—Mierda —exclamé apenas se me cayó uno de los pocos platos que había en el estante.
El escenario del crimen estaba envuelto en tallarines recalentados de hace tres días, ahora mi almuerzo yacía en el suelo, muerto. Me había quemado al sacarlo del microondas por lo que no atiné a más que dejarlo caer como acto reflejo. Inmediatamente comencé a recoger los pedazos e intentar encubrir el error que había cometido.
—Perdón, lo lamento —me disculpaba sin saber muy bien a quién lo decía.
Era más por la costumbre. Escuché pasos cercanos y aceleré el ritmo de la limpieza además de acurrucarme entre mis piernas en forma de ovillo protector para terminar lo antes posible. Seguía disculpándome en voz alta casi como un mantra cuando una mano se posó sobre mi hombro sacándome de cualquier estado de trance. Mi piel se erizo y mi corazón acelerado ya se preparaba para sentir el golpe.
—Zara, tranquila.
Pero yo seguía intentando recoger los pedazos con manotazos torpes debido al miedo. Hasta que me corte con uno y ahí fue cuando Julia me obligó a detenerme.
—Ya no estamos en ese infierno. Nadie te golpeará —dijo arrodillándose a mi altura.
Aún seguía absorta en la otra realidad, cuando la sumisión era mi salvación.
Recién ahí reaccioné. Julia me puso un vendaje y limpio el lugar mientras yo ponía otra porción de tallarines en el microondas. Llevábamos días comiendo lo mismo, pero no había mucho presupuesto. Las paredes del departamento eran tan delgadas que podía escuchar la discusión subida de tono del matrimonio que vivía en el apartamento de al costado, también podía escuchar la tele al máximo volumen del vecino del frente. Un fanático del fútbol italiano.
Un país tan pobre que gritaba más fuerte un gol que una injusticia.
Aún no le había dicho a Julia el lío en el que me había metido para salvar mi culo. Marco ya me había texteado al menos 5 veces desde que desperté y mañana nos veríamos en la escuela por lo tanto no podía huir más de lo inevitable.
—Julia —ella se giro para mirarme, estaba preparando el desayuno— Besé a Marco.
—¡¿Qué?! —la escoba cayó al suelo haciendo un gran estruendo.
—Lo siento es que fue una tapadera después que casi descubre que le había robado una foto.
—Espera —dijo fugazmente mientras recogía la escoba— ¡Es una grandiosa idea!
—¿Qué cosa?
—¿Crees que este interesado en ti? —la mire fulminante— Vamos, eres guapa y se que sabes como dejar a un hombre deseando más. ¿Te ha escrito?
—¿Estas sugiriendo que para acelerar el plan salga con Marco? —le pregunté atónita a lo que ella asintió satisfecha— ¡Es como prostituirme a cambio de información!
—¿Y acaso no lo vale? Mira no tendrías que hacer nada que no quisieras, hemos analizado a Marco. Sería distinto si estuviéramos hablando de su hermano. Pero Marco es inocente, el eslabón más débil.
—Sigue siendo prostitución.
No juzgaba a las mujeres que deseaban vivir en libertad su sexualidad, al contrario, las admiraba. No es fácil seguir un camino de plenitud dejando lo prejuicios, y un trabajo que te paguen por causar placer es igual de respetable que todos los demás. Pero sabía la realidad que había detrás de ese mundo, en el orfanato era común que las chicas terminaran convirtiéndose en prostitutas si no encontraban una mejor paga. Ellas no lo hacían para sentirse poderosas frente a los hombres, sino por necesidad. Muchas veces la prostitución solamente encubría la trata de mujeres, una violación sistemática ya que las personas dispuestos a pagar por sexo la mayoría del tiempo estaban perturbadas.
