Buckinghamshire - Reino Unido.
Noviembre, 2018.
Los irritantes rayos del sol que lograban colarse entre los huecos de la mal acomodada cortina golpearon directamente en sus ojos, consiguiendo que un gruñido escapase de su boca mientras tomaba la almohada para colocarla sobre su cara.
Tras algunos minutos en los que comprobó que le sería imposible volver a conciliar el sueño, optó por levantarse sintiendo casi al instante un agudo dolor en el cuello, seguido por una molestia en la espalda que la hizo gruñir. Frotó la parte adolorida de su cuello mientras echaba un vistazo a la cama comprobando que ésta se hallaba perfectamente tendida nuevamente y sobre la mesa de noche descansaba una nota amarilla con una impecable letra cursiva.
Emma le agradecía por haberle permitido quedarse y, como habían acordado la noche pasada, se había marchado temprano para hallar su dormitorio y poder alistarse para el inicio de clases.
Lauren suspiró arrugando la nota para posteriormente arrojarla al cesto en una de las esquinas y dirigirse a la ducha.
Mientras el agua tibia corría por su cuerpo relajando cada una de sus terminaciones nerviosas, se permitió recordar la noche pasada.
Había acordado con las chicas no involucrarse, había acordado consigo misma no involucrarse. Pero al primer instante en que la miró sentada sobre el suelo su corazón se había ralentizado, mostrándole la parte más vulnerable de una chica confundida; una chica que acaba de llegar a un lugar desconocido con sólo una cosa clara en mente: sus padres se habían ido. Las personas que más amaba en la vida ya no estaban.
Lauren cerró los ojos mientras sentía las firmes gotas de la regadera caer sobre su rostro. Y entonces fue como si volviese seis años atrás, cuando fue obligada a iniciar una nueva vida en Headington.
Recordaba la sensación de asfixia, la desesperación y las lágrimas tibias rodando por sus mejillas mientras sus dientes apresaban su labio inferior con fuerza en un intento por ahogar los sollozos que únicamente causarían que la sancionasen.
Por un momento fue como si el oxígeno dentro del baño se esfumase, y aquella lucha desesperada por conseguir un poco de aire volviese. Lauren cerró de inmediato las llaves del agua, sintiendo que su garganta se cerraba; dificultando aún más su intento por lograr inhalar aire.
Debes calmarte, sólo es un ataque de pánico. Respira, Lauren.
Se repetía mentalmente, apoyando la frente contra la pared de la ducha y cerrando los ojos para concentrarse únicamente en su respiración. Tras algunos minutos su respiración volvió a la normalidad, dándole la oportunidad de tomar la toalla que había dejado sobre la tapa del inodoro para cubrirse y posteriormente salir a vestirse.
La ojiverde se había obligado a apagar sus pensamientos, dedicándose únicamente a colocarse aquel horrible uniforme para iniciar las clases.
En menos de veinte minutos se hallaba caminando por los pasillos, sumida en una nota que había hallado en su casillero al recoger sus libros.
Jamás había visto una mirada tan impredecible como la tuya.
Las letras eran cursivas, perfectamente colocadas sobre la superficie cuadriculada con una peculiar tinta dorada.
Lauren no comprendía quién habría podido dejar aquella nota, e incluso por un momento llegó a sentirse observada por lo que elevó la mirada con el ceño fruncido para examinar a su alrededor; hallando únicamente grupos de chicas sumidas en sus propias pláticas. Apoyada contra una fila de casilleros y absorta en tratar de ordenar los libros en sus manos, Emma lucía ligeramente frustrada y colocaba un mechón de cabello tras su oreja cada pocos minutos. Lauren sonrió ligeramente, sin ser consiente de ello; la escena resultaba graciosa e incluso un poco tierna. La castaña pareció sentirse observada ya que elevó la mirada conectándola con los profundos ojos verdes de Lauren.
Emma le obsequió una sonrisa de labios cerrados mientras la ojiverde imitaba su gesto, aunque menos pronunciado.
—¿Woah, eso fue una sonrisa hacia la chica nueva?— la voz de Verónica quien recién llegaba a su lado, causó que la sonrisa se esfumase y la ojiverde elevara una ceja.
—Deliras— intentó evadir el tema comenzando a caminar.
—¡Dijiste que no nos acercaríamos!— exclamó su mejor amiga haciendo que Lauren rodase los ojos.
—¿Quieres bajar la voz?— examinó el pasillo para asegurarse de que nadie miraba —Fue solo una sonrisa.
—Créeme, sé lo que tus "solamente sonrisas" significan— hizo comillas con los dedos. Miró en dirección a Emma y cruzó los brazos —. Aunque no voy a negar que es bastante linda.
Lauren miró a la castaña por algunos segundos para posteriormente encogerse de hombros.
—No me interesa.
