—De verdad no sé qué es lo que hacemos aquí...
Johanne miraba la entrada del enorme complejo militar que se encontraba frente a ella, Greg y Sherlock franqueaban a ambos lados. El segundo se preguntaba lo mismo, aunque al principio fuera su idea para resolver una ¨ecuación¨ pendiente que moría por descubrir hace tiempo. Ayudó mucho que en vez de dos semanas, Jo tardara en recuperarse solo una.
—Tendrías que haberlo visto venir —el inspector palmeó la espalda de la rubia, intentando animarla—; poco a poco vas descubriendo cosas nuevas de tu pasado.
—La cuestión es que ya no estoy segura de querer hacerlo... —se dijo a sí misma, a raíz de lo último acontecido con Moriarty.
—Sé que debes estar muy nerviosa y tener miedo, pero tranquila. Estaré contigo en todo momento y nos iremos en cuanto tú lo desees. Si te sientes mal, aunque sea mínimo, dímelo y salimos de acá.
—Habla como si fuera a dejarme recluida.
—Para nada —soltó una risita nerviosa—. ¿Andando?
— ¿Es una especie de tortura que tenga que soportar todo este dialogo cursi y perder el día en este lugar? Esto es aburrido —al fin habló el detective y fue entonces cuando recordaron que iba con ellos.
Greg le miró exasperado, rodeando los ojos. Johanne ni siquiera tenía tiempo para hacerle caso, pues estaba atragantándose con el miedo que se acumulaba como nudo en su garganta. Y así era siempre, los únicos momentos en que Watson no tenía todos sus sentidos en Holmes, era cuando hablaban sobre su pasado, sus recuerdos.
—Nadie te obligó a venir —le reprochó el peligris.
— ¿No? —preguntó, como si fuera evidente lo contrario.
—De hecho no —prosiguió contestándole Lestrade—. Claramente te dije que tu presencia no era necesaria y solo le competía a Johanne, pero dijiste que harías lo que quisieras y subiste al auto.
—... Como sea. Es aburrido.
No quería decirlo, pero la verdad era que necesitaba estar a su lado, tenía que encontrar una excusa para estar con Watson.
— ¿No tiene caso pelear contigo, verdad? —preguntó el mayor.
Entonces se escuchó una risita tenue y acampanada. La risa de Jo era discreta; tanto Sherlock como Greg voltearon la mirada a tiempo de verla tapándose la boca intentando calmar su hermosa risa. En algún momento de esa conversación la rubia había escuchado y la habían distraído de su nerviosismo. Lestrade se preguntó: ¿cómo podía ir por el mundo rompiendo corazones así? Porque estaba seguro que había una lista interminable de admiradores tanto en su pasado como en el presente —de hecho ya conocía a unos cuantos, incluidas mujeres—; en donde quiera que ella viviera, estaba seguro que había dejado un corazón roto.
— ¿Qué pasa? ¿qué es tan gracioso? —le preguntó Sherlock.
Ella lo vio directamente a los ojos y aunque quiso esquivar la mirada de él, la atrapo en ella olvidándose ambos por completo de su alrededor, incluso de Lestrade. Tenía una mirada... ¿seductora? Tanto que le hizo hervir por dentro; pero al final, el que esquivó la mirada fue él. Jo pudo admirarlo de perfil, lo guapo que era; su piel tenía un color hermoso, con la luz de esa mañana era como malvavisco rosa y se veía increíblemente suave. Sus mejillas habían tomado un color divino debido al rubor que apareció en ellas al igual que las de Watson, a quien los ojos le brillaban y el corazón le bombeaba tan rápido que en cierto punto dejó de latir; se detuvo unos segundos, ¿qué diablos le estaba pasando? ¿por qué siempre le pasaba eso con él?
—Ah... —dijo, cuando ya pudo recuperar el aliento y la compostura— ¿tienes un trastorno de personalidad múltiple?
Fue lo único que se le ocurrió a la pobre chica, mientras Greg se divertía de lo lindo con ese momento —sobre todo con las expresiones del detective—.
— ¿Por qué lo dices?
—Porque en algunas ocasiones eres tan sensible que no me sostienes la mirada y otras me obligas a bajarla.
— ¡Yo no soy sensible! —se expresó ofendido el rizado.
