CHARLIE
La felicidad nunca me dura más de medio día.
Mi madre ha comenzado a gritarme apenas he abierto los ojos, y eso está empezando a cansarme, tanto que he decidido buscar ayuda en la psicóloga escolar. Es un gran paso, porque me da mucho miedo lo que me pueda decir, pero estoy segura de que es lo mejor, tanto para mí como para los que me rodean.
Abro la puerta lentamente y asomo la cabeza, asegurándome de que está ahí, y afortunadamente lo está.
—Hola señorita Ámbar —saludo.
—Hola Charlie, pasa. —Hago lo que me indica, cierro la puerta y tomo asiento en una silla frente a su escritorio—. La señorita Rose Mary me dijo que tal vez vendrías, pero estaba comenzando a pensar que no iba a ser así, han pasado días desde eso.
—Sí, es que tenía algo de miedo.
—¿De qué?
Alzo hombros y después suspiro al bajarlos.
—Miedo de lo que me pueda decir
—Oh, no te preocupes. Antes de empezar la sesión, debes saber que este es un lugar seguro, en el que habrá cosas tanto buenas como malas. Pero cada una de mis recomendaciones serán para que mejores.
—Entiendo.
—Está bien, podemos comenzar. ¿Qué es lo que te trae por aquí?
Miro el escritorio con seriedad e inspiro varias veces.
—¿Qué es lo que te preocupa?
—No es tanto qué me preocupa como qué me atormenta.
—¿Tiene que ver con lo académico?
Niego.
—¿Tu vida social?
—Influye.
—¿En tu salud mental?
—Sí, en eso.
Anota en una hoja blanca lo que le digo junto con otros apuntes que no alcanzo a ver.
—¿Habías ido antes a un psicólogo?
—No, mi madre dice que no lo necesito y que solo reclamo atención.
—¿También hay problemas familiares de por medio?
Asiento.
—¿Puedes contarme cuáles son esos problemas que te atormentan? Hasta donde te sientas cómoda.
Tomo una gran bocanada de aire y cierro los ojos con fuerza para luego abrirlos y comenzar a hablar.
—Desde los trece años me siento apagada, siento que a veces estoy arriba y luego abajo: un segundo estoy por los suelos sintiéndome pésimamente mal conmigo misma y luego me siento extremadamente feliz. Todo esto comenzó cuando mis padres se divorciaron.
—¿Había peleas de por medio?
—Muchas.
—¿Qué más pasó?
—Pues que me alejé de mis mejores amigos. Cada vez estaba más enfadada conmigo, me daba miedo lastimarlos, o que ellos me lastimaran burlándose de mi situación, aunque eso nunca lo hicieron.
—Entonces, todo esto afecta tu salud mental y tus habilidades sociales, porque sé que eres muy callada.
—Supongo que sí, no me gusta estar con mucha gente, porque hacen preguntas que no quiero contestar.
—¿Cómo cuáles?
—Muchas, la mayoría son preguntas sobre por qué no hablo, o por qué siempre pinto cosas tristes.
Se toma tiempo para anotar en la hoja varias cosas, así que nos mantenemos en silencio con la música de fondo aleatoria de la radio.
—¿Comes correctamente? ¿No te saltas comidas, tomas los suficientes nutrientes y calorías?
Niego sin decir nada, ni siquiera la miro a los ojos, pues no es algo que me enorgullece hacer.
—¿Cuántas horas duermes comúnmente?
—Depende, si estoy muy cansada, puede que seis, o hasta que dejo de llorar.
—¿Has perdido el interés por tus pasatiempos?
—Afortunadamente no.
—¿Te irritas con facilidad?
—No, pero sí me desilusiono con rapidez.
—¿En clase te concentras bien?
—Más o menos. Antes era muy buena en Matemáticas, pero ahora por más que intento no puedo con ellas.
—¿Pensamientos recurrentes de muerte o suicidio?
Me remuevo en la silla apretándome discretamente las mangas contra las manos para sentir cómo la tela roza las heridas dolorosas. Son incontables las veces que he deseado presionar más profundo la navaja en mi brazo, o las veces que me he desvelado pensando en si a la gente le importaría que yo muriese
—No, señorita.
—¿Segura?
Miro mis dedos mientras juego con ellos debajo de la mesa y asiento.
—¿Podrías mirarme a los ojos y contestar la pregunta, por favor?
Levanto la vista y la miro a los ojos: su mirada celeste y comprensiva espera una respuesta que no soy capaz de dar. Agacho de nuevo la cabeza.
—Eso es suficiente, Charlie. Puedes irte ahora, pero vuelve mañana, estaré esperándote con un café.
Me pongo de pie, tomo mi mochila y me la cuelgo al hombro izquierdo.
—¿Qué te parece si mañana nos vemos y traes a tus padres? Puede ser a la hora de la salida de clase, para no afectar tu horario escolar.
Mi madre no querrá venir, me dirá que es una tontería. Y a mi padre no le quiero decir lo que me sucede, no quiero crear una nueva pelea entre ellos, estar en medio una vez más, y esta vez sí sería por mi culpa.
