Hola! Perdón por tardar, pero es que la verdad no he estado de muchos ánimos. Aunque he tratado de escribir cada que puedo, por eso trato de hacer cada capítulo un poco más largo que lo que usualmente escribo. Y bueno, creo que este es algo que ya se esperaban mucho desde antes. *risa malvada*
Espero que cachen la referencia a The Vampire Diaries.
Les quiero.
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Después de tomar otro taxi llegamos a otra parte la ciudad, al parecer fuimos al lado contrario al que habíamos estado. Mientras tanto yo seguía maravillada con lo grande que era esa ciudad, lo increíble que era y en algún momento fantaseé pasar más de una tarde en ese lugar. Pensé en estar mucho más tiempo ahí, en conocer más y también con el mismo guía.
El sitio que Alaric había mencionado era un restaurante de hamburguesas. Desde el umbral se podía percibir el delicioso aroma de la carne cocinándose y comencé a salivar. Y cuando vi las hamburguesas que le entregaban a los comensales, me convencí de que había escogido un buen sitio.
- ¿Cómo encontraste esto? — Pregunté mientras que Alaric le daba un trago a su vaso de cerveza. Él se encogió de hombros.
- ¿Qué? Ser vampiro no quiere decir que no pueda disfrutar de la comida. — Bajó su vaso y luego tomó una papa frita. — No muchos tienen el interés, pero sería un desperdicio no sentarse de vez en cuando y comer... Pensar en toda la gama de sabores, en las combinaciones que siempre están cambiando, en los lugares que tienen su propia gastronomía. Ciertos ingredientes que solo pueden encontrarse en una región. — Lanzó toda la papita a su boca y se tomó varios segundos para saborearla. — Además, puedo comer todo lo que quiera y mi cuerpo no va a cambiar.
- Pero no te alimenta, ¿cierto?
- No. — Sacudió la cabeza y procedió a seguir comiendo su hamburguesa. — La sangre lo hace y eso es lo que realmente ansiamos. Hay quienes se dejan llevar por ese deseo, no llegan a conocer las partes buenas del vampirismo. — No le importaba hablar de eso, como si nadie alrededor pudiera escucharlo.
- ¿Y cuáles son esas partes? — Pregunté con curiosidad. Comí un poco más. Tenía razón, me terminó gustando demasiado. Él volvió a encogerse de hombros.
- Todo ese poder... Sientes que puedes hacer lo que tú quieras. Todo es diferente, los olores son más fuertes, los sabores más intensos y las sensaciones a veces son abrumadoras. Cuando te sientes bien es casi como si estuvieras en un éxtasis, cuando no es así, bien, es como estar en cayendo al abismo.
Dio un largo suspiro y le pregunté sobre la carne, él estuvo contento de explicarme de donde la conseguían. Había algo que claramente había cambiado, no era el mismo que había conocido hacía un año, esta versión de Alaric estaba más relajada e incluso podría decir que parecía contento. Tal vez ese era el efecto que tenía Portland en él, pero algo de lo que estaba segura es que me gustaba.
Después de terminar salimos por la misma puerta. El clima había cambiado, ahora había algo más de viento y el cielo ya no estaba tan claro. Agradecí bajar del auto con mi rompevientos. No pregunté por la hora, eso no estaba en mi mente. Estaba muy ocupada viendo cada recoveco de esa estupenda ciudad y escuchando lo que Alaric me decía. Hasta que alcanzamos un pequeño parque y debió a la hora, estaba lleno de niños jugando y corriendo.
- Antes de que fuera la ciudad de hoy, en sus inicios era usada como lugar de descanso para los viajeros. — Estaba explicándome y yo de verdad que lo estaba escuchando, pero antes de que pudiera responderle, el cielo se iluminó con una luz azulosa y dos segundos después se estaba escuchando el trueno. Muchos de los niños en el parque corrieron despavoridos, buscando consuelo en sus madres y padres y tan solo unos instantes más tarde el agua comenzaba a caer.
