El Legado Salazar I - Nina

By AndreaAster

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Ocho años atrás, Nina Salazar dio su libertad a cambio de ayudar a un desconocido, y así emprendió su camino... More

Querido lector
Capítulo 1 - Parte 1
Capítulo 1 - Parte 2
Capítulo 2 - Parte 1
Capítulo 2 - Parte 2
Capítulo 3 - Parte 1
Capítulo 3 - Parte 2
Capítulo 4 - Parte 1
Capítulo 4 - Parte 2
Capítulo 5 - Parte 1
Capítulo 5 - Parte 2
Capítulo 6 - Parte 1
Capítulo 6 - Parte 2
Capítulo 7 - Parte 1
Capítulo 7 - Parte 2
Capítulo 8 - Parte 1
Capítulo 8 - Parte 2
Capítulo 8 - Parte 3
Capítulo 9 - Parte 1
Capítulo 9 - Parte 2
Capítulo 10 - Parte 1
Capítulo 10 - Parte 2
Capítulo 11 - Parte 1
Capítulo 11 - Parte 2
Capítulo 12 - Parte 1
Capítulo 12 - Parte 2
Capítulo 13
Capítulo 14 - Parte 1
Capítulo 14 - Parte 2
Capítulo 15
Capítulo 16 - Parte 1
Capítulo 16 - Parte 2
Capítulo 17 - Parte 2
Capítulo 17 - Parte 3
Capítulo 18 - Parte 1
Capítulo 18 - Parte 2
Capítulo 19 - Parte 1
Capítulo 19 - Parte 2
Capítulo 19 - Parte 3
Capítulo 20 - Parte 1
Capítulo 20 - Parte 2
Capítulo 21
Capítulo 22 - Parte 1
Capítulo 22 - Parte 2
El Legado Salazar Libro II

Capítulo 17 - Parte 1

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By AndreaAster


—Míralos bien, Nina. Recuerda sus caras. De ahora en adelante serán tus enemigos.

La niña tragó el nudo que tenía en la garganta. Observó al resto de aprendices de su edad. Se encontraban en medio de la arena de estilo romano, entrenando con sus respectivos maestros.

―Pelearás contra ellos en este torneo y en los siguientes. Quiero que los aplastes. Intentarán hacerte la vida imposible, pero no les dejes ganar.

Reprimió un escalofrío y asintió. Ella no necesitaba entrenar. Llevaba meses preparándose para la competición. Kaufman se había asegurado de que estuviera lista. Aun así, la inquietud se instaló en su estómago. ¿Y si eran mejores que ella? ¿Y si no podía ganarles a todos? Se estremeció, ¿qué pasaría entonces?

—Ahora, las gradas.

Obedeció de forma inconsciente y paseó la mirada por ellas. Analizó a los espectadores. No sólo eran miembros del Gremio, también había civiles y personas importantes del mundo mágico, como el jefe de policía.

Fue de derecha a izquierda hasta detenerse en el palco del Consejo. Los tres estaban allí, y su presencia bastó para que el nudo en su pecho se apretara aún más.

—Estamos aquí por ellos. Es el momento de llamar su atención. Quiero que les des un espectáculo digno de recordar, ¿entendido?

Ella dejó la cabeza gacha.

—Sí, maestro.


Por el rabillo del ojo vio al público. La ovacionaban a todo volumen, pero en ese momento su alrededor estaba en el más absoluto silencio. Sólo podía escuchar el tamborileo de su corazón.

Lo había conseguido. Había ganado el torneo. El inconsciente troll que tenía delante, veinte veces más grande que ella, era la prueba. Había ganado en todos y cada uno de los combates en los que había participado, con solo un corte en un costado como recuerdo temporal.

Se dio la vuelta en dirección a la salida de la arena. La tensión que la había acompañado hasta el momento se evaporó como el agua y le entraron ganas de llorar de alivio. Sintió que sus piernas se volvían de gelatina, pero no podía derrumbarse. Debía mantener la cabeza alta o Kaufman la castigaría por su debilidad.

Llegar a la puerta fue un suplicio, pero la tortura no acabó ahí. Aún quedaba la sala de espera, que debía cruzarse para entrar o salir.

