Mutatio Esotericism

By AshitakaTajima

14 0 0

Relatos esotéricos, de suspense y misterio. More

Mutatis

14 0 0
By AshitakaTajima

   Era estable, pero no por ello menos extremo, menos frío, menos rasgado. Tan tenue a través de sus copos de nieve, tanto, que apenas se alcanzaba a distinguir que había un sol y no una luna.

Cabizbajo una mirada, dulce el corazón que allí aguardaba con él, una reina, la madre de sus hijos. Pero ellos no estaban allí, solo ella.

-Amor, deberíamos seguir adelante, la cima no queda lejos. ¿No puedes más? -dijo mientras le sonreía-. No deberíamos malgastar tantas horas de camino.

-Mientras veas que mis pantalones no vuelan al viento seguiré a tu lado corazón. -Saca la lengua con cansancio.

Así era, con fuertes ráfagas de nieve en polvo ascendían sin descanso por las vértebras de una montaña picuda. Como si del cráter de un meteorito se tratase, un enorme hoyo con lago helado por suelo caía a sus ojos, propinando un fuerte ataque de vértigo. Tanto así era, que un gran amigo pasó desapercibido ante su mirada.

-¿No es ese tu amigo Andrés? Juraría que sí.

-¡Andrés!,  ¿me escuchas? -Observó como seguía caminando sin apenas reacción.

Vestía con una toga larga, hasta los tobillos. Sus grandes hombreras dejaban paso a dos extensiones de tela que cubrían cintura y rodillas. Le sonaba aquel atuendo, pero cuan difícil era distinguir entre lo vivido para ahora encima recordar detalles comunes.

-¡Andrés!, ¿hola?

-Cariño no insistas, ya veo que ocurre -no aparta la vista de Andrés-, ahora mismo se encuentra en una especie de peregrinaje, abducido por su propio corazón . No se le permite hablar, pensar ni interactuar tan siquiera con su acompañante. Ambos poseen el mismo destino, no les hace falta comunicarse.

-¿Y cuál es?

-Arrojarse al lago desde la cima. La montaña grita, tirita y confronta a sus piojos, le pican, esquiva el dedo antes de que te aplaste, sigamos caminando.

Mientras hablaba, con su pierna derecha pisa un bloque de hielo sólido, sin suficiente presión. Resbala montaña abajo salvando su cuerpo con nieve frágil. Si bien no ha sido tan doloroso, si alcanza a llegar a la base de la montaña, pues con su cuerpo una gran avalancha arrastró metros y metros de material denso, incluido a su esposo. 

-¿Estás bien?, ¿cariño? -dice enterrada a mitad de su cuerpo y con la cara seca y áspera del hielo.

-¡Estoy bien!, tranquila. Sólo ha sido una sacudida. -Manteniendo el buen sentido del humor.

-Muy lejos estábamos llegando sobre una superficie tan impredecible. Me extraña que no hubiera pasado antes. ¡Dudo que esta preciosa no deje subir hoy! Tenemos que buscar un refugio en la base.

Con arduo paso, comienzan a descender esos mil metros que los separaban del suelo rígido. Tambaleantes, aunque firmes de pensamiento, logran esquivar los saltos más comprometidos.

Pero ya apenas caída la noche, cuando el sol invisible comenzaba a no dejar señales de vida...

-No creo que estuviera peregrinando, más bien me ha ignorado.

-Te digo cariño que estaba en peregrinación, tantas vueltas le diste que terminamos en una avalancha. ¿Qué hacemos ahora? ¿Dónde nos vamos a refugiar?

Justo en ese momento y sin esperanza alguna, un individuo de abrigo negro llama su atención.

-¿Qué les trae por este infierno amigos? -Podía escucharse una voz profunda, rota.

-Disculpe, ¿conoce este lugar? Hemos venido a coronar la cima, pero con este tiempo se nos ha hecho imposible ver más allá de nuestros pies.

Con un gesto enérgico les invita a seguirlo. No tenían confianza en aquello que carece de vida, ni tampoco razonamiento. Mucho menos en todo aquello que sí lo tuviera.

-¿A dónde nos lleva?, ¿cuál es su nombre? -Se paran en seco sin parar de mirarlo, forzando una respuesta.

