—¡¿Qué pasó?! —le pregunto a Luciana y un grupo de enfermeras que se mueven con rapidez alrededor de la camilla de un pequeño.
Termino de acomodar mi bata e intento no acercarme demasiado a ella, mi aliento todavía huele a cerveza.
Recibí el llamado de emergencias mientras iba por la quinta cerveza con Carlson, estaba sobrepasando mis límites. Tuve que parar en un Starbucks y tomarme un café extra grande y extra cargado.
Todavía soy plenamente consciente de cada movimiento, una cerveza más y tendría que estar inyectándome suero antes de atender la emergencia.
—Nolan Rodriguez, 4 años —Su voz se quiebra, pero continúa—. Incendio accidental en casa mientras sus padres tenían una fuerte discusión, quemaduras de tercer grado en rostro, manos y abdomen.
El cuerpo le tiembla, pero realiza cada paso con destreza para intubar y estabilizar con electrólitos por vía intravenosa, las enfermeras están retirando los paños húmedos de las partes afectadas. Es bastante piel la que ha sufrido.
Debo respirar profundo al ver lo que está casi irreconocible. Es un milagro que siga vivo. Tiene unos bonitos y firmes rulos castaños sobre su cabeza, los cuales, en su mayoría, no han salido ilesos, y sus ojos permanecen cerrados e hinchados.
Termino de leer el historial, ordeno los estudios pertinentes y no interfiero en la revisión o estabilización del niño. Luciana sabe qué hace y cuál paso sigue.
Sus ojos no dejan de estar sobre su deber, las manos le tiemblan pero es exacta en cada movimiento, por último, repasa con rapidez que lo haya hecho todo.
—¿Y los padres? —inquiero, una vez estoy seguro que ha terminado.
—La madre ha muerto y su padre está siendo atendido.
—¿El quirófano está preparado?
—En cinco minutos terminan, Doctor —responde Emma, una enfermera.
—Bien. Nos vemos allí, Luciana.
—Claro que sí, Doctor —asegura mientras acomoda la almohada de Nolan.
No me observa en ningún momento, sin embargo, lo compruebo: está demasiado afectada.
—Si no dejas de mirarlo así, y de temblar, tendré que pedirte que des un paso atrás y sólo observes.
Le doy una mirada rápida, sus ojos están iluminados por lágrimas retenidas. Niego con dureza y continúo removiendo la piel muerta, calcinada.
—Pero... yo no —susurra.
—Eres un peligro si tus ojos se humedecen cada cinco segundos, Luciana.
Vuelvo a conectar con su mirada para darle a entender que no cederé. Permanece unos segundos realizando una batalla visual, mientras tanto, mi mente no para de recordar todo lo que hablé con Carl.
Asiente y da un paso atrás, entrega el bisturí pero no se queda para observar, sale del quirófano.
Presiono mi mandíbula con fuerza y me concentro en el procedimiento, intentando no pensar que mi voz ha sonado más dura de lo necesario. Ahora, lo importante es este niño, el cual no ha tenido la suerte a su favor desde que le tocó nacer con padres tan desequilibrados.
Por lo que le escuché a las enfermeras, era una pareja que se agredía mutua y constantemente. Ni siquiera escucharon los gritos del pequeño por encima de los suyos.
Nolan estaba jugando en la sala cuando su padre le lanzó un jarrón a la madre, causando que una cortina se desprendiera y se llevara consigo un velón encendido que estaba sobre un cajón. La tela se incendió y cubrió parte del pequeño que estaba en el suelo, escondido tras el sillón, simulando que su tronco era la vía por donde pasaban los autos miniatura. Desde el corredor y lo cegado de ira que estaba su padre, no alcanzó a ver el desastre que había ocasionado.
Su esposa lo apuñaló, pero fue ella quien murió luego de que él la empujara con vigor, provocando que se golpeara fuertemente contra la esquina de un mesón. Se le vienen varios años de cárcel y lo más seguro es que este niño termine en una casa hogar luego de una recuperación lenta por las quemaduras y cirugías para injertos de piel.
