Los días pasan y, sin darse cuenta, el día de la gala les alcanza. Anaju ha estado toda la semana volcándose con su canción, People Help The People, para no prestar atención a otras cosas. No ha vuelto a tener una conversación a solas con el rubio, cosa que agradece. Es consciente de que ese alejamiento tiene consecuencias: si a alguien del exterior aún le quedaban dudas, esto ha terminado por confirmárselo.
Esa noche, Hugo podría abandonar la academia. Prefiere no decantarse, pero su mente le grita que todo sería mucho más sencillo si fuera Gerard quien se quedara. De esa forma, la mirada del rubio dejaría de perseguirla durante el día y, con un poco de suerte, también dejaría de atormentarla por las noches. Sabe que no está bien desear su marcha y se siente malditamente egoísta.
– Anaju –la llama Bruno–. ¡Vuelve con nosotros!
Chasquea sus dedos para llamar la atención de la castaña, que le mira interrogante.
– Estabas en tu mundo, Jujiti –informa la otra joven–. ¿Hablamos?
Anaju asiente y los tres abandonan el comedor y se dirigen a la habitación para poner a salvo su conversación. La academia está en silencio; el resto de sus compañeros están en maquillaje y vestuario. Ellos tres serán los últimos.
– Me siento culpable –admite tras cerrar la puerta–. Sé que fui yo la que huí de él la otra noche. Pero no podía tratarle de la misma forma. Ya no.
Sus amigos asienten y esperan a que continúe.
– Sé que lo más maduro sería hablarlo y arreglarlo, pero no puedo –reconoce–. Pero lo peor es que he llegado a desear que fuera él quien se fuera esta noche con tal de recuperar la calma.
Bruno hace un gesto de negación con su cabeza y le sonríe con ternura.
– Que él se vaya no va a arreglarlo –dice el chico–. No estoy diciendo que podáis estar como antes. Él tampoco puede.
La castaña frunce su ceño y le observa expectante.
– ¿Por qué no? –le interroga–. Su posición no es tan complicada.
– ¿De verdad no te has dado cuenta? –le responde Bruno–. Hugo parece un fantasma sin ti, Anaju. Ni si quiera intenta disimularlo, te mira continuamente. Incluso busca sentarse a tu lado en las clases. Ya ni si quiera cuenta esos chistes tan malos.
– Eso debe ser porque se ha peleado con Eva –concluye la castaña–. Es lo que solía hacer, buscarme cuando ellos no estaban bien.
– Hugo y Eva están bien, Jujiti –habla Mai–. No sé en qué punto están, pero no están peleados. Es más, les veo algo distanciados.
Anaju sabe lo que quiere decirle con eso. Pero la chica se niega a creer que ella sea la razón del sufrimiento del cordobés. Lo prefiere así.
– ¿Soy una mala persona? –les pregunta con tristeza.
– Eres la mejor persona que conozco –le responde Bruno–. Tan solo necesitas tu tiempo.
Los tres amigos se abrazan con fuerza antes de salir de la habitación. Sus compañeros se encuentran en las mesas y les dedican un rápido saludo. Anaju utiliza el tiempo que pasa en vestuario y maquillaje como terapia. Aleja los pensamientos negativos. Ha trabajado mucho para hacer justicia a la canción de Birdy y no decepcionar a nadie.
De vuelta a la academia, la turolense bromea con sus compañeros sobre su aspecto. Se lanzan piropos los unos a los otros. Samantha y Flavo disfrutan de unos minutos de arrumacos en el sofá, sin esconderse. La rubia le confirmó que eran pareja de forma oficial y que no iban a ocultar sus muestras de cariño. Cuando Anaju ve como juntan sus labios, confirma las palabras de la valenciana.
Hugo y Eva se encuentran en la habitación. Se abrazan con cariño, despidiéndose. Siempre supieron que su relación no se basaba en amor, pero realmente pensaron que duraría más tiempo. Cuando el otro día Hugo fue a hablar con la gallega para aclarar la situación, ésta tan solo suspiró y admitió que pensaba que sus besos le harían olvidar al autor de Díselo a la vida. No se reprocharon nada. En cierto modo, ambos se habían utilizado. La joven se aleja de él y le mira con sus ojos celestes.
– ¿Me echarás de menos si me voy? –bromea él. Ella ríe y golpea su brazo.
– No te vas a ir –asegura–. Pero, si te fueras, no sería yo quien más te echaría de menos.
El rubio no sabe si es capaz de disimular cómo esa indirecta le golpea. Él no ha hablado de Anaju con nadie y, sin embargo, todos parecen saberlo. ¿Cómo pudo verlo tanta gente excepto él? Eva le sonríe, dejándole ver que no tiene sentido que intente ocultarlo.
– No creo que ella me eche de menos –dice con tristeza.
– Yo creo que ya te echa de menos –le replica ella–. Y también creo que vuestra relación merece una despedida. Ya sabes, por si acaso.
