Era una fría noche de verano y la luna, hoy llena, podía lucirse debido a que ninguna nube podía verse en el cielo. Sólo unas pocas personas podían verse en las oscuras calles del pueblo. Algunos iban rápido hacia sus casas, otros iban a cenar a los restaurantes y hubo alguno que incluso fue a tomar unas copas en los bares con sus amigos. Uno en concreto, que se encontraba perdido en sus pensamientos, no se percataba del peligro que le acechaba. Marcus un cuarentón con cara redonda se hallaba sentado en el borde del escalón que había en la puerta número 13 situada en la plaza Sens y parecía que, aunque se oía algún que otro ruido a su alrededor, sólo tenía ojos para el suelo húmedo en el que podía verse varias baldosas agrietadas debajo de sus pies.
Hacía varias horas que había salido de su trabajo. Sus compañeros y su jefe le habían aconsejado que se tomara la tarde libre ya que, según ellos, no tenía buen aspecto. Marcus era un empresario de carácter serio que trabajaba al lado de bar de Mario, que siempre le hacía muchos descuentos en licores debido a su amistad.
Siempre solía hacer la misma rutina todos los día. Para empezar, se duchaba con agua fría, aunque fuera invierno, porque siempre decía que le hacía pensar mejor. Antes de conocer a su mujer, iba todos los días a desayunar al bar de Mario. El bar, antes de quedarse con el nombre de "la casa de la botella" se llamaba la taberna del rincón, pero todos los que iban les parecía tan parecido a un hogar que acabaron por ponerle ese mote.
Ahora con su mujer todo había cambiado. Su desayuno ahora en casa consistía en unas deliciosas tostadas con tomate natural y luego un café preparado con cariño por su mujer Azucena. Cuando Iba a trabajar , solía coger el autobús, pero casi siempre llegaba un par de minutos tarde. Su relación con su jefe era muy buena y gracias a eso, esos minutos quedaban olvidados. Jacky, el jefe de la empresa, como Marcus le llamaba, era un viejo amigo suyo. En su infancia Jack le pidió un favor a Marcus y le ayudó sin pensárselo. Desde entonces comenzó su estrecha amistad. Jack le devolvió el favor dándole un buen trabajo en la empresa que él había heredado de su padre y con unas ligeras ventajas. A las dos en punto siempre solía hacer un descanso para la comida, siempre en el mismo lugar, en el bar de Mario. Siempre solía pedirse lo mismo: pescado con una patata asada picante.
Que Mario supiera de memoria lo que Marcus iba a pedir resultaba beneficioso para los dos. Ni gastaban tiempo para pensar uno que pedir, ni el otro que preparar porque ya lo tenía hecho. Hoy, todos habían notado su ausencia, incluso Mario había mensajeado a Azucena para saber el estado de su amigo. Nadie sabía nada de él desde que a las doce había abandonado el edificio donde trabajaba. Con frecuencia, cuando salía de trabajar por la tarde, iba a la pizzería San Alpes, dirigida por Ramón, que se encontraba al lado del bar de Mario -ya que este último sólo servía cenas elegantes según él. Traía siempre a casa la misma pizza porque era la que más le gustaba a Azucena: una de jamón y queso picante. También, si le daba mucha pereza tener que esperar, acudía al supermercado de debajo de su casa llamado el Bigmercado y compraba unas ensaladas o cosas precocinadas.
Hoy no había noticias suyas y alerto a muchos de los conocidos con los que convivía habitualmente quienes contactaron pasadas las horas de su trabajo con Azucena.
El momento más feliz del día de Marcus era cuando llegaba a su casa y cenaba con su amada olvidándose de todos sus problemas. Esta mañana había salido temprano sin ni siquiera despedirse de Azucena y si no fuera por el mensaje que éste le había dejado en la repisa de la cocina, ya hubiera alertado a todo el pueblo.
Pero ahora, llegada la noche y sin noticias suyas además de los mensajes preocupados de sus amigos, decidió embarcarse en la aventura de ir a buscarle.
