Mientras Henry rodeaba el carro para subir en el lugar del conductor, sólo podía pensar en lo mucho que esperaba que encendiera la calefacción. Me había visto entrar al auto, al menos era un buen indicio que no me hubiera sacado de los pelos de allí dentro. Mi cuerpo entero temblaba, me sentía congelada, no tenía ganas de pelear. Simplemente quería saber qué había sucedido, qué lo ponía de aquel modo.
—Fui claro cuando te pedí que no vinieras, Sharon —insistió mientras cerraba la puerta de su lado—. Vuelve a la cama.
—No quiero —me negué—. No sé qué demonios sucedió, pero no voy a dejarte. Estabas llorando, te noto atormentado —algo que no era normal en él.
—Acaba de morir Anna, no quiero que estés conmigo ahora, Sharon —soltó después de un momento de silencio.
No supe qué decir. Sabía exactamente qué se sentía lidiar con la muerte de alguien a quien amaste profundamente. El vacío parecía no tener fin. Recordé lucidamente la imagen de Lindsay muerta, su cuerpo inerte, el silencio, la carga de dolor en el aire.
Henry no viviría esa experiencia traumatica, sólo sentiría tristeza, pérdida. Aún así, podía comprender cuán roto estaba. Alcé mi mano gélida y la apoyé sobre su hombro, me moría por abrazarlo. Sus ojos celestes rápidamente me buscaron, temerosos. Parecía un animal indefenso siendo alumbrado justo antes de recibir el disparo que lo llevaría a la muerte. Suspiró con fuerzas mientras la vista se le cargaba de lágrimas. Nunca antes había visto tan claro el dolor en los ojos de aquel hombre.
—Lo siento mucho —susurré.
—Estás congelada —comentó mirándome, su voz tenue pendía de un hilo.
—No voy a dejarte solo, Henry. No me importa cuanto me odies —mi voz empezaba a cortarse, no podía controlar en nudo en mi garganta.
—¿Vendrás a casa conmigo? —asentí ante su pregunta. Sonrió amargamente de lado.
No necesitaba preguntarle qué le sucedió a Anna. Su suicidio había funcionado. Tampoco estaba segura de cuál era la verdad que Henry sabía. No creía que Stella le hubiera comunicado la situación.
La calefacción calentaba el auto mientras Henry conducía hacia el penhouse. El silencio en el auto nos abrazaba a los dos, lo miraba de perfil alumbrado por las luces de la autopista, quería tocarlo. Sentía la necesidad de decirle que todo iba a estar bien, que había sido una imbécil, que lo amaba. Quería quedarme a su lado, que me ordenara qué hacer aunque odiara ese hecho, que me hiciera reír, que pudiéramos cenar los domingos en la cama, que todas las noches nos encontraran durmiendo abrazados como en el Ritz.
—Sé que no quieres hablar de esto, ahora —irrumpí el silencio después de largos minutos de silencio—, pero lamento lo de Paul. Si pudiera volver el tiempo atrás, no lo haría.
Vi sus manos aferrarse con más fuerza al volante, como si contuviera todo lo que quería decirme. Simplemente, no dijo nada. Esperé un momento su respuesta, pero luego entendí que realmente no hablaría de ello y decidí respetarlo, no podía cargarle más problemas en un día tan triste para él.
Estiré mi mano y encendí el estéreo del carro. Sonaba I wanna be yours, de los Arctic. Estaba segura que Henry también pensaba en lo mismo que yo, la noche en el Ritz cuando desesperadamente tuvimos sexo con esa canción de fondo, recuerdo que estábamos tan conectados aquella noche que después de la tercera vez que follábamos en la noche terminé llorando, sentía que iba a explotar de tantas emociones y no pude contenerme. Me llamé a silencio, una vez más.
Jamás había perdido a alguien por mí culpa, hasta Henry. Y era lo más difícil del mundo. Era mejor dejar que ser dejado, de aquello no cabían dudas.
Bajamos en el estacionamiento del edificio, al bajar del auto el frío volvió a hostigarme. No podía dejar de castañear los dientes cuando subimos al ascensor. Me envolví con mis propios brazos, estaba congelada nuevamente. Pocos segundos después sentí como los brazos de Henry me envolvían, me sorprendí pero rápidamente aquel contacto, aquella cercanía... estaba de nuevo en casa. Apoyé mi cabeza en su pecho, siempre me sentía tan pequeña y protegida entre sus brazos. El corazón latía con fuerza en mi pecho, tenía ganas de estrujarlo contra mí, pero me quedé quieta, sintiendo su respiración pegada a mí.
—Estás helada —comentó en un susurro. Sólo pude asentir—. Te extrañé tanto —añadió en el mismo tono.
—También yo —confesé rápidamente.
La piel, la química, el amor, llámenlo como quieran. Casi con dolor nuestros cuerpos se encontraron abrazados y nos besamos, con pasión. Nos besamos entregándonos a lo que sentíamos, volví a temblar en sus brazos segura de que no era el frío, sino las ganas de arreglarnos que me invadían.
