Harry y Ginny: Una historia d...

By MisteryLetter26

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Lumus Harry y Ginny siempre han sido amigos desde niños. Al tiempo en que crecían, su amistad evolucionaba... More

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El huevo y el ojo

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By MisteryLetter26

Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas

Harry planeó cuidadosamente su incursión. Filch, el conserje, lo había
pillado una vez levantado de la cama y paseando en medio de la noche por donde no debía, y no quería repetir aquella experiencia. Desde luego, la capa invisible sería esencial, y para más seguridad Harry decidió llevar el mapa del merodeador, que, juntamente con la capa, constituía la más útil de sus pertenencias cuando se trataba de quebrantar normas.

El mapa mostraba todo el castillo de Hogwarts, incluyendo sus muchos atajos y pasadizos secretos y, lo más importante de todo, señalaba a la gente que había dentro del castillo
como minúsculas motas acompañadas de un cartelito con su nombre. Las motitas se movían por los corredores en el mapa, de forma que Harry se daría cuenta de antemano si alguien se aproximaba al cuarto de baño.

Le comentó su idea a Ginny y ella la declaró como buena. Harry iría primero y si no descubría nada, Ginny iría otro día.

El jueves por la noche Harry fue furtivamente a su habitación, se puso la capa, volvió a bajar la escalera y, exactamente como había hecho la noche en que Hagrid les mostró los dragones, esperó a que abrieran el hueco del retrato.

Esta vez fue Ron y Ginny quien esperaban fuera para darle a la Señora Gorda la contraseña («Buñuelos de plátano»).

Buena suerte —le susurró Ginny, entrando en la sala común mientras
Harry salía.

En aquella ocasión resultaba difícil moverse bajo la capa con el pesado
huevo en un brazo y el mapa sujeto delante de la nariz con el otro. Pero los corredores estaban iluminados por la luz de la luna, vacíos y en silencio, y consultando el mapa de vez en cuando Harry se aseguraba de no encontrarse con nadie a quien quisiera evitar. Cuando llegó a la estatua de Boris el Desconcertado —un mago con pinta de andar perdido, con los guantes colocados al revés, el derecho en la mano izquierda y viceversa— localizó la puerta, se acercó a ella y, tal como le había indicado Cedric, susurró la contraseña:

«Frescura de pino.»

La puerta chirrió al abrirse. Harry se deslizó por ella, echó el cerrojo
después de entrar y, mirando a su alrededor, se quitó la capa invisible.
Su reacción inmediata fue pensar que merecía la pena llegar a prefecto
sólo para poder utilizar aquel baño.

Estaba suavemente iluminado por una espléndida araña llena de velas, y todo era de mármol blanco, incluyendo lo que parecía una piscina vacía de forma rectangular, en el centro de la habitación. Por los bordes de la piscina había unos cien grifos de oro, cada uno de los cuales tenía en la llave una joya de diferente color. Había asimismo un trampolín, y de las ventanas colgaban largas cortinas de lino blanco. En un
rincón vio un montón de toallas blancas muy mullidas, y en la pared un único cuadro con marco dorado que representaba una sirena rubia profundamente dormida sobre una roca; el largo pelo, que le caía sobre el rostro, se agitaba cada vez que resoplaba.

Harry avanzó mirando a su alrededor. Sus pasos hacían eco en los muros.
A pesar de lo magnífico que era el cuarto de baño, y de las ganas que tenía de abrir algunos de los grifos, no podía disipar el recelo de que Cedric le hubiera tomado el pelo. ¿En qué iba a ayudarlo aquello a averiguar el misterio del huevo? Aun así, puso al lado de la piscina la capa, el huevo, el mapa y una de las mullidas toallas, se arrodilló y abrió unos grifos.

Se dio cuenta enseguida de que el agua llevaba incorporados diferentes tipos de gel de baño, aunque eran geles distintos de cualesquiera que hubiera visto Harry antes. Por uno de los grifos manaban burbujas de color rosa y azul del tamaño de balones de fútbol; otro vertía una espuma blanca como el hielo y tan espesa que Harry pensó que podría soportar su peso si hacia la prueba; de un tercero salía un vapor de color púrpura muy perfumado que flotaba por la
superficie del agua. Harry se divirtió un rato abriendo y cerrando los grifos, disfrutando especialmente de uno cuyo chorro rebotaba por la superficie del agua formando grandes arcos. Luego, cuando la profunda piscina estuvo llena
de agua, espuma y burbujas (lo que, considerando su tamaño, llevó un tiempo muy corto), Harry cerró todos los grifos, se quitó la bata, el pijama y las zapatillas, y se metió en el agua.

Era tan profunda que apenas llegaba con los pies al fondo, e hizo un par
de largos antes de volver a la orilla y quedarse mirando el huevo. Aunque era muy agradable nadar en un agua caliente llena de espuma, mientras por todas partes emanaban vapores de diferentes colores, no le vino a la cabeza ninguna idea brillante ni saltó ninguna chispa de repentina comprensión.

Harry alargó los brazos, levantó el huevo con las manos húmedas y lo
abrió. Los gemidos estridentes llenaron el cuarto de baño, reverberando en los muros de mármol, pero sonaban tan incomprensibles como siempre, si no más debido al eco. Volvió a cerrarlo, preocupado porque el sonido pudiera atraer a Filch y preguntándose si no sería eso precisamente lo que había pretendido Cedric. Y entonces alguien habló y lo sobresaltó hasta tal punto que dejó caer el huevo, el cual rodó estrepitosamente por el suelo del baño.

Yo que tú lo metería en el agua.

Del susto, Harry acababa de tragarse una considerable cantidad de
burbujas. Se irguió, escupiendo, y vio el fantasma de una chica de aspecto muy triste sentado encima de uno de los grifos con las piernas cruzadas.

Era Myrtle la Llorona, a la que usualmente se oía sollozar en la cañería de uno de los váteres tres pisos más abajo.

¡Myrtle! —exclamó Harry, molesto—. ¡Yo... yo no llevo nada!

La espuma era tan densa que aquello realmente no importaba mucho, pero tenía la desagradable sensación de que Myrtle lo había estado espiando desde que había entrado.

Cuando te ibas a meter cerré los ojos —dijo ella pestañeando tras sus
gruesas gafas—. Hace siglos que no vienes a verme.
—Sí, bueno... —dijo Harry, doblando ligeramente las rodillas para
asegurarse de que Myrtle sólo pudiera verle la cabeza—. Se supone que no
puedo entrar en tu cuarto de baño, ¿no? Es de chicas.
—Eso no te importaba mucho —dijo Myrtle con voz triste—. Antes te
pasabas allí todo el tiempo.

