No se despertó él solo, ni lo hizo la luz del sol, sino varios golpes continuados en su puerta, fuertes y cortos. Confundido y aún adormilado, se puso la camiseta y salió de la habitación, cegándose con la luz que bañaba el patio. Se acercó a la barandilla y se asomó a la planta inferior. Una de las habitaciones tenía las puertas abiertas de par en par. Allí estaba Changbin, apoyado en la encimera de la cocina. Su compañero observó cómo bajaba planeando y dejó el café a su lado, a medio beber.
—Buenos días, novato —le saludó con energía—. ¿Preparado para saber de tu pasado, o esperarás algunos días más?
La voz del pelinegro había sonado sarcástica y burlona, sin embargo, su expresión mostraba todo lo contrario. Minho le miró con extrañeza durante un rato, tratando de averiguar cuál de las dos era su verdadera posición, pero al final, se rindió. Asintió con la cabeza mientras hurgaba por la cocina en busca de las tazas.
—¿A quién irás a ver primero? —preguntó el chico mientras abría el armario de su lado y le tendió una taza al castaño—. ¿A tus padres? ¿Tus amigos?... —hizo una pausa larga, hasta que Minho se acercó y se la quitó de la mano—. ¿A tu novia?
—Padres —cortó Minho, cerrando el mueble de golpe y alejándose—. No tengo novia.
—Vaya —Changbin volvió a llevarse el café a los labios—. Habría jurado que sí.
De nuevo sus miradas se cruzaron, cada uno intentando indagar algo nuevo en los ojos del otro. Esta vez fue Changbin quien rompió la conexión; dio el último sorbo a su taza y la lavó en el fregadero.
—Te he traído ropa limpia; la he dejado junto a la puerta de tu dormitorio. Aunque seamos insensibles a la temperatura, estamos a comienzos del invierno. Afuera hace frío, y debemos aparentar que nosotros también lo sentimos.
—¿Invierno? —Minho dejó de beber, sorprendido. Echó la vista atrás y recordó el día de su transformación.
"¡Ya ha pasado más de medio año desde entonces!"
Changbin sonrió levemente ante su reacción.
—Iré a informarme de los veteranos que están cerca de aquí. Así podremos recurrir a ellos en caso de que surjan problemas... ¡Ah! Por cierto, novato.
Minho, que ya iba camino a la ducha, se detuvo y se volvió hacia Changbin; este se había apoyado de nuevo en la encimera.
—Te observé el último día de entrenamiento. Me pareciste interesante —dijo. A veces, el flequillo le caía por delante de los ojos—. Luchas bastante bien para ser tan novato
—se acercó al castaño, guardando las distancias. Por lo poco que conocía a Changbin, le bastaba para saber que tenía una personalidad fría, pero amable—. Me gustaría entrenarte, aunque te advierto que será duro. ¿Qué opinas, novato?
La propuesta le cogió por sorpresa a Minho, pero aun así asintió con la cabeza, decidido. Changbin caminó hacia él, dispuesto a abandonar la habitación, y cuando pasó a su lado se detuvo.
—Cuidado con lo que haces —le aconsejó en un tono íntimo—. El que más perjudicado puede acabar eres tú. Recuerda eso cuando vayas a visitar tu pasado.
Minho meditó aquellas palabras y asintió de nuevo, con gesto solemne. Changbin le dio una palmada en el hombro y se marchó, dejándole en la cocina solo con sus emociones. Por alguna razón, pensar en aquello le asustó. Anhelaba mucho recuperar su pasado, aunque fuera momentáneamente,como para llevarse una desilusión.
Cuando logró dejar a un lado sus cavilaciones subió a su habitación y cogió la ropa, bien doblada y apilada, que Changbin le había dejado frente a la puerta. Junto a ella se encontraba la mochila que ayer le dio el pelinegro, para tapar las alas. Entró en su cuarto y, tras dejar la ropa encima de la cama, examinó la mochila con curiosidad. Nunca la había visto puesta ni sabía cómo se ponía. Probó varias veces, quedándose todas en intentos frustrados. Changbin, que pasaba por allí en aquel momento, le vio pegarse con la mochila a través de la puerta abierta y se asomó. Se acercó a él, la cogió, la miró, y miró a Minho con una de sus cejas arqueada.
—¿Cómo se pone? —preguntó Minho, que ya lo daba por imposible.
Sin decir palabra, Changbin se colocó detrás de él y le ayudó. Primero a ponerse la gabardina, y luego le sostuvo la mochila en el aire para que pasara los brazos por las bandas.
