¿Por qué estaba esta nota del poeta en el suelo? ¿Laurita sabe quién es y no me lo ha contado? ¿Habrá quedado con él? Espera... ¿Y si Sandra guarda relación con el poeta y ha estado fastidiando desde el principio para aislar a mi cuñada como ahora? No, no puede ser. Es un plan demasiado rebuscado para una persona como ella y habría aprovechado el día del encuentro a solas en el tejado. ¿Esto tendrá que ver con lo que le ha ocurrido a Mario o es mera coincidencia? ¿Y qué ha pasado con ese idiota? ¡Me volveré loca! Tengo que centrarme. Laurita es mi prioridad, debo encontrarla y debo descartar que Sandra esté involucrada.
Tropiezo con varios compañeros que entran en el aula en plena carrera. Nada me detiene hasta el grupo de Sandra, un grupo que reúne a gran parte de la carroña del instituto, un grupo de repetidores como ella que ha repetido curso dos veces y por el que yo pasé.
—¡Eh! ¿Dónde está Sandra? —pregunto con cierta agresividad en la puerta para que los pocos que hay noten mi presencia.
—Seguro que fumándose un porro en alguna parte —responde uno de esos mequetrefes a modo de broma, pero la idea no es descabellada al tratarse de ella.
El tejado es la alternativa que se me ocurre. Mientras me dirijo hacia allí, llamo a Laurita y le envío un mensaje, aunque intuyo que tendrá su teléfono en silencio y que no lo verá. Los pasillos se despejan, no me libraré de llegar tarde a clase. Accedo al exterior casi sudando a causa de tanta agitación. Ahí la veo, ahí está Sandra apagando un cigarrillo contra la pared. Lo hace en el sitio habitual, donde reposan las múltiples marcas acumuladas en todos estos años de instituto. La paranoia de que haya usado la delicada piel de Laurita como cenicero, cosa que hizo una vez conmigo y que derivó en que le partiera la boca, provoca que la salude empujándola bruscamente por el hombro.
—¿Dónde está? ¿Qué le has hecho? —pregunto furiosa.
—¿Qué coño haces? ¿De qué hablas? —Me encara.
—Conmigo no te hagas la desentendida porque te conozco demasiado bien. ¿Qué le has hecho a mi cuñada?
—¿Tu cuñada? Espera, espera, ¿hablas de esa niña con cara de retrasada y flequillo de princesita Barbie? —Su fiereza se transforma en una burla tóxica.
—No te permitiré que la insultes. ¡Contéstame de una vez! —exijo.
—Estás fatal, Ana. Empiezas a valerte de cualquier excusa para buscarme. ¿Me ves cara de asesina profesional para hacer desaparecer un cuerpo en el insti? ¡Qué buena estima me sigues teniendo! No lo tenía muy claro, pero ahora sé que esa tontita retrasada está vinculada contigo. —Entonces no ha tenido nada que ver. Sandra me lo habría insinuado por tal de joderme.
—Ni se te ocurra acercarte a ella porque te dejaré irreconocible —le advierto.
—Tus amenazas no me dan miedo, Bruma. —Tan rápido como habla, me toma de la cintura y me lanza contra la pared. Clava su pierna entre las mías, me retiene. Antes de que pueda reaccionar, restriega sus labios con los míos. Ese maldito sabor a cigarrillo tan detestable. Me quedo paralizada por unos segundos como si fuera víctima de un veneno paralizante, hasta que recupero la consciencia y le muerdo el labio. Saboreo su sangre—. ¡Ah!
—¡¿Qué coño crees que haces?! —le grito y la aparto.
—Recordar lo que es mío. Veo que no pierdes viejas costumbres —dice sonriente y juega con la gota de sangre que le brota.
—¡Eres una puta loca! Me das asco, Sandra —digo alterada.
—Bien que te gustaba cuando te metía la lengua hasta la garganta. —La odio. Odio que reavive toda esa mierda.
—Te equivocas. Era una cría ingenua que no sabía lo que hacía. Formas parte de un pasado enterrado. Ojalá no te hubiera conocido nunca. Doy gracias a que Eric apareció en mi vida y me abrió los ojos.
—A mí no me vengas con historias de un príncipe azul. Te conozco y te encanta negar lo que te gusta. Tú no has abierto los ojos, los has cerrado más. Muchos rollos que tuviste con chicos para terminar siempre en mi boca.