Era cierto, aunque sólo había sido porque Harry, Ginny, Ron y Hermione habían considerado que los servicios de Myrtle, cerrados entonces por avería, eran un lugar ideal para elaborar en secreto la poción multijugos, una poción prohibida
que había convertido a Harry, Ginny y Ron durante una hora en réplicas vivas de Pansy y Crabbe, Goyle, con lo que pudieron colarse furtivamente en la sala común de Slytherin.

Me gané una reprimenda por entrar en él —contestó Harry, lo que era
verdad a medias: Percy lo había pillado saliendo en una ocasión de los lavabos de Myrtle—. Después de eso no he querido volver.
—¡Ah, ya veo! —dijo Myrtle malhumorada, toqueteándose un grano de la barbilla—. Bueno... da igual... Yo metería el huevo en el agua. Eso es lo que hizo Cedric Diggory.
—¿También lo espiaste a él? —exclamó Harry indignado—. ¿Te dedicas a venir aquí por las noches para ver bañarse a los prefectos?
—A veces —respondió Myrtle con picardía—, pero eres el primero al que le dirijo la palabra.
—Me siento honrado —dijo Harry—. ¡Tápate los ojos!

Se aseguró de que las gafas de Myrtle estaban lo suficientemente cubiertas antes de salir del baño, envolverse firmemente la toalla alrededor del cuerpo e ir a recoger el huevo.

Cuando Harry hubo vuelto al agua, Myrtle miró a través de los dedos y lo apremió:

Vamos... ¡ábrelo bajo el agua!

Harry hundió el huevo por debajo de la superficie de espuma y lo abrió.
Aquella vez no se oyeron gemidos: surgía de él un canto compuesto de
gorgoritos, un canto cuyas palabras era incapaz de apreciar.

Tendrás que sumergir también la cabeza —le indicó Myrtle, que parecía encantada con aquello de dar órdenes—. ¡Vamos!

Harry tomó aire y se sumergió. Y entonces, sentado en el suelo de mármol de la bañera llena de burbujas, oyó un coro de voces misteriosas que cantaban desde el huevo abierto en sus manos:

Donde nuestras voces suenan, ven a buscarnos,
que sobre la tierra no se oyen nuestros cantos.
Y estas palabras medita mientras tanto,
pues son importantes, ¡no sabes cuánto!:
Nos hemos llevado lo que más valoras,
y para encontrarlo tienes una hora.
Pasado este tiempo ¡negras perspectivas!
demasiado tarde, ya no habrá salida.

Harry se dejó impulsar hacia arriba por el agua, rompió la superficie de
espuma y se sacudió el pelo de los ojos.

¿Lo has oído? —preguntó Myrtle.
Sí... «Donde nuestras voces suenan, ven a buscarnos...» No sé si me
convencen... Espera, quiero escuchar de nuevo. —Y volvió a sumergirse.

Tuvo que escuchar la canción otras tres veces para memorizarla. Luego se quedó un rato flotando, haciendo un esfuerzo por pensar, mientras Myrtle lo observaba sentada.

Tengo que ir en busca de gente que no puede utilizar su voz sobre la
tierra —dijo pensativamente—. Eh... ¿quién puede ser?
—Eres de efecto retardado, ¿no?

Nunca había visto a Myrtle la Llorona tan contenta, excepto el día en que la dosis de poción multijugos de Hermione le había dejado la cara peluda y cola de gato.

Harry miró a su alrededor, meditando. Si sólo se podían oír las voces bajo el agua, entonces era lógico que pertenecieran a criaturas submarinas. Así se lo dijo a Myrtle la Llorona, que sonrió satisfecha.

Bueno, eso es lo que pensaba Diggory —le explicó—. Estuvo ahí quieto, hablando solo sobre el tema durante un montón de tiempo. Un montón de tiempo, hasta que desaparecieron casi todas las burbujas...
—Criaturas submarinas... —reflexionó Harry en voz alta—. Myrtle, ¿qué
criaturas viven en el lago, aparte del calamar gigante?
—¡Uf; de todo! He bajado algunas veces, cuando no me queda más
remedio porque alguien tira de la cadena inesperadamente...

Tratando de no imaginarse a Myrtle la Llorona bajando hacia el lago por
una cañería acompañada del contenido del váter, Harry le preguntó:

Bueno, ¿hay algo allí que tenga voz humana? Espera... —Harry se
acababa de fijar en el cuadro de la sirena dormida—. Myrtle, ¿hay sirenas allí?
—¡Muy bien! —alabó ella muy contenta—. ¡A Diggory le llevó mucho más tiempo! Y eso que ella estaba despierta... —con una expresión de disgusto en la cara, Myrtle señaló con la cabeza a la sirena del cuadro—, riéndose como una tonta, pavoneándose y aleteando.
—Es eso, ¿verdad? —dijo Harry emocionado—. La segunda prueba
consiste en ir a buscar a las sirenas del lago y... y...

Pero de repente comprendió lo que estaba diciendo, y se vació de toda la
emoción como si él mismo fuera una bañera y le acabaran de quitar el tapón del estómago.  Era capaz de hacer dos largos en una piscina, pero el lago era muy grande y profundo... y las sirenas seguramente vivirían en el fondo...

Myrtle —dijo Harry pensativamente—, ¿cómo se supone que me las
arreglaré para respirar?

Al oír esto, los ojos de Myrtle se llenaron de lágrimas.

¡Qué poco delicado! —murmuró ella, tentándose en la túnica en busca de un pañuelo.
¿Por qué? —preguntó Harry, desconcertado.
¡Hablar de respirar delante de mi! —contestó con una voz chillona que
resonó con fuerza en el cuarto de baño—. ¡Cuando sabes que yo no respiro... que no he respirado desde hace tantos años...! —Se tapó la cara con el pañuelo y sollozó en él de forma estentórea.

Harry recordó lo susceptible que Myrtle había sido siempre en lo relativo a su muerte. Ningún otro fantasma que Harry conociera se tomaba su muerte tan a la tremenda.

Lo siento. Yo no quería... Se me olvidó...
—¡Ah, claro, es muy fácil olvidarse de que Myrtle está muerta! —dijo ella
tragando saliva y mirándolo con los ojos hinchados—. Nadie me echa de
menos, ni me echaban de menos cuando estaba viva. Les llevó horas descubrir mi cadáver. Lo sé, me quedé sentada esperándolos. Olive Hornby entró en el baño: «¿Otra vez estás aquí enfurruñada, Myrtle?», me dijo. «Porque el profesor Dippet me ha pedido que te busque...» Y entonces vio mi cadáver... ¡Ooooooh, no lo olvidó hasta el día de su muerte! Ya me encargué yo de que no lo olvidara... La seguía por todas partes para recordárselo. Me acuerdo del día en que se casó su hermano...