—Tienes suerte de tener las alas pequeñas —dijo el pelinegro ajustándole las correas, que estaban demasiado flojas para él—. Ahora plégalas todo lo que puedas.
Minho lo hizo, y notó que le ponía la mochila. Sentía que una parte de él estaba como encajada, como envasada al vacío.
—Es un poco incómodo al principio, pero verás como te acostumbras rápido.
Cuando Changbin terminó de colocarla, se alejó para poder apreciar su obra maestra. La mochila estaba bien ubicada y sus alas bien disimuladas... o eso dedujo Minho cuando vio el gesto aprobatorio.
—Bien, listo —consultó su reloj de muñeca—. Bueno, te dejo. He de ocuparme de varios asuntos, aparte del de buscar a los otros veteranos... Nos vemos por la noche, novato. Ten cuidado —se despidió, saliendo por la puerta.
Minho se había quedado solo en la habitación, y en la casa. Changbin tenía razón. Se estaba haciendo tarde, más de lo que él creía, así que empezó a darse prisa con los últimos arreglos y, después de pocos minutos, salía él también por la puerta encaminándose a su destino.
El viaje en el tren fue monótono. Se sentó en un rincón apartado del vagón y esperó a su parada. Era día laborable, y los viajeros entraban y salían del tren apresuradamente. Cuando se apeó, el andén estaba abarrotado de gente por lo que, con mucha paciencia, fue esquivándola avanzando entre la multitud. Finalmente consiguió salir a la calle, donde tomó aliviado una buena bocanada de aire y se dirigió hacia su antigua casa.
Mientras caminaba, lo observaba todo a su alrededor como si lo hiciera por primera vez, como si fuera de un color diferente al que había conocido. Las casas, las calles, los peatones, los comercios... todo en subarrio le traía buenos recuerdos. O, al menos, lo que él creía que eran buenos.
Ahí estaba su calle. Respiró hondo y giró la esquina, preparado para ver de nuevo su hogar después de tanto tiempo. Le asaltaron un montón de sensaciones mientras recorría esos últimos pasos pero, al levantar la vista, solo quedó desolación. Frente a él había un edificio medio en ruinas, acordonado y manchado de negro tizón a causa de la explosión y el incendio que se había producido allí hacía menos de un año.
Confundido por el estado del edificio, se adelantó para verlo más de cerca. Un poco más allá, en la misma acera, consiguió localizar a una vecina de su bloque y, con la seguridad de que no le iba a reconocer, se fue hacia a ella.
—Disculpe, señora —dijo Minho. La mujer le miró de arriba abajo con desconfianza, pero el chico igual señaló hacia su casa—. ¿Sabe dónde viven los residentes de este edificio? Por lo que veo, no lo han arreglado aún...
—Ay, hijo, si yo le contara... —la señora se cruzó de brazos, mostrando esa tristeza tan propia de quienes se han quedado sin su hogar—. Estamos desperdigados por toda la calle, o en casa de los familiares... ¡Donde nos hayan acogido!
Minho trató de escuchar a la mujer con la mayor atención que pudo, pero tenía la cabeza en otro sitio, pensando dónde podrían haberse alojado sus padres. Se lo preguntó a la mujer, dando los nombres de sus padres. Ella se sorprendió, tapándose con su chaqueta y cruzándose de brazos.
—Pobres, perdieron a su hijo en la explosión, ¿sabe? —Minho negó con lacabeza, con la mirada perdida—. Una desgracia muy grande. Se mudaron a Osaka, que era donde trabajaba el señor Lee. Como estaba más allí que aquí, decidieron irse... e hicieron bien, muy bien, porque con una pérdida así...
Minho había dejado de escuchar en cuanto oyó la primera frase. Se habían ido. Ya no vivían allí. Osaka era una ciudad enorme, donde la gente no conoce a sus vecinos, donde la gente solos se preocupa de sí misma. Aunque llegara a Osaka y fuera preguntando a cada persona que veía, nunca lograría encontrarlos.
—¿Joven? —la mujer ladeó la cabeza escrutando su rostro—. ¿Se siente bien? Se ha puesto un poco pálido. ¿Quiere que llame a un médico?
—¿Eh? —Minho levantó la cabeza, volviendo a la realidad—. No, señora, no se preocupe, estoy bien. Muchas gracias por su ayuda. Adiós.