Julia era un claro ejemplo, la peluquería no pagaba lo suficiente como para pagar la renta y todos gastos por lo que de noche trabaja en un club como stripper. Durante su estadía en el orfanato ella trabajaba en el burdel que administraba el infierno. Solo debía bailar en el caño, pero no faltaban las ocasiones en que algún inepto no entendiera que no hacía servicios de prostitución, y que el dinero no siempre hará cambiar el "no" como respuesta a ser compañera sexual por una noche. Su orgullo de macho opresor de ofendía y pasaban a la violencia.
—Lo haré —le dije.
Conquistar a Marco no parecía tanto sacrificio si la recompensa era liberar el futuro de esas chicas del orfanato.
—Hey —dijo tomándome de la barbilla con una mano de forma dura pero juguetona— Esto es simplemente parte del plan, no puedes sentir nada por él más que asco.
Oh Julia créeme este no será otro cliché.
—La foto que robe era extraña.
—¿Por que?
—Era de la madre de Marco cuando estaba en su etapa terminal en la camilla de un hospital...
—Eso no tiene nada de extraño —me interrumpió.
—A su lado estaba el doctor del Infierno.
Chiara Romano tenía una extraña enfermedad y murió hace algunos años, algo a las plaquetas y era incurable. Muchos decían que eso destrozó a su esposo, que desde ese momento vendió su alma a la oscuridad. Pero honestamente yo pienso que nunca tuvo alma. Pocas veces ella fue a el orfanato, pero a simple vista parecía que no tenía idea de las atrocidades que ocurrían ahí, ni el papel que su esposo jugaba ahí dentro.
—¿Por qué estarían juntos?
El doctor del orfanato nunca fue amigable. Era el encargado de hacer los abortos para ocultar las violaciones que muchas veces él mismo había sido acusado. Imagina el dolor de una niña que fue víctima a la vulneración de su intimidad y es forzada a abortar por su mismo violador. No podíamos preferir la salud pública ya que era nefasta, estaban colapsadas las camillas por eso si es que te atendían era en la sala de espera. Dudo que sea una coincidencia que ser paciente de la salud pública sea nombrado igual que la persona que tiene paciencia. Porque de eso se trataba, tener paciencia esperando tu propia muerte.
—¿Por qué Marco guardaría la foto?
El doctor no trataba temas como enfermedades terminales, ni tampoco resfriados. Atendía a los heridos por forcejeos en las calles mientras hacían sus turnos y también era conocido por entregar pastillas adictivas con efectos psicodélicos a cambio de servicios poco convencionales.
—Necesitamos saber el contexto de esa foto.
—Este es un motivo más por el que deberías hacerte cercana a Marco, necesitamos información.
Le respondí los mensajes a Marco, pero no podía parecer desesperada. Mi fachada misteriosa debía seguir en pie. Me invito a una fiesta en un lujoso club nocturno donde sabía que él acostumbraba a ir.
Pero había un problema: no tenía ropa. Apenas le informe a Julia los motivos de por qué no asistiría ella simplemente negó con la cabeza riendo.
—Eso no es un problema, tienes que ir.
—¿Desnuda acaso?
—No. Haciendo lo que mejor sabemos hacer.
—Robar —respondí siguiendo su pensamiento.
Siempre intentábamos robar a grandes empresas, donde gracias al capitalismo la pérdida no afectaría tanto al dueño. A los vendedores ambulantes o con pequeños emprendimientos los admirábamos ya que era igual que nosotros, de pueblo. Presos de una economía de falsa meritocracia donde el rico siempre ganaba. Esos bazares que temían por su comida cuando un centro comercial invadía el barrio, su presencia alteraba todo el ecosistema situándolos al tope de la cadena.
Fuimos a una tienda extremadamente grande donde vendían de todo, había mucha gente y jamás tendrían el control absoluto. Los centros comerciales se confiaban de las alarmas y las cámaras de seguridad pero habían maneras muy fáciles de burlar todo esto. Julia escogió un vestido, zapatos y una chaqueta para mí, todo era de una costosa marca. Mientras que yo fui al montón de ofertas y cogí tres prendas extremadamente baratas. Entre al probador con las seis prendas.
—El vestido no me convence.