—¡Eres una puta manipuladora! No volveré a caer en tus juegos, ya no, Sandra. Ya no estás tratando con aquella niña a la que llamabas Bruma. No merece la pena perder el tiempo contigo. —Le doy la espalda.
—¡Eso! ¡Huye como haces siempre! Hoy te vas con mi sangre en tus labios. —Debí morderla hasta arrancarle un trozo para que se callara para siempre. El peor error de mi vida no dejará de atormentarme hasta que desaparezca de mi vista.
***
La maldita Sandra me ha hecho sentir como un putón; con lo que me ha costado dejar todo eso atrás. Si Laurita no se hubiera juntado con la puñetera Aura, habría seguido manteniendo a raya a esa diabla. Esa jodida friki tiene la culpa...
De regreso a clase por los pasillos desérticos, escucho que me llaman con un silbido. Se trata de Patricia, que aparece por las escaleras. Su rostro rebosa de alegría.
—¿Qué haces fuera de clase? ¿Fuiste al baño? —le pregunto extrañada mientras continuamos andando.
—¡Qué va! No te lo vas a creer. —Capta mi atención con su entusiasmo—. ¡Ligué en la biblioteca!
—¡¿Qué?! ¿Cómo es eso? ¿Y qué hacías en la biblioteca? No me digas que no me esperaste... —La noticia me sorprende y, siendo sincera, me alegro tanto por ella que aplaco mi encuentro con Sandra.
—Me tendrás que perdonar, pero no me pude contener, aunque no avancé, lo siento —se disculpa.
—Bueno, da igual. Cuéntame.
—Fui a la biblioteca para informarme sobre los poemas de los concursos. Resulta que el chico que colabora en recepción empezó a hacerme preguntas y así surgió una conversación sobre libros y aficiones. Y nada, ¡me ha pedido para quedar! Yo diría que en plan cita. ¡Sí! —celebra muy risueña.
—¡Ves! Estas cosas pasan cuando menos te las esperas. ¡Me alegro tanto por ti! ¿Y qué tal el chico? ¿Quién es? —indago con curiosidad.
—Se llama Gerardo. Es mono. A primera vista pasa desapercibido, pero todo cambia cuando hablas con él. Cursa el primer año de bachillerato. Ayuda en la biblioteca porque le gusta leer y para ganar nota extra. Parece buen chico —responde con ilusión.
—¡Qué bien, Patri! Espero que me mantengas informada, ¿eh?
—¡Claro! Por cierto, me crucé con el tal Víctor. Me preguntó que si era del grupo A. Le dije que sí y me dijo que te enviaba saludos. Este se ha quedado enganchado contigo —me cuenta.
—Que viva de fantasías, no me interesa en lo absoluto —digo.
—¡Ja, ja! Es guapo. Oye, me van a poner retraso, pero me da igual. Hoy será justo y no como las mierdas que me ha hecho Mario. —Si ella supiera cómo encontré al mencionado engendro—. ¿Tú si vienes del baño? ¿Podrías cubrirme con alguna mentira?
—No, yo también llego tarde. Mi cuñada se ha perdido en todo el recreo y la he estado buscando porque tuvimos un enfrentamiento con Sandra y me preocupaba que la muy cabrona se hubiera vengado. Pero nada, ni rastro —respondo.
—Dudo que fuera eso porque vi a Laura por los despachos del profesorado cuando fui a la biblioteca —me cuenta Patricia.
—Ah... —¿Qué haría ella por allí? Fuera lo que fuera, es una señal de que no le ha pasado algo malo. Me quedo más tranquila.
***
—Menudas horas para llegar, ¿no? —nos riñe la profesora de inglés cuando entramos en el aula. Casualmente, un personal de limpieza se cruza con nosotras en la puerta.
—Perdón. Hacíamos un trabajo en la biblioteca —miento para salvarnos el pellejo.
—Venga, a vuestros puestos —ordena.
Mis primeras impresiones son que el sitio de Mario permanece vacío, aunque recién limpiado, y que Laurita está en su silla. Me apresuro como si pareciera que me muero de ganas de incorporarme a la clase. Planto mi trasero a la vez que veo a mi cuñada guardar su teléfono discretamente.
—Te estaba respondiendo. ¿Estás bien? —murmura.