De entre las sombras nace un grito ahogado, casi inexpresivo, tosco, pero profundo.

-Descansad esa lengua, podrían oíros. –Su aspecto no transmitía necedad alguna, aquel tipo sabía de lo que hablaba. Pero ellos no.

-¿Quién podría oírnos exactamente? –dijo adquiriendo una expresión entre escéptica y desconcertante.

Antes de que aquel hombre pudiera tan siquiera respirar, un ruido metálico y ensordecedor pareció encontrar hueco por tanto viento, por tantas capas de nieve amarga.

-Creo que daremos la vuelta mejor, todo esto es muy extraño. Espero que no le importe.

Entonces sí reaccionó, sí penetró con la mirada en lo más profundo de sus ojos.

-Volved por donde habéis venido y yo no habré existido jamás.

-¿Qué...? –Antes de que pudiera gesticular la agarra por un brazo y tira de ellas hacia adelante.

-¡Eh!, ¿pero qué hace? –dijo mientras corría para ayudar a su esposa.

Lo sintió como un pedrusco duro y recio. Tan duro fue el golpe que apenas tres segundos pasaron para no ser capaz de ver la nieve con claridad. No sentía tampoco su cuerpo. Ni sus pensamientos.

-¡He dicho que caminéis y calléis, ya me lo agradeceréis! –Mientras dejaba de agarrarla, ella intentaría despertarlo de aquel terrible puñetazo.

Cuando por fin reaccionó, entre los dos lo levantaron toscamente. Finalmente pudo sostenerse sobre sus pies.

-No queremos problemas, por favor, no nos haga daño. –Se limpia la sangre seca del labio inferior.

-Continuemos y todo irá bien. –Enfocando la mirada en un punto perdido del espacio que nublaba sus ojos.

Luego de varios minutos que parecieron ser horas, de entre toda esa niebla blanca una especie de estructura de acero se alzaba por la base de la montaña.

-Ya hemos llegado. –Siguió caminando por unas extrañas escaleras que culminaban con una terraza lisa y gris. Detrás de la misma una puerta redonda y vertiginosa, con un gran hierro atado al extremo. Parecía sacada de un cuento, o más bien de una pesadilla. Su apariencia era la de un búnker de los años 40, en plena Segunda Guerra Mundial. Aquella cosa se hundía montaña adentro. Daba la impresión de ser un refugio bélico de aquella época. Su apariencia incitaba a la curiosidad, pero todos sabemos lo que ocurre con el gato. Ese desenlace tiende a repetirse.

Mientras el extraño se colocaba en una barandilla que protegía el borde de la terraza, ambos se quedaron petrificados en su base, mirando perplejos la escena. No sin antes advertir como algo, o alguien, hacía presencia detrás de él.

Corrió despavorido por los metros de nieve espesa que se imponían para comérselo. Aquella imagen no saldría de su cabeza. Le perseguían, sí, pero ocupar espacio con la vista para encontrar a su mujer era más importante, había simplemente desaparecido. Y por otro lado la sangre derramándose por la terraza, manchando la valla, deslizándose a borbotones como una cascada en el frío hormigón y cubriendo la nieve de un tono rojizo, símbolo de tragedia. Sus piernas gritaban, un milagro que aún siguieran funcionando. Pedían clemencia, donde un solo error sería presagio de una muerte segura. Aún así, el dolor de sus recuerdos era más poderoso, más profundo y reacio a desaparecer. Irónico, ¿verdad?, porque aquello sólo acabaría por volverlo loco, por sentar su cabeza en la trinchera más podrida y tétrica. Esperando a ser fusilada.

Desde luego aquellos segundos superaron toda regla de martirio. Pero como una luz apaga la oscuridad, una puerta entreabierta despertó la esperanza de su corazón. Había encontrado una segunda entrada, una que lo llevaría al mismo búnker de donde salió esa cosa. Pero incluso eso era mejor que correr en la nieve, de la que poco a poco prescindiría, hasta que mordieran su cuello.