—Seguro, Susan— Lauren rodó los ojos.
Después de que el resto se uniera, todas se encaminaron hacia la única clase que compartían juntas; francés.
En cuanto las cuatro tomaron sus respectivos lugares, Verónica miró a Lauren de tal forma que le dió a entender algo como «descuida, no pienso decirles» a lo que la ojiverde asintió.
Lauren confiaba en sus mejores amigas más que en sí misma, no obstante sabía la reacción que éstas podían tener si llegaban a saber que ella, quien les había exigido no entrometerse, había accedido a que la chica nueva pasase la noche en su dormitorio.
Por otra parte, mientras la clase transcurría, Lauren sentía la nota anónima quemar entre la fría pasta de su libro de cálculo y la primera página del mismo; gritándole que la leyese nuevamente para intentar adivinar de quién se trataba.
Sintiendo su curiosidad crecer a cada segundo transcurrido, pidió permiso para salir al baño y despejarse un poco. Recorrió el solitario pasillo hasta los sanitarios y al abrir la puerta contuvo su instinto por volverse por donde había venido.
Lauren
Ignoré mis impulsos por devolverme al aula en cuanto sus impredecibles ojos marrones hicieron contacto con los míos y sus carnosos labios cubiertos por gloss se curvaron en una divertida sonrisa.
Camila guardó su celular en el bolsillo de su saco mientras yo me acercaba al lavamanos para mojarme la punta de los dedos y posteriormente llevarlos a mi nuca.
—Esto sí que es una sorpresa— dijo. Me limité a cerrar los ojos y disfrutar de la sensación fría en la parte trasera de mi cuello —. ¿En verdad planeas ignorarme? Creí que eras más inteligente.
—¿Esperabas que te insultara y lloriqueara frente a ti?— cuestioné sin abrir los ojos, aún masajeando mi nuca.
—Esperaba que me besaras— la miré y ella elevó una ceja para posteriormente comenzar a reír. Mojé mis manos nuevamente y cerré el grifo, sacudiendo las mismas por breves segundos para después dar media vuelta y dirigirme a la salida. No toleraba estar ni un minuto más cerca de ella —. Tu humor no ha cambiado.
—Déjame en paz, Camila— gruñí de mal humor. Antes de siquiera alcanzar la puerta ella interfirió en mi camino, impidiéndome salir.
—¿Puedes esperar un minuto?— crucé los brazos y ella rodó los ojos —Deja de actuar como una primitiva.
Suspiré.
—¿Qué quieres?
Camila se apoyó en la puerta, jugueteando con el brazalete de oro blanco que adornaba su muñeca izquierda. Jamás se lo quitaba.
—La noche anterior cuando salí de mi dormitorio creí haber visto algo— me miró —. Emma; ¿ese es su nombre, cierto?— me mantuve inexpresiva, cruzada de brazos —Honestamente no me esperaba que permitieras a una desconocida pasar la noche en tu dormitorio.
—Creí que tendrías cosas más importantes en las cuales gastar tu valioso tiempo como para estarme espiando.
Una sonrisa se extendió por sus labios.
—No tengo necesidad de espiarte, lindura— se encogió de hombros —. Siempre vuelves a mí, incluso inconscientemente.
Endurecí la quijada.
—¿Me dirás qué quieres o estaremos aquí el resto del día hablando sobre cómo me manipulaste y utilizaste?— solté. Aunque intenté no demostrar lo molesta que estaba por compartir el mismo espacio que ella, las palabras no salieron de mi boca tan delicadas como habían sonado en mi cabeza.
Ella desvió la mirada.
—La quiero conmigo— dijo finalmente.
Me mantuve en silencio por un par de segundos, mirándola fijamente y con los brazos aún cruzados.
—¿Qué te hace pensar que me importa?
Sus ojos se hallaban clavados en los míos. Sus esferas marrones quemaban el frío verde de mi mirada. Siempre lo habían hecho.
Finalmente rompió el contacto visual y su mirada, ardiente e impredecible, se paseó por mi mandíbula apretada y mis brazos cruzados.
—Todo en ti me grita que te importa— hizo una pausa —, aunque aún no sé cuánto.
Se movió de mi camino, dejándome el paso libre y volvió al lavamanos para abrir el grifo.
La miré por breves segundos para posteriormente salir de ahí.
•
El timbre de fin de clase sonó. La última clase del día acababa de finalizar y, como abejas alborotadas, todas se levantaron tomando sus cosas para abandonar el aula.
Suspiré tomando mi mochila del suelo y la colgué en mi hombro mientras veía el reducido espacio vaciarse hasta solamente quedar yo.
Eran apenas las tres de la tarde y aún faltaban las prácticas extra-curriculares que cada chica elegía al ingresar a Headington; las cuales iban desde deportes como soccer o sóftbol, hasta clases de cocina o baile. En mi caso, había elegido las prácticas de piano.
