¿QUÉ ESCONDES? ✔️

By OriGarc

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El apellido Strasser significa una cosa: problemas. Yo no lo sabía, hasta que fue demasiado tarde para escapa... More

Personajes
Prólogo
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PLAYLIST
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Anuncio
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33 (Capítulo final)
Epílogo
Extra (Reencuentro de Everly y Reid)

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By OriGarc

Llegué al sitio en el que Shay me citó y de inmediato pude notar a un grupo pequeño de personas, entre las cuales reconocí a Asher, Sabrina, y Lars. Me saludaron desde la distancia mientras que yo les devolví el gesto con una sonrisa.

Inspeccioné la zona detenidamente hasta que finalmente encontré a Shay a varios pies de distancia.

Ella abrazaba a otra chica cuando decidí acercarme a ellas.

—Hola, Shay —dije desde su espalda.

Shay soltó a la chica, se giró y me sonrió—: ¿Cómo estás, Everly?

—Estoy bien, ¿y tú?

—Excelente.

—Bueno, ya nosotros nos vamos —anunció la desconocida.

—Te llamo luego para contarte —le dijo Shay.

—Seguro. Adiós —la chica se despidió de mí agitando una de sus manos y se alejó.

Desde mi punto, me di cuenta de que todos se estaban subiendo en sus autos para marcharse.

—¿Se van todos? —pregunté.

—Ah, sí. Es que necesito el lugar solo —sonrió maliciosamente—. Estoy a punto de avisarle a Reid para que nos veamos aquí. Ya sabes, necesitamos privacidad —me guiñó un ojo.

Demonios. Eso había sido muy incómodo.

Tragué en seco y me obligué a hablar—: Ya que nombraste a Reid, quiero hablarte de un asunto que lo involucra.

Estando completamente solas ahora, no me parecía el escenario más alentador, pero tenía que decirlo sin importar lo desagradable que fuese.

—¿Qué pasa con Reid? —alzó una ceja.

—Vine aquí porque no podía decirte esto por el teléfono... No es fácil de decir.

Shay me miró, escéptica.

—Simplemente dilo —se cruzó de brazos.

—¿Recuerdas la noche que estuvimos todos aquí?

—Sí, lo recuerdo.

—La mañana siguiente, Reid y yo hablamos y...

—¿Y qué? Ya termina de hablar, Everly.

Respiré hondo antes de seguir. Necesitaba un aliento de fuerza para lo que iba a decir.

—Él y yo casi nos besamos.

Shay dio un paso atrás. Su expresión relajada desapareció por completo.

—¿Qué?

Bajé la mirada a mis pies—: Pensé que tenías que saberlo.

—¿Reid te gusta?

—No —me apresuré a decir.

Pero estaba mintiendo. Sí me gustaba, y mucho.

Recuerda, Everly. Sé honesta, sé honesta.

—De acuerdo, sí me gusta —rectifiqué de golpe.

—¿Por qué no me lo habías dicho? Te pregunté si estabas interesada y dijiste que no. ¿Por qué mentir?

—Yo nunca quise... Lo siento.

—Sabes que él me gusta de verdad...

—Shay, vine aquí para decirte la verdad. No pretendo interponerme entre él y tú, si eso es lo que piensas. No lo haré.

—¿Qué significa eso?

—Que si de verdad te gusta, yo me haré a un lado.

Por más difícil que me resultase alejarme, si ella me lo pedía, yo lo haría. Era lo correcto, aunque por dentro me sintiera terrible.

Shay soltó una carcajada amarga—: ¿Acaso sabes cómo me hace sentir eso?

No supe qué responder, así que guardé silencio, esperando que ella continuara.

—Sé que le gustas, Everly. He visto como él te mira... Yo sólo pensé que... Olvídalo —su mirada reflejaba tristeza y me dolió verla así—. Yo me lo busqué. Él me dijo lo que quería antes de empezar algo siquiera, pero fui tan estúpida.

Eso sí que no me lo esperaba. La vulnerabilidad que estaba mostrando me dejó bastante sorprendida.

—No sé qué decir.

—No hace falta que digas nada.

—Lo siento, Shay.

Realmente lo hacía. Hacerla sentir mal no era mi intención.

—No creo que podamos seguir siendo amigas, Everly.

—Pero...

—Ahora no. Necesito tiempo. No te odio pero...

Si ella necesitaba espacio, se lo daría. Esperaba que pudiésemos superar todo en su momento.

—Lo entiendo.

—Quiero estar sola —me dio la espalda.

—¿Te quedarás aquí?

—Sí.

—Siempre estaré dispuesta a hablar contigo, Shay. Y de verdad lamento haberte herido.

Ella no respondió y entonces supe que habíamos terminado.

Entré al auto y me concentré en salir de ahí tan rápido como pudiera.

