POV CALLE.
La noche anterior, sin saber cómo ni por qué, terminé hablando con María José en el carro de mi hermana. Aún estoy procesando eso, me niego a aceptar todo lo que pasó porque ahora sí parece ser definitiva esta ruptura y tengo que decirlo: No estoy lista para vivir mi vida sin ella. En este momento, si me pusieran a escoger un súper poder, sin duda, elegiría uno que me permitiera devolver el tiempo para poder cambiarlo todo y que nada de esto hubiese sucedido.
¿En qué momento me fui a beber con unos compañeros de trabajo y terminé acostándome con mi ex gay en su apartamento?
¿Cómo fue que no fui capaz de decirle las cosas a tiempo a Poché?
¿Por qué putas le dije a Poché que lo disfruté?
¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! ¡Maldita sea, ¿por qué?!
Preguntas sin respuestas y una relación que llega a su final. Qué destino tan triste el que me ha tocado.
Hoy es el cumpleaños de María José, y bajo ninguna circunstancia pretendo quedarme en mi casa pasando esta fecha por alto, así que algo se me tiene que ocurrir para hacerle saber a Poché que sus cumpleaños siguen siendo mi fecha favorita en el año.
Me encontraba en el comedor mientras desayunaba. Mi papá y mi mamá, al parecer, llegaron muy tarde de su evento y aún no se ha levantado y Juliana, seguía en su cama hablando con su esposo oculto.
-Necesito que me prestes tu carro. –Dije entrando de repente a la habitación de Juliana.
-¿Qué? ¿Para qué? –Preguntó incrédula.
-Lo necesito urgente. –Dije. –Voy a salir.
-Dile al chofer de mi papá que te lleve. –Replicó. –No te voy a prestar mi carro.
Sabía que convencer a Juliana no iba a ser nada fácil, nunca le ha gustado que nadie maneje su auto y la entiendo, papá nos acostumbró a eso.
-Juliana, por lo que más quieras. –Supliqué. –Necesito que me prestes tu carro.
-Daniela, tienes a un señor de traje y corbata en la puerta de la casa dispuesto a recibir órdenes tuyas. –Dijo. -¿Por qué no lo aprovechas y le dices que te lleve a donde sea que quieras ir?
-Porque tengo que ir sola. –Respondí.
-Bueno, eso no es problema mío. –Dijo. –Vete en Uber.
No me iba a ir en Uber teniendo tres carros parqueados afuera de mi casa. Salí molesta de la habitación convencida de que en algún momento me iba a vengar de Juliana por haber sido tan egoísta. Rápidamente se me ocurrió un plan para poder irme en la camioneta que tiene asignada el chofer... sin el chofer. Debía salir bien, porque si no, no había otra cosa que pudiera hacer.
-Hola, buenos días. –Dije acercándome el chofer.- Tu nombre... se me olvidó. –Completé apenada.
-Carmelo, señorita. –Dijo con una sonrisa amable. –Carmelo Vergara.
-Ah, sí. Carmelo, mi papá está en la cocina y me pidió el favor que te llamara. –Dije. –Necesita comunicarte algo.
-Muchas gracias, señorita. –Dijo. –En seguida voy.
Me quedé un rato esperando a que Carmelo entrara a la casa para poder continuar con mi plan que flaqueó cuando no encontraba las llaves en el carro. Generalmente siempre estaban en la guantera, pero esta vez, no. Busqué rápidamente la llave hasta que por fin la encontré.
No faltaba mucho tiempo para que Carmelo se diera cuenta que lo había engañado, así que necesitaba salir rápidamente de aquí. No sé ni quiera cómo lo hice porque los nervios me estaban jugando en contra, pero cuando él quiso salir de la casa, ya yo llevaba casi tres cuadras de ventaja.
Primera (y creo que única) parada: El apartamento de María José.
Eran casi las diez de la mañana y no tenía ni idea si ella se encontraba ahí, esperaba que sí y que no se hubiese ido a desayunar con su familia, y si ese llegaba a ser el caso, estaba completamente dispuesta a esperarla hasta que regresara. Cuando llegué al edifico, busqué un sitio para estacionarme cerca y empecé a ser consciente de lo que estaba haciendo, a preguntarme qué le diría a Poché cuando la viera luego de haberla visto, también, la noche anterior. O sea, ¿realmente estaba haciendo bien en venir hasta acá?
-Hola, buenos días. –Dije refiriéndome al guardia de seguridad del edificio. –Voy para el apartamento de María José Garzón.
-Buenos días, joven. –Respondió amable. -¿La están esperando?
-No señor. –Dije. –Ella está de cumpleaños y es sorpresa que yo esté aquí.
-Me permite su documento de identidad, por favor.
-Claro que sí.
Lo buqué en mi cartera y se lo pasé.
-¿Es posible que usted me permita el ingreso sin anunciarme? –Pregunté mientras él verificaba la información en mi documento.