Mi primer instinto fue tomarlo de la muñeca y comenzar a correr, corrí de regreso, justo por el camino que habíamos hecho antes, hasta llegar a una calle más concurrida y pudiéramos refugiarnos debajo de la cornisa de un edificio. Mi chaqueta había logrado mantenerme seca, pero mi cabello era otro asunto. La lluvia estaba cayendo de manera violenta, como si se hubiera desgarrado el cielo.
- ¿Dónde dejaste el auto? — El ruido de la lluvia era ensordecedor. Al lado de nosotros otras personas buscaron ocultarse del agua. El transito frente a nosotros se fue deteniendo hasta que, a pesar del cambio de semáforo, ningún auto se pudo mover.
- No muy lejos... Pero incluso si llegamos, vamos a tardar horas para poder salir de la ciudad con todo este tráfico. — Respondió. Entonces supe que escapar de la escuela había sido una estúpida idea. Y justo cuando pensé que mi suerte no podía ser peor, el agua se terminó por desbordar de la cornisa y nos cayó encima, mojándonos a todos los que estábamos ahí.
- ¡Maldita sea! — Una mujer gritó cuando se empapó y otro hombre al lado de ella soltaba otra maldición. Yo quería gritar y golpear al mismísimo dios del trueno si era posible.
- Ven, acá podemos entrar. — Ahora fue él quien me sujetó y me jaló, corriendo debajo de la lluvia hasta media calle y entrando a un edificio.
Las luces eran cálidas, los suelos de piedra y las paredes altas color menta. Justo encima de nosotros se encontraba un enorme candelabro y a ambos costados había pequeñas salas. Solo tuve que alzar la vista para darme cuenta de que estábamos en un hotel y los empleados nos miraban de manera juiciosa. Le jalé del brazo antes de que fuera a la recepción.
- ¿Qué demonios hacemos en un hotel? — Exigí saber.
- Estamos empapados, ¿no quieres tomar una ducha? — Respondió, frunciendo el ceño ligeramente. — Además podemos dar la ropa a la lavandería. — Suspiré. Tenía que admitir que no era una pésima idea, además de que literalmente no tenía un lugar a donde ir. Lo solté y asentí. — Bien, pediré una habitación. — Se dio media vuelta y fue al escritorio de la recepción, donde la encargada ni siquiera disimuló la manera en la que lo miraba. Yo me crucé de brazos y me mantuve inmóvil mientras que un pequeño charco de agua se iba creando entre mis botas y me gané las miradas de varios trabajadores, pero ninguno se atrevió de decirme nada. Alaric regresó al poco rato, sosteniendo la llave entre sus dedos. — Quinto piso, vamos. — Hice una mueca y lo seguí hasta el elevador.
Al juzgar por los pasillos, las lámparas, los cuadros de arte abstracto y las prolijas alfombras supuse que se trataba de un hotel caro. Ya era demasiado tarde para discutirle eso, así que solo resoplé y lo seguí hasta la habitación, que como el resto tenía la apariencia de costar una fortuna a la noche. Quizás hasta más de lo que pagaba mi madre por las facturas de la casa.
- ¿Una cama? — Murmuré, mirando esta recubierta por una sabana de color café.
- Bueno, no pensé que quisieras usarla. — Murmuró, cerrando la puerta detrás de él. —Nos vamos a ir de aquí en unas horas. — Se encogió de hombros y se acercó a un buró, donde había una pequeña jarra con agua, tomó esta y sirvió en un vaso. — ¿Quieres agua? — Yo asentí, él señaló el vaso y luego se dio vuelta, dirigiéndose al teléfono de la habitación. Yo me quedé en silencio, bebiendo mientras que lo miraba moverse. El agua había mojado su cabello, que caía por todas partes, cubriéndole la mirada. Por un momento había olvidado por completo que estaba hablando, solamente me dediqué a mirarlo y como su chaqueta le había resguardado de la lluvia, pero eso no impedía que se fuera creando un charco a sus pies. — Listo. Vendrán pronto por la ropa para el servicio de limpieza. — Yo me quedé en silencio. Ahora, quien estaba en esa habitación era una persona diferente a la que estaba afuera en la ciudad. — Quieres que la sequen al menos, ¿no?