En el trayecto de camino a casa, encendí la radio para distraerme un poco de lo que había sucedido hacía minutos, pero eso no estaba dando mucho resultado. Mi mente seguía dándole vueltas y haciéndome sentir peor.

Sobresaltándome, mi nuevo teléfono comenzó a vibrar en el asiento a causa de una llamada entrante de Dylan.

Bajé el volumen de la radio y atendí la llamada.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Necesito tu ayuda. Es urgente.

—¿Tuviste un accidente? —mi corazón se aceleró.

—No. Bueno, algo así. Llegué a recoger los dulces que encargó mi mamá, como te había dicho, pero al entrar me di cuenta de que dejé mi billetera en casa.

—¿En serio, Dylan?

—Sí, y necesito que por favor me la traigas. ¿Puedes?

Al parecer no era la única distraída entre nosotros.

—Voy en camino. ¿Dónde estás? —pregunté.

—En la pastelería del centro.

Dylan adjuntó una foto después del texto, donde mostraba el cartel decorativo de la pastelería. Era gigantesco y de color rosa.

—Bien, voy para allá.

Colgué la llamada y conduje directo a la casa de Dylan.

Bajé del auto e instantáneamente noté a Dylan, quien se encontraba sentado en un banquillo justo enfrente de la pastelería.

—¡Hasta que por fin llegas! —exclamó él.

—Deberías estar dándome las gracias en vez de quejarte

—Sí, sí gracias. ¿Y la billetera?

Saqué la pequeña billetera de uno de los bolsillos de mi sudadera y se la entregué.

—Gracias —sonrió—. Ven, acompáñame adentro y así me cuentas cómo te fue.

Ambos entramos al local y enseguida el inconfundible aroma a chocolate y canela inundó mis fosas nasales.

—Empieza, entonces —insistió Dylan.

—Nada salió bien, en resumen.

—Necesito más detalles que ese.

—Intenté ir al grano y funcionó porque Shay mencionó a Reid al principio, entonces aproveché la ocasión. Le conté lo del casi beso y allí se molestó mucho, lo que era obvio. Le dije que lo sentía pero ya sabes cómo es. Ella ya no quiere saber nada de mí.

—¿Qué?

—Sí, como lo oyes.

—¿No crees que exageró?

—No lo creo. A fin de cuentas, no sabemos cómo se sintió ella —objeté—. Estaba muy molesta, y triste.

—¿Eso significa realmente que ya no son amigas?

—Siempre estaré para lo que necesite, pero ella no quiere verme, así que supongo que no.

—Se arreglarán, ya verás. Tengo el presentimiento.

—Eso espero.

—¿En qué puedo ayudarles? —preguntó la chica detrás del mostrador.

Nuestra conversación terminó indefinidamente.

En cuanto miré a la vendedora con más atención, pude reconocerla.

—¿Anisa? —dijo Dylan.

—¡Hola, Dylan! —Anisa sonrió—. Hola, Everly.

—Hola —dije yo.

—No sabía que trabajabas aquí —habló Dylan.

—Es mi primera semana —explicó ella—. ¿Quieren algo?

—Vengo por el pedido de Martha Simons —le informó Dylan.

—Ah, sí. Enseguida lo traigo —Anisa atravesó una puerta y desapareció tras ella.

—¿No te molesta si le llevas tú los dulces a mi mamá? —me preguntó Dylan.

—¿Qué? ¿Por qué yo?

—Quiero invitar a Anisa a salir por ahí después de su turno.

—Claro, tú sal con tu conquista y a mí que me lleve el diablo.

—No seas ridícula —puso los ojos en blanco—. Si tú salieras con Reid, yo no tendría ningún problema.

—Está bien, deja las comparaciones. Yo se los llevaré a tu mamá.

—Gracias, eres lo máximo.

—Lo sé.

Anisa salió por la puerta con una caja de cartón en las manos.

—Aquí está. Dos canolis, un pastel de manzana y un volcán de chocolate —dijo ella.

—¿Podrías agregarle un brownie, por favor? —le pidió Dylan a Anisa.

—Por supuesto.

Anisa metió el brownie en la caja y luego se la entregó a Dylan.

—Gracias —dijimos Dylan y yo al unísono.

Dylan pagó todo, me entregó la caja con los dulces y después me hizo una seña no tan indiscreta para que me largara de ahí.

—Bueno, me tengo que ir —dije—. Fue un gusto verte, Anisa.

—Igualmente —respondió ella mientras sonreía.

—Te llamo luego, Dylan.

Dylan asintió, sin prestarme mucha importancia, y entonces salí del pequeño local.

