El guapo desconocido gritó mi nombre al notar que estaba despierta, y le sonreí. ¿Cómo no iba a hacerlo con semejante bombón? Mi corazón nunca había latido tan fuerte por nadie. Me sentía viva.
Tenía una voz preciosa y unos ojos increíbles. Su cabello rojo fuego estaba alborotado y pensé que se veía muy tierno de esa forma. Llevaba una bata de hospital y tenía un pequeño rasguño en la frente. Debía de ser un paciente. Volvió a hablarme y pensé que me moría de la excitación.
—¿Estás bien? Por favor, ¡dime que te encuentras bien! —Analicé su rostro, parecía algo alterado. Para comportarse de esa forma deduje que debía conocerme. Su rostro me sonaba por alguna razón, pero no caía en la cuenta, por lo que le pregunté.
—¿Quién eres? —al pronunciar esas palabras, sus facciones se desfiguraron, quedándose en un estado de shock.
Después de un rato en silencio, retomó la conversación.
—¿No... no sabes quién soy? —titubeó con nerviosismo.
—¿Debería conocerte? Tu rostro me suena —indagué.
El chico cerró los ojos unos segundos y se dejó caer, apoyando sus rodillas en el suelo y la cabeza en la cama. Las lágrimas comenzaron a fluir por su rostro y no supe muy bien qué hacer.
—Es mi culpa... —murmuró entre llantos—, yo debería estar en esa cama, ¡no tú! —Dio un golpe al colchón. Parecía estar colapsando.
No entendía porqué la gente lloraba de esa forma, nunca empaticé con ese tipo de sentimiento, pero por algún motivo me produjo algo de lástima verlo de esa forma, así que acaricié su cabeza. ¿Estaba así por mí? ¿porque no lo recordaba?
En lo que seguía haciendo conjeturas, otro chico muy similar entró por la puerta. Tenía el cabello blanco, y los ojos verdes, era muy guapo, tanto como el primero, ¿podrían ser gemelos?
Aún así mi corazón no se agitaba de la misma forma con el último. Tal vez el pelirrojo era mi novio y no podía recordarlo.
—¡Hana! —el peliblanco vino hacia mí, nervioso y me tomó del rostro—. ¿Cómo estás?
—¿También te conozco? —respondí. Sus ojos se abrieron más de lo normal y miró al pelirrojo, que era un mar de lágrimas.
—¿No sabe quienes somos? —cuestionó. Vi cómo el aludido negaba con la cabeza, y este le agarró con violencia de la bata, haciendo que se incorporase—. ¡Qué mierda hiciste! ¡esto es tu culpa! ¡¿acaso no tienes ojos para ver la puta carretera?!
Sonó muy enfadado, mientras que el otro ni tan siquiera parecía tener fuerzas para contestar y continuaba llorando.
—¡Dime! —replicó el de los ojos verdes—. ¡¿Qué estabas haciendo para tener el accidente?! El del otro vehículo se mató, ¿lo sabías? —Di por sentado que se trataba de un accidente de tráfico y que había perdido la memoria. Toqué mi cabeza, notando una venda alrededor.
Un hombre de bata blanca entró en la habitación, encontrándose con el panorama.
—El tipo que conducía el otro automóvil iba en dirección contraria —aclaró—, por lo que no tendrán problemas legales. Por otro lado, la paciente se dio un golpe muy fuerte en la cabeza, que le provocó una amnesia disociativa y localizada. Ha podido olvidar algunos sucesos que le resultasen estresantes durante los últimos meses, pero podría recuperarlos en cuestión de minutos, horas, días, e incluso años. Sin embargo, nada lo garantiza.
—¡¿Qué está diciendo?! —chilló el peliblanco—. ¿Que tal vez, nunca recupere la memoria?
—Lo usual es que sí, pero podría pasar. Sin embargo tiene suerte de no haberse matado. El golpe le produjo una hemorragia muy fuerte. La paciente debería descansar, traten de no agobiarla demasiado en las primeras horas, es bueno que la ayuden a recordar, pero en este momento se encuentra delicada.