La vida es una jodida mierda con quienes no lo merecen.
—Bien, todo quedó listo. El jefe se encargará —Firmo unas ordenes y devuelvo los documentos a la enfermera—. Mañana debo viajar y estaré regresando en una semana para operarlo.
—Entendido, Doctor.
Observo a mi alrededor queriendo toparme con sus ojos. Necesito verla, debo hablar con ella.
—¿Dónde está Luciana?
—No lo sé, Doctor.
La enfermera se marcha y me dispongo a llamar a mi residente, no me contesta.
—Coge el maldito teléfono —murmuro, volviendo a marcar.
Estoy tentado a utilizar el directo del hospital, como si fuera una emergencia... Al cuarto intento termino haciéndolo, pero tampoco responde.
Me dirijo a la cafetería y sitios donde podría estar; comienzo a preocuparme luego de media hora sin hallarla.
En el corredor principal me topo con su amiguito lameculos.
—¿Has visto a Luciana? —gruño la pregunta.
—No... —Titubea—, no, Doctor.
Lo rodeo sin agregar más, sin embargo, vuelve hablar y detengo mis pasos.
—Se ha perdido en varias ocasiones esta semana, va a la biblioteca...
Recuerdo nuestra primera cena en Medellín cuando me confesó que utilizaba el estudio y la lectura para distraerse de momentos difíciles... igual que yo.
—Gracias —digo a mi pesar.
Debo atravesar toda la planta para llegar a la biblioteca, no obstante, lo hago en menos de cinco minutos.
La biblioteca es amplia, sin embargo, algo me dice en qué sector voy a encontrarla... y tengo razón. Rodeo la mesa sin hacer ruido y me acerco por detrás, entretanto, ella parece absorta en la lectura.
Reconozco el libro con facilidad: Hay casos especiales de cirugía plástica, estética y reconstructiva, con páginas y páginas dedicadas a pediatría.
Me inclino para susurrarle al oído:
—Con que aquí vienes cuando te pierdes...
Se sobresalta, y en un acto reflejo cierra el libro de golpe.
—¡Dios santísimo! —susurra llevándose una mano al pecho.
—No soy dios, pero algo parecido...
Me siento a su lado con una pequeña sonrisa que se borra cuando noto las lágrimas secas en sus mejillas.
—No juegues con eso —ordena y regresa la atención al libro, buscando la página donde estaba.
—Te estaba buscando.
—Me encontró.
—¿Por qué estás disgustada conmigo?
—No lo estoy...
Tomo su barbilla y la obligo a mirarme.
—No mientas, ángel.
—Bien, un poco.
Se suelta de mi agarre y se concentra en la lectura. O eso parece. La dejo hacerlo durante unos segundos, mientras tomo su mano y le acaricio los nudillos. No me gusta verla así.
—Discúlpame, fui brusco —Le cierro el libro con delicadeza y me acerco llevando los codos a mis muslos. Me da su atención—. Debes pensar como doctora, no te involucres tanto.
—No puedo evitarlo —Resopla—. Los niños se han convertido en un punto débil para mí desde que... —Niega y sonríe con melancolía—. No importa, tiene razón y voy a intentarlo con más fuerza.
»Aún así, soy humana, lo somos... —Detalla mi rostro y su mirada cada vez es más profunda y cargada de significado—. A veces es imposible no involucrarse, aunque creas tener tus sentimientos bajo control... ¿No te sucede? —Cella mis labios con su dedo pulgar, evitando que responda—. Sé que sí, sólo lo ocultas.
Beso su palma y ella se estremece.
—¿De qué hablas exactamente, Luciana?
Toma distancia y sus mejillas se encienden.