-No, señorita. –Dijo. –Si su documento estuviese registrado, sí.
Obvio mi documento no iba a estar registrado aquí. El señor se dispuso a llamar por el citófono al apartamento de Poché y era muy probable que hasta aquí hubiese llegado todo. No necesitaba ser adivina para saber que María José no me quería ver ni en pintura.
-No contestan. –Dijo. –Al parecer no hay nadie.
-¿Y esa información se puede verificar? –Pregunté.
-Es que prácticamente acabo de recibir el turno. –Respondió el señor. –Si salieron tuvo que haber sido en el turno anterior.
-¿Y a qué hora se acabó ese turno?
-A las 8 de la mañana.
El ascensor se abrió diagonal a la recepción donde estaba ubicado el celador y casi que involuntariamente me giré para ver quién iba a salir de ahí con la esperanza intacta de que se tratara de Poché. Pero no, no era ella.
¿Qué putas estaba haciendo Sofía saliendo del ascensor del edificio donde vive Poché? ¿Por qué Sofía no puede simplemente desaparecer del mundo y ahorrarme tantos disgustos?
-Puedo volver intentarlo, si desea. –Habló el celador.
Yo estaba concentrada viendo a Sofía quien salió con la mirada fija en su celular. No la dejé de observar ni un segundo hasta que su mirada chocó con la mía. La miré desafiante, con odio, con recelo y fastidio. Y ella me miró a mí y en su mirada no pude reconocer algo diferente a satisfacción. Soy actriz, no me queda difícil reconocer ese tipo de cosas.
-¿Señorita? –Continuó el celador. -¿Desea que llame nuevamente?
-No. –Dije mirándolo esta vez. –No es necesario.
Salí del edificio de inmediato, si me quedaba ahí, no me iba a poder hacer responsable de mis actos.
-¿Daniela?
Caminé sin voltear y odié con todas mis fuerzas no haber podido estacionar más cerca.
-Oye, dejaste tu documento de identidad. –Dijo.
Me vi obligada a calmar el paso y encararla, por fín.
-No debiste molestarte. –Dije de mala gana quitándosela de las manos.
-No es ninguna molestia. –Dijo en medio de una sonrisa.
"Hipócrita" pensé.
Crucé la carretera para llegar al sitio a donde había estacionado y sentía el paso de Sofía detrás de mí. ¡Qué mujer tan fastidiosa!
-¿Me estás siguiendo? –Pregunté seria.
-No. –Dijo sin quitar la sonrisa de su rostro. – Ese es mi carro. –Completó señalando el vehículo que estaba justo al lado de la camioneta en la que yo había venido.
¿Qué tan de malas tengo que ser para venir a ver mi ex el día de su cumpleaños y terminar encontrándome con la niña que toda la vida ha estado enamorada de ella? todo mal, todo muy mal.
-¿Viniste a ver a Poché? –Preguntó mientras yo buscaba la llave del carro en el bolso.
La ignoré. No quería, ni pretendía entablar una conversación con ese ser. Entré a la camioneta e intenté calmarme; si Sofía estaba en ese edificio es porque Poché está en su apartamento y ella estaba visitándola, a menos que Sofía también viva en ese edificio pero eso no es posible porque si así fuera su carro hubiese estacionado en el parqueadero y no aquí exponiéndose a una multa de tránsito.
Tenía dos opciones:
1. Esperaba que Sofía se fuera, me calmaba y regresaba al edificio.
2. Me resignaba a ver a María José y me devolvía a la casa.
La primera parecía ser la más viable si tenía en cuenta todo lo que había hecho para llegar hasta aquí. Pero había una posibilidad que yo no había contemplado:
María José siempre me negó cualquier tipo de relación con Sofía, si entre ellas dos no había nada, ¿Por qué Sofía habría venido a verla?
Sofía me generaba la mayor desconfianza y así ha sido desde que la conozco, incluso, antes de yo tener algo con Poché. De las amigas de mi hermana es con la única que jamás he podido llevármela bien.
Las dos opciones que tenía dejaron de ser dos para convertirse en tres, y elegí la tercera: Seguir a Sofía para saber a dónde se iba a dirigir luego de salir de aquí.
Me cuidé mucho para que no notara que la iba siguiendo. Dejaba que se adelantara dos o tres carros y luego me le acercaba, y cuando encontrábamos algún semáforo en rojo me procuraba quedar lo suficientemente cerca para evitar que me viera. Así durante un largo recorrido, por un momento pensé que se había dado cuenta y de que estaba jugando conmigo, pero no la creí tan astuta de haber notado algo así.
Segunda (y muy improvisada) parada: Una tienda.