Continuó su camino sin detenerse. Se centró en poner un pie detrás del otro y en mantener la vista al frente. No quería cruzar la mirada con nadie que estuviera allí.

—¡Hey, espera!

No tuvo que darse la vuelta para saber que se dirigían a ella.

Un chico le cortó el paso. Era de piel pálida y un poco más alto que ella. Sus ojos eran del color de un cielo nublado y estaban cubiertos en parte por un lacio flequillo, negro como el carbón.

Para sorpresa de Nina, sonrió y extendió la mano de forma amigable.

—Me llamo Sion. Lo que has hecho ahí fuera no se ve todos los días. Ha sido impresionante. ¿Cómo te llamas?

La niña contempló con dubitación aquella mano extendida. Por un momento, una parte de ella luchó por estrecharla. Sería tan agradable poder hablar con otra persona... Hacer un amigo. Sin embargo, sabía que eso no sería posible, y ahogó aquel sentimiento. Su rostro perdió toda expresividad y su mirada se vació de toda emoción.

—No estoy aquí para relacionarme con otros. Te recomiendo que no vuelvas a acercarte a mí.

Esquivó al chico y continuó su camino.


—¡¿Qué es lo que pasa contigo, eh?! ¡¿Te crees especial?! ¡¿Crees que puedes llegar a la cima?! ¡Sigue soñando!

Nina no supo cómo responder. ¿Por qué estaba aquel chico tan enfadado con ella? ¿Porque le había ganado en combate? ¿Por qué? ¿No estaban en un torneo?

Él la agarró del cuello del jersey. Despedía rencor por cada poro de su piel. Le miró a los ojos y la recorrió un escalofrío ante la oscuridad que los velaba.

¿Por qué? ¿Por qué Kaufman tenía razón? Le odiaba. Odiaba su situación. Lo odiaba todo. ¿Por qué nadie podía entenderla? ¿Por qué nadie podía ver que no hacía las cosas porque quisiera?

—Te crees mejor que los demás, ¿no es así? No vamos a dejar que te salgas con la tuya. Nadie aquí te apoya. No dejaremos que un monstruo como tú se acerque al Consejo.

A Nina se le nubló la vista. Si no podía acercarse al Consejo jamás sería libre. No, eso no. Cualquier cosa menos eso. La desesperación la golpeó de lleno y algo en su interior se torció. Relajó los hombros y sus ojos se apagaron por completo.

Ante aquellos pozos sin fondo el chico que la agarraba tembló, pero no pudo apartar la mirada. Tragó saliva y vaciló. Había pensado que ganaría la pelea con facilidad. Pero... Aquella chica podría matarle.

Ese momento de duda fue todo lo que Nina necesitó. Agarró el brazo que la sujetaba y lo retorció con una velocidad difícil de igualar. Inmovilizó a su dueño contra el suelo y le puso un pie en el hombro. Presionó, presionó y presionó.

—¡¡¡Ah!!! ¡Lo siento! ¡No me acercaré más a ti! ¡Para, por favor! ¡Me vas a romper el brazo!

Los alaridos la sacaron del trance en el que había entrado. Parpadeó un par de veces con desorientación. Se dio cuenta de lo que estaba haciendo y soltó al chico. Se alejó de él y se contempló las palmas de las manos como si estuvieran manchadas de sangre. ¿Qué había hecho?

—Monstruo... ¡Eres un monstruo! ¡Demonio!

El aprendiz la contempló con aversión y miedo. Se levantó con rapidez y se resguardó en el amigo que le había acompañado, quien hasta el momento no había hecho más que mirar la escena como una estatua.

Por un segundo pareció que la atacarían entre ambos, pero en vez de eso huyeron despavoridos. Nina no se dio cuenta de nada. En ese instante, no podía apartar la vista de sus manos.


Como tantas otras veces, el sabor metálico de su propia sangre le nubló el gusto. Sabía que volvería a ocurrir.

Se incorporó y fijó una mirada de indiferencia en la aprendiz que acababa de golpearla. La respaldaban seis compinches.

—Aunque te consideran una niña demonio, no es que seas gran cosa.