De ese modo, con una patada, terminó de ceder la puerta y se topó de frente con otra que no estaba abierta. Una que aunque oxidada, dejaba claro la función que desempeñaba. Era una puerta de seguridad. Mientras intentaba desesperadamente, con golpes y gritos, forzarla, un graznido retumbó por sus oídos. Conocido ya desgraciadamente no sólo por sus orejas, sino también por sus ojos. Asomó la vista fuera y detectó a lo lejos una figura que se aproximaba tambaleante, aunque veloz. Su trotar era inexplicable, como si en cada paso fuera a ceder, como si su cabeza quisiera escapar del cuello y rodar colina abajo. Ni siquiera le quedaba tiempo ya para gritar, tampoco iría a preguntárselo. Más fuerte que nunca golpeó los pomos de seguridad, pateó los bordes y jaló empujando hacia adentro y hacia afuera, pero nada.

Un escalofrío jugó con sus vértebras, deslizando terror por caza célula, estimulando cada pelo de su espalda y brazos. Pero, ¿por qué? Todo, de pronto, se quedó en silencio. Ya no escuchaba el correr de aquella cosa, ni oía el aire fuerte del exterior. Como si se hubiese quedado sordo. Algo que pronto comprobaría.

-¡Hola!, sí, puedo escucharme. –Se lo dijo a sí mismo, para acto seguido oír de la misma manera la risa más perversa y atrevida de su vida. Pero no salió de sus cuerdas vocales, no, venía de afuera.

Cuando por última vez asomó el rostro e inspeccionó el exterior, lo que vio, posiblemente, fue testigo de cómo su corazón resistió a parase, a no entregarse para la muerte, a no rendirse.

-Cae del cielo una araña enmarañada, ¿quién la desenmarañará? Ha perdido una pata, por tu culpa una muchacha desapareció. Ha perdido otra, por tu culpa un hombre murió.

El vestido, blanco, pero sucio de hollín. Sus zapatos, con lacitos tan perfectos como perturbadores y con suelas carcomidas, destrozadas. La piel pálida, muerta, agrietada. Cada cacho interrumpía la luz, la cortaba, daba relieve a unas heridas secas pero prominentes. Cicatrices por hombros, sangre por su cuello. Cuello unido a un pelo escarpado y negro, como la misma noche, como el dátil de un cementerio. De semblante tenebrosa, con una cueva en vez de cara. De ella parecían asomar murciélagos enfadados, unos que por sus ojeras parecían recostar las alas. Su nariz lucía triste, carente de brillo y forma, como lanzar una pelota de barro por los suelos. No mucho mejor que su boca, si es que podía llamarse así. Aquello penetraba con esmero por tus sentidos. Buscaba el arrepentimiento de tu alma, tal vez por vivir demasiado y tener que presenciarlo.

Fuera lo que fuera aquello, se asemejaba al aspecto de una niña martirizada. Con su presencia absorbió lo poco de esperanza que le quedaba, profanó su fe.

-... -Fue un grito ahogado.

-Corre –dijo por primera y última vez.

Esa sensación de ver borroso. Una línea en niebla mientras notas el ceder de una pierna, luego la otra. Te preguntas cómo sigues en pie, si es que lo estás. Asumiendo tu descontrol, aceptando tu debilidad. Una que, además, te condena. Tal vez a la liberación, tal vez a la angustia. Correteas por los pasillos de tus ojos, intentando mantener la calma sobre algo que no reconoces. Si estuvieras muerto no conocerías la sensación de pensar, ¿o sí? Sólo cuando te das cuenta de que no te has movido ni un paso, que has estado petrificado, entonces te percatas de que esa cosa está más cerca.

-¡Corre maldita sea! –se dijo a sí mismo.

Respondieron, al menos sus piernas. También la puerta escuchó sus reclamos porque de pronto se abrió. No quería pararse a averiguar cómo, así que decidió aprovechar la ocasión para inundarse oscuridad adentro. Sin saber que le depararía su osada acción.

Pasillos enteros de placas metálicas, suelo liso y luces robóticas. Un laberinto de acero bien pulido, mal diseñado. Era surrealista, un invento lucrativo a la locura. Podía dar la vuelta entre sus paredes si quería, con una libertad de movimiento increíble. Preguntareis por la niña, ella os responderá. Una vez dentro, aquel ambiente lo inundó, disminuyendo su perspectiva de la realidad.

-Una araña enmarañada,... –Se escuchaba de fondo.

