engaños relacionados con el dinero, no con las vidas. Así que...

—Gracias a él no me muero de hambre y no es tan duro.

Solo tengo que colarme en sitios, seducir a tíos para después chantajearlos, fingir comprender los problemas de cincuentonas ricas... Y acabar con la mitad de su cuenta bancaria en manos de El Jefe. De esa me llevo un tanto por ciento, así que, cuanto más dinero consiga robar, más me llevo yo. 

Aunque esta vez no parece que vaya a ser tan fácil. Tendría que haberme quedado en la habitación en vez de...

Espera un momento.

La habitación. El rarito.

—¡Hemos dejado al rarito solo en mi habitación! —bajo de un salto del muro, Milo se empieza a descojonar—. ¡No es gracioso! A saber qué hace ese, quizá se ha puesto a oler nuestras bragas.

Ignoro su protesta de que eso es asqueroso y me echo a correr. Con la emoción estoy a punto de tirar abajo la puerta de la habitación de una patada, pero no la habíamos cerrado del todo por lo que se abre casi sin esfuerzo y del impulso que me he dado tropiezo y me caigo contra mi cama.

¡Kyah! —chilla y se le cae el teléfono al suelo. ¿Qué grito de que se la están metiendo por el culo sin lubricante es ese? 

Intento no reírme, me incorporo y lo señalo de manera acusadora con el dedo:

—Las manos arriba, chaval, ¿qué hacías aquí solo?

Se estaba agachando para coger el móvil, pero se detiene y levanta las manos de verdad. Qué gracia que le imponga tanta autoridad a pesar de que acabo de caerme sobre la cama de manera muy vergonzosa. 

Se encoge cuando me acerco y sigue contándole al cuello de su camisa por lo bajo no sé qué de que estaba jugando a no sé qué en el móvil.

Unos pasos se acercan. Cuando me giro hacia ellos me encuentro la sonrisa de diablillo.

—¿Les interrumpí? Parecen estar en un momento íntimo.

Mierda, es verdad, en mi intento de intimidarle me he pegado demasiado al rarito. Me alejo de un salto y le enseño el dedo del medio al argentino. Él se ríe y se mete en la habitación para devolverle el balón y, cómo no, vuelve a tirarse sobre mi cama. Voy a empezar a cobrarle alquiler.

—Hiciste bien en no ir —le dice a Topo y empieza con sus quejas sobre Christian Bunge.

Bueno, ya que estoy aquí, vayamos a lo importante. Se ha visto claramente que Bunge ha ignorado totalmente mi existencia y solo se ha fijado en esas otras dos tías, ¿no? Pues voy a ser como ellas para llamar su atención. Así seré una más de ellas y no le daré asco al chaval. Me jode admitirlo, pero quizá Tabone no iba mal encaminado al "sugerirme" un cambio de estilo. Tendré que ser una especie de puta después de todo.

Espera, tengo que comprobar que mi ropa interior está en orden.

Porque puedo gustarle a Christian Bunge, ¿no? ¿te imaginas que ahora es gay? Tengo que preguntarle a Margot para descartar esa posibilidad.

Lo hago cuando llega seguida por su perrita faldera para avisarnos de que es hora de cenar. Así que, mientras bajamos las escaleras, me las ingenio para que me confirme que a Bunge le van las tías porque ha tenido varios líos con chicas, pero ninguna relación seria.

Al final llegamos a la primera planta de la residencia, a un pequeño comedor. Tiene tres mesas largas en las que nos han hecho sentarnos a los treinta y cuatro. Nosotros estamos en una de las de los extremos, en la mesa de la izquierda, mientras que en el centro se han colocado Christian Bunge y su grupo. 

Joder, tendría que haberme sentado más cerca de él, pero es que nos hemos colado los primeros en la especie de semi-bufet libre que hay aquí con Milo y nos hemos emocionado al ver tanta comida que nos hemos sentado en el primer sitio que hemos visto.

—Si queréis mi pechuga... —Margot se sienta frente a nosotros y, al levantar la vista del plato, vemos que nos mira con preocupación. 

—Fi no la quiefes... —responde Milo y la pincha con el tenedor para añadirla al montón que él ya tiene. 

Nunca habría pensado que iba a decir esto desde que Jake me enseñó lo bien que podía saber una pizza de cuatro euros después de haber tenido toda mi vida chef particular en Whitehall, pero no está mal volver a comer saludable por una temporada. Ya puedo sentir a todo el aparato digestivo montándose una fiesta dentro de mí.

Sin embargo, no puedo continuar la cena con tranquilidad porque una voz demasiado animada detrás mío casi hace que me atragante:

—¡Margot! ¿qué haces aquí? ¡vente con nosotras!

Al girarme veo a la chica rubia que estaba con Bunge cuando ha llegado. Señala la mesa del centro, donde está él, desde la que otras dos chicas sacuden la mano a modo de saludo.  

Vuelvo la vista a nuestra mesa: la hermana de Margot todavía no se ha atrevido a coger el tenedor y lo mira con demasiado miedo, Topo está machacando el pan con las manos de manera asquerosa y Milo mira con un trozo de lechuga pegado a la barbilla y cara de bobo a la chica. Puedo llegar a entender por qué la tía esta quiere que Margot se vaya de nuestro lado.

Por mi parte, cuando Margot duda, la animo a que no le sepa mal abandonar a su hermana porque me va genial que sea amiga de las amigas de Bunge. A cambio, me paso la cena intentando sacar tema de conversación con Milo a la hermana abandonada, pero no logramos que diga más de dos palabras seguidas.

Después me voy la primera de las duchas sin haber hablado con nadie y, al llegar a la habitación, dejo la toalla y el neceser tirados encima del escritorio y me tiro sobre la cama con una sonrisa de oreja a oreja.

Estoy aquí, al fin. 

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