Mi madre había aprendido a tocar desde que tenía diez años y solía deleitarnos con antiguas pero sofisticadas piezas luego de la cena.
Recuerdo sentarme con ella en el banco, frente al imponente instrumento, cuando me era un tanto complicado conciliar el sueño por la noche. Ella sonreía cuando me miraba salir de mi alcoba, sosteniendo un oso de felpa llamado Mr. Paws y tallándome el ojo con mi pequeño puño. Recuerdo sus manos, las cuales parecían levitar sobre las teclas; desplazándose con suavidad para tocar las notas adecuadas. Era casi como si la música sonase al ritmo de sus latidos.
Jamás lograba escuchar más de tres piezas, puesto que a mitad de la segunda el sueño me vencía; causando que terminase noqueada contra el cuerpo de mamá.
Por ella me hallaba caminando hacia la última puerta del primer pasillo ubicado en el segundo piso.
Una vez abrí la puerta y comprobé que Bonavich aún no había llegado, coloqué mi mochila sobre una de las butacas y tomé asiento en el banco de madera negra barnizada. Sonreí tras levantar la tapa que cubría las teclas blancas, relucientes.
Mis manos, como si de un imán estuviésemos hablando, tomaron su lugar. Respiré profundo e incluso me permití cerrar los ojos en cuanto las yemas de mis dedos entraron en contacto con el frío material de las teclas.
El silencio quedó en el olvido a medida que mis manos se desplazaban por el espacio, dando pie al inicio de su canción preferida. La canción preferida de mamá.
Había aprendido a tocarla tras escucharle recitarla por lo menos una vez cada dos días. Era una pieza sencillamente preciosa, con una melodía extremadamente emotiva que lograba ponerte las emociones a flor de piel.
Los recuerdos de mi familia comenzaron a bombardearme, causando que mis dedos se clavasen en las teclas, anhelando devolver el tiempo.
Todos los veranos en la playa, los cumpleaños compartidos con pizza y los maratones de películas de viernes por la noche acompañados por helado volvieron a mi memoria, logrando humedecerme los ojos.
Antes de siquiera lograr llegar al tercer estribillo, una ronca risa me hizo abrir los ojos de golpe, deteniendo la canción.
—Oh no, por favor continúa— su voz, grave y desgastada por el paso de los años, delataba el sarcasmo en sus palabras —. Quiero ver en qué parte comienzas a llorar.
Tensé la quijada, conteniéndome de responder. Sabía que eso solamente empeoraría las cosas.
El hombre de cabello cano y poca barba colocó su maletín sobre el escritorio, sonriendo con diversión. Abrió el accesorio de cuero negro y tomó su antigua fusta de color marrón. Me limité a mirarlo, inexpresiva.
—¿Practicaste durante vacaciones?— cuestionó, limpiando la fusta con su pañuelo.
—Algo así— respondí, causando que me mirase —. Practiqué en casa de Ethan con un antiguo teclado al que se le atascan las teclas.
Bonavich negó riendo.
—Comienza a tocar la última pieza que practicamos— ordenó y yo respiré profundo antes de situar mis dedos en las teclas. Cuando la canción inició escuché sus pasos moverse a través del espacio, analizándome —. Detente— ordenó y me detuve abruptamente —. Las notas suenan temerosas, inseguras. Deja de temblar y concéntrate.
Asentí volviendo a iniciar, procurando que el temblor de mis manos pasara desapercibido. Sin embargo en algún punto de la canción uno de mis dedos resbaló, tocando dos notas completamente desencajadas.
Después de eso lo primero que percibí fue un dolor punzante en mi espalda, un ardor que me hizo cerrar los ojos y maldecir por lo bajo.
—Comienza de nuevo.
Y así lo hice hasta que me equivoqué en un tiempo y un nuevo dolor se situó en mi espalda baja. Mis manos se cerraron en puños, haciendo un esfuerzo por tolerar el dolor.
—Eres tremendamente inútil— soltó riendo y yo en lo único que podía concentrarme era en el dolor que se expandía por mi espalda —¿Crees que mamá estaría orgullosa porque su pequeña imbécil está tomando las prácticas de un instrumento que probablemente jamás dominará?— rió de nuevo. El dolor había pasado a segundo plano —Seamos realistas, Lauren. Eres una más. Una huérfana más de éste hospicio. Una muñeca en la colección a la que nadie quiso.
Negándome a darle la satisfacción de mirar qué tanto me afectaban sus palabras comencé a tocar por milésima vez, respirando profundo en un intento por dominar el ardor de mi espalda.
Mis ojos se hallaban cerrados, forzándome a enfocarme en la melodía y nada más que eso. Por ello, cuando a mitad del estribillo mis dedos se vieron atascados bajo la tapadera de las teclas, abrí los ojos de golpe; retirando las manos y sintiendo el palpitante dolor en las mismas.
