Se mordió el labio inferior. —Nos conocemos lo suficiente bien como para poder ser honesta, ¿verdad?
La visión de sus ojos estrechándose no fue alentadora, así que desechó su dignidad y trató de poner un mohín. —Lo que en realidad me gustaría es una clase de golf.
—¿Una clase de golf?
—Tienes un hermoso swing. Me recuerda al de Kenny, pero no puedo pedirle a él una clase, y quiero aprender del mejor. Por favor, Spence. Eres un gran jugador. Significaría mucho más para mí que otro viaje a Dallas donde he estado por lo menos mil veces —. Más bien una vez, pero él no lo sabía y, veinte minutos después, estaban en el campo de prácticas.
A diferencia de Torie, Spence era un profesor horrible, más interesado en tener su admiración que en ayudarla, pero Meg se comportó como si fuera el rey de los instructores de golf. Mientras él hablaba sin parar, Meg se preguntó si él estaba tan comprometido como Justin en construir un complejo turístico con conciencia ambiental. Cuando finalmente se sentaron en un banco a tomar un respiro, ella decidió tantear el terreno. —Eres tan bueno en esto. Lo juro, Spence, tu amor por el juego se muestra en todo lo que haces.
—He jugado desde que era un crío.
—Es por eso que tienes tanto respeto por el deporte. Mírate. Cualquiera con dinero puede construir un campo de golf, pero ¿cuántos hombres tienen la visión de construir un campo de golf que va a establecer un punto de referencia para futuras generaciones?
—Creo en hacer lo correcto.
Eso fue alentador. Fue un poco más allá. —Sé que dirás que todos los reconocimientos por proteger el medio ambiente, que seguro que ganarás, no tienen importancia, pero te mereces cada pedacito de reconocimiento que obtengas.
Pensó que había ido demasiado lejos, pero de nuevo había sobreestimado su ego sin fondo. —Alguien tiene que marcar las nuevas directrices —, dijo él, haciéndose eco de las palabras que ella le había escuchado a Justin.
Presionó un poco más. —No te olvides de contratar a un fotógrafo para que haga fotos de cómo está ahora el vertedero. No soy periodista, pero supongo que comités de varios premios querrán fotos del antes y el después.
—No hay que adelantarse, señorita Meg. Todavía no he firmado nada.
En realidad no había esperado que le revelara su decisión final, pero había tenido una pequeña esperanza. Un águila sobrevoló sus cabezas y Spence empezó a hablar de una cena romántica en uno de los viñedos locales. Si tenía que cenar con él, quería hacerlo en algún lugar donde tuvieran mucha compañía, así que insistió en que únicamente la barbacoa del Roustabout podría satisfacer su apetito.
Y efectivamente, apenas se habían sentado cuando los refuerzos empezaron a llegar. Dallie llegó en primer lugar, seguido por Shelby Traveler, que no había ni tenido tiempo de ponerse rimel. El padre de Kayla, Bruce, que todavía llevaba sus pantalones cortos de golf, llegó a continuación, dirigiéndole a Meg horribles miradas mientras ella pedía. No tenían intención de dejarla sola con Spence y, para las nueve, el grupo ocupaba tres mesas, con la notable falta de Justin y Sunny.
Meg se había dado una ducha en los vestuarios antes de dejar el club y se puso la ropa que había llevado para cambiarse: una camiseta gris poco impresionante de cuello alto caído, una falda de vuelo y sandalias, pero su atuendo no desanimó a Spence, quién no le quitaba las manos de encima. Se aprovechaba de cualquier excusa para pegarse a ella. Le pasaba los dedos por la muñeca, le reajustaba la servilleta de su regazo y le rozaba el pecho con el brazo cuando cogía el bote de tabasco.
Lady Emma hizo lo que pudo para distraerle, pero Spence tenía el poder y trataba de usarlo para conseguir lo que quería. Así fue como terminó en el aparcamiento bajo las luces de neón rojas y azules con el teléfono pegado a la oreja.
—Papá, aquí tengo a tu mayor fan —, dijo ella cuando su padre descolgó. — Sé que has oído hablar de Spencer Skipjacks, el fundador de las industrias Viceroy. Fabrica los productos de fontanería más lujosos. Es básicamente un genio.
Spence sonrió y su pechó se hinchó bajo los parpadeos del neón como uno de los suflés del chef antes del choque de coches.
Debía haber interrumpido a su padre cuando estaba con su antigua máquina de escribir Smith Corona o con su madre. De cualquier forma, no estaba feliz. —¿Qué quieres Meg?
—¿Puedes creerlo? —respondió ella. —Tan ocupado como está y hoy me dio una clase de golf.
Su molestia pasó a preocupación. —¿Estás en algún tipo de problema?
—Por supuesto que no. El golf es el juego más increíble que hay. Pero bueno, eso ya lo sabes.
—Será mejor que tengas una buena razón para hacer esto.
—La tengo. Aquí está él.
Le pasó el teléfono a Spence y esperó lo mejor.
Spence inmediatamente adoptó una confidencialidad embarazosa con su padre, mezclando una crítica de película con consejos de fontanería, ofreciendo la utilización de su jet y diciéndole a Jake Koranda donde debería comer en L.A. Aparentemente su padre no dijo nada para ofenderle porque estaba radiante cuando finalmente le devolvió el móvil.
Su padre, sin embargo, no estaba tan feliz. —Ese tipo es un idiota.
—Ya sé que estás impresionado. Te quiero —. Meg apagó su teléfono y levantó el pulgar hacia Spence. —Mi padre normalmente no atiende a la gente tan rápido.