El castaño se marchó sin cruzar más palabras con la mujer, que se quedó mirándole en la acera de enfrente. No sabía adónde dirigirse tras ese durísimo golpe. Deambuló por las calles cercanas pensando en todo su pasado, sumido en sus pensamientos, mirando sin ver las personas y coches con los que se cruzaba. Se sentía abatido. Hundido.
Cansado de andar, se metió en la estación de ferrocarril, casi de forma inconsciente. Se dejó llevar por el gentío y cogió uno de los trenes. Se sentó al lado de la ventanilla, con la mirada clavada en el cristal. Debía de tener una cara terrible, porque se pasó horas y horas viajando en ese tren sin que nadie se sentara a su lado. Al final, decidió acercarse a varios sitios conocidos no lejos de allí, con el propósito de animarse un poco, reponerse antes del último asalto que, quizá, terminase también con un gran batacazo.
La noche cayó pronto, incluso antes de lo que él esperaba. Es verdad, era invierno, se había olvidado. Aquel día fugaz se le escurrió entre los dedos mientras pensaba, mientras se dejaba llevar por un tren durante horas, mientras caminaba y veía sitios de antaño que ahora le resultaban simbólicos.
Ya casi era la hora en que Jisung volvía de la universidad. No tenía ni idea de cómo iba a explicarle aquello, pero necesitaba volver a verlo, volver a saber de él.
Minho se subió al tren que le llevaría cerca de su casa. Casi todos los asientos estaban ocupados por personas agotadas de una larga jornada, leyendo, dormitando o simplemente con la mirada perdida. Consiguió dar con un sitio libre entre la multitud y se sentó para descansar los pies. Vio muchos jóvenes de su edad subir y bajar de ese tren. Era el que pasaba por la universidad. Se unió a la masa estudiantil y dejó que las estaciones pasaran, una tras otra, mirando el reflejo de la ventanilla con ojos cansados. De vez en cuando, alguna persona subía y bajaba corriendo, alertada por el pitido de las puertas antes de cerrarse.
Cuando la voz artificial anunció su parada, Minho se levantó para esperar cerca de la puerta. Al lado de esta había un grupo de jóvenes que charlaban animadamente. Seguro que eran de su misma edad, pero él aparentaba como tres años más. No prestaba atención a las conversaciones de su alrededor. Iba con la mirada cabizbaja, cogido de la barra del techo, para no caerse. Estaba demasiado nervioso.
—No olvides traerme eso, Jisung —dijo uno de los chicos que estaban a su lado—. Y mañana terminamos el trabajo. No quiero irme tan tarde.
Parecía como si esas palabras hubieran sido pronunciadas más alto para que él las escuchara. Con sorpresa y el corazón acelerado, Minho se dio la vuelta y miró sin ningún disimulo. Los chicos se dieron cuenta y se le quedaron mirando con extrañeza y un poco de aprensión. Minho volvió la cabeza, avergonzado, y ellos continuaron con su conversación. Miró de nuevo de reojo, antes de que las puertas se abrieran, cuando no estaban prestándole atención. Era Jisung, sin duda; estaba completamente seguro.
Había vuelto a verlo, había estado otra vez a su lado, pese a que él no lo supiera. Había vuelto a ver sus ojos y a sentir esa calidez que tanto había echado de menos.
—Yo me bajo aquí —dijo Jisung a sus amigos.
—Me bajo contigo y te acompaño —se ofreció uno de ellos, situándose detrás de el mencionado.
A Minho le hubiera gustado volverse y averiguar de quién era la voz que había hablado, pero sabía que si le pillaban de nuevo mirándoles, se metería en problemas. Así que se quedó donde estaba, notando cómo le temblaban las piernas, y dejó que Jisung y su acompañante bajaran antes que él.
En esa parada bajaba mucha más gente, pero Minho no lo perdía de vista, solo se fijaba en él. El chico al que casi besa el último día de su vida normal. Al que fue incapaz de llamar para hablarlo aquella noche. El que cree que él está muerto... El mismo chico que en ese momento cogió de la mano a su acompañante.
Minho lo vio todo desde unos metros atrás. Le sorprendió tanto, que se quedó parado sin darse cuenta, en medio del andén. Algo se agitó violentamente en su interior; por suerte, pudo controlarlo a tiempo. Tenía que seguirlo a su casa. Eso era lo único en lo que debía centrarse ahora.
Los empujones de la gente le hicieron volver a la vida real. Sorteó a un par de personas y se dirigió a las escaleras de salida, sin poder quitarse de la cabeza la escena que acababa de ver. Por mucho que le doliera o le decepcionara, comprendía a Jisung. El Minho que él había conocido ya no existía, y él debía continuar con su vida.