Pero Harry no escuchaba. Otra vez pensaba en la canción de las sirenas:
«Nos hemos llevado lo que más valoras.» Daba la impresión de que iban a robarle algo suyo, algo que tenía que recuperar. ¿Qué sería?

—.... y entonces, claro, fue al Ministerio de Magia para que yo dejara deseguirla, así que tuve que volver aquí y vivir en mi váter.
—Bien —dijo Harry vagamente—. Bien, ahora estoy más cerca que antes... Vuelve a cerrar los ojos, por favor, que quiero salir.

Tras recoger el huevo del fondo de la piscina, salió, se secó y se volvió a
poner el pijama y la bata.

—¿Volverás a visitarme en mis lavabos alguna vez? —preguntó en tono lúgubre Myrtle la Llorona, cuando Harry cogía la capa invisible.
Eh... lo intentaré —repuso Harry, pero pensando para sí que no lo haría a menos que se estropearan todos los demás lavabos del castillo—. Hasta luego, Myrtle... Y gracias por tu ayuda.
—Adiós —dijo ella con tristeza.

Harry se volvió a poner la capa, y la vio meterse a toda velocidad por el
grifo.

(...)

- Deberías dormir - dijo Morgana.
- No quiero - contestó Ginny.

<<No puedo mejor dicho>> pensó con una mueca <<al menos si no quiero tener pesadillas>>

- ¿Qué era la cosa que dijiste que me ayudaría a dormir? - pregunto Ginny en susurro para que nadie la oyera.
- Un brazalete sanador de la antigua religión, es muy poderoso y podrá contener tu magia con  lo que dormiras de nuevo - respondió Morgana - Y bueno si no quieres dormir ¿por qué no te concentras en la segunda prueba?
- Harry se encarga.

Ginny ya no estaba en su dormitorio estaba en los pasillos. Quería dirigirse a la torre de Astronomía pero los prefectos hacían turnos.

Ginny se sabía cómo la Palma de su mano los turnos de los prefectos. También sabía los patrones que Filch utilizaba para vigilar los pasillos. Con eso Ginny podía salir a caminar a medianoche sin ser descubierta.

Estaba esperando que el prefecto de Ravenclaw dejara su turno para poder ir a la torre de Astronomía.

- Quiero una mascota - soltó de repente.
- ¿Qué? - pregunto desconcertada Morgana.
- Una mascota. Harry tiene a Hedwig, Hermione tiene a CrookShanks, Neville tiene a su sapo, Astoria y Draco tienen a sus lechuzas; Sam y Dean, Luna tiene a... Sus mascotas invisibles y Ron tiene a Pig...
- Ya entendí todos tienen mascotas - le corto Morgana - Y tú quieres una.
- Sí - contestó Ginny - Pero no quiero una lechuza.
- ¿Que tienes contra ellas?
- Nada pero Hedwig se indignaría. - respondió Ginny.
- ¿Y entonces que mascota quieres? - le preguntó.
- No lo se ¿tú has tenido mascotas? - le preguntó Ginny.
- Sí - Morgana sonrió - Era un dragón.
- Okey, obviamente no puedo tener un dragón. - habló Ginny - Nunca me has contado sobre tu dragón ¿cómo era?
- Se llamaba Aithusa y era una hermosa dragona blanca - dijo sonriente Morgana.
- A Charlie le encanta los dragones, yo digo que se casara con uno - se burlo Ginny.
- Y dices que lo quieres - ironizo Morgana - Bueno hasta que tengas ese brazalete tienes demasiado tiempo para pensar en una mascota.

(...)

Fuera, en el oscuro corredor, Harry consultó el mapa del merodeador para comprobar que no había moros en la costa. Estaba Peeves, la Profesora Vector y... abía una motita que iba de un lado a otro en una habitación situada en la esquina inferior izquierda: el despacho de Snape. Pero la mota no llevaba la inscripción «Severus Snape», sino «Bartemius Crouch».

Su atención solo fue a esa mota.

Harry miró la mota fijamente. Se suponía que el señor Crouch estaba
demasiado enfermo para ir al trabajo o para asistir al baile de Navidad: ¿qué hacía entonces colándose en Hogwarts a la una de la madrugada?

Harry observó atentamente los movimientos de la mota por el despacho, que se detenía aquí y allá...
Harry dudó, pensando... y luego lo venció la curiosidad. Dio media vuelta, y continuó andando en sentido contrario, hacia la escalera más cercana. Iba a ver qué se traía Crouch entre manos.

Bajó la escalera lo más
silenciosamente que pudo, aunque algunos retratos volvían la cara con curiosidad cuando crepitaba alguna tabla del suelo, o hacia frufrú la tela del pijama. Avanzó muy despacio por el corredor del piso inferior, apartó a un lado un tapiz que había en la mitad del pasillo, y empezó a
bajar por una escalera más estrecha, un atajo que lo dejaría dos pisos más
abajo. Seguía mirando el mapa, reflexionando. La verdad era que no parecía propio del correcto y legalista señor Crouch meterse furtivamente en el despacho de otro a aquellas horas de la noche.

Y entonces, cuando había descendido media escalera sin pensar en lo que
hacía, concentrado tan sólo en el peculiar comportamiento del señor Crouch, metió una pierna en el escalón falso que Neville siempre olvidaba saltar. Se tambaleó, y el huevo de oro, aún húmedo del baño, se deslizó de debajo de su brazo... Se lanzó hacia delante para intentar cogerlo, pero era ya demasiado
tarde: el huevo caía por la larga escalera, repicando como un gong en cada uno de los escalones. Al mismo tiempo se le escurrió la capa invisible. Harry la cogió, pero entonces se le resbaló de la mano el mapa del merodeador y cayó seis escalones más abajo, donde, atrapado como estaba en el peldaño por encima de la rodilla, no podía alcanzarlo.

En su caída, el huevo de oro atravesó el tapiz que había al pie de la
escalera, se abrió de golpe y comenzó a gemir estridentemente en el corredor de abajo. Harry sacó la varita e intentó alcanzar con ella el mapa del merodeador para borrar el contenido, pero estaba demasiado lejos para llegar hasta él.

Volviéndose a tapar con la capa, Harry escuchó atentamente, arrugando el entrecejo por el miedo. Casi de inmediato...

¡PEEVES!