—De los pacientes, por supuesto —Carraspea—. Te involucras cuando investigas a los pacientes más allá de la historia que necesitas conocer, donas tu dinero y servicios sin pensarlo, vuelves este hospital como si fuera caridad cuando alguien de bajos recursos pasa por tus manos necesitando una cirugía que tenga un significado más allá de la vanidad... No estoy juzgando, todo lo contrario, eres asombroso por eso —susurra con dulzura y siento como mi pecho se debilita—. Que no llores o tiembles, no significa que no te afecte y te involucres de igual forma. A pesar de ser un imbécil, eres sensible y muy humano.
Intenta bromear para aligerar el ambiente, pero su expresión es de abatimiento. Sus ojos redondos e iluminados, están cargados de reserva y nostalgia, provocándome ardores en la boca del estómago.
La prefiero orgullosa y altiva, riéndose de mí, o soltando chispas porque la hago cabrear con alguna tontería exagerada.
El tono de mi celular corta la conexión. Lo tomo con rapidez del bolsillo de la bata y el nombre Claudia aparece en medio de la pantalla, lo cual me recuerda el otro motivo por el cual estaba buscando a Luciana... Sé que ambos hemos evitado hablar del tema.
Rechazo la llamada y activo el silenciador.
—Quedarás a cargo de Nolan, mañana vuelvo a viajar... —Su rostro se contorsiona y debo tragar con dificultad—. Sé que había mencionado que iríamos y...
—No —Me corta—. Está bien... Supuse que habías cambiado de opinión por lo que pasó... Nosotros... Ya sabes... Yo creí —divaga y se pone de pie, nerviosa y dolida, aunque intenta ocultarlo detrás de una sonrisa cordial—. Lo entiendo, es mejor así —concluye—. Espero que le vaya bien, Doctor. Lo mantendré informado.
Deja el libro en un lugar erróneo y sale apresurada. Tardo en reaccionar, pero mis piernas se mueven por voluntad propia cuando la veo atravesar la salida de la biblioteca casi corriendo.
La encargada se interpone obligándome a reducir el paso, vuelvo acelerar una vez estoy en el pasillo con dirección al revuelo constante del hospital. La intercepto ingresando a una de las habitaciones de descanso y me cuelo antes de que la puerta se cierre.
Se gira sobresaltada y termino acorralado entre la puerta y su pecho.
Las conexiones nerviosas en mi piel se azoran al tenerla tan cerca y en un espacio cerrado, mi pecho sube con mayor velocidad y alcanza el ritmo frenético del suyo. Mi vista se atora en sus labios entreabiertos, rosaditos y dispuestos, los cuales desactivan imágenes de nuestro último día en Los Ángeles, desatan los recuerdos que he intentado mantener resguardados en un lugar oscuro y pequeño dentro de mi memoria.
Mi mano izquierda continúa algo estirada hacia un lado, exactamente sobre el pomo de la puerta, no dejo de verla y presiono el pestillo de manera instintiva. El pequeño sonido la hace volver a la realidad y se aparta como si quemara.
—No.
—Perdón por no llevarte conmigo —Recupero los centímetros ganados y tomo sus brazos para acariciarlos. Necesito sentirla cerca—. Perdón por ser un cobarde... pero debe ser así. Dime que lo entiendes, lo haces ¿verdad?
Se desinfla al notar la desesperación en mi voz. El arranque de honestidad que me obligó a tener Carlson hace unas horas, continúa afectando mi cerebro.
—Sí, entiendo que debe ser así —Sonríe con nostalgia—. Me gusta tener una relación cordial con mi jefe, pero lo correcto es que permanezca así... Ni siquiera deberíamos ser amig... ser tan cercanos —Se corrige rápidamente.
—¡Y una mierda si no! —La apreto contra mí—. Te quiero cerca, todo el tiempo, si no puedo tener tu cuerpo, por lo menos déjame tener tu amistad, momentos contigo que sirvan de pomada para mis deseos.
—Sabes que no es correcto...
—Hago lo que puedo con eso, pero no puedes alejarme de nuevo. Quiero tener una amiga por primera vez en mi vida, ¿sabes lo que eso significa?
—Mario...