Estacionó en un lugar que parecía ser alguna tienda, desconocía por completo qué productos vendía, porque me quedé una cuadra antes esperando a que saliera, demoró en la tienda veinte o treinta minutos aproximadamente, y cuando salió casi no me doy cuenta que se trataba de ella. Salió con un peluche enorme que tenía varios globos rojos inflados con helio y uno de ellos decía en letras blancas hechas a mano: "HBD. TE AMO"
Tragué en seco, la verdad de absolutamente todo estaba frente a mí en estos momentos, era obvio que ese regalo era para Poché. Aunque era un muy mal regalo para una persona como María José que odia los peluches y mucho más si son así de grandes porque cree que tienen vida propia, pero claro, qué va saber Sofía, una mujer tan básica como ella, de regalos para una mujer tan extraordinaria como Poché.
Ya no tenía nada más que hacer tras la pista de Sofía, lo que quería saber, ya lo sabía. Me devolví a casa triste, decepcionada, cuestionándole a la vida el por qué me pasaban estas cosas a mí y negándome completamente a la idea de que Sofía estuviese ahora con el amor de mi vida. Y me da mucha rabia pensar en eso sabiendo que María José siempre me aseguró que lo único que sentía por ella no era nada más que un cariño de hermana por todo el tiempo que pasaron juntas en la academia. Ahora me pongo a pensar en las incontables veces que Poché se molestaba por "mis celos sin fundamentos", sabiendo que sí los tenía. Y sobre todo, me siento completamente engañada por haberle creído a María José sus falsos "Yo con ella jamás tendría nada" "Jamás te sería infiel con ella" "Jamás, jamás, jamás..."
Y tal como lo esperaba, cuando llegué a casa, papá me estaba esperando en la sala más molesto que nunca.
-Daniela, ¿Dónde estabas? –Preguntó serio cuando me vio entrar.
Entré a la cocina ignorando su pregunta y su presencia, me serví un vaso de agua y él se vino detrás de mí.
-Estoy hablando contigo. –Continuó. -¿Por qué te llevaste el carro de esa manera?
-Papá, ahora no. –Dije sin alzar la voz. –Tengo cero ganas de dar explicaciones, nunca me las has pedido, no lo hagas ahora.
Mi mamá presenció todo ese momento y agradecía que no interviniera, esto no era asunto suyo. Subí a la habitación y no vi a Juliana, pensé que habría salido hasta que la escuché cantando en francés en la ducha. Parecía invocando a un demonio en ese idioma.
-Apareciste, roba autos. –Dijo cuando salió del baño. –Y hasta astuta eres porque bloqueaste el GPS de la camioneta y no la encontraban en toda Bogotá.
-Yo no bloqueé nada. –Dije seria. -¿En serio eso tiene GPS?
-Según mi papá, sí. –Dijo. –Pero no aparecía en el mapa.
-Me da igual. –Dije. –Igual ahí tiene su camioneta sana y salva.
-¿A dónde fuiste? –Preguntó secándose el cabello con la toalla.
Me acosté en la cama volviendo a repasar todo, absolutamente todo lo que había ocurrido. Estudié una y otra vez la presencia de Sofía en el edificio, el recorrido que hizo hasta la tienda, el peluche enorme que compró, el mensaje que estaba escrito en los globos... todo era muy claro, y todo apuntaba a que ese regalo era para María José. Pero, ¿por qué ir a comprar un regalo luego de salir de la casa de la cumplimentada? Normalmente, se compra el regalo antes de visitar a la persona que cumple.
Debí haber seguido a Sofía para confirmar que ese peluche enorme sí era para Poché.
-Escúchame bien lo que voy a decir. –Habló mi hermana luego de terminar de vestirse. –No sé qué carajos hiciste durante el rato que no estuviste en la casa, ni a dónde fuiste, y tampoco sé qué pudo haber pasado para que regresas así como estás. –Dijo y se sentó a mi lado en la cama. –Pero sí sé perfectamente qué día es hoy, así que no me queda muy difícil imaginarme dónde estabas...
-Juli de verdad que no quiero hablar del tema. –Interrumpí.
-No te estoy pidiendo que hables. –Replicó de inmediato. -Solo quiero decirte que no te voy a dejar sola, que si no quieres hablar está bien, pero me quedaré aquí, abrazándote, hasta que te sientas mejor.
Pasó su brazo por mi cuello y me trajo hacia ella para abrazarme. Cerré los ojos y me concentré en no llorar, pero fue casi que imposible poder contener mis lágrimas. Me quedé abrazada a Juliana durante un largo rato, ninguna de las dos mencionaba ni una sola palabra y empecé a sentirme muy segura en sus brazos, no recuerdo cuándo fue la última vez que me sentí tan cercana a ella, que sentí el vínculo que nos une más familiar que nunca. Era como si en este momento fuésemos una sola y no existiese otro lugar en el mundo más seguro para mí que su alma. Mi hermana tal vez no lo sabe, pero hoy yo soy todo lo que soy gracias a su amor desinteresado y a su tiempo tan dedicado.
-Sí fui a buscarla. –Dije sin separarme de ella.
-¿La encontraste? –Preguntó.
-A ella, no. –Respondí. –A Sofía, sí.