Eva le regala una última sonrisa antes de salir de la habitación. Hugo aleja de un golpe a sus demonios y se deja guiar por su impulsividad como si de su dueña se tratase. Ve a Anaju en la terraza, sola. Sus ojos están cerrados y respira tranquilamente. Está en paz, y se maldice a sí mismo al darse cuenta de que él está a punto de quebrantarla. La chica abre los ojos de golpe cuando escucha la puerta abrirse.
– ¿Quieres fumar? –le pregunta ella.
– Quiero hablar contigo –le dice. Ve en sus ojos un destello de duda, por lo que no duda en reformular su deseo–. Necesito hablar contigo.
La chica lo observa unos segundos antes de ponerse en pie. Cuando se acerca, él la sujeta de la mano para conducirla hasta las duchas. Es el primer contacto que tienen desde que se reencontraron y se abrazaron. Ninguno lo exterioriza, pero ambos sienten una sensación que les oprime el pecho y les dificulta pensar. Una vez entran en la ducha, la chica se encarga de separar sus manos.
– ¿Va todo bien? –le pregunta ella. Él no puede evitar que la calidez le invada cuando nota el tono de preocupación.
– No –responde él–. Nada va bien. Podría irme esta noche y...
– No pienses en eso –ella le interrumpe.
– Si me expulsan esta noche, no quiero irme creyendo que me odias.
La chica traga saliva antes de mirarle. Sus ojos conectan y la chica se siente hechizada ante la intensidad de su mirada. Suspira antes de hablar.
– Hugo, sabes que no te odio –reconoce–. Ojalá lo hiciera.
Eso último lo deja escapar en un susurro, pero él la escucha. Intenta esquivar el golpe, pero no puede negar el dolor que le producen esas palabras. Sin embargo, esa puede ser la última vez que la tenga delante. No quiere perder la oportunidad. No de nuevo.
– Necesito que aclaremos esto –dice al mismo tiempo que hace un gesto con el que los señala a ambos–. Anaju, si no lo hablamos voy a volverme loco.
Ella percibe la desesperación en su voz y, por primera vez desde que volvieron a verse, se compadece de él.
– Hablaremos después de la gala –dice finalmente–. Y, si te fueras, lo hablamos fuera.
Hugo no está de acuerdo con su plan, pero no pone ninguna pega. La conoce y sabe que necesita meditar sobre ello antes de tener esa conversación. Y sabe que hacerlo ahora, deprisa, solo podría provocar malentendidos. Tan solo esperaba no irse esta noche. No quería vivir con esa incertidumbre durante cuatro semanas más.
La castaña tiembla cuando le ve cogiendo una pulsera de su brazo. Se acerca a ella y, con delicadeza, le coloca el objeto en su muñeca. Ella espera a que él se aleje para poder volver a respirar, pero no lo hace. Entonces, la chica deja de mirar sus manos y alza la mirada para encontrarse con la de él.
Y quema.
– ¿Te la quedas esta vez? –y sabe que no es una pregunta; es una súplica.
Ella asiente ligeramente, incapaz de responder con palabras. Los dos están inmersos en ojos de la persona que tienen ante ellos, a escasos centímetros. En un momento, Hugo humedece sus labios con su lengua, atrayendo la mirada de la chica hasta su boca.
Él se acerca ligeramente hasta que sus narices chocan, pero entonces se queda quieto. Anaju no puede evitar recordar el final de su dúo. Sus respiraciones se entremezclan durante unos segundos, hasta que él toma la iniciativa. Y se separa.
Ella parpadea un par de veces. Lucha por salir del trance y le observa sin entender lo que acaba de ocurrir.
– Tengo la sensación de que besarte podría ser adictivo –explica simplemente–. Prefiero quedarme y asegurarme de que podría hacerlo todos los días.
En ese momento, Anaju siente como su corazón se para. Él le dedica una última sonrisa y le da un beso en la comisura de sus labios antes de salir de las duchas. La chica se queda aturdida. Su mente tiene tantos pensamientos en ese momento que no es capaz de moverse. Se toma unos minutos para calmar su respiración hasta que escucha como Samantha eleva su voz para avisarles de que van a salir hacia plató.
Durante la gala, Hugo no puede apartar de su mente el miedo a ser expulsado y no volver a verla. Ella mantiene la compostura como puede cuando el rubio canta Malditas ganas y la mira en versos puntuales. Por suerte, Anaju consigue que los nervios no la controlen y deleita a los espectadores con su actuación. Como no podía ser de otra forma, Hugo la mira embelesado con el orgullo deslumbrante en sus ojos.
En el momento de la expulsión, el chico le dedica una última mirada. Mai sostiene la mano de la joven con fuerza. Pasan unos segundos en los que el público espera en silencio el veredicto de la audiencia. Finalmente, Roberto nombra a Hugo como salvado.
Anaju siente que le devuelven el aire que le había sido arrebatado en cuanto lo escucha. Ambos se dedican una rápida mirada, conscientes de que tendrán que enfrentarse el uno al otro. Es entonces cuando ella es consciente de que nunca había deseado de verdad que él se marchara.
En el mismo instante, ambos se dan cuenta de que no quieren perderse nunca.