Era blanco con pequeños brillos, se adhería a la forma de tu cuerpo. En la espalda tenía un gran escote por lo que no podía ocupar brazier y era tan corto que si levantabas los brazos se te veía hasta el alma. Aún así no era vulgar, sino que el blanco te hacía parecer inocente mientras los escotes y el diseño eran provocadores. Un equilibro parecido al de un arma mortal con sabor a romanticismo.
—Sal para ver como te queda —abrí la puerta del probador y Julia me miro fascinada— Pareces un ángel extraído directamente del infierno.
De alguna forma lo era.
Es verdad que por el contraste de mi color de piel con el vestido se veía bien, además que la elasticidad resaltaba mis curvas, pero aún así sentía que llamaba mucho la atención. Sabía que eso era exactamente lo que Julia buscaba, que mi sencilla belleza ya que no era nada de otro mundo lograra cautivar a Marco. Yo tenía algo que las chicas de estos barrios jamás podrían conseguir, experiencia. La calle me había enseñado tantas cosas que le vacilaba a la vida, y eso a Marco le llamaba la atención. Un chico que acostumbraba a salir con mujeres que parecían salidas de una revista y no es exageración, su última relación había sido con una modelo ucraniana tan delgada que podías ver sus huesos. Una mente retorcida con una belleza excepcional, Marco había intentado ayudarla. Tiene ese complejo de superhéroe de querer salvar a todos. Ella había sido la única novia de Marco en su corta vida, habían durado poco y ahora eran amigos cercanos, al parecer ahora ella se fue a vivir a Milán para una producción de su nueva línea de diseños.
Si, la vara había quedado muy alta.
Pero Marco no parecía importarle mucho lo superficial. Tampoco es que fuera un hombre con pensamientos profundos, pero simplemente él jamás juzgaría a alguien por su aspecto o algo relacionado. De hecho, pensaba seriamente si es que Marco fuera capaz de sentir algo que no fuera simpatía por alguien, parecía que estaba hecho para friendzonear. No conocía a nadie que tuviera una impresión negativa sobre él, siempre he escuchado que no se le puede caer bien a todo el mundo, pero él me hacía pensar que tal vez eso era incorrecto.
Entre de nuevo al probador y ahí comenzó la magia. Acerqué la etiqueta a mi boca y comencé a empañar en vapor la calcomanía con el precio. Cuando ya fue suficiente, con la uña suavemente saqué el costoso valor y lo remplacé con la calcomanía de oferta que tenía un precio mucho más accesible, incluyendo el código de barra. Hice lo mismo con todo lo que compraría y si mis cálculos no fallaban me terminaría llevando un outfit de más de 300 dólares por tan solo 17 billetes con 50 centavos.
Una ganga.
Con Julia a mi lado nos movimos hacia el área de ropa masculina, donde la fila para pagar era más corta y los trabajadores de las cajas eran hombres. Una mujer se daría cuenta que el vestido que compre era imposible que costara 6 dólares, en cambio un hombre que lo único que quería era terminar luego su mediocre jornada laboral jamás se percataría que los códigos habían sido intercambiados. Julia pagó con la poca cantidad de dinero que había ganado ese día en la peluquería donde trabajaba durante el día y satisfecha se giró hacia mi con esa sonrisa victoriosa de "el sistema no pudo con nosotras".
Hay cosas que nunca cambian.
No podría explicar lo bien que se sentía sentirte poderosa en un mundo que se mueve por el dinero. Donde acostumbraba a ver niños descalzos mirando por la vitrina las últimas Nike del mercado, que probablemente la calidad era la misma que unas chinas y el precio solo era razonable si es que con las zapatillas podías volar. Pero no era por eso que los niños las querían sino por lo que significaban, tener un estatus social al que jamás podríamos acceder. Esas zapatillas significaban soy mejor que tú y el vestido de diseñador que de alguna manera poco ética habíamos conseguido; significaba soy parte de ustedes.
Así que prepárate Marco.
Próximo capítulo: viernes.
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