—Sí...
—Muy bien, ahora practicad el diálogo en parejas de dos. En inglés, ¿eh? Carlos, lo harás conmigo, ya que no está tu compañero —ordena la profesora y me resulta una bendición.
—¿Dónde estabas? —le pregunto a Laurita.
—En el baño —responde y me enerva.
—¿Por qué me mientes?
—Ani, no te miento. Te dije que iba al baño. —Ya pone esa carita tristona, pero no pienso ablandarme hasta que me dé explicaciones.
—¿Y cómo es que Patricia te vio en los despachos del profesorado? —Seguro que eso no se lo esperaba. Enseguida mira a Patricia y regresa la vista a mí.
—Ani, ¿por qué me hablas mal? —Esa voz de niña, sus cejas arrugadas... No, no caeré.
—No te hablo mal. Tú responde, quiero saber —digo manteniendo la voz baja.
—No sé qué te habrá contado ella, pero fui a ver a la directora para pedirle que ayudara a mi hermano. ¿Tan malo es que me preocupe por él? —Aquí hay cosas que no me cuadran, aunque no veo razón para que mienta.
—He estado buscándote como loca porque creía que Sandra te había hecho algo. Con esa chica no se puede bajar la guardia. ¿Por qué no me avisaste? —Ella es tan ingenua que no entiende la gravedad del asunto.
—No sé, Ani. Se me ocurrió en el baño y fui directamente al despacho de la directora. Me da más miedo lo que le pueda pasar a mi hermano que lo que me haga esa Sandra. ¿Por qué te enfadas conmigo? ¿No puedo tomar mis propias decisiones? —Visto así, a lo mejor me estoy excediendo, pero necesito aclararlo todo.
—Vale, ¿y qué explicación tienes para esto? —Pongo la nota sobre la mesa. Ella la observa y me mira asustadiza y en silencio—. ¿No será que quedaste con el poeta? ¿No será que sabes quién es desde hace tiempo y que me estás engañando?
—Me duele que pienses eso de mí, Ani. —He herido sus sentimientos con mi interrogatorio, está lagrimosa, y eso me lastima. Espero que no llore en mitad de la clase y que resuelva mis dudas lo antes posible—. No quedé con él y no sé quién es. Esa nota la encontré hoy y no te la quise mostrar porque siento que te molesta. Pensaba tirarla a la basura, pero se me debió caer del bolsillo.
—¿Por qué me iba a molestar? —"Molestar" es poco.
—No lo sé, dímelo tú que eres la que está siendo cruel conmigo por tomar decisiones propias.
—Es que pienso que te gusta esta persona —digo cuidando el tono de voz igual que ella y tras asegurarme de que nadie está pendiente de nuestra charla— y no quiero que jueguen contigo. Si me hubieras dicho lo de la nota, podría haberme quedado y averiguar quién es.
—Te he dicho otras veces que no me interesa. ¿Tú no ves que no me importa nadie más...? —Me gustaría creerle. Pienso que no quiso esperar porque el imbécil de Mario estaba aquí o porque, como es lógico, le importaba más velar por su hermano.
—¿Nadie más? —pregunto con cierta intriga, diría que no concluyó su frase.
—Nadie, que no me interesan los desconocidos. Como bien dices, ¿no será que tú sí sabes algo sobre el "poeta" y no me lo cuentas? —Esa pregunta sí me estremece. Tengo que mantener mi mentira.
—¿Qué voy a saber? —Rezo para que mi cara no me delate.
—No sé, te vi muy segura al afirmar que la nota era del poeta para mí. Mínimo debiste encontrarla en mi silla o muy, muy cerca, para llegar a esa conclusión. —Joder, debí ser más cautelosa con mis preguntas.
—Bueno... Sí, estaba junto a nuestra mesa y... recordé la caligrafía porque es un tanto peculiar. —No estoy satisfecha con esta improvisación, pero es el mejor argumento que tengo ahora mismo.
—Supongo que dices la verdad. Solo espero que no estés jugando conmigo y que no tengas algo que ver con esto, Ani, porque me romperías el corazón. —¡Puf! Mis acusaciones se han vuelto en mi contra. No quiero que esté mal.