Una sola mirada a la expresión radiante de Spence le dijo que la conversación únicamente había intensificado su fijación por ella. Él enrolló sus manos alrededor de sus brazos y comenzó a atraerla hacia él cuando la puerta del Roustabout se abrió de repente y Torie, quién finalmente se había dado cuenta que estaban desaparecidos, vino en su rescate. —Daros prisa. Kenny acaba de pedir tres de cada postre del menú.
Spence no apartó sus depredadores ojos de Meg. —Meg y yo tentemos otros planes.
—¿El pastel de lava fundida? —gritó Meg.
—¡Y la tarta de melocotón picante! —exclamó Torie.
Se las arreglaron para conseguir que Spence volviera dentro, pero Meg estaba harta que la agarrara como un rehén. Afortunadamente, había insistido en conducir su propio coche y, después de cuatro bocados a pastel de lava fundida, se levantó de la mesa. —Ha sido un largo día y tengo que trabajar mañana.
Dallie se puso inmediatamente de pie. —Te acompañaré al coche.
Kenny le ofreció una cerveza a Spence, impidiendo que él pudiera seguirlo. —Estoy seguro que me vendrían bien algunos consejos sobre negocios, Spence, y no puedo pensar en nadie mejor para dármelos.
Ella se escapó.
Ayer, cuando salió del trabajo, descubrió que el limpiaparabrisas roto del Rustmobile había sido reemplazado por uno nuevo. Justin negó haberlo hecho, pero sabía que era el responsable. Por ahora, no le habían dañado ninguna otra cosa, pero esto no se había acabado. Quién quiera que fuese que la odiaba no iba a detenerse, no mientras permaneciera en Wynette.
Cuando llegó a la casa, encontró a Skeet dormido en el sillón reclinable. Pasó de puntillas por delante de él para ir a su dormitorio. Mientras estaba quitándose las sandalias, la ventana se abrió y el larguirucho cuerpo de Justin la atravesó. Remolinos de placer se concentraron en su interior. Ella ladeó la cabeza. —Me alegro de no andar a escondidas por más tiempo.
—No quería hablar con Skeet, y ni siquiera tú puede hacerme enfadar esta noche.
—¿Sunny finalmente se fue?
—Incluso mejor —. Él sonrió. —El anunció se va a hacer mañana. Spence eligió Wynette.
Ella sonrió. —Enhorabuena, señor Alcalde —. Empezó a abrazarlo, luego dio un paso hacia atrás. —Sabes que estás haciendo un pacto con el diablo.
—El ego de Spence es su debilidad. Mientras controlemos eso, controlaremos al hombre.
—Cruel, pero cierto —, dijo ella. —Todavía no me puedo creer que todas esas mujeres mantuvieran sus bocas cerradas.
—¿Sobre qué?
—Tu temporal lapsus mental en el almuerzo de tu madre. ¡Veinte mujeres! Veintiuna si contamos a mamy.
Pero él tenía algo más urgente en su mente. —Tengo a una empresa de relaciones públicas a la espera. En el momento que la tinta esté seca en el contrato, un comunicado de prensa coronará a Spence como el líder del movimiento verde del golf. Me voy a asegurar que sea tan reconocido por esto desde el principio que nunca pueda saltarse el trato.
—Me encanta cuando hablas como un manipulador.
Aunque sólo se estaba burlando de él, una inquietud se apoderó de ella, el presentimiento de que pasaba algo por alto, pero lo olvidó cuando comenzó a quitarle la ropa. Él cooperó maravillosamente y pronto estuvieron desnudos en la cama, la brisa que entraba por la ventana les rozaba la piel.
Esta vez no iba a dejarle tomar el control. —Cierra los ojos —, susurró ella. —Apriétalos fuerte.
Él lo hizo cuando se lo pidió, lo fue acariciando todo el camino hasta el pequeño y fuerte pezón. Se entretuvo con allí un rato, luego deslizó su mano entre sus caderas. Entonces lo besó, ahuecándolo entre sus manos, acariciándolo.
Los pesados párpados de él se empezaron a abrir. Intentó alcanzarla, pero se puso encima de él antes de que pudiera atraparla. Lentamente, comenzó a guiarlo a su interior, un cuerpo que no estaba completamente preparado para ese tipo de formidable invasión. Sin embargo, la estrechez y el dolor la excitaron.
Ahora, sus ojos estaban completamente abiertos. Comenzó a bajar con fuerza contra él, sólo para sentir sus manos agarrándole los muslos, frenándola. Él frunció el ceño. Ella no quería algo cuidadoso. Quería algo salvaje.
Pero era demasiado caballero para eso.
Él arqueó la espalda y colocó la boca sobre su pecho. El movimiento hizo que él levantara los muslos y, en consecuencia, a ella también. —No tan rápido —, él susurró contra su húmedo pezón.
¡Sí, rápido! quería gritar. Rápido y sucio, loco y apasionado.
Pero él se había dado cuenta de su estrechez y no iba a darle nada de eso. No iba a hacerla soportar esa incomodidad ni siquiera por buscar su propia satisfacción. Mientras jugaba con su pezón, introdujo una mano entre sus cuerpos y comenzó a realizar sus trucos de magia, excitándola hasta volverla loca.
Otra actuación de matrícula.
Ella se recuperó primero y salió de debajo de él. Los ojos de él estaban cerrados, y ella intentó hallar consuelo en la rápida subida y bajada del pecho cubierto de sudor de Justin. Pero a pesar del pelo revuelto y la leve hinchazón provocado por ella en su labio inferior, no podía creerse realmente que hubiera llegado a él, no de una manera perdurable. Sólo el recuerdo de aquel imprudente beso en público le hacía saber que no estaba siendo una tonta.