—Sé que lo jodí, Henry —murmuré sobre sus labios—. Pero quiero arreglarlo.
—No hoy —me indicó—. Por favor.
Asentí lentamente, sin ganas de separarme de él. Pero retrocedí en el momento en que el elevador se detenía. Entramos al penhouse, dentro estaba agradable la temperatura, pero seguía sintiéndome helada. Stella nos miró desde el sillón de la sala, donde bebimos vino la primera vez que Henry pidió por mí.
—¡Sharon! —exclamó sorprendida— Estás desnuda.
—Tráele algo de ropa, Stella. Por favor —le pidió Henry, sin ánimos de dar explicaciones.
—Ven conmigo —me pidió Stella, era mi oportunidad de saber qué le había dicho a su hermano.
La seguí, sintiendo el piso suave y fresco bajo mis pies descalzos. Olía a un lugar conocido, limón y pino, mezclado con el olor que Henry siempre cargaba en la ropa. La menor de los Taylor entró en la habitación y rápidamente se volvió hacia mí, esperando una explicación, quizás.
—¿Qué le dijiste? —quise saber.
—¿Estaba contigo o fue a buscarte? —ninguna respuesta que pudiera ofrecerle sería honesta del todo. Stella no sabía de mi vida de prostitución, no podía explicarle sobre la demanda o Lucy.
—Estaba en el departamento —murmuré casi sin ganas.
—¿Se arreglaron? —negué con la cabeza— Le tuve que decir que Anna murió, que había intentado suicidarse días antes. Pero no sabe que fue aquí.
—Va a terminar sabiéndolo, Stella —zanjé—. Ella murió, la policía seguramente venga aquí para constatar que fue un suicidio. Lo interrogarán.
—Paul se encargó de cerrar el tema, él no tiene que saberlo, Sharon —más que una afirmación, eso sonó a una orden.
—Yo no diré nada —le informé—. Pero quiero que sepas que él va a enterarse de la verdad y no puedo caer en esa mentira. Ya lo lastimé y no puedo perderlo.
—¿Estás enamorada de él? —quiso saber su hermana mientras caminaba hacia lo que supuse que era su closet.
—No sabes toda la historia —me justifiqué sin responderle—. Es más que un viaje a París.
—Lo entiendo —dijo desde adentro—. No me interesa qué sucede entre ustedes, Sharon. Si no lo lastimas, no tengo nada en contra de ti. Pero no puede saber lo que Anna —insistió—. Sé que parece que Henry siempre tiene el control de todo, que es una persona segura y tranquila, pero no lo es. No podrá cargar con lo del suicidio —me aseguró mientras se dirigía a mí con una pequeña pila de ropa.
—Voy a quedarme con él esta noche —ella asintió.
—Me encargaré de que Paul no venga.
Me abrigué con ropa de Stella, antes de regresar con Henry me armé de valor. Siempre había sido yo quien era recogida y rearmada por otros, esta vez me tocaba a mí arreglar a quien quería, intentar que duela lo menos posible, hacer que pudiera sentir menos dolor del que sentía.
Me pasé la noche con él, bebimos café, charlamos. No me tocó, ni yo lo toqué a él. Nos quedamos en la sala, sentados en diferentes sillones, uno frente al otro. Me contó cuánto quiso a Anna, todo lo que deseó casarse y formar una familia con ella, lo mucho que le interesaba la inteligencia de su prometida, que apoyaba los proyectos comunitarios que ella planificaba con especial devoción. Sus padres la adoraban, Stella la quería, Paul era amigo de ambos y Henry la amaba, podía verlo aún en sus ojos.
Quizás se había ido a París conmigo, tal vez me había hecho el amor y nos dijimos cosas bonitas, pero cuando me habló de Anna su voz sonaba endulzada, sus ojo celestes centellaban. Todo su rostro había transmutado. Henry le pertenecía a ella, porque sentada frente a él dispuesta a hundirme en la mierda de mi vida recordando todo lo que sufrí por el suicidio de Lindsay, él no era capaz de verme.
Stella no lo comprendía. Nadie sacaría a Anna de la vida de su hermano, ni siquiera yo, la linda prostituta que le complacía a gusto y piacere.
—Vamos a la cama —le indiqué cuando el reloj marcaba las 4 de la madrugada—. Debes dormir un poco.
—¿Vendrás conmigo? —quiso saber. Vacilé antes de responderle, quería hacerlo pero no con él así. Me sentía vacía.
—Necesitas dormir.
—Ven conmigo —me pidió. Esos ojos celestes no me permitían negarme.
Terminé haciéndolo. Me metí en la cama a su lado, acunándolo en mi pecho. Sentí como su respiración se profundizó a mi lado, con sus manos prendidas a mi cuerpo. Me envolvía el aroma de su cabello, de su colonia, pero mi corazón estaba oprimido. No podía sacar de mi cabeza sus palabras para con Anna, como todo su ser se iluminaba al hablar de ella.
No pude evitarlo, mientras él dormía cobijado en mis brazos, lloré en la oscuridad de su habitación.
Henry nunca sería mío como lo fue de ella.