—No pueden venir.
—Podrían hacer un hueco, les mandaré un mensaje.
—¡No! Yo se lo diré, pero no prometo nada.
Asiento con una sonrisa. Doy media vuelta y salgo del despacho; una vez que cierro la puerta, dejo de sonreír.
¿Por qué he decido hacer esto?
—Charlie, te estaba buscando —me llama la alegre voz de Jace. Viene corriendo hacia mí con una gran sonrisa. No sé ni dónde esconder la cara. Al llegar frente a mí, su sonrisa va desapareciendo y surge una expresión de confusión—. ¿Va todo bien?
—Claro. ¿Por qué no iba a ir bien?
—Tienes los ojos medio llorosos, estás al lado del despacho de la señorita Ámbar, y además estás jugando con los dedos.
De inmediato escondo las manos detrás de la espalda y me hago la desentendida.
—Todo bien.
—Puedes contarme si quieres.
—Ya te he molestado mucho con esos temas, mejor hablemos de ay
—A mí no me molesta que me cuentes todo lo que te inquieta, frustra o entristece. Al contrario, me encanta escucharte y me hace feliz saber que tenemos la suficiente confianza. Sabes que jamás me voy a reír de tus preocupaciones, ¿verdad?
Lo miro a los ojos sin saber qué responderle, y ni siquiera podré hacerlo porque la presión que se está formando en mi garganta me hace imposible formular siquiera una palabra. Decido abrazarlo sin miedo de ser rechazada. Escondo mi cabeza ligeramente para que no vea las primeras lágrimas, y poco a poco siento sus brazos apretándome contra él.
—Vayamos a un lugar solitario y hablemos —murmura en medio del abrazo. Me toma de la mano y comienza a guiarme hasta el campo de fútbol, a las gradas. Desde la última hilera se ven todo el campo y árboles que lo rodean. Nos mantenemos en silencio, ninguno dice nada, yo solo me miro las manos y supongo que él me está mirando.
—¿Qué te tiene tan mal?
—Es — suspiro y volteo a verlo— los psicólogos son un asco.
—¿Un asco?
—Bueno no. Es que te hacen recordar cosas que solamente quieres olvidar.
—Pero es por tu bien.
—Es tan difícil Tal vez mi problema es tan insignificante que ni siquiera necesita ser escuchado por un psicólogo, tal vez yo estoy exagerando.
—Lo estás minimizando. Ningún problema que nos haga llorar es insignificante. Solamente necesita ser liberado y hablarse.
Tomo aire y lo suelto lentamente.
Tal vez tiene razón, necesito contárselo a alguien de confianza, y siento de verdad que él no se va a reír.
—Lo que te voy a contar no es fácil para mí. Como ya sabes, mis padres están divorciados desde que tengo trece años, vivo con mi madre desde entonces y casi no veo a mi padre. La verdad, vivir con mi madre ha sido de lo peor.
—¿Te hace algo?
—No. Bueno, no físicamente. Siempre me habla mal, y a veces lo hace de forma inconsciente, creo que ya es costumbre.
—Retiro lo que dije ayer de ella
—Está bien, con la gente suele ser amable. A veces eso es molesto porque ella y yo deberíamos tener un vínculo, pero me odia.
—No creo que te odie.
—Tal vez no directamente, pero me odia por ser hija de mi padre. Es estúpido. Ella tiene conflictos con papá, odia que lo vea. Siempre que pelea con mi papá, me termina gritando. Estoy acostumbrada, pero aun así me duele. No es lindo que la mujer que se supone que te ama más en el mundo te grite. Supongo que no por ser de la misma sangre hay que tener un gran vínculo. La verdad es que deseo mucho ir a vivir con mi papá.
—¿Y por qué no lo haces? Yo cargo cuantas cajas necesites.
Sonrío con desgana, pero sacudo la cabeza.
—No es tan fácil, tienen custodia compartida. Sin embargo, por orden judicial tengo que vivir con mi madre; al menos hasta que cumpla los dieciocho, y para eso faltan algunos meses, apenas estamos en enero.
—¿Y eso no se puede revertir?
—Claro que sí. Desde el año pasado llevamos metiendo papeleo para un juicio, aunque lo retrasan una y otra vez. Ahí decidirán a quién darle mi custodia completa, yo solo anhelo que se la den a mi papá, para poder irme con él. Sé que está haciendo de todo para conseguirla, pero mi mamá está haciendo mucho más. No quiere quedarse sola.
Pone su mano sobre la mía dándome ese toque de confianza que siempre me hace sentir segura. Es un contacto comprensivo, no siento que me tenga lástima.
—Lo peor es que me sentiría culpable de la soledad de mi mamá, me dolería hacerle eso, y no sé por qué Sé que a ella no le importaría lastimarme si gana, pero yo me sentiría la peor persona por dejarla sola, por más ganas que tenga de irme.
—Tal vez sea porque de forma inconsciente te recrimina sus acciones. Por eso crees que cuando le haces algo malo, aunque no sea tan grave, te sientes culpable de su tristeza.