—Laurita, yo sería incapaz de hacerte eso. Te lo he dicho antes, no quiero que te hagan sufrir. Lo siento, me he puesto así porque estaba preocupada por ti. Por favor, cuéntame las cosas y no bajes la guardia hasta que Sandra se olvide del asunto. —Creo que ni le mencionaré lo de Mario de momento para no estresarla más.
—Vale, Ani, pero no tienes que preocuparte tanto por mí. Estaré bien —dice y me acaricia la pierna sonriente.
Hay piezas que siguen sin encajarme. Creo que el poeta vino a buscarla y que encontró a Mario en su lugar. Discutirían por alguna razón, quizás porque Mario la insultó y el poeta se lo tomó muy mal porque la ama de verdad. Esto es plausible y, de haber sido así, apuntaría a que el poeta es Esteban como intuyo porque físicamente sometería a Mario, cosa que no podría decir de Miguel. Pero... puede que nunca sepa la verdad y no sé si quiera saberla. Solo sé que, si fue el poeta, es una persona peligrosa.
***
Martes, segunda hora de clase. Pienso en las vivencias de ayer, por si no tuve suficiente tormento rememorándolas anoche. El odioso beso de Sandra me produjo náuseas y más los recuerdos suscitados que tenía enterrados en lo más profundo de mi mente. La silla vacía de Mario es otra cosa que me inquieta. Aún no le he contado a alguien de confianza el estado en el que lo encontré ayer y no creo que lo haga. Esta mañana, Carlos me estuvo insinuando que tuve algo que ver con la desaparición de Mario por nuestros recientes roces. No me gustaría que ese pensamiento se generalizara y que todos me señalaran por un abuso que no cometí. Por suerte, la orina no se ha convertido en un tema de divulgación, parece que la confundieron con zumo derramado o algo por el estilo.
La directora McCarthy interrumpe la clase. Me sorprende al solicitar mi presencia y la de Laurita. Nuestros compañeros nos miran extrañados mientras salimos al pasillo.
—¿Alguna de vosotras habló con Mario ayer? —pregunta la directora con seriedad en la soledad del pasillo. Laurita y yo compartimos una mirada. En esta ocasión, es mejor decir la verdad.
—Sí, yo lo hice —confieso—. Le juro que fui por las buenas...
—Fue así, yo estaba con ella —añade Laurita y me alegra su apoyo.
—Pues parece que ha funcionado. Acaban de llamarme los padres de Mario para informarme de que se retractan con la denuncia —dice la directora asomando una ligera sonrisa.
—¿En serio? —pregunto emocionada, me cuesta creerlo.
—Sí, en serio. Podéis avisarle a Eric en mi nombre —dice la directora.
—¡Sí! —exclamo y me abrazo con Laurita rebosante de felicidad.
—¡Sabía que mi hermano se libraría por ser tan bueno! —dice mi cuñada.
—Los padres de Mario han decidido cambiarlo de instituto. —¡Otra noticia excelente! ¡Hasta nunca, Mario!—. Ana, las cosas salieron bien esta vez, pero espero que aprendieras la lección. Acude a mí cuando tengas problemas y evitaremos males mayores.
—¡Sí, directora McCarthy! ¡Gracias! ¡Nos ha alegrado el día! —digo con entusiasmo.
—No me las des, no me llevo ningún mérito. Y ahora volved a clase y seguid subiendo la media —dice la directora y se marcha.
—¡Es increíble! Me cuesta creerlo. —Sea lo que sea que le sucedió a Mario, lo hizo entrar en razón—. No le avisemos a Eric todavía. Sorprendámoslo en la casa, ¿vale? Venga, entremos —digo tan feliz como la agradable expresión que percibo de mi cuñada.
—Ani... —Laurita me toma de la muñeca antes de que toque la manija de la puerta. A la vez que me voltea, me aborda y me acorrala contra la pared.
—¿Q-Qué... ha...? —pregunto nerviosa, pero me silencia con un beso.
Sus manos aprisionan las mías como recios grilletes. Su lengua, en cambio, penetra en mi boca con dulzura. Sus labios son miel untada sobre los míos.
Mi cuerpo tiembla por ella y por la tensión de que nos descubran. Pero, a pesar del riesgo que me intimida y a pesar del miedo que estremece mi corazón, me gusta y sucumbo al deseo. La resistencia que opongo es mínima. Gimoteo como si me quejara, aunque significa todo lo contrario.