—En algunos momentos me hablas y en otros ni siquiera soportas estar en la misma habitación que yo —analizó, pero ya eso no le afectaba pues comenzaba a acostumbrarse a su forma de ser.
Entonces el otro al fin calló por un instante.
—Um... ¿crees que deba pedir una evaluación psiquiátrica? —Sherlock torció un poco el gesto antes de preguntar en un intento de chascarrillo.
—Quizá —miró de nuevo al frente y se decidió—. Bueno... andando —ya estaban ahí, ya no había vuelta atrás. Caminó a la entrada dejándolos a unos metros de distancia.
Cuando Lestrade le comentó la idea estaba muy convencida y se le antojaba bastante, pero en el camino se lo había pensado mejor. No importaba ya, tenía que armarse de valor y continuar con su búsqueda del pasado —ahora sombrío oficialmente—, así le gustara lo que descubriera o no. Aunque para ser sincera, se dijo, no todo tiene que ser tan malo ¿o sí?. Decidió que algo bueno tenía que salir de todo eso: como Mike Stamford, ese hombre era parte del pasado lindo de Johanne.
— ¿No cree que exagera con los cuidados y atenciones a esa chica? —dijo en un tono bajo.
— ¿Y qué esperas que haga? —le contestó el otro, en murmullos— ¿qué la deje a su suerte? Después de todo soy detective inspector ¿no?
—Hay muchos en esa situación y no l0 veo fervientemente decidido a ayudarles a la brevedad. Fue solo un accidente como muchos.
—Un accidente que, te recuerdo, le quitó todo. ¿Te has puesto a pensar en todo lo que ella ha perdido? perdió más que su salud: perdió a su familia, perdió sus recuerdos, perdió todo por culpa de un desgraciado que la mandó cazar y asesinar; y además, Jo se ha convertido en una joven muy querida para mí y no soy el único interesado en descubrir su pasado sino también tu hermano que lo hace por ti pues se lo pediste, porque si mal no recuerdo, tú de igual manera te interesaste —el detective solo escuchaba el regaño del otro, haciendo una mueca tras otra y una mucho más evidente al mencionar a Mycroft—. Así que ahora no me digas que son demasiadas atenciones las que le doy porque me parece que no es nada en comparación con lo que hemos hecho. Mycroft dice que últimamente no has hecho nada más que merodear a su alrededor como un sabueso y tu cercanía le empieza a preocupar.
Lo de ¨merodear como sabueso¨ irritó mucho al rizado, pero para cubrir su molestia se bufó de aquella preocupación.
— ¿Preocupado? Ja, debí suponerlo, Mycroft exagera demasiado. Y hablando de sabuesos, dígale a su amo que no se preocupe... además, ¿desde cuándo se lleva tan bien con mi hermano? —sonrió a medias, como mofa—, veo que la relación va progresando y ya están en el siguiente nivel. ¿Habremos pasado a segunda base?
— ¡Por todos los cielos! —gruñó por lo bajo—. Déjate ya de esos chistes, Sherlock. No tiene que ver nada, solo quiero que todo esté bien aquí.
—Todo está mucho mejor aquí, no se preocupen por nada, ¿ok? —le palmeó el hombro y avanzó apenas dos pasos.
— Sherlock, ¿Cuándo vas a admitir que te gusta?
— ¿Qué?... —se detuvo, mirándolo de reojo y fingiendo no saber a qué se refería—, ¿de qué habla? No sé a qué se refiere.
— ¿Sera por eso que te molestas cuando obtenemos información nueva y te reúsas demasiado a que sepa la verdad de su vida pasada? Sera que... temes que una vez que lo sepa se marche —y lo último no lo preguntó, lo afirmó con seguridad.
—Suficiente —el rizado ya había tenido demasiado de sus comentarios ¨absurdos y carentes de sentido¨, así que alzó un poco la voz en un susurro para detenerle.
—Algún día lo aceptaras... —y al decir lo siguiente apuntó hacía Watson que caminaba distanciada hacía la cabina de recepción— solo recuerda que ella tiene todo el derecho a saber la verdad.
— ¿Porque será que todo el mundo me dice eso? —miró en varias direcciones intentando no darle mucha importancia a aquellas palabras, dándole a entender que no tenía idea de a que se referían y continuó su caminar.