- Claro. — Me aclaré la garganta y pasé una mano por mi cabello, ignorando cuando lo jalaba pues mis dedos terminaban enredados. — Voy a terminar una ducha y... Sacaré la ropa. — Asentí y entré enseguida al baño.
El piso tenía unos azulejos con un patrón en un color gris claro y las paredes estaban cubiertos por unos mosaicos puestos en diagonal y tenían ribetes dorados que le daban cierto brillo al lugar. El espejo era grande y estaba de frente a la ducha. En mi reflejo podía notar el desastre que se había hecho con mi cabello y debajo de mis parpados estaba el rímel que me había puesto en la mañana antes de salir y mis ojos estaban muy abiertos, mirándome atentamente. Mis mejillas estaban ruborizadas y no entendía por qué.
No quise pensar en más, solo decidí apurarme. Quité toda mi ropa mojada y la lancé a uno de los lavabos. Me pregunté en como había hecho para mantener seca mi ropa interior, pero sin duda que era lo mejor. Entré a la ducha y el agua enseguida cayó tibia. Pude lavarme el pelo con los productos del hotel y aunque tenían un raro aroma a pimienta, no me molestó demasiado.
Al salir me envolví en una bata y me apresuré a volver a colocarme la ropa interior. Salí del baño y lo primero que vi fue a Alaric de pie frente al televisor, sin moverse ni mirarme. No sabía si se escuchaba más lo que decían en e aparato o la lluvia que caía afuera. De pronto la habitación se iluminó con un resplandor blanco y casi enseguida le siguió un trueno. No parecía que la lluvia fuera a ceder pronto, de hecho, parecía que empeoraba más y más.
- Creo que nos quedaremos aquí. — Dijo con voz serena. Yo, por otra parte, sentí que un rayo caía dentro de mi cabeza.
- ¿Qué? — Exclamé. Alaric señaló la televisión y yo caminé para poder verla de frente. Se trataba del noticiero, la lluvia había causado varios estragos en centrales eléctricas, había hecho que varios arboles se cayeran, cerrando el acceso a la ciudad. — Pero ahí dice que podrían remover los árboles... Y hay otras salidas, ¿no? — Comencé a balbucear, sintiendo que el mundo se me iba encima. No podía simplemente no volver a mi casa.
- Merrick, van a tardar unas tres horas en quitar los árboles y aun entonces van a haber tantos embotellamientos que estaríamos saliendo de Portland hasta la una de la mañana. — Respondió Alaric. Mis hombros cayeron y me senté al borde de la cama.
- Está fue una pésima idea. — Murmuré.
- Yo... Lo siento.
- No. — Suspiré. — Tú no controlas el clima. — Pasé mis manos por mi rostro y volví a resoplar. Bueno, antes quería tener problemas de una adolescente normal. Esta situación era el epitome a aquel dicho... Ten cuidado con lo que deseas. — Mierda. — Gruñí una vez más, dejándome caer en la cama.
- Bueno... — Se aclaró la garganta. — Iré a tomar una ducha también. — Escuché como apagó la televisión y fue al cuarto de baño. Mientras tanto, yo tenía fija la mirada al techo. En ese momento me arrepentí de haberme subido en el auto con Alaric, pues no estaría metida en este maldito problema. Escuché el ruido de la ducha y me recosté sobre uno de mis costados, mirando la ventana.
Pero a pesar de todo, de que si no encontraba la forma de solucionarlo estaría en serios problemas con mi madre, realmente no me arrepentía. Era una sensación extrañaba, pero sabía bien que había disfrutado del día, que me había gustado poder olvidarme de todo y acompañarme por Alaric. Y tan solo pensar en él podía sentir como es que todo en mi interior se sacudía y aquel era un sentimiento tan nuevo, que me daba miedo.
Me levanté, sacudiéndome el cabello y fui a buscar mi teléfono celular para poder llamar a Megan. Sabía que sus prácticas no empezarían hasta dentro de un par de semanas, así que estaría libre y ahora mismo si necesitaba de su ayuda.
- ¿En dónde estás? — No tardó en gritarme desde la otra línea.
- Mhmm... ¿Portland?
