Vuelvo a crear sombras con la punta del lápiz y difumino, repito el proceso varias veces hasta que obtengo un resultado satisfactorio, me incorporo, observando el dibujo y frunzo mis labios.
«No está nada mal», pienso.
Suelto un suspiro y cambio de hoja, dispuesto a hacer el cuarto dibujo del día. Mi cabeza comienza a doler, tengo sueño y estoy totalmente aburrido. Tiro el lápiz sobre el escritorio y doy vueltas con la silla giratoria, echando la cabeza hacia atrás mientras observo el techo.
La puerta de mi habitación se abre, detengo mi acción y miro a la persona que entra con una ceja enarcada.
—¿Crees que tu madre se dé cuenta que le he acabado la salsa?
—No —niego—, lo hará Darel, pero igual no hay ningún problema con ello, mañana hacen la despensa.
—De acuerdo —asiente, sentándose en la orilla de la cama y me observa—. ¿Ya terminaste de dibujar?
—Sí, los retratos se me dan con facilidad —me cruzo de brazos y bufo—. Es la segunda semana sin ir al instituto y me siento completamente inservible. Hacer las tareas y enviarlas ya se volvió monótono, agradezco tanto a los docentes que accedieron a ayudarme, pero es un martirio todo esto. Por favor, mátame.
Borris me avienta una fritura y ríe divertido.
—No eres inservible, el que respires le favorece al mundo, bueno, al menos eso me enseñaron en clases de biología —comenta, llevándose un poco de comida a la boca—. ¿Qué harás con lo de Brendon?
Muerdo mis labios y suelto un quejido.
El citatorio ya ha llegado, lo cogí antes que mi madre lo viera, esa es una de las ventajas de mantenerme en casa. No es como si hiciera mucho aquí, solo me despierto, desayuno, me baño, salgo a matar el tiempo, regreso, vuelvo a bañarme y me la paso todo el día en mi habitación hasta que me da hambre u opto por acompañar a Borris.
Lo he ayudado con algunas tareas, sobre todo en álgebra y taller, he visto como entrena box y lo hace muy bien, me alentó para que yo lo hiciera igual. Me hizo sentir bien. Pude sacar un poco toda la presión y mierda que sentía, fue un método de liberación que sin duda alguna escogería. Lo repetiría, claro que sí.
Me incorporo en la silla y apoyo mis codos sobre mis piernas, balanceándome hacia delante.
—Necesito conseguir un abogado —musito—. Joder, qué fácil se escucha.
—Mmm, ¿por qué no intentas hacer las paces con tu familia y pedirles ayuda? —aconseja—. Deberías de hacerlo. Podrías ocupar a uno de oficio, pero dudo que puedas ganar tratándose de un Dankworth, es mejor uno privado. Ya sabes, el poder del dinero.
—Sí, lo sé —me río—. Tengo una semana y media para pensarlo, sin embargo, mi familia será mi última opción. Husmearé por ahí a ver qué encuentro, ¿no conoces a uno de confianza?
Borris se queda pensativo, mirando a la ventana. Prefiero guardar silencio y acompañarlo con este.
—Puedo recomendarte un despacho, papá trabajó con uno de ahí —recuerda—. Te mandaré la dirección apenas llegue a mi casa, aunque mi duda es... ¿cómo obtendrás el dinero? No creo que la comisión sea una leve caricia.
—Descuida, ya estoy viendo eso. Necesito saber primero cuánto me cobraría.
—Lo más seguro es que pagues una fianza —el chico ladea su cabeza, pensando—. No creo que sea capaz de querer verte en la cárcel solo por meterte con su novia, su hermana y golpear su rostro con un caso.
Lo miro fijamente, arqueando una de mis cejas.
—¿Estás de broma?
—Ok, sí, es capaz —corrige—. Sigo sin entender, ¿cuál era la necesidad? Pudiste ahorrarte todo este tremendo lío, Aidan. Mierda, le has golpeado con odio, hasta a mí me ha dolido. Le abriste la ceja como una incisión cuando van a operar, le brotaba sangre, ¡pude ver su hueso!
