Después de fregar los platos, el chico había vuelto al dormitorio. Mark seguía durmiendo en la terraza, así que la cama era el lugar más apropiado para hablar con Joane sin molestar. Al otro lado de la pantalla, sino la chica estaba maquillándose. Tenía una cita, pero no una cita romántica, sino una para aclarar las cosas con Mario. Jack se enteró aquella tarde de lo que pasaba su amiga había estado pensando sobre el chico. Joane estaba decidida a hablar con él y a arreglarlo todo. Le gustaba y Jack tenía razón al decir que antes de quedarse con una duda, es mejor tener una conversación. Aquella noche se reunirían por segunda vez en el Kanagawa. Joane seguía dándole vueltas a lo de su madre. Por más que intentase convencerse de lo contrario, aquella llamada de madrugada no era una buena señal.
— Quizá es una señal de esas que te envía el Universo —dijo Jack bromeando— y ha llegado la hora de que les hagas una visita.
Joane no dijo nada, pero su amigo pudo ver su cara de desconcierto. No quería ser orgullosa, pero era difícil no serlo cuando durante toda su vida había tenido que callar ante situaciones con las que no estaba conforme. Ya no era la niña judía con la que se metían los otros niños del colegio, ya no era la niña rebelde que no quería seguir las tradiciones impuestas por su familia. Ella era Joane Moon, no le debía nada a nadie. Vivía de su propio trabajo y era suficiente, no necesitaba nada de unos padres que le habían dado la espalda. ¿Por qué ceder ante unas personas que nunca habían cedido?
— Puede que tengas razón y la llamada no haya sido un accidente. A lo mejor es un toque de atención.
— ¿Por qué querría mi madre captar mi atención después de todo este tiempo? Esa es la cuestión.
— Las cosas cambian, Jo. Puede que haya pasado algo y se arrepienta, que quiera cambiar las cosas. No creo que sea positivo que pienses tanto las cosas, sólo conseguirás agobiarte.
Jack era muy maduro y tenía siempre aquella tendencia a analizarlo todo, por eso Joane siempre quería saber su opinión. Raramente habían tenido un pensamiento igual y eso hacía que hablar las cosas con él fuese de gran ayuda. Le daba puntos de vista distintos que no tendría por sí misma. Los dos amigos estuvieron hablando un poco más hasta que Joane captó la voz de Mark de fondo, llamando a Jack. La sonrisa nerviosa que asomaba en el rostro de su amigo era preciosa, ella amaba verlo tan feliz. Decidió colgarle porque de todas maneras ya era la hora de salir. Se puso el casco, cogió las llaves y salió de su piso dando un portazo, casi sin darse cuenta de que lo había hecho. Condujo la moto con tranquilidad por las carreteras casi desiertas de la ciudad, procurando mantener la mente en blanco y no pensar de más, tal y como Jack le había aconsejado.
Mario estaba sentado en el bordillo con la mirada perdida en algún punto indefinido. Joane lo vio antes de aparcar la moto y lo observó con detenimiento mientras se quitaba el casco. Aquel hombre era el pecado encarnado. Su piel morena, su pelo repeinado hacia atrás, sus labios carnosos... Respiró profundamente varias veces antes de echar a andar a su encuentro. No estaba dispuesta a dejarse llevar por sus instintos. Mario se levantó rápidamente en cuanto la vio llegar y le dio dos besos como saludo. Ella pudo notar el olor a perfume y sus instintos volvieron a hacerse notar. Hasta el aroma de su desodorante era excitante. A pesar de que habían aclarado que sólo quedaban para mantener una conversación y no dejar las cosas de aquella manera, los dos se habían vestido como si fueran a otro tipo de cita. Él no podía apartar los ojos de ella, de aquel mono de color negro que se ajustaba a su cuerpo, perfilando una silueta que podría haber estado expuesta en un museo. Joane intentaba disimular, pero aquella camisa blanca ajustada, aferrada a los músculos marcados del chico, favorecía y mucho al español. La camarera los guio hasta una mesa para dos personas. Aquella noche no había demasiados clientes, de hecho el Kanagawa estaba prácticamente vacío. Se sentaron y pidieron, pues pensaban consumir lo que habían consumido en su cita inicial. Estaban algo nerviosos, cotilleaban sus móviles sin estar haciendo nada realmente, sólo porque ninguno de ellos sabía cómo empezar a hablar. Joane inhaló con los ojos cerrados y dejó el móvil a un lado. Ya estaba acostumbrada a iniciar las conversaciones incómodas.
— Así que eres un pandillero —dijo más bruscamente de lo que habría querido—.
— No te lo voy a negar, pero no le hice nada a Jack.