-¡¿Qué quieres de mí!?, no te he hecho nada. Subía la montaña, ella nos enterró en la nieve. Sólo para encontrar la muerte allí donde fuera. No es justo.

-...¿quién la desenmarañará?

-¡Aléjate de mí! –Podía ver a esa cosa trepando por el laberinto cuerpo abajo y cara al frente hacia él. Constituía una estructura corpórea imposible anatómicamente hablando.

-Ha perdido una pata, por tu culpa una muchacha desapareció.

De su vestido asomaban grandes pinzas metálicas, tan afiladas como la luz debajo de una puerta. Parecían tener ojos, porque lo señalaban duramente, buscando su vida. Un par más de garras de acero aparecieron para elevar a la niña aún más alta. Ya no caminaba sobre sus piernas, eran esas artimañas las que lo hacía por ellas. No dejaba de acercarse, daba igual cuanto subiera o bajara, cuán rápido corriera, si podía saltar o ya no saltaba. Esa cosa se aproximaba.

-Ha perdido otra, por tu culpa un hombre murió. –Esa frase se escuchó tan cerca que si hubiera girado la cabeza se la habría encontrado de lleno.

Lo último que vio fue como un reflejo blanco pútrido se cruzaba en su camino y una cueva oscura se lo empezaba a tragar.

-Luego de un tiempo quise comprarme un coche. Había buscado a un chico que vivía por esas calles que uso para ir a entrenar a la montaña. Por el jardín creo que se llamaba, sí, por ese sitio. El coche la verdad que tenía muy mala pinta, era un Fiesta bastante destrozado, color blanco. Pues en esto que lo quiero mover de lugar, llevarlo a mi casa, pasa que me encuentro con mi tío Pedro y mi tía Dácil. Yo no sabía conducir, así que ellos se prestaron a llevarlo por mí. Al ver que el coche estaba tan mal presentado, me preguntan que cuánto había pagado por él. Yo cabizbajo contesto que setecientos euros. Con una expresión de asombro me exigieron que lo devolviera. Esto no era del todo seguro, pero en caso de que quisiera sería posible. Me habían enviado a recogerlo y dejarle el dinero al vecino de enfrente. Desgraciadamente me había olvidado. El dinero estaba en la guantera del coche. Cuando finalmente me convencen, Dácil se baja en una calle próxima a su casa, mientras, mi tío Pedro coge el volante y juntos vamos a devolver el coche.

Esto fue lo último que escribió en su diario, encontrado años después, casi calcinado entre restos de huesos y neumáticos.

Unos hombres los observaron fijamente con cara de pocos amigos. Al ver que se aproximaban inspeccionaron el coche con espanto. Acabaron por mirarse, diciéndose algo por lo bajo. Parecía que aquel trasporte tenía algo, algo que ellos y su dueño no querían de vuelta. Apenas acabaron de conversar cuando el más intimidante se dirigió hacia él y su tío. Ellos se quedaron petrificados sin comprender que estaba pasando. Fue entonces, cuando ya estando bastante cerca, agarró a Pedro por el cuello.

-¡Eh!, ¿pero qué hace?, ¡suéltelo! –Mientras lo decía buscaba por el suelo algo que pudiera utilizar como arma. Entonces lo recordó. Haciendo memoria fue al lugar donde su tío había colocado una pistola. Lo hizo al subirse al coche. Fue a la guantera y recargó cuatro balas mientras ya Pedro apenas respiraba.

-¡Alto ahí!, ¡suéltalo! –La sujetaba tembloroso, nunca había disparado a nadie.

Cuando miró a los ojos de aquel hombre, pudo discernir una línea compuesta por una misma arruga. Una que se abría dejando paso a sus cejas y por debajo de ella, los párpados. Además, su mandíbula era prominente, más de lo normal, como si fuera a salirse de su cráneo. Nunca había visto nada parecido en su vida. Un rostro que podría introducirse en tu inconsciente para siempre.

Una voz rasgada y bruta sonó a un tono ensordecedor.

-¿Qué te pasa muchacho?, ¿no te gusta escucharlo olvidar?, ¿no te gusta escuchar como su vida desaparece, se esfuma? –dijo mientras miraba a los ojos de Pedro. Este le golpeaba sin apenas notar reacción. Era como si no sintiera dolor alguno.