—¡Oh, no exageres! —farfullo, aventándole una bola de papel—. ¡Él me rompió primero la ceja y no fui a demandarlo! Solo me dieron tres pastillas, me pusieron dos putas tirillas de cintas y me robé una paleta, ¡una puta paleta!
—¿Paleta? —cuestiona confundido.
—Sí, ¡paleta! ¡Y ni valió la pena, estaba muy chiquita!
—¿Fue en el servicio de enfermería del instituto?
—Justo ahí.
—Vaya servicio de mierda —se burló—. En ese lugar te terminan contaminando la herida.
—A parte, si te perdura el dolor, te dan como recomendación tomarte la otra pastilla.
—¿Y dónde queda el ir a un centro médico?
—¡Oh, no lo sé! —alzo mis manos y me encojo de hombros—. El naproxeno es el Santo de enfermería, luego para bajarte la fiebre solo te ponen paños remojados en agua fría, tal vez estás a punto de tener una convulsión por la temperatura de casi cuarenta grados que te cargas y ellos seguirán diciendo que ya está bajando.
—¿Y esa es nuestra segunda casa?
—No estamos para exigir —juego con el piercing de mi lengua teniendo cuidado.
Me duele, no tanto como los primeros días, pero ya he podido tener más movimientos, cuido mi alimentación y he evitado fumar. Al final del día, llegué a casa y mi madre me observó desde el comedor, dándose cuenta de lo que tenía puesto en la ceja. Me preguntó. Le respondí y le saqué la lengua, no de forma grosera, sino mostrándoselo.
Su cara se puso pálida y asintió, evitando decirme todo lo que pensaba.
—Esto de las convulsiones recordó a un incidente que hubo hace cuatro años en la escuela secundaria. Había un chico que sufría de epilepsia y en media clase de dio un ataque, recuerdo que la profesora intentó "ayudarle" —musita, haciendo una seña de comillas con sus dedos—. Lo más normal sería pedir ayuda... bueno, ella comenzó a rezarle.
—¿Rezarle? ¿Qué?
—Sí, creían que estaba siendo poseído, de hecho, habiendo tres hospitales alrededor del colegio, ¿adivina a quién llamaron?
—Fuck, no es lo que pienso, ¿cierto? —dije incrédulo.
—Al sacerdote de la iglesia que estaba a cinco cuadras, recuerdo muy bien a la profesora con un rosario en la mano, poniéndoselo en la frente mientras decía "Dios Padre Bendito..." —suelta una risa—, y al señor echándole agua bendita pidiéndole al espectro inexistente que saliese de ese cuerpo. Fue traumático.
Cubro mi boca con ambas manos y ahogo una carcajada.
Con Borris me divierto todos los días, siempre tiene anécdotas qué contar, de cualquier tipo y estilo. De algún tema del que estemos hablando, él tendrá algo bueno para platicar, sea de conocidos, algo que le haya pasado o historias que ha escuchado por parte de otras personas.
—Hoy en día el chico odia la religión, igual a la Señora Jameson.
—Hasta yo la odiaría —menciono obvio—. ¿Estudiaste en el norte de la ciudad? Es el único colegio con tres hospitales cerca.
—Así es —sonríe—. Me pregunto que será del chico, la última vez que lo supe de él fue hace un año y medio, recuerdo que trabajaba en un taller mecánico.
—Quizá su odio creció y prefirió hacer metanfetaminas para ponerlas en la copa de los sacerdotes —murmuro junto a una sonrisa maliciosa—. ¿Te imaginas? En media misa con sus toques, o LSD, los efectos alucinógenos pueden traicionarlo.
—Y termina confesando que es ateo.
—Que tiene un culto satánico y todos los que llegan son ofrenda.
—Muy predecible —su voz desborda sarcasmo—. ¿Qué religión eres tú?
—Agnóstico creyente —me encojo de hombros—. No me gusta pelear, pero tampoco que cambien mis ideales. Creo que hay un dios, pero lo desconozco. Es absurdo ponerle historia, cara y padres. Mi opinión, si la tuya es diferente, genial... no me interesa. Cada uno con lo suyo.
—Tu mente enamora, ¿eres consciente de eso? —me apunta con su dedo índice.
—¿Me estás coqueteando? —interrogo, poniéndome de pie.