— Eso me ha quedado claro con las mil veces que me lo has dicho.
— Vale, ¿entonces qué es lo que te molesta?
La chica cogió su vaso de agua y bebió sin apartar la mirada de él. Una idea cuestionable apareció por su mente, pero por suerte llegó la camarera con los platos. Le dieron las gracias y se colocaron en la postura adecuada para comer. Los dos tenían hambre y pocas ganas de discutir. Comiéndose su pequeño bol de arroz hervido, Joane dio con las palabras exactas que había estado buscando todos aquello días.
— Me decepcionaron.
— ¿Quiénes? —preguntó él sin entenderla—.
— Nosotros.
Mario no la estaba entendiendo en absoluto, pero no sabía qué decir, así que sus reacciones siempre eran caras sin expresión y silencios incómodos. La cena transcurrió así y al final no aclararon nada. El chico se había atrevido a preguntar en qué la había decepcionado, pero fuese por el vino que había bebido o por cualquier otra razón, Joane no había respondido a aquella pregunta. La chica pidió la cuenta sin previo aviso justo en el momento en el que el teléfono de Mario vibró. Era un mensaje de ella. Una ubicación.
— Ha sido una cena entretenida —comentó Joane levantándose de la mesa bajo la atenta mirada de Mario—, si quieres seguir hablando ya sabes dónde encontrarme.
La chica no dio tiempo a que le respondiese y salió caminando con tranquilidad por la puerta, colocándose el casco para subirse a su moto. Mario pudo ver cómo la chica se marchaba desde la mesa, todavía con el móvil en la mano, incapaz de creerse lo que estaba pasando. Joane le había enviado la ubicación de su casa. Lo estaba invitando a ir y él, que en realidad se moría de ganas, no estaba seguro de que fuese lo más apropiado. Cuando la moto del chico dejó atrás el restaurante rumbo al piso de Joane, las dudas sobre lo que estaba haciendo habían desaparecido de su cabeza y las hormonas habían tomado el control de sus acciones de manera definitiva. Finalmente, Joane había cedido a sus instintos.
El timbre sonó varias veces. Al abrir la puerta, el cuerpo de Joane quedó descubierto ante los ojos de Mario. Ni rastro del elegante mono negro que llevaba, la chica sólo tenía la ropa interior y el maquillaje. El chico no pudo evitar sonrojarse, tanto por vergüenza como por el calor que rápidamente se había esparcido por su cuerpo. Joane lo agarró de la camisa y lo empujó al interior del piso, cerrando la puerta después. Se acercó tanto a él que sus respiraciones se mezclaban. Le acarició la cara con ternura, haciendo que Mario comenzase a respirar de manera agitada.
— Tengo un poco de calor, Joane... ¿Tienes agua fría?
— En la ducha sí, ¿quieres que nos bañemos?
Joane estaba desinhibida. No era una chica reprimida, vivía su sexualidad con total libertad y sin tabúes, pero el deseo que sentía hacia Mario y el vino habían acabado por excitarla a un nivel al que no había llegado antes. Dio el primer paso y acariciándole el cuello unió sus bocas en un beso pasional, dejando que su lengua rozase con timidez la de él. Mario seguía anonadado por lo que estaba viviendo, pero a aquellas alturas le era muy complicado seguir controlándose. Abrazó a la chica por la cintura, pero fue cuestión de unos pocos segundos que sus manos acabasen agarrándola de las nalgas, apretándola con fuerza contra su cuerpo. Joane gimió de satisfacción al sentir cómo la levantaba en el aire y la llevaba en brazos hasta el sofá, cogida por el trasero. Se tumbó sobre ella y notó como rodeaba su cintura con las piernas mientras le desabrochaba la camisa con poca delicadeza. Sus manos captaron el vello corporal de Mario y lo acariciaron. Usualmente no se sentía atraída hacia chicos con vello, pero en aquel momento eso no era en absoluto un obstáculo. Era el vello de Mario y era con Mario con quien quería tener relaciones. Estaba tan entregada al momento que ni siquiera recordaba sus prototipos o sus preferencias. Sólo quería sentirle a él. Mario se deshizo de la camisa y siguió tocándola, acariciando cada parte de su cuerpo con una sensibilidad especial que no había notado en nadie más. Sus manos encontraron así aquellas cicatrices. Estaban a ambos lados de los pectorales de Mario y eran de un tamaño considerable. Joane se paró a mirarlas, recorriéndolas con la yema de los dedos. Él se separó un poco de ella, visiblemente incomodado, pero ella no pensaba renunciar y rodeó el cuello de Mario con sus brazos, besando su boca. No obstante, algo se había torcido y él se levantó del sofá, alejándose con los brazos cruzados. Joane se incorporó, quedando sentada. Mario se giró para mirarla y la chica captó un brillo triste en sus ojos. Fue en ese momento cuando sus sospechas se confirmaron.