La casa de los Bennett, como se apellidaban Marcus y Azucena, estaba a veinte minutos del trabajo de Marcus y Azucena fue a buscarle. De camino escuchó las habladurías de muchas arpías, como se les llamaban a las viejas cotillas del pueblo, tomando cafés y disfrutando su vida de jubiladas. Habladurías sobre la imagen terrorífica de algunas viviendas, ya caídas por el paso del tiempo, y la mala imagen que daban a aquellas personas que no permanecían al pueblo, Brichevillage. Se bajo del autobús despidiéndose de una señora que le había dado conversación durante parte del trayecto y se dirigió a la calle Mayor, donde se encontraba el trabajo de Marcus.
El edificio era uno de los más altos y más nuevos de la ciudad ya que había sufrido numerosas reformas durante toda su vida. Al mirar hacia arriba pudo comprobar cómo algunas luces, incluidas la de la entrada, estaban encendidas. En la puerta había un sistema de reconocimiento a distancia por lo que al pasar por la alfombra azul que complementaba la luminosa puerta está se abrió dejando paso a una enorme sala. La sala estaba adornada por numerosas escaleras que iban a parar a los pisos superiores en el centro. Al lado izquierdo, justo al fondo, se encontraba una puerta que abría la entrada a un bonito patio trasero con unas asombrosas vistas a la plaza Sens. A la derecha se hallaba una enorme recepción gobernada por el señor Rox. Azucena se acercó hacia él y éste, al percatarse de su presencia, se apresuró a dejar la hamburguesa que buenamente sentado se estaba comiendo y fue a su encuentro para saludarla.
El señor Rox, como ponía en la tarjeta de identificación que llevaba colocada en la camisa, era un hombre peculiar pero amigable y además poseyente de una entrañable historia que curtía su fuerte carácter. Era el hombre que solía llevarte las maletas en el caso de tener que quedarte a pasar alguna noche en el edificio y también el encargado de llevarte a cada sala en el caso de que no supieras dónde estaba. El señor Rox se sabía todos los rincones del gran edificio incluidos el patio y las salas de abajo. Era un tipo peculiar, un cuarentón calvo y además fanático de todas las cosas antiguas. El señor Rox vivía hace tiempo en un piso bastante pobre y carecía de dinero ya que anteriormente a este trabajo fue despedido y perdió la mayoría de los bienes que poseía y tuvo que vivir como mendigo. La historia de cómo el señor Rox consiguió su actual trabajo es sorprendente.
En diciembre de hace ya mucho tiempo Marcus, en uno de sus pocos despistes, perdió su cartera en la que tenía desde unas pequeñas monedas hasta varios de sus documentos más preciados. A pesar de acudir a varios establecimientos y comisarías de policía la cartera no apareció. Este hecho dejó muy preocupada a Azucena ya que su marido llevaba documentos importantísimos que si caían en manos equivocadas podían llevarles a un gran problema. No fue hasta una semana después de la pérdida de la cartera cuando un señor con ropas desgastadas apareció en la puerta del edificio para sorprenderlos a todos. Se trataba de Rox quien tras contar su historia y devolver la cartera fue contratado como recepcionista. Marcus estaba sorprendido por el gesto del pobre mendigo que se hallaba enfrente suyo y decidió devolverle el favor dándole una segunda oportunidad. Marcus le proporcionó una ayuda económica y le construyó un cuarto en la misma empresa donde vivir y también comidas completas cada día. Al principio Rox no aceptó pero al verse en el fondo del pozo de su vida no tuvo más remedio que aceptar la propuesta de Marcus. Y hasta ese día en el que empezó todo vivía tranquilamente en aquel edificio que se había convertido en su hogar. Ahora Rox era un señor trajeado y con buenas pintas, un poco calvo pero buena persona.
Aquel día no fue diferente a los demás y el señor Rox la recibió con la amabilidad que siempre mostraba, aunque Azucena puedo notar que la sonrisa era bastante forzada y derrochaba un aire de preocupación.