Mi hermana se separó de mí de inmediato y me miró muy sorprendida.
-¿Sofía? –Preguntó dudosa. -¿La misma Sofía de siempre?
"¿Y es que acaso hay otra?" Pensé.
Asentí con la cabeza y me re acomodé en la cama.
-Creo que estaban juntas. –Dije. -¿Habrán dormido juntas?
No había contemplado esa posibilidad antes, pero ahora parecía muy lógica: Pasaron la noche juntas y por eso Sofía salió a comprarle su regalo por la mañana.
-Claro que no, Dani. –Respondió mi hermana. –Poché jamás metería con ella.
He escuchado eso tantas veces que ya ni siquiera lo creo.
-Pero, ¿te dijo algo cuando te vio? –Continuó mi hermana.
-La muy cínica me preguntó que si había ido a ver a Poché. –Dije.
-¿Y tú qué le dijiste?
-Nada. –Contesté. –Pero la seguí después.
-¡¿La seguiste?! –Dijo en un brinco.
-Sí, hasta una tienda. –Dije. –Compró un peluche enorme con unos globos que decían "feliz cumpleaños, te amo" o algo así.
-Pero a Poché no le gustan los Peluches grandes. –Dijo muy segura Juliana.
-La conoces tanto como yo. –Dije.
-Además, Sofía tiene novia. –Continuó.
-Espera, ¿qué? –Pregunté confundida. -¿Tiene novia?
-Sí, no sé cuánto tiempo llevan pero, sí. –Respondió. –Te voy a mostrar.
Cruzó hasta su mesa noche por su celular, entró al perfil de Sofía en Instagram y me mostró las últimas publicaciones. Según las fotos y los captions que tenía, sí, Sofía tenía novia. Entonces, ¿qué putas hace acercándose a Poché?
-Pero si ella siempre ha estado enamorada de Poché. –Dije. –No creo que desaproveche la oportunidad de enredarse con ella ahora que sabe que nuestra relación terminó.
-¿Y por qué dices que ella sabe eso?
-Poché ya tuvo que haberle contado. –Dije. –Y tampoco es muy difícil de intuir que Poché y yo ya no somos novias.
Revisando el perfil de Sofía, una foto llamó mucho mi atención.
-¿Esta foto de cuándo es? –Pregunté abriendo la publicación.
Era una foto de ella y María José en un centro comercial comiendo helado, el caption decía "Por los buenos y malos tiempos. Por ti, por mí.". La sangre me hervía tanto que me quemaba. Miré la fecha de esa publicación y fue justo para los días que Poché terminó conmigo, Entonces, mientras me mataba una infección en la clínica, María José se dedicaba a comer helado con sus amiguitas.
-No la había visto. –Dijo Juliana quitándome el celular.
-Entra al perfil de Poché. –Pedí.
-No te hagas más daño. –Dijo. -¿Qué quieres ver ahí?
Le quité el celular de mala gana y puse en el buscador su user, su feed estaba igual a como lo recuerdo, pero tenía historias publicadas así que no dudé en verlas.
-Están en la finca. –Dije mientras las veía.
Obviamente reconocía el lugar que mostraba en los videos de sus historias. Entonces recordé que esta mañana cuando el celador del edificio llamó a su apartamento nadie contestó, lo cual podría ser porque se habían ido a la finca muy temprano, pero si era así, ¿por qué Sofía estaba en el edificio cuando yo llegué y posteriormente salió a comprar un regalo? ¿Será que después de comprar el regalo Sofía se fue para la finca?
-Necesito hablar con María José. –Hablé nuevamente repitiendo las historias.
-Llámala. –Dijo mi hermana.
-No, desde tu celular, no. –Dije. –Se va a imaginar que soy yo y tal vez no conteste.
-¿Entonces?
-Voy a comprarme uno. –Dijo. –A demás, lo necesito.
Le entregué el celular a mi hermana y salí de la cama dispuesta a arreglarme lo más rápido posible para salir a conseguir un celular nuevo. Entre más tarde hiciera la llamada, más riego corría de arrepentirme.
-¿Vas conmigo? –Le pregunté a Juliana una vez estuve lista.
-Pues sí. –Dijo. –No vaya a ser que te robes el carro de mi papá nuevamente. –Completó de manera jocosa.
Cuando salimos de la habitación no vimos ni a mi papá, ni a mi mamá, y creo que por ahora era mejor así, aún no me sentía capaz de decirle a mi papá que le robé su carro para ir hasta el apartamento de mi ex novia porque hoy está de cumpleaños y terminé encontrándome con otra niña que posteriormente seguí.
-¿Estás segura de hacer eso que vas a hacer? –Preguntó mi hermana cuando íbamos en camino.
-¿De hacer qué cosa? –Pregunté. -¿De comprar un celular?
-Tú sabes a qué me refiero. –Dijo sin despegar la mirada de la carretera.
-De comprar el celular, sí. –Dije.
-¿Y de llamarla?
-También. –Contesté.