Minho decidió dirigirse a su casa por otro camino. Era un poco más largo que el habitual, pero así evitaría que la pareja se sintiera perseguida. Su rostro y su forma de vestir no inspiraban confianza y mucho menos tranquilidad, él lo sabía. Debía afeitarse y cortarse el cabello para dejar de parecer un delincuente... o algo peor.
Llegaron casi al mismo tiempo. Él se quedó escondido tras la esquina de la casa de al lado, escuchando. Su oído se había afinado muchísimo, así que podía captar hasta el mínimo susurro que se decían, aunque algunas cosas hubieran preferido no oírlas.
—¿Mañana te veo? —dijo el joven, que se había parado delante de su casa.
Minho se asomó un poco. El chico estaba abrazando a Jisung por la cintura. Rápidamente, volvió a apoyar la espalda en la esquina, arrepintiéndose de haberlo hecho.
Escuchó a Jisung afirmar. Ambos se despidieron dándose un beso, y el joven se marchó en dirección contraria adonde estaba él.
Minho escuchó cómo la puerta de la casa de Jisung se cerraba. Se sentó en el suelo y decidió esperar unos minutos allí, no solo para dejar un tiempo prudencial, por si el joven volvía, sino también para pensar lo que le iba a decir, lo que iba a hacer, y si eso era lo mejor para él.
Claro que no era lo mejor para él. ¿Y eso qué? No iba a renunciar a su vida pasada. Y menos de esa forma.
Respiró hondo, se levantó del suelo y se sacudió el pantalón. Lleno de dudas, se acercó a paso lento hacia la puerta, con los ojos puestos en la fachada, tratando de tranquilizarse. Llamó, sin querer pensar más de lo necesario. Mientras esperaba que le abrieran, recordó el primer día que llamó a aquel timbre. Estaba igual de nervioso, si no más.
Al cabo de un minuto, le abrieron. La luz del portal iluminó el rostro de Jisung, y Minho sonrió de forma inconsciente. Todo lo malo, las dudas, los miedos se esfumaron cuando clavó sus pupilas en él.
—Jisung... —logró murmurar. Apenas le salía la voz y tenía los ojos húmedos.
—¿Quién eres? —dijo el menor, alejándose un poco de la puerta, dudoso de la peligrosidad de ese individuo.
Minho bajó la cabeza, con una sonrisa resignada. Entendía su reacción; él también retrocedió algunos pasos, para ayudarlo. Se pasó la mano por el pelo, obligándose a mirarlo a los ojos en todo momento.
—No sé por dónde empezar... —titubeó unos segundos—. ¿Te acuerdas de Minho?
La expresión de Jisung cambió de golpe, poniéndose completamente serio. Agachó la cabeza, tapándose con la chaqueta que llevaba sobre los hombros, en un intento de disimular su tribulación. Minho esperó sin decir nada a que levantara la cabeza.
—Sí, lo recuerdo...
Minho se contagió de la tristeza de Jisung, pero debía continuar. Ya había hecho lo más difícil. O eso creía él.
—Pues tengo un mensaje suyo para ti —sonrió con los ojos húmedos—. Dice que sigue vivo. Y que está delante de ti. Ahora mismo.
No había encontrado otra forma más suave de decirlo, o por lo menos, la situación no se lo había puesto fácil. Jisung le miró de arriba abajo, sorprendido, tapándose la boca con la mano. Negó con la cabeza, incrédulo.
—No puedes ser él... —su voz se estaba resquebrajando; trataba de reprimir el llanto—. Esto es una broma de mal gusto. Minho murió, y...
—No morí —dijo con claridad y seguridad, interrumpiéndole—. No lo hice. Y soy Minho. El mismo con quien compartiste la tarde en el café. El mismo que se arrepintió de no pedirte disculpas por lo sucedido el último día que «estuve vivo». El mismo al que salvaste en la calle de mi casa cuando me atracaron —miró a Jisung con seriedad—. Ese mismo.
Minho notó cómo las lágrimas brotaban de sus ojos y se deslizaban por sus mejillas hasta perderse en su barba y agachó la cabeza, esperando a que Jisung hablara, a que se convenciera de que realmente era Minho.
Tras un silencio interminable, Jisung corrió hacia él y le abrazó, y el interior de Minho explotó de alegría, de júbilo. Lo estrechó entre sus brazos y se apoyó en el menor, dejándose llevar por el llanto.