Después de llevarle los dulces a la madre de Dylan, me quedé casi dos horas parloteando con ella en su casa. Cuando se hizo tarde, le dije que no podía seguir con nuestra charla porque sabía que si tardaba en llegar a casa, mi madre se molestaría en serio conmigo. De haber sido por mí, me hubiera quedado más tiempo con la señora Simons. Ella era muy graciosa, casi tanto como Dylan.

Cuando llegué a casa, estacioné el auto en la entrada y revisé la hora en mi teléfono. Eran las 10:36 p. m. Mi mamá no estaría feliz.

Estaba a punto de entrar en casa cuando escuché unos gritos provenientes de la mansión de los Strasser. Atraída por la reciente agitación, permanecí observando hacia esa dirección y de repente vi a Reid saliendo por el portón. La calle estaba bastante oscura pero aún así pude darme cuenta de la evidente expresión de frustración en su cara.

Él se pasó la mano repetidas veces por el cabello con impaciencia. Lo vi dar un par de pasos hacia aquí y hacia allá pero siempre se detenía.

Sin pensarlo dos veces, decidí acercarme y preguntarle si estaba bien.

—Hola —dije, ya estando a su alcance.

Al parecer no se había percatado mucho de mi presencia porque se sorprendió cuando escuchó mi voz.

—Hola —respondió al fin.

—¿Estás bien?

—Sí.

Bien, no estaba muy hablador.

—¿Estás seguro? Porque no pareces estar bien.

—Estoy bien —dijo tajante.

—Reid...

—¿Por qué siempre tienes que meter la nariz en mis asuntos? —soltó bruscamente—. Vete.

¿Qué?

—Que estés de mal humor no te da el derecho de comportarte como un imbécil conmigo —dije, defendiendo mi postura—. Mejor me voy.

Le dí la espalda y caminé nuevamente en dirección a mi casa pero me detuve cuando oí el timbre grave de su voz.

—Espera...

Me volví hacia él.

—Lo siento —dijo, aún con la cabeza baja—. No debí hablarte así. Estuvo mal.

—Está bien.

No respondió ante mi asentimiento. Me acerqué a él de nuevo.

—¿Sabes que todo el mundo tiene problemas, verdad? No eres el único —dije.

—Soy consciente de eso.

Él se sentó en la acera de la calle y yo lo tomé como una invitación para hacer lo mismo.

—Estás triste, me doy cuenta —advertí.

Reid chasqueó la lengua y puso sus ojos en blanco.

—No estoy...

—No intentes negarlo. Yo nunca fallo en estas cosas. ¿Qué haces para animarte cuando estás triste?

Reid me miró como si no pudiera creer que le estuviese preguntando tal cosa.

—Estoy esperando una respuesta...

—¿Qué haces tú cuando estás triste?

—No se vale, yo pregunté primero.

—Sí quieres una respuesta de mi parte tendrás que responder tú primero.

Si se tratara de otra persona, lo dejaría pasar con facilidad, pero estaba hablando de Reid, la persona por la cual había sentido una inmensa curiosidad desde que llegó aquí. Así que sí, cedí.

—A ver... —me rasqué la barbilla—. Cuando estoy triste siempre me anima hornear. Hacer galletas, pasteles, lo que sea.

—¿Eso te funciona? —frunció el ceño.

—Siempre —asentí—. De hecho, es casi terapéutico para mí. La mejor parte es cuando todo está listo y puedo comer los resultados.

—Lo probaré algún día.

—Ahora tú.

—No se te escapa nada, ¿eh?

—No.

—No puedo creer que vaya a responder a esto.

—Vamos, dilo.

—Blanco siempre me pone de mejor humor —admitió—. Sacarlo a pasear, ya sabes. Nadar también.

—¿Por eso estabas en la piscina aquella vez de noche?

Me dedicó un leve asentimiento.

—Sólo un lunático entraría en la piscina a esa hora —dije.

Las comisuras de su boca se elevaron un poco. Eso es, lo había hecho sonreír.

—¿Somos amigos? —pregunté de pronto.

Reid pestañeó varias veces antes de contestar—: ¿Tú qué crees?

—Creo que sí.

—Entonces sí.

—Bueno, como mi amigo quiero que sepas que puedes hablar conmigo siempre. Lo digo en serio.

Él asintió.

—Sólo quería dejarlo claro.

—Está bien —dijo, con la voz muy baja.

Cuando pensé que no diría nada más, me sorprendió con lo que salió de su boca.

—Gracias.

Lo miré y le dediqué una sonrisa. Estuve mirándolo por más tiempo del que había planeado.

—¡Everly! Te estaba esperando. Entra a la casa, son las once de la noche. ¡Entra ya! —la voz de mi madre se escuchó en toda la calle. Nos miraba desde la entrada de mi casa.

—¡Ya voy! —grité, me levanté de la cera y Reid hizo lo mismo—. Supongo que nos veremos luego.

—Buenas noches, Everly.

—Buenas noches, Reid.

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