No dijimos ni una sola cosa más hasta que llegamos a la tienda donde iba a comprar mi móvil. En mi interior repasaba las mil y unas maneras que tenía para iniciar una conversación con María José, y por cada mil y un cosa que pasaba por mi mente, se me ocurrían mil y un respuestas de su parte. Lo triste es que ninguna de esas mil y un respuestas sonaba amable.
El proceso de compra fue realmente rápido, la compañía se ofreció a asignarme el mismo número que tenía en mi antiguo móvil pero si accedía a esa oferta, cuando llamara a María José, le saldría. Y la idea era que ella no supiera que detrás de ese número desconocido que la iba a llamar estaba yo.
Así que, todo listo: Ya tenía celular nuevo.
Regresamos a la casa y las cosas no estaban como cuando nos fuimos. Papá me estaba esperando en la sala.
-Esta vez no vas a evadir la conversación que tenemos pendiente. –Dijo apenas me vio entrar. –Sube y me esperas en el estudio.
Pensé en que papá estaba realmente molesto por lo que hice, de otra manera no me hubiese pedido que fuera al estudio; cualquier cosa que me quisiera decir lo podía decir aquí, en la sala. Pero no, cuando está muy molesto prefiere canalizar su molestia en su propio espacio.
Subí sin refutarle su orden. Mientras llegaba, inicié el back up de mi cuenta de Apple para recuperar todo lo que tenía en mi antiguo celular. Desde aquella vez en el hospital no sabía lo que era usar un celular, no sé cómo viví tanto tiempo sin uno.
-¿Tienes algo para decir respecto a lo que hiciste esta mañana? –Preguntó mi papá apenas entró al estudio.
Negué con la cabeza dejando que el celular hiciera lo suyo en el escritorio.
-¿No? –Mencionó dudoso.
-No sé qué quieres que te diga. –Dije mirándolo firmemente. -¿En serio tanto show porque tu hija se llevó uno de tus carros?
-No, el "show" –Dijo haciendo énfasis en la palabra. –No es porque te hayas llevado uno de mis carros.
-¿Sino?
-Porque no tuviste la confianza suficiente de pedírmelo prestado. –Dijo. -¿Cuándo carajos te he negado algo, Daniela?
A ver si entendía, lo que lo tenía así de molesto fue que no me le acerqué para decirle que me lo prestara. Si debería estar molesto porque me lo llevé, no porque no le haya dicho. A veces mi papá, es bastante impredecible.
-No te vi cuando bajé y necesitaba salir rápido. –Justifiqué.
-¿Y por qué no dejaste que el chofer te llevara? –Preguntó. –Le pago para eso, no me hagas perder el dinero.
-Primero, no me fui con él porque quería ir sola. –Dije. –Y segundo, lo siento mucho, papá, pero yo no te pedí chofer.
Mi papá se quedó en silencio como queriendo entender lo que acababa de decir, y no era tan difícil hacerlo. Él, más que nadie en el mundo, sabe que nunca me ha gustado ese estilo de vida de andar con choferes, montar en aviones privados o tener escoltas que me sigan el paso. Odio eso.
-Y tal vez tengas razón. –Dije al notar que no iba a hablar él. –Debí haberte pedido prestado el carro. Discúlpame por eso.
-Hija, yo entiendo que no te guste tener un chofer, no usar mis pistas privadas, ni nada de eso a lo que te he sometido de un tiempo para acá. –Dijo. –Pero yo quiero que sepas que todo eso es por tu seguridad, no es un capricho mío que alguien te lleve y te traiga, o que te vayas en mis aviones a cualquier parte del mundo...
-Yo nunca he entendido por qué tanta seguridad. –Interrumpí.
-Por mi trabajo, Daniela. –Dijo en tono de desesperación. –Tengo a mi cargo la compañía de Golf más importante de América Latina y manejo cierta información estrictamente confidencial que involucra al Estado. –Hizo una pausa y me miró. –Información que solo manejo yo. Y tú no te imaginas el temor que siento solo de pensar que en algún momento alguien les pueda hacer daño a ti, tu hermana o a tu mamá por querer hacerme daño a mí, por querer buscar información en mí, ¿comprendes?
-Pero Juliana sale sola. –Dije. –Sin escoltas y sin chofer, y no veo que te preocupe tanto.
-Ven, date la vuelta. –Dijo.
Me giré hasta su escritorio y abrió su portátil, tecleó un par de claves y me mostró.
-¿Ves este punto amarillo de aquí? –Preguntó señalando un mapa en la pantalla.
-Sí. –Respondí sin entender mucho la imagen.
-Si lo acerco. –Dijo mientras acercaba con el cursor. –Me lleva a la ubicación del carro de tu hermana y no solo eso. –Continuó tecleando un código. –Obsérvalo aquí, está parqueado allá afuera.
-¿Mi hermana sabe eso? –Pregunté curiosa.
