2006
Mis intentos desesperados por lograr ponerme en contacto con Alexander no habían llevado a nada. Si él respondía yo no podía saberlo porque su cuenta estaba completamente privada. Sin embargo, sí había podido ver que a los pocos días él había puesto una relación con su mejor amiga, aquella que siempre había estado delante de mí y había conseguido destrozar por completo mi corazón. Había escrito cosas para que él leyese que sabía que no me perdonaría nunca como yo tampoco me lo perdonaba a mí misma, pero la rabia era tanta. Pensar que él podía haber seguido adelante en tan solo un par de días o que podía haberme estado engañando con su amiga mientras decía amarme había sido un duro golpe para mí.
Era igual que un perro maltratado que ha aprendido a morder antes de que la mano que le da de comer pueda quitarle la comida. Yo era de aquellas que no soportaba que la costra se quitase sola o la tirita se despegase con el tiempo, tenía que quitármela entera de un tirón.
Aquello me recordó el tiempo en que tuve una venda por un esguince y habían decidido ponerme una de esas que se pega a la piel para evitar que el vendaje fuese cediendo o no fuese lo suficientemente fuerte. El principal problema es que había que quitarla después del tiempo que me habían dicho que tenía que estar con ella. Nunca imaginé que algo así podía llegar a doler tanto. Tenía que tener cuidado por si me arrancaba mi propia piel, pero mezclado con el vello que salía por pura naturaleza humana en mi pierna, ví completamente las estrellas. No obstante, como buena masoquista, no fue nadie quien me lo quitó sino que yo, poco a poco fui separando mi pierna de aquel condenado pegamento. Mojé con agua caliente la venda, hice todo lo que pude, pero finalmente una porción no se desprendía. Tras irme hasta el salón, poco a poco fui quitándola. El dolor fue horrible, pero sabía que sería mucho peor si me lo quitaba alguien más y por alguna extraña razón deseaba valerme por mí misma para estas cosas en las que podían verme desnuda. De haber sabido lo que vendría después me hubiese importado poco mi desnudez.
Él estaba con alguien, Nikolai estaba desaparecido, no quería ni oír hablar de Misha... estaba sola, completamente sola. No tenía amistades a las que poder agarrarme. Yo sola me había vuelto un ser horrible, masoquista, que en cualquier momento que tuviese un poco de felicidad a mi alcance la apartaba mandando al diablo a quien me la ofrecía. Mi amigo Damian también había desaparecido en toda aquella ecuación.
De vez en cuando aparecía alguien con quien fingir que la vida era fantástica, pero no había nada bueno en todo aquello. ¿Cómo podía aceptar el hecho de que una vez más me había quedado completamente sola? Sí, me lo había buscado, claro que me lo había buscado y por ese motivo había vuelto a hablar con Misha, había vuelto a sus brazos y lo había vuelto a dejar porque no era el hombre que yo quería que fuese. Yo quería que fuese por una parte Alexander y por otra parte que fuese otra persona, alguien que realmente me amase por ser como era, por alguien que no le importase mi locura, que soportase mis idas y venidas, que... que estuviese siempre ahí.
Sabía que lo que podía era algo imposible y por alguna razón para mí desconocida necesitaba demasiado afecto de otras personas. Tendría que ver con mi propio cariño conmigo misma, pero no era fácil reconocerlo en voz alta y menos a mi psicóloga que aunque me ayudaba mucho y había hablado de muchas cosas con ella, todo resultaba aún muy complicado.
Isobel estaba allí, hablándome de ciertas cosas que le había comentado antes y finalmente tuve la valentía de expresar aquello que no decía en alto. ¿Por qué? ¿Porque si no lo hacía lo más probable es que la ayuda que recibía siempre terminase siendo un fracaso?
— Me... me cuesta aceptar muchas cosas en voz alta. Sé que hago cosas mal, lo sé, pero me avergüenza reconocértelas. No me siento a gusto ni tan siquiera pensándolas, se me ponen las tripas verdes y cuando no acepto la verdad es algo tan simple como... si no lo digo no lo hago. Lo sé, sé que no servirá la terapia de nada si no lo acepto, pero me cuesta tantísimo admitirlo. Es como si creyese que tú vas a hacerme daño con eso, como si fuesen mis puntos débiles, fácilmente atacables y...
Isobel frunció su ceño y se inclinó ligeramente hacia delante sorprendida por todos los años que llevábamos juntas sin que le hubiese comentado todo eso.
— ¿Crees que voy a usar lo que me digas para hacerte daño?
— Una parte de mí sí, otra no... sabe que solamente quieres ayudarme. Pero he aprendido que mi cerebro funciona como en dos niveles, como las dos memorias de un ordenador. En una está el sistema operativo, aquella que no se puede borrar, como yo funciono y ese subconsciente odioso que siempre me está repitiendo lo mala que soy, lo poco que valgo, mi nula importancia en la existencia humana, etc. Luego está la otra, aquella en la que puedo pensar, puedo razonar, que le cuesta mucho ponerse a la cabeza, pero que termina logrando que comprenda tras horas interminables escuchando a la otra, que no tiene sentido todo eso, que no tienes porqué herirme, pero... el miedo está ahí.
Isobel suspiró antes de negar ligeramente.
— Los miedos a menudo son irracionales, Kyra. Tan irracionales que si los proyectamos desde un punto lógico ninguno se basa en un razonamiento de esa índole. Uno puede tener miedo a que le caiga una teja encima de la cabeza cuando va caminando por la calle, pero ¿cuántas son las probabilidades de que eso ocurra en realidad? Sí, las hay, no es imposible, pero podemos pasarnos toda la vida viviendo con ese miedo a que nos caiga esa teja en la cabeza, o intentar comprender que podemos tener una vida plena y que jamás nos caiga esa teja en la cabeza y nos mate —dijo con una sonrisa en sus labios mientras movía sus hombros ligeramente—. La cuestión está en ti, ¿quieres seguir viviendo aferrada a ese miedo o intentar vivir de otra manera? ¿Quieres enfrentar la irracionalidad con tu propia razón o dejar que ésta te arrastre?
Me quedé mirándola y bajé mi mirada a mis manos después. Supe que no había otra opción. Tenía que enfrentar mis propios miedos antes de poder seguir avanzando y el primero era mi temor a que ella me hiciese daño. Si no podía confiar en ella, ¿en quién lo haría? Por lo que, como nuevo propósito, había aceptado bucear por todo aquello que dolía de verdad.