Disparó tres veces a su cabeza, sólo para darse cuenta, más por espanto que por sorpresa, que aquellos tiros atravesaron su rostro. Lo agujerearon e incluso logró a verse como salía la sangre y los sesos por la parte de atrás. Ni un músculo movió, ni un ojo parpadeó, ni una pizca de fuerza perdió.

Con sumo terror, lo siguiente que recuerda de aquella escena es como su tío caía pálido al piso, menos su cara, negra de la asfixia. Como último recurso, intenta golpearlo con una barra de hierro, pero es inútil. Observa con angustia como se parte en dos y su mirada apenas cambia de sentido. Era inmortal o eso parecía.

Si no era suficiente, poco a poco se fue percatando de que lo arrinconaba en uno de los garajes del lugar, uno sin salida aparentemente. Luego de mirar y mirar sin resultado, observó unos pequeños reflejos entre la oscuridad, los reconoció bien. Era una puerta al exterior. Sin pensarlo ni por un momento corrió y la abrió. Una muerte piadosa.

Altas montañas, envueltas en prados verdes. La noche besaba el ambiente y sus sonidos alteraban el silencio de lo que debería ser un mundo paralelo. ¿Dónde estaba?, ni yo mismo lo sé.

-¿Qué es este lugar?, ¿cómo...?-Escuchó un sonido desde la puerta por la que había salido, al menos era la misma. No anunciaba un buen presagio.

Sin saber a dónde ir comenzó a correr montaña arriba. Con una mirada rápida distinguió que el lugar de donde había escapado era una especie de fábrica gris, sin letreros ni indicación alguna. Cuánto de raro debe ser abrir una puerta y encontrarte en un lugar totalmente distinto, donde un sol se hunde por la luna, donde el hormigón y las carreteras pasan a ser montañas y césped abundante. Y lo peor de todo, ser perseguido y no tener tiempo para encontrar respuestas.

Un pensamiento lo inundó por dentro, era más bien una información sin nombre, una indicación en blanco pero con título. Encaminó su mirada al frente y se dio cuenta de que una valla impedía su paso. Detrás de ella, una trampilla. Allí debía ir y no sabía quién se lo gritaba. La verja le dejó claro que no entraba, sino que salía. Escapaba del lugar.

Jadeante de cansancio, intentando recuperar fuerzas desde el suelo, a rastras, abrió la pequeña puerta. Entonces contempló un brillo que no lo dejaba ver más allá. Una luz penetrante que desde la incertidumbre pudo descubrir, la misma que le hablaba desde su cabeza.

-Entra o desaparece –pareció decir.

Y con un impulso de martirio, la última gota de su sudor, el designio de su locura entró.

¿Cuánto pudo pasar?, no lo sabía. Todo de pronto oscuro, inerte, inmóvil. Gota tras gota de negrura envuelta en llamas. Ardía, sí, mucho. ¿Reconoces un mundo cuando lo abandonas?, ¿sabes correr sobre algo que no se resiste?, ¿dudas mejor que certeza? Saber que no eres el mismo y aún así tienes la obligación de serlo.

-¿Sabes dónde estás? –Rasgaba la arena con sus podridos dedos.

-¡Déjame en paz!, ni siquiera se ya si existo.

Fuera lo que fuera, se encontrase donde se encontrase, aquello lo había seguido también.

En esta ocasión se descubría una playa inmensa de arena canela. Su extensión era tan abrumadora que no podía divisarse salida alguna más que mirando al frente, donde parecía esconderse otra más pequeña. Hacia adentro grandes muros de piedra natural, barrancos y precipicios. Tan imponentes que parecía encerrarte dentro, como una jaula para monos. Sólo una dirección, sólo dos opciones. Enfrentarse a aquello que no se puede matar o intentar seguir corriendo hacia la oscuridad de la incertidumbre. A él no le habían enseñado a rendirse.

Una vez más corrió, pero no despavorido. Lo hizo con calma, pero sólo por una razón, aquella cosa no le seguía. Permaneció quieto, sonriendo. Parecía saber que volvería, que no había salida y eso lo desmotivó. Ya no podía pararse, lo sabía bien. Una rata no siente amenaza grave hasta que se ve acorralada.

