Entre tinta y telas // Adrine...

By -JAZVAL-

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Marinette Dupain Cheng sabía que mudarse a Bristol, Inglaterra durante plena época victoriana traería muchos... More

Prólogo: De un todo finito
1. De trenes
2. De juguetes
3. De demencia
4. De secretos
5. De alianzas
7. De caídas
8. De atracción
9. De lo seguro y el quizás
10. De tentaciones y aversiones
11. De arrepentimientos y culpas
12. De valentía y atrevimiento
13. De mentiras y pipas
14.De traiciones y desapariciones
Adelanto exclusivo (Patreon)
15. De amor y odio
16. De vestidos y lo indebido
17. De desapariciones y reencuentros
18. De tragedias y fracasos
19. De la proximidad y la lejanía
20. De finales y tinta
Epílogo: De nómadas y telas
Curiosidades y agradecimientos

6. De amenazas

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By -JAZVAL-

Nuestra existencia amenazaba la del otro constantemente, y ¿sabes? Eso se sentía tan estimulante



—¡Lila!— exclamó con fuerza Adrien irrumpiendo en la habitación de invitados donde se hospedaba la italiana. Ella sonrió y sin descuido se quitó las sábanas que la cubrían y se acercó al rubio. Él intentó no inmutarse, pero al verla acercarse con a penas un par de prendas que delineaban bien su curvilínea figura con esa elegancia en su andar, era imposible no sentir su garganta seca.

Después de todo lo que ellos tuvieron no fue algo de un par de días, fue una fuerte atracción de años; y si en algo tenía razón ella es que todos los de su círculo de alta sociedad esperaban que ellos dos se hubieran terminando casando, incluso él.

—¿Qué sucede, mi dulce Adrien?— preguntó con ternura colocando su mano en el pecho de él, sentía sus senos comprimidos contra su torso.— Hacia mucho que no nos encontrábamos juntos en una recámara

Pero las cosas ya no eran así, y si antes ese cosquilleo que ahora sentía se debía a un enamoramiento intenso y pasional; ahora sólo se debía al tremendo coraje que lo carcomía por dentro, ese impulso de golpearla pero que retenía por respeto a los valores que una vez su madre le inculcó.

Tomó su hombro con la suficiente presión para resultar amenazante pero no agresivo y la alejó de él con una mueca de asco.

—Auch ¿Qué te pasa?— cuestionó con molestia mientras se sobaba el hombro.

—Mandaste a un hombre a seguir a la señorita Dupain.— ir directo al grano, sin rodeos, entre menos tiempo le viera la cara, mejor para él.— ¿Qué tienes que decir al respecto?— la morena rodó los ojos, se cruzó de brazos y le dio la espalda empezándose a encaminar hacia el lado opuesto.

—No sé de lo que hablas, Agreste. No he tenido contacto con nadie más que con los inútiles de tus esclavos.

—Servidumbre, Lila, no esclavos.— aclaró con severidad.— Nosotros damos un pago por sus servicios.— la fémina sólo rió, las palabras de Adrien para nada le causaban gracia.

—Como sea. Yo no hice tal cosa.— ahora Adrien fue quien soltó la risa.

—Carajo, Lila, si yo mismo te escuché cuando le pagabas.— decía entre divertido y molesto.— ¿Cómo tienes el maldito descaro de negármelo en la cara? "Ve, síguela, y cuando esté sola dale un susto, ya sabes" Esas fueron tus exactas palabras.— ella ladeó la mirada y resopló mientras se volvía a recostar en su cama.

—¿Nada más para eso viniste a mi habitación? Si es así te puedes ir, en verdad te has vuelto un mojigato.— verla moverse con esa tranquilidad lo alteraba, le irritaba notar que después de todo lo que se había atrevido a hacer ella estuviera ahí con tanta calma.

—¿Qué clase de susto?— Adrien sabía exactamente a qué se refería, a lo que un hombre desesperado era capaz de hacerle a una mujer como Marinette, pero quería ver si era capaz de pronunciar su propia atrocidad.

—Ay, no sé, seguramente sólo le iba a contar un cuento de terror o algo así. No sé, Adrien, ese no era mi problema.— Adrien no soportó más y fue hasta la cama a levantarla de la prenda superior que traía puesta. La veía con gran rabia, con un enojo inmenso que hace muchos años no tenía, parecía no tener control sobre sí; por dentro sintió miedo, mucho miedo, pero Adrien no sería capaz de hacerle daño ¿o sí?