- ¿Estás con Alaric? ¡Estás con Alaric! — Corrí hasta la esquina más alejada de la habitación, tomando el control de la televisión y encendiendo esta, esperando que el ruido pudiera ser una distracción. No quería que pudiera escuchar los comentarios inoportunos de mi mejor amiga.
- Shh... Está en la otra habitación. — Dije en voz baja, pues no quería aceptar que estábamos compartiendo una habitación de hotel, pero claro que Megan era lo suficientemente perspicaz para darse cuenta de eso.
- ¿Qué hacen en un hotel? Oh, dios mío... No me respondas... No, mejor si, dime. — No pude evitar rodar los ojos.
- No es lo que crees. — La regañé. — Pero no creo poder regresar hoy a casa... — Megan soltó un chillido tan alto que sentí como me destrozaba el tímpano. — ¡Ve las noticias! Está cayendo un aguacero a lo Noé y su arca. Alaric no cree que podamos salir hoy de aquí...
- Claro. Así se le dice ahora. — Rodé los ojos otra vez.
- Ah... Megan. — Suspiré. — Solo... ¿si llama mi mamá le puedes decir que estoy contigo?
- Claro, no te preocupes... Y recuerda, ¡usa protección!
- No traje mi espada. — Respondí, haciendo que riera. Para evitar cualquier otra vergüenza, colgué el teléfono, no sin antes agradecerle y enseguida inicié una atropellada llamada en la que le decía a mi inocente madre que me quedaría a dormir con Megan, cosa que no le sorprendería pues no sería la primera vez que llamara para decirle eso. Aunque claro, sería la primera vez que le mentiría con eso. Dios, ahí iba yo de nuevo con eso de las mentiras.
Ya me estaba odiando otra vez.
En ese momento se abrió de nuevo la puerta del baño y Alaric salió. Había una toalla alrededor de su cintura y todo su torso estaba expuesto. Su piel clara estaba cubierta por una leve capa de agua. Su abdomen no parecía estar excesivamente trabajado, pero se notaban un par de músculos y sobre su pectoral izquierdo estaba aquel tatuaje, aquella runa que compartía con los de su clan, pero en ese instante solo podía observarlo a él. Y ahí me di cuenta de que jamás lo había visto sin camisa, por lo que mi mirada no dejaba de recorrerlo. No había ni un solo centímetro que no fuera perfecto, ni una sola cicatriz, solo uno que otro lunar.
Pude sentir un ardor en toda mi cara y sacudí mi cabeza, tragando saliva poco después. Desvié la mirada hacia la televisión, pues mirarlo solo hacía que mi piel se pusiera de gallina y el aire abandonara mis pulmones.
- Llamé a mi madre... Cree que estoy con Megan. — Dije a la nada, esperando que no se hubiera percatado de la manera en la que lo estaba mirando.
- Bien... —Pareció que él tampoco supo que decir. Lo volví a mirar y no se había movido nada, permanecía mirándome con sus cejas alzadas, en una expresión más inocente de lo que jamás había visto en él. En ese instante alguien tocó la puerta y eso pareció romper lo que sea que había dentro de ese cuarto. — Debe de ser de lavandería, les daré la ropa. — Yo asentí y él se dio vuelta. Entró al baño para tomar una bolsa y luego fue a la puerta para entregársela a una mujer bajita. Luego regresó y me extendió una camiseta. — Fue de lo único que sobrevivió de la lluvia. Por si quieres usarla. — Yo la tomé y cuando nuestras manos hicieron contacto, pude sentir algo dentro de mí, cerca de mi plexo solar. Tomé una bocanada de aire.
- Gracias. — Él trago saliva y retrocedió.
- Bueno, iré a ver si tienen algo que puedan prestarme. No tengo pantalones, como pudiste darte cuenta. — No quise bajar mi mirada, pero terminé haciéndolo y viendo sus pies descalzos.
- Claro, buena suerte. — Quise darme una bofetada mental después de decir eso. Él no respondió, solo se dio vuelta, poniéndose la camisa que llevaba más temprano y con eso salió de la habitación. Di una muy larga exhalación y fui de regreso al baño, para hacer uso de la secadora, para al menos no tener que preocuparme por eso. Solo que antes de empezar, me deshice de la bata y me puse la camiseta. Esta me llegaba a la mitad de los muslos y me hacía sentir mucho más cómoda que esa bata.