—¿Ya hice que te arrepintieras de haberme dejado estar dentro de ti?
—No, no... por supuesto que no. Esas fotografías que dejaste en la memoria me están torturando, no te imaginas cuánto deseé congelar en ese momento y verme así durante mucho tiempo, de la manera que lograste capturarlo con el lente... Así que no podemos ser amigos —susurra—, no cuando te deseo con tanta magnitud.
—¡Joder! —Gruño con su declaración.
Dejo de pensar al ver que sus bonitos ojos se encienden y vuelven a atraparme en la marea loca que se crea en mi interior cuando de ella se trata. Forma caos.
Agarro su rostro con ambas manos y devoro sus labios con una necesidad insensata, ambos gemimos al contacto. Intenta resistirse, pero secumbe ante el magullo vehemente que le doy a su labio inferior, jadea permitiendo el paso de mi lengua para jugar con la suya en movimientos forzosamente calculados, pues lo que quiero es follarle la boca, forllarla completa.
Se acopla al ritmo y me consume con las mismas ansias. Me rodea la cintura con sus pequeños brazos, causando que el beso se vuelva más profundo.
El deseo se enciende con más energía y la hago retroceder hasta que termina sobre la cama y debajo de mí. Sentirla me nubla cualquier intento por razonar y apartarme.
Esto era justo lo que debía evitar, pero una vez iniciado es imposible detenerlo... No si ella no lo hace.
Desliza sus manos por mi espalda hasta llegar a mi cuello, enreda sus dedos en las últimas hebras de mi cabello y tira hacia un lado para tomar el control del beso. Ralentiza los lametones, ahora se sienten más duros y pasionales, sus labios se mueven con parsimonia, facilitando que perciba cada centímetro de ellos, cada vez más suaves, húmedos, hinchados... y calientes, tanto como yo.
Me posiciono entre sus piernas para encajar mi dolorosa erección e intentar aliviar nuestro ardor, presiono y la hago sentir todo lo que provoca con un beso tan exquisito, entregado y necesitado, su aroma me enloquece junto a las caricias alternadas entre mi cuello y cabeza.
Impulsa sus caderas de adelante hacia atrás, al compás de las mías, y nos tragamos los gemidos mutuamente para no romper el contacto. Da pequeños mordiscos y alterna su lengua para recorrerme.
Dejo que me consuma y me folle la boca a su manera, lo hace muy bien. He descubierto que besarla se siente como si fuera otra dimensión inexplorada, llena de fantasía e inexistente para quien no lo viva.
Me suelta tomando bocanadas de aire con rapidez, necesitando un poco más de oxígeno, uno que no esté cargado de este montón de placer y deseo que nos hace arder los pulmones.
La cabeza me está dando vueltas y sólo pide sentir su piel caliente contra la mía.
No pienso y actúo, cumplo la fantasía que nublaba mi mente desde el primer día: deslizar el cierre de su uniforme y comerle esos pequeños pezones, chuparla completa. Quiero mamar sus apetecibles, modestos y rosaditos botones fruncidos... aunque sea una última vez.
No se opone un sólo segundo cuando la desvisto por completo y reparto pequeños besos en cada punto de su piel que voy dejando al descubierto: Tórax, abdomen, muslos, pantorrillas.
Luciana fue hecha para ser venerada, y es lo que pretendo transmitirle con cada roce.
Su garganta emite pequeños soniditos de pasión, demostrando que su piel responde y se enciende con las exiguas caricias que le doy.
Comienzo con ese dulce y exótico sabor en medio sus piernas. Mi garganta y papilas gustativas se muestra complacidas cuando le meto la lengua. Luciana se remueve vivaz mientras esparzo sus jugos calientes por cada rincón, dando especial atención al duro cúmulo de nervios que la hacen estremecerse.
—¡Jesús! —murmura con la voz entrecortada.
Sus dedos se mueven temblorosos e inquietos por mi cabeza y hombros, la siento cada vez más prieta y caliente. Es pronto y está a punto.