Como si ya no fuera suficiente, como si la locura pudiese sentirse superada, un grito o más bien, aullido, se escuchó detrás de él. Lo que vio después ya era parte de una pesadilla mayor, parte de una misma cueva cuya única función era no dejarle encontrar la salida.

Aquel hombre grueso, rígido, pútrido y de rostro demacrado se calló hacia adelante. Adoptó una posición fetal. Con un giro rápido de cabeza lo miró, pero ya no era el mismo. Notó como algo se movía dentro de él, como querer salir por una bolsa de piel. Su cara empezó a deformarse, cuyas apariencias repentinas lo hacían divagar. Llegados a un punto se alargó y distinguió una forma antes vista. Lo sobresaltó. Su cuerpo se redujo a apenas un cuarto de lo que era y se estiró hacia detrás. De sus rodillas pudo, con espanto, verse salir unos bultos y abrirlas en dos. Dejando pasar una especie de hueso, arqueado, como un puente invertido. Ni que hablar de sus pies, ahora más pequeños pero desprovistos de dedos, en vez de ellos, garras.

Sólo fue confirmado por incremento de un pelo viejo, sucio y marrón. Había adoptado la forma de..., sí, aunque parezca increíble, de un lobo.

Mientras corría con más fuerza aquello se sentó sobre sus patas traseras a modo de espera. Aunque fuera un animal, todavía podía distinguir su sonrisa macabra.

La playa se abría a medida que se acercaba al filo de las rocas. Detrás, a duras penas, se veía una segunda extensión de arena no descubierta aún en su totalidad. Cuando no le quedaba demasiado para llegar, la marea comenzó a bajar inexplicablemente. Miró al cielo por primera vez, sólo una luna, una luna llena.

Traspasado por fin a la vista, lo que imaginaba. Otro borde enorme. Esta vez tenía final. Comprendió entonces, que si no encontraba nada sólo una dirección le esperaba. Pero por suerte, o no sabía ya si por desgracia, no estaba vacía.

-¡¿Ese es..., Riki?! –Su expresión, después de lo que parecía ser una eternidad, sonrió.

Era su amigo desde hace unos años. Considerado por él un hermano y por suerte lo reconoció.

-¡Tranquilo amigo, no te apresures! Todo está donde debe estar. –El semblante inexpresivo, fuera de toda su expectativa.

-¡Men, me persigue!, ¡está en la otra playa, busca matarme, ya lo hizo con mi tío, por favor ayúdame!

-Calma.

-Men no es humano, te lo aseguro, ¿por qué me pides que me calme si ni siquiera sabes nada?

-Calma. –Esta vez lo miró y levantándose de la arena lo sujetó por el hombro.

-¿Estás un poco cambiado, te pasa algo?

-Mira allí.

Un árbol de gran tamaño se encontraba en medio de la arena, como postulándose a sí mismo. No había restos de vegetación a su lado, excepto una cabaña de paja con apariencia extraña.

-En ese lugar encontrarás la solución, te lo prometo. –Lo miró sonriendo plácidamente, con ternura.

-Acompáñame por favor.

-He de hacerlo.

Se acercaron juntos al árbol, con seguridad. Al menos uno de ellos sabía que no encontraría más salida que esa. Tanta preocupación en tan pocas horas, o Dios sabe cuánto tiempo había pasado. Dentro de él, de su realidad, ya había pasado por dos alternativas dimensionales. Estar en un lugar, perder la consciencia y aparecer en otro. También de entrar en un recinto y salir por uno distinto, su mente no podía albergar ya una seguridad emocional. Tantos cambios, inmortalidades, transformaciones no humanas, encuentros inesperados, dimensiones. Estaba harto y quería acabar con ello de raíz, fuera como fuese.

Un individuo muy pequeño entonces salió de la choza de paja. Era de complexión media y pelo largo negro, tan azabache que apenas diferenció el cabello con su rostro, también oscuro. Piel tiznada y con ropa bastante suelta, trivial. Sobre su cabeza una especie de corona de materiales dorados y plateados. De la nada sacó un cuchillo con doble mango, nunca antes visto por él. Era tan decorado que daba la impresión de ser algún objeto de tipo ritual.