Nina se puso de pie con una expresión vacía. Se limpió con el pulgar el hilo rojo que bajaba por su labio.

—¿Qué? ¿No me lo vas a devolver? ¿No vas a hundirme en el barro como has hecho antes ahí fuera? Ante las miradas de todos.

Los ojos de la chica brillaron con ira y resentimiento pero la morena permaneció impasible.

—Habrá que enseñarle una lección ―dijo uno de sus amiguitos.

—Estaba pensando justo lo mismo. Además, ¿quién va a echar en falta a un monstruo?

Nina apretó los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Su rostro se mantuvo neutro, carente de emociones.

Los siete aprendices la habían acorralado contra la pared. Iban a darle una paliza. Lo sabía. Su corazón se aceleró con anticipación. Sin embargo, no pelearía contra ellos. No quería hacerles daño. No heriría a nadie más. No se convertiría en un verdadero monstruo.


Kaufman observó a Nina de arriba a abajo, con una ceja alzada y una mueca de fastidio. Estaba llena de golpes, se habían cebado con ella.

—Les has dejado ganar.

—Eran siete, Maestro. No he podido con todos a la vez. Yo...

Él estiró la palma de la mano para que se detuviera.

—Podrías con quince, y lo sabes. Ya te lo he dicho antes, preocuparte por otros es tu punto débil. Tu sensibilidad no te llevará a ninguna parte aquí. —Sacudió la cabeza y se cruzó de brazos—. No quiero que piensen que mi alumna es una pusilánime. Si la próxima vez no les plantas cara, te haré pasar por lo que ellos te hagan multiplicado por cien, ¿entendido? Y ni se te ocurra dejar que esto afecte a tus peleas en los torneos.

Ella asintió con la mirada clavada en el suelo.

—Sí, Maestro.


La espera hasta que alguien cogió el teléfono se le hizo eterna.

—¿Sí?

El mundo se le cayó encima cuando reconoció la voz de su madre. Por un momento pensó que no sería capaz de pronunciar palabra. Cuando lo consiguió, la garganta le escoció como si la tuviera irritada.

—¿Mamá?

—¿Nina? Oh, cariño. ¿Cómo estás? ¿Estás bien? Hace mucho que no hablamos...

La niña sintió sus ojos arder mientras contenía las lágrimas. Se esforzó para que su voz no temblara. Se había jurado a sí misma que no dejaría que su madre se enterara de su situación. Le rompería el corazón saber por lo que su hija estaba pasando.

—Sí... Estoy bien. Sólo llamaba para hablar con la abuela. ¿Está por ahí? Es... algo importante.

Durante largos segundos al otro lado de la línea sólo hubo silencio. Un silencio de dolorosa expectación.

—Claro. Dame un momento. Voy a por ella.

Pudo escuchar movimiento. Su abuela cogió el teléfono.

—Nina, ¿qué ocurre? ¿Qué ha pasado?

—Abuela, esto es algo que sólo puedo contarte a ti. Por favor, asegúrate de que mamá no esté escuchando.

—No lo está haciendo, cielo. Cuéntame qué ha pasado.

Nina no pudo contenerse más y se echó a llorar. Entre sollozos le contó todo lo que había pasado en las últimas semanas. Su pérdida de control, las agresiones de los otros aprendices y la amenaza de su maestro.

—Estoy asustada, abuela. Tengo miedo de mí misma. Tengo que luchar, pero me asusta perder el control otra vez. ―Se interrumpió por un hipido y se limpió las lágrimas con la manga de su jersey―. No quiero herir a nadie... ¿Qué puedo hacer?

Escuchó la respiración pausada de su abuela antes de que le diera una respuesta.

—Sólo puedes hacer una cosa. Tendrás que entrenar aún más duro, aprender a anular tus sentimientos y a pelear con precisión. Todos tus movimientos tendrán que estar pensados de antemano y deberás mantener la cabeza fría en todo momento. —Hizo una pausa y la niña pudo escucharla suspirar—. Cariño... No puedo decirte que esto va a acabarse porque no lo hará. No puedes cambiar lo que la gente piensa de ti, sólo tu forma de actuar.



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