¿Por qué hace esto? ¿No le asusta que la directora pueda dar media vuelta o que alguien pueda salir al pasillo? ¿Se le olvidó la distancia?
Su boca se retira despacio. Nuestras lenguas comparten su saliva mientras se separan. Me abandona gradualmente hasta dejarme sin aliento.
—Lo siento, Ani, necesitaba celebrarlo ya —dice apresurada y se cuela en el aula antes de que pueda asimilar ese beso y reaccionar.
Estoy sofocada. ¿Qué cuento es ese de que necesitaba celebrarlo ya? ¿Besarme es su forma de celebrarlo? ¿Es que se piensa que el mérito es mío por la charla que tuve con Mario y me lo ha querido agradecer de esa manera? Conociéndola, no puede haber otro significado para ella.
Me aseguro de que no hubiera testigos por el pasillo y regreso a la clase.
***
Patricia y yo aprovechamos el recreo para ir a la biblioteca. Ella me funde la oreja hablándome sobre el tal Gerardo mientras mi mente flota entre las nubes. El beso hechizante de Laurita. No había pasado mucho tiempo desde nuestra acalorada tarde de estudio en el sofá, pero mi sensación era que llevaba siglos deseando que se repitiera el contacto. He estado en clase mirándola de soslayo como una tonta y sin ser capaz de reñirla por el atrevimiento. Ella tampoco mencionó el tema. Lo que no le agradó demasiado fue pedirle que se quedara con Claudia y Aura mientras me ausentaba. Insistió mucho en acompañarme, así que tuve que mentirle parcialmente diciéndole que se trataba de un asunto amoroso y privado de Patricia.
—Ana, ¡Ana! ¿Me estás oyendo? —me llama Patricia.
—¿Eh? Sí, ¿qué? —Se me hizo corto el viaje del aula a la biblioteca.
—Actúa con normalidad, como si no te hubiera hablado de él. —Si ella supiera que un beso juega al comecocos con mis neuronas y me impide ver más allá...
—Que sí, que sí. Entremos. —La empujo para que actúe antes de que se nos acabe el recreo.
Si hay algo que me gusta de la biblioteca es la paz que se respira, una paz casi celestial, aunque esto no favorecerá mi ensueño de hoy, necesito distracciones. Nos acercamos al supuesto Gerardo, que está sentado detrás de un mostrador. Es un chico castaño normal, de lo más normal que pueda existir, aunque las gafas le aportan un atractivo aire intelectual. Patricia nos presenta y él se pone de pie enseguida. Me divierte verla con esa sonrisa nerviosa, se nota que le ha gustado, y lo mismo puedo decir de Gerardo por la forma en que se frota las manos.
—¡Ah! ¡Eres ese chico mono del que me habló Patri! —exclamo y ella me patea aprovechando la cobertura del mostrador. ¿No se supone que tenía que actuar como si me hubiera hablado de él? A lo mejor la entendí mal.
—¡Ana es un poco payasa a veces! —dice Patri. Me quiere asesinar con la mirada.
—¡Me cae bien tu amiga! —exclama Gerardo.
—Vaya, vaya. Esto sí que es una sorpresa. —Esa voz masculina a mi lado me resulta familiar. Me volteo enseguida. Es ese Víctor. Si Patricia le avisó de que vendríamos, la mataré—. Ana Álvarez pisando la biblioteca.
—¿Qué pasa? ¿Tengo la entrada prohibida? —respondo con sequedad, aunque él se ríe.
—A ti te abrirían las puertas hasta en el cielo —dice Víctor.
—Ah, porque entonces las que tengo ganadas son las del infierno. —Cada cosa que digo le causa gracia y no es lo que pretendo.
—No lo sé, pero las de mi corazón te las ganaste desde que entré en el instituto. —¿Me tengo que tomar esto como una declaración de amor delante de Patricia y Gerardo? Ese par se ríe por lo bajito y actúa como si no nos estuviera escuchando—. Para ser exacto, fue en la segunda semana de mi primer año en secundaria. Tú ibas a segundo, todavía no habías repetido. Recuerdo claramente tus cabellos llameantes como toda una diablesa, en otras palabras, algo te tenía muy enojada. Justo cuando pasaste por mi lado, me gritaste que qué miraba y me asestaste tal bofetada en la cara que me ardió toda una semana. En fin, me quemaste con tu fuego y te serví de pañuelo. Me golpeaste tan duro que no pude olvidarme de ti.