-Agarre un extremo, el otro su compañero. Corten a suavidad una corteza que obliga a querer degollarse. Bebed por turnos su savia. Os las daréis el uno al otro, hasta un número de doce gotas. La última es conjunta y deberá hacerse cruzando el brazo mutuamente. No miréis atrás, sed quienes tenéis que ser.

Unas palabras que provocaron suspense en el interior de su corazón. No por ello prescindía de las órdenes, las había escuchado bien.

Como en aquel instante donde una voz habló en su mente, pudo sentir como la mano respondía sola y agarraba el cuchillo. Entregándoselo por una parte a Riki, que como si ya hubiese hecho esto otras veces, lo sostuvo y dirigió la acción.

Un corte, una gota. El uno al otro se las iban dando a medida que llegaban a las doce. La última, tal y como había indicado el ser diminuto, fue dada en conjunto.

Descubrió como su cuerpo comenzaba a abrirse, desde el pectoral. Su mandíbula gesticulaba sola y le dolía. Se estiraba y contraía a medida que se percataba de que su altura aumentaba. Las piernas comenzaron a temblarle, sus pulmones, así lo sintió, querían salirse del pecho. Por sus tenis empujaban los dedos que poco a poco dejaría de sentir. Sintió a sí mismo como una adrenalina inundaba su cuerpo, caer de sopetón sobre una piscina de agua electrificada. Sus huesos contorsionaban, se alargaban, se curvaban. Brazos y hombros cambiaron de posición y forma. Al mirarse las manos, vio sus antebrazos crecer, muscularse, sus dedos alargarse y sus yemas transformarse en garras afiladísimas y extensas. Cargado además por un dolor interno que le hacía creer que sus órganos estaban rasgándose. Escalofríos seguidos de náuseas, vomitando en varias ocasiones. Todo para seguidamente comenzar a sentir calor, mucho calor. No sin antes percatarse de que un pelo negro en exceso le salía del cuerpo, por todo él. Lo último que recordó antes de empezar a correr sobre sus cuatro extremidades, fue verse un hocico alargado acabado en una fila de dientes aterradores. Llevarse las zarpas a la cabeza notando dos grandes orejas puntiagudas y mal formadas.

Riki aulló, grande y de color marrón oscuro sostenido sobre dos patas. Por instinto él le siguió, no volvió a preguntarse qué ocurría. Tenía el olor de aquella cosa en su cien, iba a darle caza.

La velocidad que alcanzó fue tremenda, con Riki a su lado en todo momento. Había una clara diferencia sobre aquella cosa que lo esperaba en la otra playa. Era un lobo sí, pero uno literal, ellos no eran lo mismo. Sobre cuatro o dos patas, grandes, fuertes y altos.

Al confrontarlo su mirada fue de sorpresa y a la vez espanto.

-¡Esta vez no, esta vez tú tendrás ganas de escapar, maldita escoria!

-No estás preparado. –Lo último una sonrisa.

Huyó arena adentro con el rabo entre las piernas. Daba la impresión de haber algo por debajo de ella, como una especie de entrada secreta.

Tenía que encontrarlo, vengarse por lo que le había hecho a su tío, además no estaba sólo.

Con mucho cuidado entró por el hueco que dejó la criatura, era efectivamente una entrada secreta por debajo de la arena. A medida que se adentraba distinguió algo que le resultaba familiar, pero era incapaz de averiguar de dónde procedía. Unas paredes metálicas a los lados, como planchas apiladas y pulcras. Todo aquello le hacía erizarse los pelos, pero no podía encontrar el por qué. Era tan familiar, un recuerdo en toda regla pero sin personajes, sin tiempo ni espacio, algo que nunca había sentido. De pronto una niebla fina llenó el lugar y todo se quedó en silencio.

Al mirar hacia detrás no encontró a Riki y la puerta se había cerrado. Observó sus manos, ya no tenía pelo en el cuerpo, ni rastro de su transformación. ¿Qué estaba pasando?

Una vez más sintió miedo, inseguridad, angustia. Estaba atrapado con esa cosa dentro y todo lo que le había dado el valor para enfrentarla había desaparecido, simplemente desvanecido. En sus tenis no pudo encontrar rastro de roturas, había sido todo una ilusión.