—Deliciosa —señalo y vuelvo a chupar con fuerza.
—¡No! —Gimetoa—. Te quiero a ti... Hazlo conmigo.
Quedo inmóvil, permanezco observándola, entretanto la polla me tironea en los pantalones al imaginarse dentro de ella.
Mi boca asciende hasta hasta su pecho sin dejar de mirarla, soltando una estela de aire húmedo que eriza sus vellos.
Me meto su seno derecho a la boca y lamo alrededor, luego muerdo.
—Prometimos no volver a repetirlo —aseguro entre dientes y tiro de su pezón—. Sólo pensaba quedarme con un agradable sabor de boca mientras te hacía gemir. Dar sin recibir.
Se queja con una mueca entre dolor y placer.
—No debiste comenzar.
—No pude evitarlo.
—Yo tampoco entiendo lo que me sucede contigo, te deseo tanto que me atormenta.
—Ángel...
—Te necesito dentro, ahora.
No aguanto más. Como un autómata, me deshago de la ropa con una rapidez torpe y desbordante. No quiero perder más tiempo, cuando puedo invertirlo enterrado en ella.
—¿Planificas? —pregunto volviendo acomodarme entre sus piernas.
El calor que desprende es abrazador. Nos torturo un poco más, mientras doy atención a su otro pezón y me restriego contra la abundante humedad.
Sentirla sin barreras va a enloquecerme más de lo que estoy.
—Sí.
Reprime un grito cuando tomo sus nalgas con fuerza y la insto a apretarme con sus piernas alrededor de mis caderas para que sienta la cabeza de mi polla friccionando su órgano eréctil.
No he tenido el orgasmo y mi cuerpo ya se siente enérgico, extasiado con tanto placer.
Cuando he quedado satisfecho por lo tiesos y enrojecidos que he dejado sus pezones, le revelo:
—Yo estoy operado.
—Entonces, ¿para qué preguntas?
—Sólo quise saberlo. —Deposito un beso en su mentón y luego doy un rápido lametón a su pezón. Son tan codiciables, no dejo de verlos—. ¿Estás limpia?
—Lo estoy. Confío en que tú también lo estás.
Asiento y sonrío por la impaciencia reflejada en sus facciones.
—Creí que no me extrañabas —confieso sin dejar de restregarme contra su clítoris. La siento palpitar.
—No hay noche que lo recuerde y no me toque pensando en ti.
Gimo por su declaración y me dejo ir dentro de ella.
Sentirla piel a piel hace que me palpite cada vena. Nunca había estado tan duro y el hecho de que haya vuelto a cruzar otro de mis límites con Luciana, me llena de ansiedad, miedo y mucha adrenalina. Se lo hago saber con cada arremetida fuerte y profunda, cada mordisco en medio de su escote.
Esto está mal, pero es tan rico...
Su expresión se transforma al ver la mía, no puedo ocultar cuánto me asusta la magnitud de las sensaciones y emociones que ella provoca.
—Quiero que dure —dice en medio de un jadeo—, sé que vas alejarte después de esto... Por favor, déjalo que dure.
Me detengo durante unos segundos, sorprendido por la manera en la que parece leer mis pensamientos.
—¿Por qué tienes que ser tan irresistible? —susurro enterrando mi rostro en su cuello y reanudo la penetración con mayor lentitud, sintiendo cada centímetro de sus músculos internos que me aprietan con tanta dureza; húmedos, firmes y suaves.
Podría volverme adicto a esto, podría quedarme aquí por el resto de mi vida.
Pero mi vida nunca podría ser tan buena.
—¿Así? —inquiero al escuchar sus resoplidos de satisfacción.
—Sí...—Gime—, exactamente así.
—No voy a poder controlarme dema...
—Enseñame como resistirme a ti —me interrumpe.
Aprieto mis manos en puños y endurezco más los antebrazos, apoyando todo mi peso en ellos.
Hace que la mire a los ojos y sienta más íntimo el encuentro.