Era el inconfundible grito de caza del conserje Filch. Harry oyó sus pasos
arrastrados acercarse más y más, y su sibilante voz que se elevaba
furiosamente.

¿Qué es este estruendo? ¿Es que quieres despertar a todo el castillo?
Te voy a coger, Peeves, te voy a coger. Tú... Pero ¿qué es esto?

Los pasos de Filch se detuvieron. Se oyó un chasquido producido por
metal al golpear contra otro metal, y los gemidos cesaron. Filch había cogido el huevo y lo había cerrado. Harry permanecía muy quieto, con la pierna aún atrapada en el escalón mágico, escuchando. En cualquier momento Filch apartaría a un lado el tapiz esperando ver a Peeves... y no lo encontraría. Pero si seguía subiendo la escalera vería el mapa del merodeador y, tuviera o no
puesta la capa invisible, el mapa del merodeador mostraría el letrero «Harry Potter» en el punto exacto en que se hallaba.

—¿Un huevo? —dijo en voz baja Filch al pie de la escalera—. Cielo mío
—evidentemente la Señora Norris se encontraba con él—, ¡esto es el enigma del Torneo! ¡Esto pertenece a uno de los campeones!

Harry empezó a encontrarse mal. El corazón le latía muy aprisa.

¡PEEVES! —bramó Filch con júbilo—. ¡Has estado robando!

Apartó el tapiz, y Harry vio su horrible cara abotargada, y los ojos claros y saltones que observaban la escalera oscura y (para él) desierta.

¿Te escondes? —dijo con voz melosa—. Te voy a atrapar, Peeves... Te
has atrevido a robar uno de los enigmas del Torneo, Peeves. Dumbledore te expulsará por esto, ratero...

Filch empezó a subir por la escalera, acompañado por su escuálida gata
de color apagado. Los ojos como faros de la Señora Norris, tan parecidos a los de su amo, estaban fijos en Harry. No era la primera vez que éste se
preguntaba si la capa invisible surtía efecto con los gatos. Muerto de miedo, vio a Filch acercarse poco a poco en su vieja bata de franela. Intentó sacar el pie del escalón desesperadamente, pero sólo consiguió hundirlo un poco más. De un momento a otro, Filch vería el mapa o se tropezaría con él...

Filch, ¿qué ocurre?

El conserje se detuvo unos escalones por debajo de Harry, y se volvió. Al
pie de la escalera se hallaba la única persona que podía empeorar la situación de Harry: Snape. Llevaba un largo camisón gris y parecía lívido.

Es Peeves, profesor —susurró Filch con malevolencia—. Tiró este huevo
por la escalera.

Snape subió aprisa y se detuvo junto a Filch. Harry apretó los dientes,
convencido de que los estruendosos latidos de su corazón no tardarían en delatarlo.

—¿Peeves? —dijo Snape en voz baja, observando el huevo en las manos
de Filch—. Pero Peeves no ha podido entrar en mi despacho...
—¿El huevo estaba en su despacho, profesor?
—Por supuesto que no —replicó Snape—. Oí golpes y luego gemidos...
—Sí, profesor, era el huevo.
—Vine a investigar...
—Peeves lo tiró, señor...
—... y al pasar por mi despacho, ¡vi las antorchas encendidas y la puerta
de un armario abierta de par en par! ¡Alguien ha estado revolviendo en él!
—Pero Peeves no pudo...
—¡Ya sé que no, Filch! —espetó Snape—. ¡Yo cierro mi despacho con un
embrujo que sólo otro mago podría abrir! —Snape miró escaleras arriba, justo a través de Harry, y luego hacia el corredor de abajo—. Bueno, ahora quiero que vengas a ayudarme a buscar al intruso, Filch.
—Yo... Sí, profesor, pero...

Filch miró con ansia escaleras arriba, hacia Harry. Evidentemente, se
resistía a renunciar a aquella oportunidad de acorralar a Peeves. «Vete — imploró Harry para sus adentros—, vete con Snape, vete...»

Desde los pies de Filch, la Señora Norris miraba en torno. Harry tenía la convicción de que lo estaba oliendo... ¿Por qué habría echado tanta espuma perfumada en el baño?

—El caso es, profesor —dijo Filch lastimeramente—, que el director tendrá que hacerme caso esta vez. Peeves le ha robado a un alumno, y ésta podría ser mi oportunidad para echarlo del castillo de una vez para siempre.
—Filch, me importa un bledo ese maldito poltergeist. Es mi despacho lo que...

Bum, bum, bum.

Snape se calló de repente. Tanto él como Filch miraron al pie de la
escalera. A través del hueco que quedaba entre sus cabezas, Harry vio aparecer cojeando a Ojoloco Moody. Moody llevaba su vieja capa de viaje puesta sobre el camisón, y se apoyaba en el bastón, como de costumbre.

¿Qué es esto, una fiesta nocturna? —gruñó.
El profesor Snape y yo hemos oído ruidos, profesor —se apresuró a
contestar Filch—. Peeves el poltergeist, que ha estado tirando cosas como de costumbre. Y además el profesor Snape ha descubierto que alguien ha entrado en su despacho.
—¡Cállate! —le dijo Snape a Filch entre dientes.

Moody dio un paso más hacia la escalera. Harry vio que el ojo mágico de Moody se fijaba en Snape, y luego, sin posibilidad de error, en él mismo.

A Harry el corazón le dio un brinco. Moody podía ver a través de las capas invisibles... Era el único que podía ver todo lo extraño de la escena: Snape en camisón, Filch agarrando el huevo, y él, Harry, atrapado tras ellos en la escalera. La boca de Moody, que era como un tajo torcido, se abrió por la sorpresa.

Durante unos segundos, él y Harry se miraron a los ojos. Luego Moody cerró la boca y volvió a dirigir el ojo azul a Snape.

¿He oído bien, Snape? —preguntó—. ¿Ha entrado alguien en tu
despacho?
—No tiene importancia —repuso Snape con frialdad.
—Al contrario —replicó Moody con brusquedad—, tiene mucha
importancia. ¿Quién puede estar interesado en entrar en tu despacho?
—Supongo que algún estudiante —contestó Snape. Harry vio que le latía una vena en la grasienta sien—. Ya ha ocurrido antes. Han estado
desapareciendo de mi armario privado ingredientes de pociones... Sin duda, alumnos que tratan de probar mezclas prohibidas.
—¿Piensas que buscaban ingredientes de pociones? —dijo Moody—. ¿No
escondes nada más en tu despacho?

Harry vio que la cetrina cara de Snape adquiría un desagradable color teja,y la vena de la sien palpitaba con más rapidez.