—¿Y eso por qué ha sido?— cuestioné con la voz ligeramente alterada, encorvándome del dolor.
—Me parece que en ningún momento he dicho que podías comenzar de nuevo— tensé la mandíbula, mirando las marcas rojas que habían quedado bajo mis nudillos debido al golpe —. Aunque ahora sí que puedes.
Una lágrima amenazaba con rodar por mi mejilla izquierda, sin embargo logré limpiarla con rapidez antes de que Bonavich se percatase.
•••
—Esto debería ayudar— Lucy traía un balde con agua helada en la que me hizo sumergir ambas manos. El contacto del agua con mis doloridas manos me hizo suspirar de alivio.
—Gracias— murmuré observando las marcas rojas en las mismas a través del líquido cristalino.
—No las des— su mirada estaba perdida en el balde, en las marcas que de a poco se tornaban púrpuras alrededor de mis dedos, y sentí culpa. La preocupación que denotaban sus ojos me hacía saber que le dolía verme así; herida.
—Hey— llamé su atención e intenté esbozar una pequeña sonrisa—, estoy bien. Lo prometo.
Lucy suspiró echando un último vistazo al balde antes de que tres golpes resonasen en la madera de la puerta y ella tuviese que levantarse a abrir.
—Verónica te dije que no es un buen momento para...— las palabras murieron en sus labios tan pronto la imagen de alguien que yo no conseguía ver debido al ángulo apareció en la puerta.
—Hola— la dulce y poco familiar voz de Emma me hizo maldecir por lo bajo —, perdón creí que este era el dormitorio de...
—¿Lauren?— completó Lucy, haciéndose a un lado sólo para permitirme observar la confusión mezclada con molestia en su rostro. Emma sonrió en mi dirección.
—Lo siento, no era mi intención interrumpir— colocó un mechón tras su oreja —, solamente quería entregarte tus auriculares— sacó los mismos del bolsillo de su saco y me miró apenada —. Los tomé junto con los míos por error en la mañana.
Sus palabras únicamente consiguieron que Lucy me mirase de tal forma que, si las miradas matasen, estoy segura que yo ya habría muerto y resucitado sólo para volver a morir al menos unas cincuenta veces.
—No es problema— murmuré a mitad de un suspiro. Sabía que le debía muchas explicaciones a Lucía —. ¿Puedes dejarlos sobre la mesita?
Emma asintió, adentrándose hasta colocarlos sobre el mueble para posteriormente dirigirse a la salida.
—Supongo que te veo luego— comentó a lo que yo asentí y ella me obsequió una pequeña sonrisa de labios cerrados para posteriormente perderse en el pasillo nuevamente.
Una vez que la puerta estuvo cerrada, Lucy cruzó los brazos mirándome interrogante.
—Vale antes de que te molestes...
—Oh no, molesta ya estoy— interrumpió —. Ahora explícate.
—Ella estaba perdida, ¿de acuerdo?— intenté justificarme a lo que ella elevó una ceja —. Lu, tocó llorando a mi puerta porque no recordaba el número de su dormitorio. No podía dejarla allí afuera, y menos sabiendo que los pasillos no están del todo solitarios por las noches.
Lucía suspiró pero supe que mi explicación había sido suficiente para que no estuviese tan molesta.
—Entiendo, pero fuiste tú quien sentenció que no interferiríamos.
—Lo sé— asentí —, pero entonces recordé lo aterrada que estaba cuando pisé este lugar por primera vez. Recordé las noches en que debía tragarme los sollozos con tal de no meterme en problemas y todas esas veces que deseé despertar de una pesadilla teniendo a mi madre para reconfortarme — los rasgos de Lucy se habían relajado, sabía que ella también recordaba todo aquello —. Y cedí.
Ninguna dijo nada por algunos segundos. Mis palabras parecían flotar en el silencio de la habitación, creando un poco tolerable eco dentro de nuestras cabezas que nos repetía incesantemente una sola cosa; ella corre peligro.
—Muy bien pero si vamos a involucrarnos, lo haremos bien— sentenció —. Y no hablo solamente de protegerla de Camila, Lo.
—Camila no es el problema— concordé.
Luego de esa conversación Lucy decidió que era hora de ir a su dormitorio antes de que alguien hiciese ronda y notase que no estaba en su alcoba.
Tan pronto las mantas cubrieron mi cuerpo y la luz de la lámpara se apagó permitiendo a la oscuridad de la noche cobijar mi habitación, la conversación con Lucy dió vueltas dentro de mi cabeza.
Habían demasiadas cosas que Emma aún no conocía sobre Headington. Tantas personas de quienes protegerse. Tanto sufrimiento oculto por faldas cortas y corbatas ajustadas.
Tantos secretos.