Sacudo mi cabeza en negativa, siendo honesto con mis pocas ganas de que pueda aprender a resistirse a mí.
Me entierro más lento y profundo, lleno su rostro de besos. Al final, dejo caer mi frente contra la suya sin parar de sentirla un sólo segundo. Ella toma mi rostro para volver a besarme, convirtiendo su lengua en un flagelo dulce y tortuoso que me llena el alma de un deleite inexplicable.
Comienzo acelerar las arremetidas a la vez que me aseguro de que sienta la piel de mi falo arder, cada vena palpitar y ponerse más dura con sus temblores. Está a punto y voy acompañarla, a llenarla de mí...
El sólo hecho de pensarla aquí, haciendo su turno de noche y sintiéndose húmeda por cargar mi simiente en lo más profundo de su exquisito sexo, me hace rechinar los dientes de tanto placer lascivo.
Tiro de su labio inferior y gruño por las ganas de hacer perdurar el momento. Por primera vez en mi vida deseo tanto no llegar al final, en las mismas proporciones que deseo vaciarme en ella.
—No quiero ¡Joder! Soy egoísta y no quiero que te resistas a mí... nunca.
—Mario... —ulula.
—Sí, hermosa, lo sé. Esto es jodidamente bueno y no debería ser así.
Estalla. Tira su cuello hacia atrás, negándome la satisfacción de verla correrse. Suelta un gritico y comienza a agitarse fuertemente.
—Mírame —ordeno, e intento controlar la potencia del inminente orgasmo que amenaza con dejarme seco.
Sus ojos se abren, inyectándome con la dilatación de sus pupilas, cubiertas de gozo y complacencia. Reacomoda la espalda contra la cama y eleva su pelvis, que aún se estremece con las esquirlas del orgasmo. Eso bastó para hacerme estallar como si llevara años sin hacerlo.
Me abraza y acopla a su pequeño cuerpo, mientras me desfiguro en un jodido clímax placentero. Me abraza con tanta fuerza que, por un momento, siento que está uniendo las heridas que ni siquiera conoce.
El pulso se me acelera más de lo que debería.
Tomo respiraciones profundas para tener la fuerza suficiente de apartarme. Siento el desconcierto que me llena de incertidumbre y sé que debo tomar distancia, justo ahora, y vestirme, dejar la nube electromagnética que no me permite pensar con claridad.
Me pongo de pie y le doy la espalda mientras termino de acomodar mi escudo. La escucho removerse para hacer lo mismo y le agradezco, si sigue desnuda cuando deba enfrentarla no me servirá de mucho mis defensas.
—Lo sabía —susurra—, no me preparé lo suficiente para que no me helara y traspasara tu frialdad, tus cambios de humor tan drásticos y repentinos.
—No es eso —digo al fin—. Me sienta mal romper mis promesas... y no saber cómo controlar esto que me remueve y no entiendo.
—Entonces no hagas promesas si no vas a cumplirlas y no lo pienses tanto si está fuera de tu comprensión.
—Nunca las hago esperando quebrantarlas... Además, estás de acuerdo conmigo. Habías dicho que seguir con esto es una mala idea, socializar y el sexo es como una relación y no es lo que quiero... Soy tu jefe, lo has mencionado muchas veces.
—¿De verdad es sólo por eso? Sé honesto y permíteme comprender —Hace una pausa e intento no centrarme en su blusa que continúa entreabierta—. ¿No te gusto? Porque tú lo haces y es caótico, no soy insegura de lo que soy y como me veo, sin embargo, entenderé si no soy suficiente para ti, eso no me hará sentir menos.
Admiro esa honestidad, confianza y amor en sí misma, se le nota a kilómetros y la llena de luz, la vuelve más atractiva y fascinante, me cautiva por completo. Tiene todo de lo que carezco.