Sabes que no, Moody —respondió en voz peligrosamente suave—,
porque tú mismo lo has examinado exhaustivamente.

La cara de Moody se contorsionó en una terrible sonrisa.

Privilegio de auror, Snape. Dumbledore me dijo que echara un ojo...
—Resulta que Dumbledore confía en mí —dijo Snape, con los dientes
apretados—. ¡Me niego a creer que él te diera órdenes de husmear en mi
despacho!
—¡Por supuesto que Dumbledore confía en ti! —gruñó Moody—. Es un
hombre confiado, ¿no? Cree que hay que dar una segunda oportunidad. Yo, en cambio, pienso que hay manchas que no se quitan. Manchas que no se quitan nunca, ¿me entiendes?

Snape hizo de repente algo muy extraño. Se agarró convulsivamente el antebrazo izquierdo con la mano derecha, como si algo le doliera.
Moody se rió.

Vuelve a la cama, Snape.
—¡Tú no tienes autoridad para enviarme a ningún lado! —replicó Snape con furia contenida, soltando el brazo como enojado consigo mismo—. Tengo tanto derecho como tú a hacer la ronda nocturna de este colegio.
—Pues sigue haciendo la ronda —contestó Moody, pero su voz resultaba 
amenazante—. Me muero de ganas de pillarte alguna vez en algún oscuro
corredor... Se te ha caído algo, al parecer.

Con una punzada de pánico, Harry vio que Moody señalaba el mapa del
merodeador, que seguía tirado en el suelo, seis escalones por debajo de él.

Cuando Snape y Filch se volvieron a mirarlo, Harry abandonó toda prudencia: levantó los brazos bajo la capa y los movió para llamar la atención de Moody, mientras gesticulaba con la boca «¡es mío!, ¡mío!».

Snape fue a cogerlo; por la expresión de su cara, parecía que empezaba a
entender.

—¡Accio pergamino!

El mapa voló por el aire, se deslizó entre los dedos extendidos de Snape y bajó la escalera hasta la mano de Moody.

Disculpa —dijo Moody con calma—. Es mío, se me ha debido de caer
antes.

Pero los negros ojos de Snape pasaban del huevo en los brazos de Filch al
mapa en la mano de Moody, y Harry se dio cuenta de que estaba atandocabos, como sólo él sabía...

Potter —murmuró.
¿Qué pasa? —preguntó Moody muy tranquilo, plegando el mapa y
guardándoselo.
—¡Potter! —gruñó Snape, y entonces volvió la cabeza y miró hacia donde
estaba Harry, como si de repente fuera capaz de verlo—. Ese huevo es el de Potter, y ese pergamino pertenece a Potter. Lo he visto antes, ¡lo reconozco! ¡Potter está por aquí! ¡Potter, con su capa invisible!

Snape extendió las manos como un ciego y comenzó a subir por la
escalera. Harry hubiera jurado que sus narices de por si grandes se dilataban, intentando descubrir a Harry por el olfato. Atrapado como estaba, Harry se hizo atrás para evitar los dedos de Snape, pero de un momento a otro...

¡Ahí no hay nada, Snape! —bramó Moody—. ¡Pero me encantará
contarle al director lo rápido que pensaste en Harry Potter!
—¿Con qué intención? —inquirió Snape, girando el rostro hacia Moody, pero con las manos todavía extendidas a sólo unos centímetros del pecho de Harry.
¡Con la intención de darle una pista sobre quién pudo meter a ese
muchacho en el Torneo! —contestó Moody, acercándose más al inicio de la escalera—. Lo mismo que yo, está muy interesado en el problema. —La luz de la antorcha titiló en su mutilado rostro, de forma que las cicatrices y el trozo de nariz que le faltaba fueron más evidentes que nunca.

Snape miraba a Moody, y Harry no pudo ver la expresión de su cara.
Durante un momento nadie se movió ni dijo nada. Luego Snape bajó las manos lentamente.

Sólo pensé —dijo intentando aparentar calma— que si Potter había vuelto a pasear por el castillo de noche... (es un mal hábito que tiene) habría que impedirlo. Por... por su propia seguridad.
—¡Ah, ya veo! —repuso Moody en voz baja—. Lo haces por Potter, ¿eh?

Hubo una pausa. Snape y Moody seguían mirándose el uno al otro. La
Señora Norris emitió un sonoro maullido, todavía escudriñando desde los pies de Filch, como si buscara la fuente del olor del baño de espuma.

Creo que volveré a la cama —declaró Snape con tono cortante.
Ésa es la mejor idea que has tenido en toda la noche —dijo Moody

Snape bajó la escalera y pasó por al lado de Moody sin decir nada más.

—. Ahora, Filch, si me das ese huevo...
—¡No! —Filch agarraba el huevo como si fuera su primogénito—. ¡Profesor Moody, ésta es la prueba de la conducta de Peeves!
—Pero pertenece al campeón al que se lo robó —replicó Moody— . Entrégamelo. Ahora mismo.

Filch le hizo una especie de marramiau a la Señora Norris, que miró a Harry fijamente, como sin comprender, antes de volverse y seguir a su amo. Aún con
la respiración alterada, Harry oyó a Snape alejarse por el corredor.

- Dumbledore podrá devolverse lo.

Y firmemente cogió el huevo dorado.
Antes de que Moody dijera algo sonó un gran explosión al otro lado donde ellos estaban.

Filch bajo las escalera rápidamente

- ¡PEEVES!
- Filch tu ve a hacer tu trabajo, yo entregó el huevo.

Filch le entregó el huevo a Moody, y también desapareció de la vista susurrando a la Sra.Norris.

Vamos, cielo mío. Dos trastes en una noche ¡Peeves no se salvará!

Se oyó un portazo. Quedaron solos Harry y Moody, que apoyó el bastón en el primer escalón y empezó a ascender con dificultad hacia él, dando un golpe sordo a cada paso.

Por un pelo, Potter —murmuró.
Sí... eh... gracias —dijo Harry débilmente.
- Buen trabajo Weasley - el ojo mágico veía hacía arriba mientras el normal veía a Harry.

Harry frunció el ceño sin comprender, oyo las pisadas de alguien bajar ¿por qué tenían que haber 4 Weasley en el colegio? Se le hacia difícil saber quien era.

Fred y George quien siempre hacen trastes en el colegio. Ron; Ginny o ambos, quienes son sus compañeros en los problemas.

Las pisadas se detuvieron antes del escalón falso, antes de él.

- Fue un hechizo espectacular - felicito Moody otra vez.
- eh... Gracias - respondió una voz femenina.