-No. –Dijo. –Y te agradecería que no le dijeras, tú conoces muy bien a tu hermana y sabes que no le gustará, pero por su seguridad debo hacerlo.
-¿Y desde cuando le haces ese tipo de inteligencia a mi hermana? –Pregunté. -¿Desde que llegó a Bogotá?
-No. –Contestó. – ¿Recuerdas el problema jurídico que tuve con hace varios años con la dirección de golf en Cali, el supuesto fraude que quisieron hacer a mi nombre?
Jamás me olvidaría de eso.
-Sí, por supuesto. –Contesté.
-Bueno, desde esa época inició esa inteligencia, como tú le llamas.
-¿Y en Francia también?
-Sí. –Dijo. –En Francia también le hicimos la misma inteligencia.
-¿O sea que tú sabes que...? –Quise completarlo pero me arrepentí.
-¿Que tu hermana está casada? –Completó él por mí.
Quise salir corriendo cuando lo escuché decir eso. No podía ser posible que mi papá lo supiera. La influencia de mi papá llegaba hasta el otro lado del planeta, literal.
-Sí, sí lo sé. –Continuó mi papá mientras yo seguía sin poder salir de mi asombro. –Sé quién es Jean Paul, hace parte del club de golf de Chiberta, así que fue muy fácil ubicarlo.
Volví a mi asiento más sorprendida todavía, es que o sea, eso no podía ser posible.
-Tú tienes que hablar con Juliana de esto, papá. –Dije. –No sabes lo mal que ella la ha pasado por haberse casado a escondidas y que aún tú no lo sepas.
-Si ella no me lo ha contado es porque no tiene la confianza suficiente para hacerlo. –Dijo.
-No, no lo ha hecho porque no sabe cómo lo vayas a tomar. –Repliqué. –No es justo con ella, papá.
-En fin, este no es el punto de nuestra conversación. –Dijo evadiendo el tema. –Solo espero que, por tu seguridad, lo de hoy no se repita y si no quieres a un chofer, está bien, pero por lo menos ten la delicadeza de informarme dónde vas a estar.
Yo sabía, muy en el fondo, que mi papá jamás se iba a conformar con que yo le dijera dónde estaba, y estaba más que convencida que a partir de hoy usaría el mismo método que ha usado con mi hermana para hacerme inteligencia a escondidas. Así que me va a tocar convivir todo el tiempo con una sombra invisible que por nombre lleva Germán.
Salí de su estudio un poco consternada por todo lo que acababa de enterarme y sentía en mí una sensación imposible de reconocer que me llevaba a cuestionarme quién era en realidad mi papá, por qué acudir a ese tipo de métodos para hacerle seguimiento a mi hermana, por qué de esa manera tan... ¿clandestina? ¿A qué era en realidad a lo que mi papá le temía?
Baje a la cocina por un poco de agua para tranquilizar un poco mis pensamientos, aunque la verdad era que no sé si existiese algo que pudiera ayudarme.
-Hoy no te has tomado tus medicamentos. –Dijo mi mamá haciéndome volver en sí.
-Ya no los necesito, ma. –Dije. –Me siento muy bien.
"Me siento muy bien de salud" fue lo que en realidad debí decirle.
-No es bueno que abandones el tratamiento, hija. –Continuó. –No falta mucho para que lo acabes. ¿Ya almorzaste?
Negué con la cabeza. No había comido absolutamente nada en todo el día, y, aunque sea difícil de creer, no tenía apetito.
-La verdad, no tengo mucha hambre, ma. –Dije.
-¿Quieres que mande a preparar algo? –Preguntó.
-Quiero de las pastas que siempre me hacías cuando iba a La Florida. –Pedí. –Pero hazlas tú, solo tú las sabes hacer cómo me gustan. –Completé en medio de un puchero al que no pudo resistirse.
La dejé en la cocina con su preparación y me fui hasta la sala donde estaba mi hermana viendo televisión. Me sentía extraña estando con ella y no hablarle sobre lo que me enteré en el estudio de papá, pero tampoco podía defraudar la confianza que había tenido él en contarme todo eso.
-¿Estuvo fuerte el regaño? –Preguntó cuando me senté a su lado en el sofá.
-No. –Contesté. –Solo me dijo que a la próxima se lo pidiera prestado.
-¿Solo eso? –Preguntó.
La miré sospechosa y afirmé.
-Sí... solo eso. –Dije. -¿por qué?
-Nada en especial. –Respondió. -¿Ya llamaste a Poché?
Recordé que había dejado el celular en el escritorio de mi papá mientras se hacía el back up y no creo que ya haya finalizado, así que ni siquiera tuve la intención de ir por él.
-No. –Dije. –Estoy recuperando la información del anterior celular, más tarde la llamo.
-¿Crees que Sofía se haya ido hasta la finca?
Me quedé pensando en eso, porque la respuesta podía ser un "sí" sin lugar a dudas.