-Señora Bennett, que grato placer verla por aquí.- Dijo Rox parándose a besarle la mano. .
-Buenas noches, perdone que no pueda quedarme a charlar con usted pero quisiera comprobar si mi marido se encuentra aquí. -Dijo Azucena claramente apenada por no poder quedarse a hablar con su amigo, pero estaba preocupada porque tenía el presentimiento de que no iba a encontrar a Marcus ahí.
El señor Rox la miró extrañado y le dijo la información que a él le habían transmitido.
-lo primero, no se preocupe pero lamento informarle que Marcus no se encuentra aquí, ha abandonado la estancia hace ya un rato.
Azucena tuvo que apoyarse en Rox para no caer en el frío suelo. Le parecía ahora la mejor solución para contraatacar la desaparición de su marido.
-Azucena , Azucena , relájese, lo encontraremos, escúcheme. -Dijo Rox y entonces le propuso .-Vamos al piso de arriba a hablar con el señor Barcker , seguramente el señor Bennett habrá contactado con él.
Los dos juntos se dirigieron al piso de arriba y tras pasar por las escaleras de caracol dejaron atrás el ascensor que llevaba al piso de arriba donde se encontraban los despachos de Jack Barcker, Tadeo Salomens y Marcus. El primero era el jefe de la empresa, el segundo su mano izquierda y el último su mano derecha. Llegaron al pasillo y se podía apreciar como estaba escrito en la parte superior de cada despacho el nombre de sus propietarios. El del fondo era el de Jack. Rox pasó primero para llegar y tocar en la puerta, sucesivamente se apartó para dejar entrar primero a Azucena. Pasaron unos segundos hasta que se empezaron a ir ruidos de muebles y alguien acercarse a la puerta. Seguidamente se oyó el pomo y la puerta se abrió dejando ver a un señor bajo pero apuesto.
-Esperaba su visita Azucena. -dijo Jack echándose a un lado para dejarla pasar y mirar a Rox para advertirle que esperase fuera de una manera amable.
-Rox espere aquí, por favor.
Rox pareció tenerlo en cuenta porque asintió mostrándole una sonrisa de apoyo y tras pasar Azucena se encargó de cerrar la puerta y hacer guardia para que nadie se acercara.
Una vez dentro, Azucena pudo comprobar cómo el despacho de su viejo amigo seguía igual que hace un par de años. Nada más entrar te esperaba una pequeña alfombra roja que llevaba a la mesa principal, justo al lado de las ventanas con vistas a la plaza Sens. A la derecha se encontraba la mesa del té. Una pequeña tabla de cristal sostenida por dos tablones de madera y adornada con dos sillas visiblemente cómodas para reuniones poco formales. A la izquierda un armario usado la mayor parte como librería y documentos de todo en lo que Jack trabajaba. También había varias fotos, entre ellas con su familia: su mujer y sus tres hijos y otra con Marcus. Además de todo eso Jack era fanático de los deportes por eso poseía varias pelotas recogidas en los rincones del descomunal armario. Pero lo que más llamaba la atención para todo aquel que entraba era el centro del despacho era una ventana que llegaba de un lado al otro del despacho cubierta por unas hermosas cortinas de tela blanca, justo detrás de la mesa principal. La mesa era de una tabla de madera de roble y junto con las cortinas formaban una imagen perfecta para un despacho. Azucena se fue acercando a la vez que observaba el despacho recordando viejos momentos. Cuando llegaron a la mesa Jack le ofreció asiento en una cómoda silla y éste se sentó enfrente en la suya. Acto seguido comenzaron a debatir el motivo por el que se encontraban los dos ahí el cual tenía nombre y apellido: Marcus Bennett.
-lo último que he sabido de Marcus es que lo vieron en la plaza Sens a media tarde, pero esa información me llegó hace unas horas. Supongo que ya habrá abandonado el lugar, no obstante le propongo salir a buscar por ahí. -Sugirió Jack.