Quisiera decirle cada uno de mis miedos, errores, preocupaciones, quisiera confesarle todo lo que provoca dentro y fuera de mí, aunque es inexplicable y extraño, haría lo posible por hacerme entender. Le diría todo lo que ha causado mi ansiedad, esta necesidad de estabilidad y cariño, cuán importante es tener personas que siguen a mi lado a pesar de tantos defectos y decisiones nefastas que han marcado mi vida.
Merece más, merece más...
Un peso estremecedor se instala en mi garganta. Prefiero no responder a mentir en voz alta y asegurar que es sólo por ser su jefe. Eso me importa una mierda cada vez que la miro.
Espera unos segundos más una reacción de mi parte, no llega.
Toma mi silencio como única respuesta y su expresión se endurece.
—Bien, como sea —Se sube el cierre con fuerza—. Bastante genial todo, gracias por el polvo.
Sus crudas palabras me dejan sembrado en el lugar... Luciana no suele emplearlas y eso hace más evidente lo herida y enojada que está.
Se gira para deshacerse de un pañito en la papelera de la esquina. Debió limpiarse mientras no la veía... Debía ser yo quien hiciera eso, quería hacerlo.
No conecta sus ojos con los míos en ningún momento y comienzo a sentirme como la peor de las mierdas.
Toma ambos celulares sobre un pequeño escritorio al lado de la puerta, agarra el pomo y el sonido del pestillo siendo retirado, me hace reaccionar.
—Espera, no te vayas así... Yo... —Da otro paso hacia la salida—. ¡Dios, por favor! Por supuesto que me gustas, Luciana, demasiado, me encantas y a un nivel enardecedor. Sólo permíteme estar cerca... Podemos... Podría intentar ser un buen amigo, dejame... —Las palabras no se ordenan en mi cabeza, la ansiedad me corroe y no sé qué hacer para no perderla, soy un puto egoísta que no quiere soltarla... no del todo.
—Déjalo estar, Mario. Evidentemente no podemos ser nada... Yo quiero más, tú sólo quieres esto, no hay sincronía y está bien. Alejate, puedo soportarlo.
Sale y esta vez no la detengo.
Debo dejar de insistir en imposibles, de querer adueñarme de tesoros del cual no poseo llave, no soy digno de ella... Tal vez otro que no esté ocultando su estado civil para suplir sus propias necesidades y deseos, para no terminar de decepcionarla más de lo que está.
Pensarla con otro me remueve las entrañas, pero debo tragarme el amargo veneno.
Otra semana por fuera y al lado de Claudia me harán recapacitar, drenaré a Luciana de mi sistema y no volveré a tocarla.
Lo repito una y otra vez, como el imbécil que soy, a ver si alguna parte de mí se lo cree.
Salgo del hospital a la una de la mañana, intentando convencerme que el malestar en mi pecho no tiene nada que ver con que acabo de perder la única persona, aparte de Carl, que se ha asemejado a una amistad, en años... y que me importa más de lo que puedo aceptarme a mí mismo.
—Una segunda vez no significa nada, con algunas lo he hecho... —reitero cuando estoy en la comodidad de mi auto y el peso en mi tórax no desaparece. Retiro como un mantra plegado de mentiras, en lo mismo que se ha convertido mi vida últimamente...
»Son excepciones de una segunda y última vez cuando el encuentro fue bastante placentero —continúo—, así que esto no cuenta como algo extraordinario... Luciana no es mi amante, fue sexo esporádico que no volverá a ocurrir.
Aunque hacerlo sin condón sí es algo más que extraordinario, y en este caso, jodidamente magnífico.
La acabo de perder porque no puedo mantener mis manos alejadas de ella y la culpa por no ser honesto está carcomiendome el alma. Puto mentiroso y cobarde.
Esta semana decidí actualizar más rápido en compensación al capítulo anterior, aunque me llevó casi 11 hojas de word y cinco horas sin parar; trasnoché porque necesitaba sacarme esta espinita, jaja xD Espero les haya gustado, hasta la próxima. ¡Muchos besotes tronados de tía cincuentona que la mejilla la ve en la oreja! jajaja<3