Al terminar, Alaric aún no había regresado. Miré la hora en mi teléfono y al ver que no tenía nada que hacer, lo mejor que se me ocurrió fue entrar a la cama. Solo dejé una luz prendida cerca y me rodé hacia la ventana, dejando que mi mente divagara mientras que miraba llover. Y sin darme cuenta, me quedé dormida por un largo tiempo.
El sonido de la puerta me hizo abrir los ojos, pero por alguna razón me aterraba moverme. Quería desaparecer, que Alaric no supiera que estaba ahí, pero el latir errático de mi corazón no me lo permitía. Cerré los ojos y respiré hondo, ordenando a mi cuerpo volver a calmarse. Alaric tampoco emitió alguna palabra, solo atiné a escuchar sus pasos por la habitación y luego un sonido del golpe de cristales. Volvió a caminar y esta vez rodeó la cama, hasta sentarse a la pequeña mesa que estaba frete a la ventana. Ahora llevaba un par de pantalones de mezclilla y su camisa estaba abierta, permitiendo verlo nuevamente. Se había conseguido una botella de whisky y sirvió un poco de este en un vaso. Antes de beberlo, notó que lo estaba mirando.
- Pensé que estabas dormida. — Murmuró, bebiendo un poco.
- Lo estaba. — Ahora tragué saliva. De nuevo un silencio en la habitación, pero se sentía como el aire vibraba. Mi mirada no se separaba de él y él tampoco la desviaba, aun cuando se servía más de esa bebida ámbar. Mi pecho ardía y mis piernas se contraían. Mi boca se secaba. Pasé una mano por mi cabello y antes de permitirme pensarlo demasiado, me atreví a hablar. — Ven. — Dije con un hilo de voz. Alaric alzó una ceja, pero no dijo nada. Se puso de pie y caminó hasta la cama, donde a un ritmo dolorosamente lento, se fue recostando a mi lado. Su cabeza quedó al lado de mí y esa mirada azul me engulló entera. — Eres bueno, ¿sabes? — Su gesto se frunció, pues no entendía de dónde venía aquello y honestamente, yo tampoco. — Hoy vi otra versión de ti... No sé porqué no dejas que los demás lo vean. — Él suspiró.
- Tuve que vivir toda mi vida tratando de complacer las expectativas de los demás. — Respondió en voz baja. — Mi familia, mi hermano... Y siempre hallaba la manera de decepcionarlos. — Suspiró y guardó silencio por unos segundos, desviando la mirada. — Las personas esperan de ti lo que ven, si ven lo bueno, esperan lo bueno. Estoy cansado de vivir bajo las expectativas de los demás... Así, nadie espera nada de mí. Y no decepciono a nadie. — Volteó y sus ojos volvieron a conectarse con los míos. Y ahí estaba otra vez ese Alaric puro, ese que no tenía una pared frente a él.
Parpadeé un par de veces, mientras que me deslizaba por la cama para acercarme a su rostro, mirando sus labios. Él, en silencio se quedó examinando lo que hacía, pero antes de que pudiera hacer algo, él me tomó de una mejilla y se acercó a mi boca. Sentí su fría respiración contra mi piel y cerré los ojos. Ahí noté que yo había guardado la guardia también y cualquier sentimiento de arrepentimiento que llegué a tener, se había esfumado. Su boca se presionó contra la mía mientras que mis brazos encontraron la manera de estrecharlo a mi cuerpo y él me hizo rodar, para que quedara sobre su pecho, mientras que sus manos apartaban mi cabello.
Ahí, en ese pequeño cuarto todos los límites se desdibujaron. Y sentí, de verdad sentí lo que era de verdad perderse junto con alguien. Afuera seguía lloviendo y permanecería así por horas, afuera el mundo seguía y no le importaba lo que pasábamos. Eso era lo mejor de todo, dejamos de importar, todo desapareció. Incluso esos pantalones que había luchado tanto por encontrar, dejaron de importar.