Borris me mira con los ojos entrecerrados.
—¿También eres consciente que tienes un ego más grande que Rusia?
—Sí —admito sin culpa—, ¿quién soy yo para decir que no?
Borris rasca su barbilla mientras desvía su vista hacia el suelo. Mantengo la mía sobre él. Va a responderme, solo que anda pensando en algo o quizás está escogiendo las palabras, no lo sé, aún no logro leerlo por completo.
Vuelve a mí y se pone de pie para estar casi a mi altura.
—Entonces, ¿cómo fue que la chica de Aitor no se fijó en ti?
Hijo de puta.
Hijo de puta.
Repito, hijo de puta.
El chico da un paso hacia atrás y aprieta sus labios, mi rostro tiene un gesto serio, haciéndole saber que su pregunta me ha dejado un amargo sabor de boca. Sabe perfectamente que eso ha sido un gran golpe bajo. No porque me duela tratándose de Sue, sino porque ha dañado mi ego.
Seamos honestos, un hombre que siempre ha tenido confianza en su persona, que sabe lo que puede ofrecer o cómo es ante las miradas de otros, joderlo con algo de su orgullo, le pega al narciso que habita en él.
—¡Es un musical! —bromea nervioso.
—Aléjate de la ventana, no quiero tirarte por ahí —sentencio y los ojos de Borris se abren por completo.
—¡Sé que ha sido un chiste malo! —alza la voz, rodeando la cama—. ¡Cuenta eso como todas las veces que me has dado una pedrada de mal gusto! ¡Tú amistad duele!
Blanqueo los ojos y regreso a mi escritorio, escucho sus pasos y, antes de que avance, cojo el libro azul para darme la vuelta y aventárselo. Este golpea contra su pecho y una queja de dolor se escucha.
Vaya, realmente siempre quise golpear a alguien con un libro.
Hoy lo logré.
—Maldita sea —jadea.
—Va te faire foutre! —mascullo.
—Hablaste en francés —me dice y toma asiento sobre la cama, sobándose el pecho—. Yo igual te quiero... —mi ceño se frunce. Él niega varias veces. —Ya sé, ya sé, no significa eso, igual no quiero saber.
—¿Sabes francés? —interrogo, acomodando la silla giratoria.
—Sí, un poco. ¿Tú qué tanto sabes?
Suspiro.
—Puedo sostener una conversación, entiendo el idioma y hablo lo necesario —le comento.
—¿En serio? —se sorprende—. ¿Eres bilingüe?
—No sé si considerarlo así —arrugo mi nariz—. Solo se me hace fácil.
—¿Has tomado clases de francés que no sean las del instituto?
Maldita sea. Pregunta mucho.
Relamo mis labios y camino hacia la ventana, corro las cortinas para abrirla y echar un vistazo hacia fuera, ya se ha hecho de noche. Aún no es tan tarde. Mamá no ha llegado, está en el cumpleaños de una compañera de Molly, tampoco Darel, todavía sigue en el trabajo.
—No, solo las clases con la señora Birtch —inicio—. Uhm, yo tampoco entendía por qué se me hacía fácil el idioma, al inicio creí que nos habíamos ido a Canadá mis padres y yo, fue así... sin contar a papá —bufo en un tono burlón—. Nací en Montreal, Quebec.
—¿Montreal? Espera, ¿eres canadiense? —cuestiona sorprendido. Jugueteo con el piercing de mi lengua y asiento de un lado a otro—. Eso explica el acento que llegas a obtener cuando hablas rápido o en francés... ok, ¿cuánto tiempo estuviste viviendo ahí?
—Basándonos en lo que me contó mamá hace unos días, se supone que solo los primeros meses de mi vida, luego nos mudamos a Sídney cuando yo tenía seis o siete meses —me encojo de hombros—, aunque no fue por mucho, regresamos a Canadá cuando cumplí el año y estuvimos ahí hasta por un buen tiempo. Trato de acordarme, pero solo tengo memorias muy vagas. Deduzco que el hecho de vivir en una ciudad donde el idioma oficial es el francés me hizo aprender ciertas cosas, tal vez conviví con personas donde el oui o mère es lo primero que se dice.