¿Qué está diciendo este tipo? ¡Qué vergüenza! No sé si me jode más que me deje en evidencia o que me salga con este amor fetiche.
—Si quieres, te pego en el otro lado para que se te restaure la cabeza —digo.
—¡Me encantas! —celebra Víctor—. Era un niño cobarde, pero gracias a ti espabilé. Por eso no tengo pelos en la lengua ahora para decirte lo que pienso.
—Pues yo tampoco tengo pelos en la lengua. ¿Puedes seguir tu camino? No me interesan tus historias de masoquista y mi amiga y yo tenemos cosas que hacer. —A ver si se va este pesado.
—Tú sí que eres certera con tus flechas venenosas. Las universitarias con las que he salido ni se han acercado a la diana. Dime la verdad, ¿estás aquí porque tu amiga te dio mis saludos? —¿Y esa risa coqueta a qué viene?
—A ti se te debió soltar una tuerca o un cable por ahí dentro porque vives en un mundo imaginario solo por pensar eso. No te hagas ilusiones y déjame en paz, ¿sí? Tengo novio y estoy felizmente enamorada de él. Adiós. —Volteo mi cara.
—No me interesa tu novio, me interesas tú. Tranquila, soy paciente. Por ahora me conformo con admirarte desde las sombras como he hecho en estos cuatro años. —Esto suena a pervertido total—. Sé que tendré mi oportunidad. Ya nos veremos, chicos. Chao, cabellos de fuego. —Víctor me hace resoplar antes de salir de la biblioteca.
—¡Qué pesado es! —exclamo asqueada.
—Nunca lo había visto así con una chica del insti —comenta Gerardo.
—Pues menuda lotería me ha tocado. Que siga en las sombras como dijo —digo.
—Bien loco que lo dejaste con un golpe, ¿no, Ana? —bromea Patricia.
—Yo lo conozco porque se pasa casi todos los recreos metido aquí en la biblioteca. Es buena gente —dice Gerardo.
—¿Has oído eso, Patri? Démonos prisa antes de que regrese ese acosador. Luego puedes quedarte hablando con Gerardo todo lo que quieras —digo impaciente. No aguantaría otra ronda con Víctor.
—Vale. Bueno, Gerardo, nosotras vamos a lo nuestro —dice Patricia.
—De acuerdo. Recuerda que están archivados por allí —indica Gerardo.
Se me hizo evidente que Patricia le había hablado sobre los poemas, aunque ella me confirma en la distancia que no le dio detalles. Pasamos entre varias estanterías hasta agacharnos frente a una arrinconada. Hay una caja con el escrito "Poemas Concursos". Dentro contiene varias carpetas fechadas por convocatoria, básicamente dos por año. Hay recopilaciones desde mucho antes de que yo empezara en el instituto, es asombroso. Cogemos las más recientes y las abrimos allí mismo, ni nos molestamos en ir a una de las mesas a revisar caligrafías cómodamente.
—¡Vaya! ¡Qué lindo...! Y este otro... ¡Mira este, es bellísimo! —Patricia se despista más que un pollo sin cabeza.
—¿Te quieres centrar, Patri? A ver si tendré que pegarte a ti también para que aterrices. —No sé para qué hablo cuando yo estaba en ese mismo estado hace poco.
Un poema. Y otro. Y otro más. Participa más gente de la que imaginaba.
Y entonces...
—¡Patri! ¡Lo encontré! —exclamo ilusionada.
—¡¿De verdad?! —dice ella asombrada.
—¡Sh! —Alguien nos manda a callar.
—Sí, sí. Esta es la caligrafía del poeta. —Sostengo un poema en un papel quemado. Me tiembla la mano por la emoción.
—Pues sí. ¡Es él! —dice Patricia al compararla también.
—¡Rápido! ¡Miremos la firma! —Escaneo el papel de arriba abajo y no aparece ningún nombre—. ¡No me jodas! ¡No hay!
—¡Sh! ¡Sh! —Estoy por lanzarle un libro al de tanto "Sh". ¡Qué pesado!
—Pero mira, está su seudónimo —indica Patricia al final de la hoja por la parte de atrás.
ReDemon. ¿Y quién se supone que es ese?