Salieron y pidieron ayuda a Rox para contactar con algunos conocidos y poner en marcha su plan. Contactaron en la última llamada con los vecinos de Marcus y Azucena quienes aceptaron a ayudar en la búsqueda. Se habían reunido nueve personas y se dividieron en grupos de tres. Berta y Ricard, los vecinos ya desde hace muchos años de Marcus y Azucena, junto con Ramón el pizzero fueron a la plaza Norte con esperanzas de encontrarlo en el gran parque que había ahí. Rox, Gaspar el dueño del supermercado y Tadeo trabajador de la empresa fueron a la plaza Sur, donde se encontraban los bares más típicos para relajarte tomando copas, pensando que había podido ir ahí a olvidarse de su rutina habitual. Y por último Azucena, Mario y Jack giraron la calle para ir a la plaza Sens creyendo que aún podía permanecer ahí aunque ya hubieran pasado varias horas desde su última aparición en la vía pública. A las nueve el último grupo recibió las llamadas de los otros dos grupos restantes aunque sólo para dar malas noticias confirmando que Marcus no se encontraba ni en la plaza Norte, ni en la plaza Sur. Sólo quedaba un lugar en el que buscar, la plaza Sens. Cuando llegaron a las nueve y un minuto Azucena, Mario y Jack se sorprendieron por las muchas personas que deambulaban hasta tan tarde por la plaza, que de normal estaba desierta al pasar a doce.
En la plaza había un primer grupo compuesto por cinco amigos. Supusieron que universitarios por la edad e iban charlando yendo al Guitán, un bar de licores muy visitado por la gente joven. El segundo grupo era una familia de cinco miembros que iban a cenar al San Bernardo, un restaurante bastante bonito pero muy caro. Y finalmente una sola persona indistinguible ya que iba con una túnica que le cubría desde la cabeza hasta los pies y estaba sentado con la cabeza agachada en la escalera del portal número 13. No supieron de quién se trataba hasta unos pocos segundos después ya que el niño más pequeño de la familia que pasaba por ahí se le acercó para recoger el peluche que se le había caído. El niño estaba a pocos centímetros del señor misteriosos cuando de la nada una flecha impactó sobre el pecho de la persona ahora reconocible dejando a todos petrificados.
Marcus impactó sobre el suelo y el niño temeroso corrió hacia sus padres ahora asustados protegiendo a sus hijos. Azucena, Mario y Jack corrieron hacia él cada uno más desolado que el anterior. Jack, quien tenía buena forma física llegó el primero, seguido de Mario y por último Azucena. Marcus estaba respirando con dificultad y con la cara pálida. En aquel momento sólo podía tener ojos para aquella persona que le hacía sonreír cada día y a la que tanto amaba.
-Marcus. -Susurró Azucena bañada en lágrimas.
-Te te quiero.
Los susurros de Marcus actuaron por última vez haciendo llorar a su querida mujer que ahora yacía a su lado en estado de shock. Azucena no se movía, dejó de llorar y tampoco hablaba, necesitaba ayuda. Jack en un intento de ayudar llamó a una ambulancia que llegó cinco minutos después llevándose con ellos el cadáver de Marcus. Mario y Jack llevaron a Azucena a su casa pero tuvieron que parar a medio camino para llevarla al hospital por su horrible estado y porque ellos necesitaban también asimilar lo que acababa de pasar.
A la mañana siguiente todo el pueblo hablaba de aquel suceso trágico que había llenado de temor a las personas. Los agentes de policía habían añadido varias patrullas que recorrían de norte a sur el pueblo, pero no pudieron prevenir los nuevos casos iguales al de Marcus. La gente huía por temor a que ellos fueran los siguientes. No hubo más que doce personas en el funeral de Marcus ya que las familias y conocidos de las personas fallecidas tenían sus propios funerales y tampoco pudieron acudir la numerosas personas que habían abandonado Brichevillage. Sólo unas pocas personas se quedaron, entre ellas Azucena. Su dolor era visible pero no iba a dejar que aquello la echase de aquel lugar que tanto le había dado y ahora quitado.