¡Era Ginny! ... ¿Por qué estaba Ginny ahí?

¿Qué es esto? —preguntó Moody, sacando del bolsillo el mapa del
merodeador y desplegándolo.
Un mapa de Hogwarts —explicó Harry, esperando que Moody o Ginny no tardaran en sacarlo del escalón falso: le dolía la pierna.
¡Por las barbas de Merlín! —susurró Moody, mirando el mapa. Su ojo
mágico lo recorría como enloquecido—. Esto... ¡esto si que es un buen mapa!
—Sí, es... es muy útil —repuso Harry. Estaba a punto de llorar del dolor—.
Eh...¿creen que podrían ayudarme?
—¿Qué? ¡Ah!, si, claro.

Moody agarró a Harry de un brazo, Ginny del otro y tiraron. La pierna de Harry se liberó del escalón falso, y él se subió al inmediatamente superior. Moody volvió a observar el mapa.

Potter... Weasleyen—dijo pensativamente—, ¿no verían por casualidad quién entró en el despacho de Snape? ¿No lo verías en el mapa?
- No - respondió automáticamente Ginny.
—Eh... sí, lo vi —admitió Harry—. Fue el señor Crouch.

El ojo mágico de Moody recorrió rápidamente toda la superficie del mapa. Ginny lo miró.

¿Crouch? —preguntó con inquietud—. ¿Estás seguro, Potter?
—Completamente —afirmó Harry.
Bueno, ya no está aquí —dijo Moody, recorriendo todavía el mapa csu ojo—. Crouch... Eso es muy, muy interesante.
- Sí - admitió con el ceño fruncido y entre dientes mirando fijamente a Moody, añadió - Demasiado.

Quedó en silencio durante más de un minuto, sin dejar de mirar el mapa.
Harry comprendió que aquella noticia le revelaba algo a Moody, y hubiera querido saber qué era. No sabía si atreverse a preguntar. Moody le daba aún un poco de miedo, pero acababa de sacarlo de un buen lío.

Eh... profesor Moody, ¿por qué cree que el señor Crouch ha querido
revolver en el despacho de Snape?

El ojo mágico de Moody abandonó el mapa y se fijó, temblando, en Harry.
Era una mirada penetrante, y Harry tuvo la impresión de que Moody lo estaba evaluando, considerando si responder o no, o cuánto decir.

Mira —murmuró finalmente—, dicen que el viejo Ojoloco está
obsesionado con atrapar magos tenebrosos... pero lo de Ojoloco no es nada, nada, al lado de lo de Barty Crouch.

Siguió mirando el mapa.

Profesor Moody —dijo Ginny —, ¿piensa usted que esto podría tener
algo que ver con... eh... tal vez el señor Crouch crea que pasa algo...?
—¿Como qué? —preguntó Moody bruscamente.

Ginny se preguntó cuánto podría decir.

No lo sé —murmuró — Últimamente han ocurrido cosas raras, ¿no? Ha salido en El Profeta. La Marca Tenebrosa en los Mundiales, los mortífagos y todo eso...

Moody abrió de par en par sus dos ojos desiguales.

Eres aguda, Weasley. —El ojo mágico vagó de nuevo por el mapa del
merodeador—. Crouch podría pensar de manera parecida —dijo
pensativamente—. Es muy posible... Últimamente ha habido algunos rumores... incentivados por Rita Skeeter, claro. Creo que mucha gente se está poniendo nerviosa. —Una forzada sonrisa contorsionó su boca torcida—. ¡Ah, si hay algo que odio —susurró, más para sí mismo que para Harry y Ginny, y su ojo mágico se
clavó en la esquina inferior izquierda del mapa— es un mortífago indultado!

Harry lo miró fijamente. ¿Se estaría refiriendo a lo que él imaginaba?

Y ahora quiero hacerte una pregunta, Potter... Weasley—dijo Moody, en un tono mucho más frío.

A Harry le dio un vuelco el corazón. Se lo había estado temiendo. Moody
iba a preguntarle de dónde había sacado el mapa, que era un objeto mágico sumamente dudoso. Y si contaba cómo había caído en sus manos tendría que acusar a su propio padre, a Fred y George Weasley, y
A su tío e padrino. Moody blandió el mapa ante Harry, que se preparó para lo peor.

¿Podrías prestármelo?
—¡Ah! —dijo Harry. Le tenía mucho aprecio a aquel mapa pero, por otro
lado, se sentía muy aliviado de que Moody no le preguntara de dónde lo había sacado, y no le cabía duda de que le debía un favor.

Pero, Ginny no pensaba lo mismo. Tuvo el gran impulso de quitárselo de las manos.

—. Sí, vale.
—Eres un buen chico —gruñó Moody—. Haré buen uso de esto: podría ser
exactamente lo que yo andaba buscando. Bueno, a la cama, ya es hora. Vamos...

Subieron juntos la escalera, Moody sin dejar de examinar el mapa como si fuera un tesoro inigualable. Caminaron en silencio hasta la puerta del despacho de Moody, donde él se detuvo y miró al dúo.

—¿Alguna vez has pensado en ser auror, Potter?
—No —respondió Harry, desconcertado.
- Nunca
—Tienen que planteárselo —dijo Moody moviendo la cabeza de arriba abajo—. Sí, en serio. Y a propósito... Potter, supongo que no llevabas ese huevo simplemente para dar un paseo por la noche.
—Eh... no —repuso Harry sonriendo—. He estado pensando en el enigma.

Moody le guiñó un ojo, y luego el ojo mágico volvió a moverse como loco.

No hay nada como un paseo nocturno para inspirarse. Te veo por la mañana.

Entró en el despacho mirando de nuevo el mapa, y cerró la puerta tras él.

Cuando estuvieron alejados del Despacho de Moody, Harry y Ginny pensaron que podían hablar entre ellos.

- ¿Por qué se lo diste? - pregunto Ginny - El mapa ¿por que se lo diste?
- Tranquila... Me ayudo para sacarme del lío... Se lo debía.

Harry no entendía, bueno a él no le gustaba el tener su mapa lejos pero... Ginny se lo estaba tomando muy en serio.

- ¿Tú que hacías allá? - pregunto Harry.
- No podía dormir y me gusta estar en la torre de Astronomía... Bueno no importa... - negó - Hay que saber para que quería el mapa.
- ¿Cosas de ojos locos? - habló Harry sin importancia - ¿Tú causaste la explosión? ¡Súper! ¿Cómo lo hicis...?
- ¡Harry!
-¿¡Qué!? - exclamó - ¿Por qué esa rara actitud?
- Dijiste que el Sr. Crouch estaba en el despacho del Snape.
- Eh... Sí.
- Bueno ¿sabes? Yo estaba cerca de por el despacho de Snape esperando que la profesora Vector salga de la torre de Astronomía.
- ¿Viste a Barty Crouch? -Pregunto Curioso Harry.
- Sí ví a alguien, pero no era el Sr. Crouch.
- ¿Quién era el que estaba en el despacho de Snape?