-Quiero creer que no. –Dije en medio de un suspiro. –No me resisto a la idea de que esté pasando algo ente ellas dos.
-¿Tú crees que sí pasa? –Preguntó.
¿Dónde había quedado la Juliana que se había atrevido a asegurar que Poché jamás se metería con Sofía?
-Poché me decía que Sofía siempre estuvo enamorada de ella, pero que yo debía estar tranquila porque entre ellas dos solo existió una amistad.
-Sofía siempre ha sido muy extraña. –Dijo. –O sea, antes éramos muy unidas, hasta que Poché y tú se hicieron novias, ahí empezó a cambiar todo. Ahí empezó a cambiar ella.
-¿Cambiar cómo?
-No sé, se volvió muy extraña. –Dijo. –Empezó a comportarse una manera distinta. Todo era muy misterioso.
-Yo nunca he confiado en ella. –Mencioné. –Siempre me ha parecido un poco... no sé, caprichosa. Es de las personas que no le importa hacer cualquier cosa para conseguir lo que quiere. Y eso me da mucho miedo.
-¿Cómo así?
-Que yo sé que ella quiere estar con Poché, y que no va a descansar hasta conseguirlo. –Dije. –Y lo peor que me podría pasar en la vida es que ese par terminen juntas.
-Pero no deberías pensar tanto en eso. –Dijo mi hermana. –A fin de cuentas tú no puedes controlar lo que pase entre ellas dos.
-Y tampoco puedo controlar lo que siento cada vez que pienso en ellas juntas. –Dije. –Este dolor es mucho más grande que yo.
-Increíble, ¿no? –Continuó. –Ustedes que eran tan unidas han terminado muy mal, ¿en qué momento pasó todo?
-Yo sigo esperando a que sea un sueño y a que alguien esté a punto de levantarme.
Sinceramente, yo también me hacía esa misma pregunta: ¿En qué momento pasó todo?
-Oye, estoy pensando en hablar con mi papá de lo que sabemos. –Intervino Juli después. -¿Crees que sea buena idea?
¿Con qué cara le decía yo a mi hermana que su sufrimiento por no haber hablado con papá antes no tenía ningún sentido porque él ya sabía todo, que no era necesario que se agobiara con el tema, que simplemente lo hablara con naturalidad, y ya?
-Yo lo que creo es que no tiene ningún sentido que sigas ocultándolo. –Dije. –Algún día tendrás que decirle y no tiene sentido callar algo que tarde o temprano te va a tocar decir.
-Es que me da mucho miedo su reacción.
-Pero, ¿acaso cómo crees que reaccione? –Pregunté. –Juliana, casarse es lo más natural del mundo.
Justo en ese momento mamá salía de la cocina con el plato de comida en las manos. Juliana y yo nos miramos inmediatamente, estábamos seguras que ella había escuchado.
-Está un poco caliente. –Dijo acercándose a mí. –Ten cuidado.
Hace mil años no veía algo tan provocativo como esto. Ese olor a comida de mi mamá me recordaba mis días en La Florida con ella, por suerte, esos días no volverán porque ahora la tengo en casa conmigo.
-¿Tú también quieres? –Preguntó dirigiéndose a Juliana.
Pensé que se negaría al ofrecimiento, no porque no quisiera, sino porque se trataba de mi mamá. Y bueno, ellas pues...
-Si alcanza, sí. –Respondió Juliana.
Mamá se fue hasta la cocina y trajo un poco más para mi hermana. Esto estaba realmente delicioso.
-En la cocina hay más por si quieren. –Terminó por decir antes de subir a su habitación.
-No pierde el talento para cocinar, ¿ah? –Dijo mi hermana mientras comía.
-Jamás. –Dije. -¿Ustedes dos no han hablado?
-Aún no. –Respondió. –Supongo que ese momento llegará.
-¡Daniela!- escuché gritar a mi padre. -¡Sube!
Dejé el plato a un lado y fui hasta el estudio de donde no salía desde nuestra conversación.
-¿Qué pasó? –Pregunté cuando entré.
-Ese aparato está sonando hace rato. –Dijo señalando el celular que había dejado en su escritorio.
Parecía estar molesto por algo y yo no iba a entrar en detalles, así que agarré el celular y salí sin decir nada más. El back up ya había finalizado, lo revisé rápidamente y se recuperaron algunos archivos, pensé en llamar a María José de inmediato pero hubo algo en mí que me hizo no hacerlo.
-¿Qué pasó? –Me preguntó Juliana cuando regresé.
-Había dejado el celular en su estudio. –Contesté.
Continuamos hablando mientras terminábamos de comer y luego nos quedamos en la sala viendo un programa de experiencias paranormales que ella había encontrado en internet. Ahí nos quedamos casi toda la tarde, y cambiamos el programa cuando empezó a hacerse de noche y mi hermana empezó a sugestionarse por todo lo que habíamos visto.
-Yo sé quién se va a pasar para mi cama porque no podrá dormir. –Dije en tono jocoso mientras buscábamos qué ver.