Un ruido lo paralizó, sólo divisaba un pasillo que parecía abrirse a dos lados. Lo que había escuchado estaba al derecho. Con un temor y un cuidado inmensos asomó la cabeza fuera del pasillo, laberinto adentro.

Ya no era un lobo, había vuelto a la apariencia normal, hombre grande y tosco. Sosteniendo un bate entre sus manos.

Sin entenderlo volvió a sentirse alto, a ver su hocico, a resoplar, a aullar. Mirando abajo si vio sus garras, sus rodillas estiradas y descompuestas. Con sus zarpas bien afiladas y el pelo negro por su cuerpo. Con el valor de nuevo corriendo por sus venas.

Se abalanzó sobre aquel hombre, comenzando a desplazarse rápidamente pasillo a través con la esperanza de llegar a él, pero...

Algo apareció detrás de aquello, algo mucho más pequeño, blanco, suave y delicado.

Volviendo a ser un simple chico, retrocedió, tampoco sabía por qué. No distinguía nada de la apariencia del nuevo individuo pero algo le decía que huyera de allí. En su cabeza le gritaban.

-Corre.

Justo al darse la vuelta la escuchó, volteándose a observarla, dirigiendo sus ojos aterrorizados a una mirada que parecía ser una cueva oscura, murciélagos recostando sus alas. La piel pálida, muerta, agrietada. Cada cacho interrumpía la luz, la cortaba, daba relieve a unas heridas secas pero prominentes. Cicatrices por hombros, sangre por su cuello. Una niña martirizada.

-Cae del cielo una araña enmarañada, ¿quién la desenmarañará? Ha perdido una pata, por tu culpa una muchacha desapareció. Ha perdido otra, por tu culpa un hombre murió.

Solamente se desmayó.

¿Duró semanas, meses, años?, ¿vivía ya acaso?, ¿por qué seguía pensando? Hubiese querido no hacerlo, porque no se acordaba de nada, más que de unos seres que lo perseguían, lo único que sabía es que estaba en peligro. Ni siquiera sabía cuántos años tenía, ni como se llamaba. Tampoco donde estaba.

Sólo una cosa con certeza, estaba tumbado boca abajo en nieve, sintiendo frio en los cachetes. Estremecido por la congelación de su cuerpo, se levantó rápidamente con un mareo. Estaba bien abrigado, al menos. Tanta era la duda sobre quién era y dónde se encontraba, que su mente como último recuso decidió abandonarse al destino. ¿Qué más daba ya?, estaba vivo y tenía que escapar de algo desconocido, le bastaba, sólo eso.

A lo lejos, montaña arriba, divisó a unas personas. Parecían una chica y un chico. Sus ropas bien densas y con calzado para evitar resbalar por el hielo.

-Te digo cariño que estaba en peregrinación, tanto le diste vueltas que terminamos en una avalancha. ¿Qué haremos ahora? ¿Dónde nos vamos a refugiar?- Se escuchaba la conversación cada vez más cerca. Cuando ya estuvieron a corta distancia, decidió dirigirles la palabra.

-¿Qué les trae por este infierno amigos? –dijo con una voz profunda, rota.

Continue Reading

You'll Also Like

869K 89.9K 8
Han pasado tres años desde que Leigh sufrió a manos de un monstruo. Y ella se ha dedicado a sanar, finalmente, decide dejar atrás Wilson, y empezar u...
17K 439 25
Hay un Dicho muy conocido "𝘏𝘢𝘺 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘦𝘯𝘦𝘳𝘭𝘦 𝘮𝘢́𝘴 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰 𝘢 𝘓𝘰𝘴 𝘷𝘪𝘷𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘢 𝘭𝘰𝘴 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘰𝘴" pues el hombre es el...
6.7K 422 15
Que pasaría si unas ex esposas se reencuentran en el lugar menos esperado? Eso lo verás aquí mismo ⚠️aviso⚠️‼️posible lemon‼️ ⚠️aviso⚠️‼️posible con...
1.9M 151K 63
Daphne y Reece han presenciado un asesinato. Salvo porque no hay cuerpo, no hay rastro, y la persona a la que creían haber visto está viva. ¿Qué pasó...