Ginny se acercó a Harry y habló más bajo.

- El profesor Moody.

• • •

—¡Dijiste que ya habías descifrado el enigma! —exclamó Hermione indignada.
¡Baja la voz! Sólo me falta... afinar un poco, ¿de acuerdo?

Ocupaban un pupitre justo al final del aula de Encantamientos. Aquel día
tenían que practicar lo contrario del encantamiento convocador: el
encantamiento repulsor. Debido a la posibilidad de que ocurrieran
desagradables percances cuando los objetos cruzaban el aula por los aires, el profesor Flitwick había entregado a cada estudiante una pila de cojines con los que practicar, suponiendo que éstos no le harían daño a nadie aunque erraran su diana. No era una idea desacertada, pero no acababa de funcionar.

La puntería de Neville, sin ir más lejos, era tan mala que no paraba de lanzar por el aula cosas mucho más pesadas: como, por ejemplo, al propio profesor Flitwick.

Olvidaos por un minuto del huevo ese, ¿queréis? —susurró Harry,
mientras el profesor Flitwick, con aspecto resignado, pasaba volando por su lado e iba a aterrizar sobre un armario grande—. Lo que quiero es hablaros de Snape y Moody...

Aquella clase era el marco ideal para contar secretos, porque la gente se
divertía demasiado para prestar atención a las conversaciones de otros.

Durante la última media hora, en episodios susurrados, Harry les había relatado su aventura de la noche anterior.

¿Snape dijo que Moody también había registrado su despacho? —
preguntó Ron con los ojos encendidos de interés, mientras repelía un cojín con un movimiento de la varita (el almohadón se elevó en el aire y golpeó contra el sombrero de Parvati, el cual fue a parar al suelo—. Esto... ¿crees que Moody ha venido a vigilar a Snape además de a Karkarov?
—Bueno, no sé si eso es lo que Dumbledore le pidió hacer, pero desde luego es lo que está haciendo —dijo Harry, moviendo la varita sin prestar mucha atención, de forma que el cojín se precipitó del pupitre al suelo—. Moody dijo que si Dumbledore permitía a Snape quedarse aquí era por darle una segunda oportunidad...
—¿Qué? —exclamó Ron, sorprendido, mientras su segundo almohadón
salía por el aire rotando, rebotaba en la lámpara del techo y caía pesadamente sobre la mesa de Flitwick—. Harry... ¡a lo mejor Moody cree que fue Snape el que puso tu nombre en el cáliz de fuego!
—Vamos, Ron—dijo Hermione, escéptica—, ya creímos en cierta ocasión que Snape intentaba matar a Harry, y resultó que le estaba salvando la vida, ¿recuerdas?

Mientras hablaba, repelió un cojín, que se fue volando por el aula y aterrizó en la caja a la que se suponía que estaban apuntando todos. Harry miró a Hermione, pensando... Era verdad que Snape le había salvado la vida en una ocasión, pero lo raro era que no había duda alguna de que lo odiaba, lo odiaba tal como había odiado a su padre cuando estudiaban juntos. Le encantaba quitarle puntos a Gryffindor por su causa, y nunca había dejado escapar la ocasión de castigarlo, e incluso de sugerir que lo expulsaran del colegio.

Me da igual lo que diga Moody —siguió Hermione—. Dumbledore no es tonto. No se equivocó al confiar en Hagrid y en el profesor Lupin, aunque hay muchos que no les habrían dado trabajo; así que ¿por qué no va a tener razón también con Snape, aunque sea un poco...
—... diabólico? —se apresuró a decir Ron—. Vamos, Hermione, a ver, ¿por
qué le registran el despacho todos esos buscadores de magos tenebrosos?
—¿Y por qué se hace el enfermo el señor Crouch? —preguntó a su vez
Hermione—. Es un poco raro que no pueda venir al baile de Navidad pero que, cuando le apetece, se meta en el castillo en medio de la noche.
—Lo que pasa es que le tienes manía a Crouch por lo de esa elfina, Winky
—dijo Ron lanzando un cojín contra la ventana.
Y tú sólo quieres creer que Snape trama algo —contestó Hermione
metiendo el suyo en la caja.
Yo me conformaría con saber qué hizo Snape en su primera
oportunidad, si es que va ya por la segunda —dijo Harry en tono grave.

Para su sorpresa, el cojín cruzó el aula sin desviarse y aterrizó de forma impecable sobre el de Hermione.

- Bueno dejemos el tema... ¿Dices que Ginny vio a Ojo loco?

(...)

Para cumplir el encargo de Sirius y Remus de ser informado sobre cualquier cosa rara que ocurriera en Hogwarts, Harry les envió aquella noche dos lechuzas parda con
una carta en la que le explicaba todo lo referente a la incursión del señor
Crouch en el despacho de Snape, la conversación de éste con Moody y  lo que había dicho Ginny.

Luego dedicó toda la atención al problema más apremiante que tenía a la vista: cómo sobrevivir bajo el agua durante una hora el día 24 de febrero.

A Ron le parecía bien la idea de volver a utilizar el encantamiento
convocador: Harry le había hablado de las escafandras, y Ron no veía ningún inconveniente a la idea de que Harry llamara una desde la ciudad muggle más próxima.

Hermione le echó el plan por los suelos al señalarle que, en el
improbable caso de que Harry o Ginny lograran desenvolverse con ella en el plazo de una hora, los descalificarían con toda seguridad por quebrantar el Estatuto Internacional del Secreto de los Brujos: era demasiado pedir que ningún muggle viera la escafandra cruzando el aire en veloz vuelo hacia Hogwarts.

Por supuesto, la solución ideal sería que te transformaras en un
submarino o algo así —comentó ella—. ¡Si hubiéramos dado ya la
transformación humana! Pero no creo que empecemos a verla hasta sexto, y si uno no sabe muy bien cómo es la cosa, el resultado puede ser un desastre...
—Sí, ya. No me hace mucha gracia andar por ahí con un periscopio que
me salga de la cabeza. A lo mejor, si atacara a alguien delante de Moody, él podría convertirme en uno...
—Sin embargo, no creo que te diera a escoger en qué convertirte
respondió Hermione con seriedad—. No, creo que lo mejor será utilizar algún tipo de encantamiento.