—¿Cuántos años fueron?
—Cuatro —respondo, sentándome en la ventana—. Quizá el hecho de tener clases desde hace tres años con Birtch ha ayudado a que recuerde un poco.
—Tú y tu familia son un caso especial —resopla.
—La mentira es una completa mierda que se hace grande si no la detienes, pero... hey, la vie est belle in famille.
—Wow, a pesar de todo, siendo irónico en francés te escuchas genial —halaga—. Hasta los insultos se escuchan divinos. De hecho, ofenderme con ese acento se trata de un privilegio.
—Comienzas a actuar demasiado gay —le advierto y suelta una risotada.
—Oh, Aidan, puedes abofetearme mientras me hablas en francés, creo que me excita.
—Aléjate —farbullo.
Borris mantiene su sonrisa y niega, coge su celular y mira la pantalla.
Volteo hacia fuera, mirando al cielo, las estrellas son numerosas y brillantes, la luna se dibuja a la mitad, la luz que proyecta le hacer una sombra en sus bordes. Recuerdo el libro que he comprado en la tienda del abuelo de Sue y sonrío a medias. Las palabras de la dedicatoria y del inicio tienen sentido.
Algo más capta mi atención y bajo mi mirada a la calle.
—Me tengo que ir, Aidan —el chico en mi habitación avisa, vuelvo a él y me pongo de pie.
—Claro.
—Nos vemos mañana o el viernes —dice, caminando hacia la puerta. Lo acompaño.
Bajamos las escaleras y observo como saca las llaves de su carro.
—Te aviso cualquier cosa, recuerda mandarme la dirección del despacho.
—De verdad —se lamenta—. Lo había olvidado. Yo la mando más tarde.
Asiento y abro la puerta principal, Borris sale primero y me mantengo en el pórtico de la casa, metiendo las manos a mi bolsillo. Tanto el castaño como yo, miramos al frente y decidimos no avanzar. Siento ese ambiente tenso cuando la mirada filosa de mi mejor amigo se posa sobre nosotros.
Aitor se aleja de su camioneta y se acerca a nosotros, su entrecejo se encuentra arrugado. Está confundido o sorprendido, tal vez ambas. Él se queda al pie de las escaleras, dirigiéndose de Jaén a mí.
Esto se mira como una escena de una pareja en donde uno ha sido atrapado siendo infiel. Puede ser que yo sea el que ha errado.
—No quiero que esto suene tan dramático, pero ¿esta es la razón por la que me has estado desviando las llamadas e ignorando los mensajes? —Blakely ataca, apuntando a Borris.
—¿Quizás? dudo.
—¿Quizás? ¿Qué mierda, Aidan?
—Bueno, yo ya me iba —avisa el otro—. Buenas noches, hasta luego, Aitor.
—Ajá, si, como sea, vete de aquí, zorra —grasna él.
—Adiós, come mierda —Borris le regresa y se aleja.
Observo como el castaño se pierde y me quedo con Blakely. Me balanceo con mis pies de un lado a otro y mi amigo me mira, sube los tres pequeños escalones y con una de sus manos aleja el cabello que me cubre la frente.
—¿Quieres decirme qué demonios ha pasado contigo? ¿Desde cuándo tienes una jodida perforación? ¿Por qué no me dijiste que te expulsaron por un mes? ¿Al menos recuerdas quién soy yo?
Muerdo mis labios y me mantengo en silencio durante unos segundos antes de hablar.
—Eres Aitor.
—No te hagas el puto gracioso, Aidan —habla entre dientes—. Lo digo en serio, me preocupa el hecho de que ni los mensajes me dejes en visto. Peleamos, de acuerdo, todos los amigos lo hacen, pero ya pasó, estamos bien, ¿vale?
Bostezo sintiendo sueño y cubro mi boca.
—¿Para qué has venido? —interrogo, apoyándome de espalda contra el marco de la puerta y los brazos cruzados.
—Porque no he sabido nada de mi mejor amigo desde hace una semana, cuando vengo a tu casa, no estás y ahora entiendo, te la has pasado con Borris —responde—. ¿Desde cuándo tú y él son amigos? No a cualquiera le das tanta confianza. ¿Puedo saber qué ocurre?