Guardo silencio pensando en lo que Jace me dice. Tal vez tiene razón, mi madre me ha hecho tanto daño psicológico que ya me siento mal por todo.
—Básicamente por todo esto es por lo que lloro tanto. —Resoplo—. He pensado mucho en cómo odio la vida que me tocó. Por eso fui a ver a la señorita Ámbar. Sé que algo va mal con mi salud mental, y quiero llevarlo correctamente, para no ser yo la que lastime a alguien. No quiero ser como mis papás. No quiero repetir la historia.
—No tenía ni idea de que fuera así. Por fin tengo una explicación concreta que resuelve mis dudas desde secundaria. No sabes las veces que me pregunté qué hicimos mal. Pero eso ya no importa, después de hoy ya no.
—Perdón —sollozo cubriéndome el rostro con ambas manos. Me siento la peor de las amigas.
—No pidas perdón por algo que no es tu culpa. —Con delicadez aparta mis manos y hace que lo mire—. Yo siempre voy a estar para ayudarte y apoyarte, y nunca te voy a juzgar; no tengas miedo de contarme lo que te suceda. No importa nada. En los momentos que me necesites, solo me importará tu bienestar y sacarte una sonrisa. Como todo un SuperJace.
—Muchas gracias por escucharme, tal vez te canses de que siempre termine llorando contigo. —Sonrío mientras trato de limpiar las lágrimas de mis mejillas con la manga de mi suéter.
—Jamás va a suceder eso.
—Yo creo que sí
—Ya te lo digo yo, no.
—¿Somos amigos?
—Nunca dejamos de serlo.
Siento unas ligeras mariposas en el estómago.
—Me alegra escuchar eso —murmuro.
Se acerca más y pasa su brazo derecho por mis hombros apretando mi cuerpo contra el suyo en un abrazo reconfortante que no me molesta para nada. Miramos el campo vacío con seriedad, pero es una seriedad agradable, nada incómoda, ni siquiera con lo que le he contado.
—Soy muy llorona, ¿verdad?
—No, todo el mundo llora.
—Pero no todos los días.
—¿Sabes lo que es un bebé?
Rio ligeramente sin deshacer nuestro abrazo.
—¿Te puedo preguntar algo?
—Sip.
—¿Por qué me ayudas tanto? Somos amigos, pero no entiendo.
—¿Y por qué no?
—Contéstame, pero no con otra pregunta.
—Porque me gusta ayudar a las personas, hacerlas felices, y no lo digo como si fuera una necesidad para subirme el ego. Simplemente me satisface ver a la gente feliz.
—¿Soy tu paciente del mes? —bromeo.
—Claro que no, eres importante para mí, eres mi amiga desde que tenía esos feos frenillos.
—Sí que eran feos
—Pero el resultado que han dejado es impresionante.
—En eso tienes razón. ¿Te puedo hacer otra pregunta?
—Cuantas quieras.
—¿Por qué no tienes novia?
Su cuerpo se tensa, pero no se separa del mío, y lo escucho aclararse la garganta. No alcanzo a ver su rostro por la posición de su abrazo, pero creo que lo he incomodado con la pregunta.
—Porque quiero que la chica de mis sueños se enamore de mí completamente; no solo por mi físico o las cosas superficiales con las que la gente me asocia, como ser el capitán del equipo de fútbol. No seré para siempre un jugador de americano, pero estoy seguro de que mi forma de ser jamás cambiara. Quiero salir con alguien que me ame por todo lo que soy.
—Me parece muy lindo que pienses más en lo sentimental que en lo físico. No tiene nada de malo fijarse en el físico de una persona. Al final siempre es lo primero que nos llama la atención; aunque, como dijiste, lo superficial no dura para siempre. Pero ¿de verdad no hay nadie que te guste? Sé de unas diez chicas a las cuales les gustas.
—Pero ni siquiera les hablo, no me conocen de nada. No me importan.
No estoy mintiendo, de verdad hay como diez chicas deseando que Jace Grey las mire, y no las culpo: es guapo, educado, humilde, inteligente, dedicado y atento. Parece un chico de luz, de esos que lo único que hacen es iluminarte la vida. Deshago el abrazo y lo miro a los ojos. Estamos con los rostros muy juntos y, cuando digo muy, es muy.
Lo escucho tragar en seco. Creo que estamos sincronizados.
—Se me ha olvidado mi siguiente pregunta
Se ve tan atractivo que me parece extraño.
Sus ojos recorren mi rostro hasta detenerse en mis labios.
¿Me quiere besar?
Mi pregunta se contesta sola cuando su respiración comienza a mezclarse con la mía.
Nuestros rostros se acercan, los centímetros de distancia cada vez son menos y nuestras respiraciones se convierten en una sola, y por un segundo creo que sucederá, pero entonces se separa y toma una bocanada de aire.
—Perdón —susurro.
—No, perdóname tú a mí.
Asiente sin mirarme.
—Estamos bien, ¿verdad? —pregunto.
—Sí, no quiero aprovecharme de la situación. Estás pasando por un mal momento y lo último que quiero es confundirte.
—Gracias
Chico de luz, golden boy, como sea. Es una buena persona.