—¿Por qué, Minho? —escuchó en su oído—. ¿Por qué después de casi un año?
—Es una larga historia —levantó los ojos al cielo mientras lo abrazaba—. ¿Podemos entrar? Está comenzando a llover...
Jisung asintió, cogiéndole de la mano y conduciéndole al interior. Minho nunca había estado en su casa, aunque sabía que tenía un patio. Las casas de ese barrio tenían todas la misma estructura.
Cruzó la puerta con rapidez, nervioso por el paso que iba a dar. Necesitaba la intimidad de un sitio cerrado e íntimo para mostrarle la razón de su repentina desaparición... y, sobretodo, de su vuelta. Jisung le llevó al cuarto de estar, pequeño pero ordenado, y se sentaron en el sofá, uno enfrente del otro.
Jisung seguía teniendo los ojos llorosos y se enjugaba con un pañuelo de papel que había cogido de la caja del recibidor. Minho se acercó a él y sostuvo sus manos casi sin fuerza. El menor le miraba atentamente.
—Si no has muerto... —dudó unos segundos antes de continuar—. ¿A quién encontraron en tu casa?
Minho negó con la cabeza, mostrando su misma extrañeza.
—No lo sé. No sé cómo lo hicieron.
—¿Hicieron? ¿Quiénes?
—Eso es lo que debo mostrarte —soltó las manos contrarias y se levantó, nervioso. Se asomó por la ventana—. Vamos al patio.
Jisung le siguió. El menor le miraba con una mezcla de curiosidad y extrañeza a partes iguales. Minho, cabizbajo, abrió la puerta y salió al centro del patio.
—Te parecerá muy raro —advirtió, sereno—, y no vas a comprenderlo. No al principio, al menos...
Jisung se abrigó; se notaba que tenía un poco de miedo.
—Me estás asustando —dijo con una sonrisa nerviosa.
Minho sonrió también para intentar tranquilizarlo, y se distanció unos pasos de él. El silencio reinó en ese momento. Con el corazón a mil, empezó a quitarse la gabardina, dejándose aún la mochila en la espalda. Minho miró a Jisung un segundo antes de continuar y respiró hondo, se quitó la bolsa... y desplegó las alas.
La reacción de Jisung fue comprensible. Primero se asustó, alejándose inconscientemente hacia atrás por la sorpresa de ver aquello. Luego, se acercó muy despacio, observándolas con asombro, intentando entender qué significaba aquello, buscando la respuesta en los ojos de Minho.
—¿Te acuerdas del rubio misterioso del tren? —el menor asintió, ya más cerca de él—. Debajo de la mochila que llevaba siempre había unas como estas, pero negras. Él fue quien me cogió, quien me llevó a un lugar con gente como yo, y me explicó todo...
—Esto es... es muy raro —el menor cruzó los brazos, sin apartar la vista de las alas—. Muy raro.
—Lo sé. Tenía claro que no lo ibas a entender ahora. Yo tampoco pude al principio —suspiró, agachando la cabeza—. En menos de un año, mi cuerpo se ha transformado completamente, pero necesito a alguien de mi antigua vida. No... no puedo cargar con esto yo solo.
—Minho... —Jisung calló durante unos segundos para poner sus pensamientos en orden—. Hace apenas una hora te creía muerto. Yo y todo el mundo te creíamos muerto. Ahora, estás aquí. Has aparecido de repente como si hubieras resucitado, y encima con... Es demasiado raro y...
—¿Qué quieres decir con eso? —Minho estaba empezando a angustiarse por las dudas del menor y a temerse lo peor.
—Quiero decir que todo esto me sobrepasa, Minho —se retiró el cerquillo de los ojos, mostrando su expresión seria—. Te fuiste en uno de los peores momentos, cuando nos ocurrió... «eso» —dijo, refiriéndose al incidente del tren—. Y no sabía qué me estaba pasando. Lo que sentía era algo nuevo. No podía dejar de pensar en ti y eso me asustaba, me confundía... y entonces, al siguiente día... —cogió aire—. Me entero de que has muerto, de que ya nunca podré hablar contigo sobre lo que descubrí de mí mismo aquel día, cuando en realidad estabas vivo, y has esperado un año entero para presentarte aquí y decírmelo, para quitarnos la carga de... —Jisung bajó la cabeza y se acarició los brazos. No quería mirar a Minho, que lo escuchaba apoyado en el rincón del patio, también con la mirada hacia abajo—. Sé que no tiene nada que ver...