-Ya tengo miedo. –Dijo entre risas.
-¿Para qué te pones a ver esas cosas si sabes que te da miedo?
-Es que me llamó la atención. –Contestó. –Pero ya no veré más nada de eso.
Mamá apareció de repente al lado de nosotras y nos asustamos al escuchar su voz. La escena fue tan graciosa que las tres no podíamos parar de reír.
-Niñas, su papá y yo saldremos a comer. –Dijo volviendo a la calma. -¿Quieren venir?
Yo tenía una llamada pendiente que hacer y si salía se me podría hacer tarde después. Entonces, me negué de inmediato y Juliana, por obvias razones, no iba a salir sola con mis papás, así que sin nada más que hacer y sin ningún otro programa interesante que ver, mi hermana y yo decidimos regresar a nuestra habitación.
Las ganas de llamar a Poché iban aumentando con cada segundo que pasaba, pero no dejaba de pensar en que tal vez estaría ocupada y no iba a contestar o peor aún, que la llamada de un número desconocido no iba a ser tan importante como para dejar de estar con su familia, o con quien sea que esté. Me tardé mucho para llenarme del valor necesario para marcarle, pero por fin, después de un largo rato pude hacerlo. Se me arrugó el corazoncito cuando me di cuenta que su número seguía guardado de la misma forma.
Llamada saliente.
Amor.
Sistema correo de voz, su llamada tendrá cobro después del tono.
-No contesta. –Dije. –Debe estar ocupada.
-Intenta nuevamente. –Propuso mi hermana.
Y yo no podía perder este impulso, así que eso hice.
Llamada saliente.
Amor.
Y justo un tono antes de que se volviera a mandar a buzón, abrió la llamada.
-Ya tengo celular. –Fue lo único que se me ocurrió decir.
-¿Quién habla? –Preguntó ella al otro lado de la línea.
La respuesta a esa pregunta era muy obvia. Poché no puede venir ahora a decir que no reconoce mi voz después de haber estado conmigo durante tantos años.
-Tú sabes quién soy. –Respondí segura. –Quiero que hablemos.
La llamada se quedó en silencio por un momento y luego habló.
-¿Qué haces llamándome el día de mi cumpleaños?
De todos los diálogos que me imaginé, este, nunca estuvo presente.
-Precisamente. –Dije. –Para desearte un feliz cumpleaños, otra vez.
-Calle, tú y yo no tenemos nada de qué hablar. –Dijo. –Ayer me dijiste que hacías lo que yo necesitaba que hicieras; bueno, necesito que dejes de buscarme, de llamarme, necesito que me dejes en paz de una vez por todas.
Habló casi que sin hacer ni una sola pausa. No había presenciado lo de esta mañana en vano, yo iba a llevar esta conversación hasta las últimas consecuencias.
-Quiero que hablemos. –Repetí. –Dime dónde estás y paso ya mismo por ti.
Yo sabía que ella estaba en la finca porque lo había visto en sus historias de Instagram, pero necesitaba escucharlo de ella.
-No. –Contestó. -¿Tan difícil es aceptar que por primera vez el mundo le esté diciendo que no a un capricho tuyo? –Preguntó.
Eso fue un golpe muy bajo. Poché podía ser cualquier cosa para mí, pero jamás un capricho.
-¿Un capricho? –Pregunté. -¿Eso crees que eres tú para mí?
-Querer verme sí es un capricho. –Contestó.
¡Eso sí que menos!
-Te equivocas. –Respondí de inmediato. –Querer verte es una maldita necesidad.
-Pues te va a tocar aprender a vivir con esa necesidad. –Replicó. –Haznos un favor a ambas y déjame en paz.
Eso sería hacerle un favor solo a ella. Para mí era un castigo.
-¿Hay alguien más en tu vida en este momento? –Pregunté recordando lo que pasó esta mañana
-¿Perdón? ¿Qué me quieres decir?
-Sí. -Mencioné -¿Estás saliendo con alguien y por eso no quieres salir conmigo?
Era la única vía lógica que encontraba a tanto desprecio de su parte. Yo sé que me equivoqué pero Poché no puede ser tan cruel conmigo.
-¡No seas tan ridícula, Daniela! –Gritó fuerte –Tú conoces perfectamente las razones por las que no quiero salir contigo. Además, yo no tengo que darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer con mi vida.
Colgó la llamada inmediatamente y yo necesitaba darle fin a la conversación, marqué nuevamente pero la llamada no entraba. Había bloqueado el número.
A Poché no le gusta gritar y me gritó.
Creo que ya venía siendo hora de aceptar que a lo mejor sí debía darle un espacio, porque tampoco quería correr el riego de llegar al punto de fastidiarla. Aunque el hecho de aceptar la derrota y hacerme a un lado representa un riesgo grandísimo, pero, si ese es el precio que debo pagar por todas mis culpas, ya no me queda otro remedio que aceptarlo.
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