De forma que Harry, diciéndose que pronto habría acumulado bastantes
sesiones de biblioteca para el resto de su vida, se volvió a enfrascar en
polvorientos volúmenes, buscando algún embrujo que capacitara a un ser humano para sobrevivir sin oxígeno. Pero, a pesar de que él, Ginny, Ron y Hermione investigaron durante los mediodías, las noches y los fines de semana, y aunque Ginny solicitó a la profesora McGonagall un permiso para usar la Sección Prohibida, y hasta Harry le pidió ayuda a la irritable señora Pince, que tenía aspecto de buitre, no encontraron nada en absoluto que capacitara al dúo para sumergirse una hora en el agua y vivir para contarlo.

Harry estaba empezando a sentir accesos de pánico, que ya le resultaban conocidos, y volvió a tener dificultad para concentrarse en las clases. El lago, que para Harry había sido siempre un elemento más de los terrenos del colegio, actuaba como un imán cada vez que en un aula se sentaba próximo a
alguna ventana, y le atrapaba la mirada con su gran extensión de agua casi congelada de color gris hierro, cuyas profundidades oscuras y heladas empezaban a parecerle tan distantes como la luna.

Exactamente igual que había ocurrido antes de enfrentarse al colacuerno,
el tiempo se puso a correr como si alguien hubiera embrujado los relojes para que fueran más aprisa. Faltaba una semana para el 24 de febrero (aún quedaba tiempo); cinco días (tenía que ir encontrando algo sin demora); tres días (¡por favor, que pueda encontrar algo!, ¡por favor!).

Mientras cada uno tenía su mente en la segunda prueba, Ginny no había dejado de pensar en lo sucedido aquella noche.

Ella podía jurar que era ojo loco, pero Harry nunca vio nada en el mapa del Merodeador.

En Hogwarts (ya las tantas veces que repetía Hermione) no se podía desaoarecer. Entonces esa opción quedaba descartada.

Harry dice que vio al Sr. Crouch en el mapa ... Había algo que no cuadraba y Ginny lo averiguaría.

Claro...si sobrevivía a la segunda prueba.

(...)

Cuando quedaban dos días para la prueba, Harry volvió a perder el apetito. Lo único bueno del desayuno del lunes fue el regreso de una de las lechuzas parda que le había enviado a sus tíos. Le arrancó el pergamino, lo desenrolló y vio la carta más corta
que Sirius le había escrito nunca:

Envíame la lechuza de vuelta indicando la fecha de vuestro próximo permiso para ir a Hogsmeade.

Harry giró la hoja para ver si ponía algo más, pero estaba en blanco.

Este fin de semana no, el siguiente —susurró Hermione, que había leído la nota por encima del hombro de Harry—. Toma, ten mi pluma y envíale otra vez la lechuza.

Harry anotó la fecha en el reverso de la carta de Sirius, la ató de nuevo a la pata de la lechuza parda y la vio remontar el vuelo. ¿Qué esperaba? ¿Algún consejo sobre cómo sobrevivir bajo el agua? Había estado tan obcecado con contarle a Sirius y Remus todo lo relativo a Snape y Moody que se había olvidado por
completo de mencionar el enigma del huevo.

—¿Para qué querrá saber lo del próximo permiso para ir a Hogsmeade? — preguntó Ginny.
No lo sé —dijo Harry desanimado. Se había esfumado la momentánea
felicidad que lo había embargado al ver la lechuza—. Vamos, nos toca Cuidado de Criaturas Mágicas.

Se despidieron de Ginny.

Ya fuera porque Hagrid intentara compensarlos por los escregutos de cola explosiva, o porque sólo quedaran ya dos, o porque intentara demostrar que era capaz de hacer lo mismo que la profesora
Grubbly-Plank, el caso es que desde su vuelta había proseguido las clases de ésta sobre los unicornios.

Resultó que Hagrid sabía de unicornios tanto como de monstruos, aunque era evidente que encontraba decepcionante la carencia de colmillos venenosos.

Aquel día había logrado capturar dos potrillos de unicornio, que, a
diferencia de los unicornios adultos, eran de color dorado. Parvati y Lavender se quedaron extasiadas al verlos, e incluso Pansy Parkinson tuvo que hacer un gran esfuerzo para disimular lo mucho que le gustaban.

Son más fáciles de ver que los adultos —explicaba Hagrid a la clase—. Cuando tienen unos dos años de edad se vuelven de color plateado, y a los cuatro les sale el cuerno. No se vuelven completamente blancos hasta que son plenamente adultos, más o menos a los siete años. De recién nacidos son más confiados... admiten incluso a los chicos. Vamos, acercaos un poco. Si queréis podéis acariciarlos... Dadles unos terrones de azúcar de ésos.
—¿Estás bien, Harry? —murmuró Hagrid, haciéndose a un lado, mientras la mayoría se arracimaba en torno a los potros.
Sí.
—Pero un poco nervioso, ¿verdad?
—Un poco.
—Harry —dijo Hagrid apoyándole en el hombro su enorme mano, lo que
hizo que las rodillas de Harry se doblaran bajo el peso—, me preocuparía por ti si no te hubiera visto enfrentarte a ese colacuerno. Pero ahora sé que eres capaz de cualquier cosa, así que no estoy nada preocupado. Ginny y tu son los mejores. Lo harán muy bien. Ya han descifrado el enigma, ¿no?

Harry afirmó con la cabeza, pero al hacerlo lo acometió un loco impulso de confesar que no tenía ni idea de cómo aguantar una hora bajo el agua. Alzó la vista para mirar a Hagrid. Tal vez fuera de vez en cuando al lago para atender a las criaturas que vivían en él. Porque cuidaba de todos los animales de los terrenos del colegio...

Van a ganar —masculló Hagrid, volviendo a darle palmadas en el
hombro, de forma que Harry sintió que se hundía cinco centímetros en el suelo embarrado—. Lo sé. Lo presiento. ¡Ganarán!

No tuvo valor para borrar de la cara de Hagrid la feliz sonrisa de confianza. Fingiendo que se interesaba por los pequeños unicornios, hizo un esfuerzo
para sonreír a su vez y se adelantó para acariciarles el cuello, como hacían todos.

____________________________________

Perdón por la demora pero para recompensarlo ¡Ya publiqué los one-shots!

Y uno de ellos tienen un spoiler de la 5 temporada, solo 2 palabras : Los Dursley.

Yo ya había preguntado esto pero lo vuelvo a hacer.

¿Quién creen que salvará Ginny?

Todavía no me he decidido así que ayuda!!!

Travesura realizada

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