—Sí tiene que ver —ahora, Minho sí lo miró, con fiereza; su voz sonó fuerte y segura. Se acercó al menor con determinación—. Jisung... —cogió sus manos, acariciándolas. Debía hacer algo importante—. Dime si interfiero en tu vida. Dime si he sido tan estúpido de creer que seguirías siendo la misma persona que conocí. Dime si he sido tan estúpido de no darme cuenta de que tienes una pareja que... —calló unos segundos—. Que te quiere.
Otra vez, no pudo controlar sus lágrimas. Habían sido demasiados golpes para un solo día, y en el fondo sabía de antemano que no iba a poder aguantarlos. Aun así, necesitaba hacerlo, pese al resultado que produjeran.
—Minho...
—Soy un fantasma de tu pasado —acabó admitiendo el mayor, negando con la cabeza. Tragó saliva, mirando a sus manos—. Y realmente este sufrimiento me lo he ganado yo por no venir aquí, como me has dicho. He sido un tonto.
—Minho... —repitió, con la voz quebrada.
—Jisung, solo quiero que me digas si tengo razón. Dime si de verdad piensas que he sido un tonto. Dime si hace dos horas te iba bien la vida.
Jisung no le contestó; en aquel momento, el silencio otorgaba. Minho soltó sus manos. No quería terminar así, pero debía marcharse. La conversación ya había terminado; no había más que añadir.
—Mi propósito principal no era este. De todas formas, espero que te sirva de algo saber que no he muerto... —cogió la mochila y la gabardina, colocándose esta última en su espalda—. De algo positivo.
—Minho...
El mayor ya estaba preparado para remontar el vuelo. Hubiera mentido si admitiese que no le enfurecía aquella situación. Se dio la vuelta, apenas sin esperanzas de que eso inclinase la balanza a su favor.
—¿Si?
—Lo siento —susurró el menor. Le miraba con lástima, algo que hizo enfadar un poco más al contrario—. Siento no comprenderlo...
—No es culpa tuya —tuvo que reunir fuerzas para dedicarle una última y triste sonrisa—. Me alegró verte, Jisung.
Minho echó a volar antes de que pudiese escuchar la respuesta. En poco tiempo, ganó altura y se alejó velozmente de allí inmerso en la densa oscuridad. Al llegar a casa no entró, sino que se quedó en la azotea pensando, desconsolado por lo que acababa de ocurrir. No había sido un buen día, y lo peor es que temía que los siguientes fueran igual de pésimos.
Todo estaba en silencio. Aquello le ayudó a relajarse, aunque no paraba de recordar algunas palabras de su conversación con Jisung, una y otra vez, haciéndose más daño.
—A quien más daño hacen los recuerdos es a quien recuerda —escuchó decir detrás de él.
No se volvió, sabía de quién se trataba. Changbin estaba allí, en cuclillas, admirando las vistas nocturnas de la ciudad. Minho meditó sobre su frase sin decir nada, con la mirada perdida. Notó cómo el joven se acercaba y se sentaba a su lado.
—Lo siento —dijo con una voz triste, como quien da el pésame—. Por tus padres y por él.
—Me has seguido, ¿verdad? —vio a Changbin asentir con el rabillo del ojo, aunque lo cierto era que en ese momento no le importaba lo más mínimo.
Ambos se quedaron callados durante unos segundos, haciéndose compañía. A Minho no le molestaba que el veterano estuviese ahí con él; de hecho, su presencia le reconfortaba.
—¿Tú intentaste revivir tu pasado, Changbin?
La pregunta cogió por sorpresa al veterano, que le miró, pensativo. Estiró las piernas y se recostó en la barandilla de piedra.
—No —su voz fue clara, llenando el aire.
—Cambiaste incluso tu nombre —afirmó Minho. Changbin sonrió.
—Así es, aunque conservé mi apellido porque aceptémoslo, es genial —rió un poco y suspiró—. No me arrepiento.
—Hice mal en volver —admitió el castaño, abatido, dejando caer la cabeza sobre el pecho.
—Nada de eso es bueno o malo por sí mismo, somos nosotros quienes le otorgamos esa condición.
—Changbin...
El pelinegro se volvió hacia él; Minho también levantó la cabeza para observarle, y le miró terriblemente serio.
—¿Conservas algo más de tu pasado?
Changbin tardó mucho más en responder esa pregunta que todas las anteriores. El rostro serio que conocía se entristeció sin poder evitarlo.
—Sí. Pero no sé si por mucho tiempo.
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