Pero la verdad es que independientemente de cualquier cosa, a Greg en serio le preocupaba la rubia. Ahora la quería casi como una hija, la que jamás había tenido. Y Watson había sufrido tanto que le resultaba imposible que alguien sobreviviera a todo eso, por lo menos no sin volverse loco.
Luego de que Johanne llegara a la cabina de vigilancia y entrada, le fue difícil decirle al soldado que cuidaba en la puerta el por qué estaban ahí. Así que tuvo que esperar hasta que el inspector estuviera con ellos para que le dieran el pase, ya se había comunicado ¨alguien¨ con uno del alto mando en el cuartel, quien estaba al tanto de la situación mental de la joven, pero hasta donde se le había dicho, había sido por un accidente de auto y punto. El Teniente no se mostró nada indiferente al nombrársele a Watson, y muy por el contrario, aceptó con gusto recibirles y tener una visita de la mencionada. Además de ayudarle en lo que necesitase.
La experiencia de Jo una vez que se adentró más en el recinto, fue muy parecida a su primera vez en el Bart's. Muchos la miraban anonadados, algunos como si fuera un fantasma, otros le saludaban de lejos alzando una mano y sonriendo, otros con sumo respeto colocando su mano en la frente al saludar y pudo escuchar a algunos cuchichear ¨Es Watson¨ entre sorpresa y desconcierto. Las mejillas de Jo se tiñeron de rosa por la vergüenza y se mantuvo un rato más cuando el Teniente General Smash —un hombre pálido, pelirrojo y cuarentón—, no se limitó al saludo oficial, sino que la atrajo a él, abrazándola. Ante la mirada curiosa de los otros dos.
—Por la forma en la que Johanne ha sido recibida una vez dentro tal parece que en efecto tiene historia aquí —habló Greg, sonriente.
—No se imaginan a que grado. La capitana Johanne Watson marcó su estancia aquí de una manera extraordinaria.
— ¿En serio? —preguntaron sorprendidos Lestrade y Jo. Sherlock le miró con más atención, entrecerrando un poco los ojos.
— ¿Capitana? —preguntó luego la chica, con sorpresa.
—Por supuesto, ese es tu título y te lo ganaste a pulso, del regimiento B: los Fifth Northumberland Fusiliers. Lamento el que no puedas recordar nada ahora, pero el anterior al mando, cuando yo era General te tenía también en una alta estima; muchos aquí de hecho. Los nuevos a simple vista no te conocen pero conocen tu nombre y tus hazañas en el cuerpo militar. Eres una leyenda digna de respeto en el ejército.
Los tres escucharon atentos la historia militar de la rubia. Greg y Johanne no dudaron en preguntar y mostrar sus caras de asombro por cada nuevo descubrimiento increíble mencionado; Sherlock, como siempre, se limitó a escuchar con atención, parecía atar cabos sueltos pero aún había algo que no cuadraba.
—Esta joven... —y sonriente, apuntó a ella—. Ha llegado muy lejos en poco tiempo, no habíamos visto a nadie con tanto talento. Sobresalió siendo la mejor capacitada y experta tanto en medicina como en el uso de armas y en el combate cuerpo a cuerpo. Era conocida y aclamada por ser la más fuerte, hábil... y más hermosa —soltó una risita juguetona con cariño, lo cual avergonzó aún más a la joven—; causaba revueltas entre los jóvenes por quien se ganaba su respeto y una salida con ella, incluso cuando se le asignó un grupo que comandar, muchos se disputaron los lugares —entonces soltó a carcajadas, sobre todo al ver como esta se sonrojaba, jamás la había visto avergonzarse demasiado y eso le parecía curioso—. Nadie podía igualarla en términos de combate, el uso de armas y destreza médica. Jamas fallaba un tiro, tiene un buen ojo para eso; su rapidez y agilidad al disparar y desplazarse era de envidiar. Su habilidad en combate más destacada, por mucho sobre su agilidad, era y espero que así siga siendo: una fuerza descomunal, era capaz de hacer grietas enormes y huecos del tamaño de un auto en el suelo o paredes, haciéndolos vibrar y hacer volar unos cuantos metros al pobre incauto que tuviera enfrente con un puñetazo, terminando en recuperación en el hospital por los daños colaterales.
—Un momento, ¿cómo dice? —Greg lo interrumpió pues no conocía aquella parte de Jo, a quien consideraba una muñeca de porcelana delicada.