—¿Qué ocurre de qué, Aitor? No ocurre nada —me río.
Talla su frente y suspira para mirarme directamente a los ojos.
—Ocurre que siento que estoy perdiendo a mi mejor amigo.
Desvió mi vista al suelo y siento un vacío en mi pecho. Hay un sentimiento que me invade, creando un nudo en mi garganta. Su frase me deja sin nada que decir e intento recuperar la estabilidad, sin embargo, vuelve a hablar:
—Me mentiste, se supone que solo discutiste con tu mamá y André, cuando la verdad es que fue con toda tu familia —dice—. Becca me comentó que sus padres te demandaron —prosigue y me veo con la necesidad de verle—, así fue como me enteré de que te suspendieron un mes, no una semana como me dijiste, por eso no llegabas a las clases de francés. Mínimo quiero saber la razón por la cual no quisiste decirme nada, yo...
—No quería molestarte, ¿de acuerdo? — o interrumpo, tomando una posición firme—. Te he visto tan feliz con tu no sé... novia...
—Sí, ya es mi novia —confirma.
Genial. Perfecto.
Trago saliva y asiento.
—Tu novia. Sabes que nunca me ha gustado tener la atención, se ve que disfrutas tanto pasar tiempo con ella que no soy capaz de joder los planes que tengan, no me justifico, pero jamás te había visto así, si el no llamarte hará que añores esa etapa, yo puedo cargar con mis asuntos. Lo que menos quería y quiero es envolverte en toda mi mierda.
—¡A la mierda mi relación! La quiero, realmente quiero a Sue, pero para eso somos amigos, Aidan, para apoyarnos. Siempre lo hemos hecho, y con más razón ahora, no puedo permitir que te derrumbes solo.
—Tarde. Ya pasó.
—Aidan...
—Sé que eres mi amigo, sin embargo, necesito que te ocupes de tu vida, de lo que tienes ahora. Déjame a mí. No quiero personas involucradas en esto.
—Que gracioso, ¿y por qué a Borris sí?
—Está siendo un gran apoyo, no te voy a mentir —admití—. ¿Sabes? A veces solo te centras en ciertas personas que te pierdes de lo que otras te pueden aportar, el llevarme con Borris me ha estado ayudando, me siento liberado y no es monótono, descubres nuevas cosas, a más gente y eso es lo que me mantiene todavía con una sonrisa.
—Eso ha dolido —Aitor se ríe.
—Nos hemos acostumbrado a estar los dos juntos durante varios años que llegamos a pensar que dependemos de uno. Es hora de conocer nuevas amistades. No estoy cortando nuestro lazo, en lo absoluto, solo es aprender a estar sin el otro.
—¿Qué mierda estás diciendo? Deja esa labia barata. Te conozco, Aidan Daniel, y si te hiciste amigo de Borris es porque a él sí le puedes contar algo que a mí no. Dime si me equivoco.
Trueno mi lengua y rasco la punta de mi nariz.
Bien.
Sería sincero si así lo pedía.
—Me gustaba Sue —confieso.
Aitor frunce su ceño y ladea un poco su cabeza, captando mi oración. Lo ha tomado por sorpresa, lo veo en su expresión.
—Antes que tú y ella salieran, me atraía su forma de ser, se me hacía o se me hace bonita. El día en que me dijiste que tenían algo como una cita, me sentí celoso porque a mí me rechazó tres veces y a ti te aceptó a la primera invitación. Sin embargo, jamás les deseé mal, te di toda la suerte del mundo y fui sincero, por esa razón no quise nada serio con Becca, me vi con la necesidad de dejárselo en claro, pero creo que era tarde ya que ella si nos veía para algo formal. Desde ese entonces ya cargaba con la culpabilidad, Borris se acercó a mí, al inicio fue majadería, luego bromas y finalmente se volvió mi apoyo. Se volvió alguien capaz de obtener el título de ser mi amigo.