—Dímelo.— pronunció con lentitud y fuerza. Lila suspiró resignada.

—Nada que no le fuera a gustar en realidad, Adrien, descuida.—  dijo poniendo la mano en la muñeca del varón mientras tiraba un poco para ver si lograba que la soltara.— Después de todo, ella disfruta de trepar sobre los hombres, a alguien de su clase no le debería importar si es una cara bonita como la tuya o fea.— tembló de sólo escucharla hablar con esa frialdad. Así que era cierto, Lila había mandado a que ese hombre tocara a Marinette.— Pero luces muy alterado, sólo era una bromita, una tradición de algunas servidumbres que he conocido durante mis viajes, sólo quería ser parte de su cultura ¿Me puedes culpar?

El rubio la aventó sobre la cama molesto y se empezó a alejar de ella, no podía ni verla a los ojos sin sentir unas inmensas ganas de golpearla, de lastimarla; odiaba el hecho de que jugara a justificar sus actos como un acto divertido. Odiaba cada parte de ella, la odiaba.

—Bien, ahora yo responderé.— pronunció intentando sonar controlado, no con todo ese caos que crecía en sus pulmones y que pretendía asfixiarlo.— Si ella se tropezará por accidente, si un día amanece enferma, si se rompe una uña, créeme, no dudaré dos veces en culparte a ti y hacerte pagar. Quiero que el bienestar de ella sea tu prioridad de ahora en más, porque el día que le pasé algo yo sabré cómo destruir todo por lo que has trabajado.

A Lila se le puso la piel de gallina. En esa amenaza no había ni un rastro de Adrien, parecía venir de una persona completamente distinta a él ¿Tanto le interesaba esa azabache? ¿En serio estaba dispuesto a hacer tanto por una tonta paliducha? Lila suspiró con pesar, podía haber subestimado la presencia de esa bastarda en ese lugar; necesitaba deshacerse de ella de una manera más sutil.

—Sólo no lo olvides, Adrien, como consejo de amigos.— comentó viendo cómo ya se empezaba a retirar de la habitación.— No vale la pena que hagas tantos sacrificios por ella, después de todo parece que tiene otros pretendientes que le podrían dar una vida más calmada y simple que lo que tú le ofreces.

Y aunque quiso azotarle la puerta, ella tenía razón. Todo a su alrededor era un completo desastre. Colocó sus manos frente a él, por más quietas que las intentará mantener éstas temblaban; aún tenía ese trauma persiguiéndolo, pisándole los pies, deseando en cualquier momento huir hacia la estación de tren ¿Por qué Marinette querría a alguien así?

Sólo cerró la puerta, ya no quería seguir escuchando a la morena.


—Resulta que la chica no tomó el tren con aquel nómada ¿Puedes creerlo?— enunciaba casi molesta Marinette a las afueras de la mansión, siendo bañados junto con Luka por la poca luz que emanaba de una de las ventanas. Luka sólo escuchaba atento. Esa semana había pasado rápido gracias a esa chica, casi todas las tardes caminaban juntos hasta el pueblo entre conversaciones sobre unos extraños libros que estaba leyendo al azabache.

La chica tenía una voz interesante, era imposible no ponerle atención y sumergirte por completo en las historias que ella contaba; era simplemente entretenida.

—¡¿Y qué pasó después?!— cuestionó con desesperación ansioso por saber cómo continuaba la historia. Marinette le lanzó unos ojos pícaros.

—No sé. Hasta donde leí, la joven se quedó destrozada por tener que aceptar que su amado conocería a otra mujer que sí lo pudiera seguir en sus viajes, mientras que ella ha asumido que tendrá que casarse con cualquier hombre que sus padres le elijan.

—¿Y eso es todo?— preguntó preocupado. Ella asintió.

— Creo que sí, bueno, más o menos; el libro terminó hasta ahí pero no siento que la historia de ambos haya concluido hasta ahí ¿O tú qué opinas?— el hombre se talló las manos intentándose dar calor, hacia frío ahí afuera, pero justo ahora la mansión de los Agreste se estaba llenado de gente acaudalada y toda la servidumbre estaba hecha un caos. Si querían conversar tranquilos lo mejor era no estar dentro de ese lugar.

Pero ha decir verdad no podía estar tranquilo.