— Ha sido un error —dijo él inesperadamente—.
— Hace cinco segundos no pensabas lo mismo. ¿Es por las cicatrices?
Mario no respondió, mas llevó sus manos a su pecho de manera instintiva, cubriéndose. Joane no tenía ninguna duda de lo que aquellas cicatrices significaban, era demasiado intuitiva como para no darse cuenta.
— ¿Crees que me va a dar asco? —preguntó mirando al chico a los ojos—. Eso es lo que me decepciona, Mario. La maldita mimeomia.
Esa era la cuna de la decepción de Joane. Mario no era el problema, nadie era el problema en realidad, es posible que ni siquiera hubiese un problema. Joane había luchado toda la vida por ser ella misma. No quería ser la niña judía, no quería ser la niña que renegaba de su origen, no quería ser la rebelde y tampoco quería ser la novia o la mujer de alguien. Joane Moon era una persona individual, única e irrepetible, no había nadie como ella en todo el planeta. Toda la vida había arrastrado pensamientos y emociones frustrantes debido a ello, pero no le había puesto nombre hasta que Jack le habló de la mimeomia, el fiasco que se siente al comprender que es demasiado sencillo encajar en estereotipos, quieras o no, incluso aunque estés luchando por alejarte de los estándares. Esa había sido la vida de Joane, una lucha constante contra los estereotipos que la ahogaban: estereotipos racistas sobre los judíos, estereotipos machistas en su familia, estereotipos sobre su estética y su aspecto... Toda una vida de resistencia, de querer deshacerse de prejuicios, y casi siempre acababa encasillada en los malditos estándares de la sociedad, justo como acababa de pasar aquella noche. La mimeomia era posiblemente lo que más odiaba aquella chica de vivir en el mundo de los humanos.
— Lo has pasado mal —comentó de pronto, después de unos instantes en silencio—. Te comprendo, pero tienes que empezar a entender que no todo el mundo es igual. Yo soy Joane y a mí me gustas tú, seas transexual o no.
Mario se puso tenso al instante, mirando a la chica sin pestañear. Ella no pudo controlar su risa y se tumbó en el sofá, tapándose la boca para intentar silenciar sus carcajadas.
— ¿Desde cuándo lo sabes?
— ¿Acaso importa? Yo no soy un estereotipo de las tías con las que has estado, Mario. A mi me da igual lo que tengas entre las piernas. Me interesabas antes siquiera de saber tu nombre, tus genitales no me van a espantar.
— Tampoco sería tan raro. Me ha pasado antes.
— Ya te lo he dicho. Yo no estaba antes, estoy ahora. No soy un patrón de persona, no compares mi existencia a ninguna otra y no mires lo que sea que tenemos desde la perspectiva de tus relaciones anteriores. Deja tus prejuicios y tus experiencias pasadas a un lado y vamos a acabar lo que empezamos.
Mario se quedó mirándola pensativo, pero su indecisión desapareció junto con el sostén de Joane. El chico volvió a tumbarse en el sofá, esta vez junto a ella, besándole los pechos con las manos de la chica acariciándole la nuca. La tenía abrazada con fuerza por la cintura y sus manos bajaban poco a poco para quitarle la última prenda de ropa que conservaba puesta. Joane quedó totalmente desnuda y Mario la contempló como quien contempla una obra de arte. La chica se subió encima de él y le desabrochó el pantalón con una sonrisa traviesa en la cara. Mario se veía nervioso, pero no impidió que la chica le bajase los pantalones y se los quitara, tirándolos en algún punto inconcreto del piso. Joane se lo quedó mirando desde esa posición, estirado a lo largo de sofá, con las piernas separadas y ese calzoncillo negro de Gucci. Estaba excitada y ver a aquel hombre así lo empeoraba todo. Necesitaba hacerlo ya. Se tumbó junto a él, acariciándole el pecho y besándolo.
— ¿Has estado antes con alguien como yo?
— ¿Alguien como tú? Sí, he estado con hombres antes.
— Ya sabes a qué me refiero.
— Mario, deja de preocuparte. Eres un hombre con vagina, ¿y qué? Vamos a la cama de una vez.
La chica se levantó y abandonó el sofá. Mario la miró, viendo como se balanceaban sus glúteos a cada paso que daba. La siguió hasta la cama y antes de subirse, se quitó el calzoncillo. Joane lo miró por unos segundos, pero enseguida lo rodeó con los brazos y lo atrajo hacia ella. Aquella noche quería sexo e iba a tenerlo.