» Te juro que nunca quise estropear tus asuntos con Sue, solo quería mi espacio porque no me apetecía escuchar su nombre ni saber que estaba contigo, quizá fue egoísta, pero no lo sería arruinando la relación. Menos ahora que ya son algo, quiero enforcarme en mi vida, no estoy de humor para ver relaciones sentimentales, me siento jodido, Aitor. Quiero mi espacio. Tú te ves mejor con Sue, es tu pareja, normal que la puedas preferir. Y si te hace sentir mejor, mi gusto desapareció aquella noche que me atacó, no solo a mí, a ti y a las personas con las que convivíamos, sobre todo cuando te mintió. La hice llorar porque ella fue quien se llenó la boca de palabras descriptivas creyendo que nos conocía.
Aitor se mantiene serio y rasca la parte trasera de su cuello. Un suspiro lento sale de sus labios y niega, soltando una risa.
No le encuentro lo divertido a esto y tampoco me sorprende su actitud. Lo conozco, sé que tiene algo por decir, es imbécil, pero no estúpido. Ha escuchado perfectamente todo lo que he dicho y en su mente solo se quedaron las partes más importantes desde su punto de vista.
—Bien, ahora entiendo por qué Becca me contó tu cambio de actitud aquella vez que la vi en el gimnasio —habla, relamiendo sus labios. Eso tiene sentido, Borris me lo había dicho. — Genial, omitiré todo lo de Sue, ya pasó, yo no sabía que te gustaba y tú no sabías que yo la estaba pretendiendo. Lo último, ella me lo confesó después, fue algo tremendamente estúpido, lo aceptó y se disculpó, pero trata de entenderla, su vida no ha sido fácil, depende de medicamentos desde hace quince años, no puede comer cualquier cosa, jugar lo que sea, arriesgarse o actuar como nosotros porque o le hace daño o la mata.
—Aitor, no había necesidad de echar la cantidad de mierda que ella echó, estoy hasta la puta madre de mi vida y no por eso trato mal a quien se me tope ni mucho menos ando juzgando lo que veo.
—No lo compares, Aidan —musita—. Lo tuyo se arregla platicando, lo de Sue no.
—Es inútil que haga esto —farfullo por lo bajo.
—Mira, no trato de minimizar tu problema, pero no hay punto de comparación.
—Como sea, tú querías respuestas, ya las tienes, ¿algo más? Tengo tarea que entregar y tú estar bien con tu relación.
El chico muerde sus labios y asiente, pasa su mano por su rostro, soltando un quejido.
—Tomando una parte de lo que dijiste, se me hace injusto —se encoje de hombros—. Es injusto que no me llamaras creyendo que estaba mejor con Sue y que no tenía tiempo para estar contigo. No. Me jode aún más que hayas dicho que quizá la prefiera a ella antes que ser tu apoyo y por eso preferiste contarle todo a alguien más. ¡Está bien que tengas nuevas amistades, es normal! —alza la voz—. Sé que no soy un gran candidato de amistad, te meto en problemas, que no actúo como un mejor amigo, que quizá sea una mala influencia y siempre termino dañando cierta parte de ti, pero si querías una opinión, un consejo, si querías gritar o llorar, aquí estaba yo que soy quien más conoce a toda tu familia, pero no lo hiciste por todo lo que sentías. ¿Y sabes qué es eso? ¡Es orgullo, Aidan!
—Estás siendo feliz.
Intento sonreír y fallo.
—Que poco dices conocerme —Aitor murmura negando, echando una risa irónica.
—¿De qué hablas? —ruedo los ojos mientras me cruzo de brazos.
El chico se mantiene en silencio durante unos segundos para después darme una mirada filosa, está enojado y posiblemente algo que he dicho le ha dolido. Lo puedo sentir.
—Que yo sí te hubiese puesto por encima de Sue, pero tú no me pusiste por encima de tu puto orgullo. Pensé que éramos mejores amigos, Aidan.
Al finalizar su oración, me da la espalda y se aleja, dirigiéndose a la camioneta sin mirarme. No hay ninguna despedida y se siente el vacío que comienza a quedar. Yo no me muevo, me quedo de pie, observándole mientras sus palabras me calan. No intento detenerlo y explicarle, porque lo que me ha dicho tiene tanto valor que pesa.
Creo que he perdido una amistad de hace años, sin embargo, no me duele. He perdido mucho últimamente que ya comienzo a dejar de sentir.