El tiempo que había pasado con ella estos días lo había dejado cautivado, aprender de ella, de sus costumbres, de su manera de ser, esa manera tan hábil para solucionar las cosas lo extasiaba. En realidad Marinette era una chica extraordinaria, inigualable; entendía porqué había atraído la envidia de sus compañeras. Una chica de baja posición que había logrado escalar un poco en esta pirámide de clases sociales con su propio ingenio y no por un matrimonio conveniente.

Pero en este instante, tenía que admitir que lo que lo traía más embobado era su físico: la chica traía un diseño de telas color vino y negro, con un corset que marcaba bien lo pequeño y delicado de su cintura, con un vestido que no era especialmente voluptuoso, tenía una suave caída pero lucía extravagante a su vez.

Según dijo ella, lograría que este nuevo estilo de vestidos marcaran tendencia.

Su rostro lucía especialmente bellos, esos labios marcados por unos bien disimulados tonos rojos como el que delineaba sus pómulos y sus ojos resaltados perfectamente por ese abanico de pestañas tupidas a cual más. Sentía envidia de no poder ser su acompañante esa noche.

—Opino que lo mejor será que hablemos de esto luego. Es tu primera fiesta, es de malos modales no llegar temprano.— señaló mientras le daba una rosa que había estado guardando para entregársela.— Creo que combina muy bien con tu vestido.

Marinette recibió la flor con una pequeña sonrisa en su rostro. Sentía que su estómago burbujeaba cada vez que estaba cerca de ese chico, que cosquilleaba de una forma muy tierna.

Aún las palabras de Lila hacían eco en su cabeza: "casarse con alguien". Alya nunca estuvo de acuerdo en atar tu vida a alguien siendo tan joven, le había enseñado que sus problemas no se resolverían de esa manera. Pero tampoco podía quitarlo de su consideración, si las cosas no salían como lo planeado, entonces habría desperdiciado su juventud y ya ningún hombre la querría en su hogar para ese entonces.

¿Acaso todos estos sentimientos que sentía por Luka eran pista de algo?

Se retiró y llegó a la fiesta sin dejar de ver esa rosa, intentando entender todas las señales que le estaba dando la vida.

El lugar estaba lleno de lujos, elegantes candelabros decorando la habitación y resplandeciendo con fuerza, la gente se movía en sus trajes finos y los sirvientes caminaban de un lado a otro procurando no dejar a ningún millonario con su copa vacía. Marinette notó sus muñecas, no todos tenían el brazalete que le habían regalado a ella, sólo un par.

—Son para los invitados especiales, señorita Dupain.— regresó a ver, ni siquiera se había dado cuenta cuando Gabriel Agreste se había posado a un lado suyo.— Por cierto, ya vi sus trabajos; creo que es algo atrevido el nuevo estilo que propone pero nadie ha destacado por hacer lo convencional ¿No?— Marinette se encogió de hombros sintiéndose halagada. Que su maestro llamara a su trabajo atrevido le resultaba más que satisfactorio.

—Eso opino.— respondió. El hombre alzó su copa con una sonrisa y procedió a retirarse de su lado. Marinette se había quedado sola otra vez.

Sólo tenía que encontrar a Adrien, sólo tenía que encontrar a Adrien ¿Pero dónde demonios estaba? Todo esto la hacía sentir abrumada, no se sentía capaz de entablar conversación con alguien, cada persona ahí parecía habitar su propio mundo de oro, opinando sobre temas que ella no comprendía del todo aún; incluso, había algunas miradas que parecían observar el lugar con morbo, como si hubiera un secreto entre las cuatro paredes del que ella no estaba enterada.

Necesitaba tomar aire.

Salió a uno de los balcones buscando despejar su mente, tratando de explicar que era lo que todos en esa habitación se comunicaban sin ella poder entender ¿Acaso los Agreste tenían un secreto? Sabía un poco sobre que Adrien no era tan bien recibido por el resto de los de su clase ¿pero el señor Agreste también? Algo no cuadraba del todo.

En eso alzó la mirada, algo le llamó la atención desde uno de los balcones de la mansión. Corrió lo más rápido que pudo para ver sino había sido su imaginación, sino se estaba volviendo loca.

Carajo.

—¡¿Qué haces?!— le gritó Marinette a la rubia sosteniéndola por la muñeca para evitar que ésta se tirara del balcón. Chloe Bourgeois tenía un nudo atorado en la garganta, ninguna palabra salía de su boca.

¿Por qué había intentado hacer eso?

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