—¿Puedo irme a casa? —intervine—. Mis padres me matarán si la prensa arma un escándalo por esto. Podrían decir que andaba borracha o cualquier cosa y no me interesa eso. —El médico se quedó observándome sorprendido.
—¡¿Es que no lo escuchaste, tonta?! Debes descansar. —El de los ojos verdes me hablaba con toda la confianza del mundo.
—Claro que lo escuché, imbécil. —Me estaba poniendo de los nervios—. Pero estoy bien, solo quiero volver a casa.
—¿Acaso sabes siquiera dónde vives? —replicó el imbécil.
—¡Claro que lo sé! Vivo sola en un apartamento en Seúl.
—¿Qué más recuerdas? —continuó.
—Estudio ciencias políticas en la universidad y voy a clases de teatro.
—¿Pero no te acuerdas de mí, ni de él? —señaló al pelirrojo, que estaba mirándome en ese momento, callado.
—Él... ¿podría ser mi novio? —me aventuré. El del iris amarillo enrojeció, mientras que el otro me echó una mirada que parecía de despecho.
—Yo soy tu novio —aclaró el peliblanco.
—Oh... ¿pero cómo vas a ser tú, si apenas he hablado contigo unos segundos y ya no te trago? —repliqué.
—Esa era la gracia de nuestra relación, estúpida.
El médico se aclaró la garganta, e intervino diciendo que me darían el alta. Abandonó el lugar, y mi supuesto novio se abalanzó sobre mis labios, besándome de forma apasionada. No lo hacía mal, ¿sería por eso que salía con él? Una imagen se me apareció en la mente, tal y como si fuese un fragmento olvidado, o un recuerdo. Estaba gimiendo en la cama, y alguien estaba dándome estocadas por detrás. No podía verle la cara, pero quizás se tratase de él. Tal vez era bueno follando, y por eso accedí a una estúpida relación. Pero el otro... el pelirrojo me atraía más.
—Tonta... me preocupaste mucho —murmuró mi novio, apartándome algunos mechones de la cara.
—Al menos dime tu nombre antes de besarme, ¿no crees? —argumenté.
—Perdona, tienes razón. Yo soy Saeran y ese es mi gemelo, Saeyoung —señaló a mi chico ideal, que parecía ser el hermano de mi novio—. Tuvisteis un accidente de tráfico y perdiste la memoria.
—¿Cómo lo tuvimos, con exactitud? ¿y por qué estaba contigo y no con mi novio? —me dirigí al que respondía al nombre de Saeyoung.
—Oh, b-bueno... —Se llevó la mano a la nuca—. Es complicado. Estábamos discutiendo y... —A juzgar por su nerviosismo, parecía estar ocultándome algo, pero no tenía idea de qué.
—Discutiendo por la carretera, ¡fenomenal! —gritó Saeran—. Eres un irresponsable de mierda, ¡mira lo que ha pasado por tu culpa!
El pelirrojo agachó la cabeza, dejando caer más lágrimas. Parecía sentirse muy culpable.
—Oye, no creo que fuera tu culpa. —Intenté tranquilizarlo—. Estas cosas pasan. Y dijeron que el otro coche iba en dirección contraria.
—Pero no debí apartar los ojos de la carretera, ¡soy un estúpido, Hana! No merezco que sientas compasión por mí, ni que me perdones. Todo es mi culpa.
Decidí acercar mi mano a la suya, posándola encima. Una especie de electricidad se apoderó de todo mi cuerpo al tocarlo. ¿Por qué me sentía así, si mi novio era otro?
El chico me apretó la mano, como si fuera lo que más necesitase en ese momento, pero su hermano me apartó.
—Eres mi novia, ¿recuerdas? —gruñó—. Y ahora vamos a casa. —Se levantó para recoger mis cosas. Tomó un vestido rosa del armario, que debía ser mío, y ropa interior a conjunto—. ¿Necesitas ayuda con esto? —se ofreció.
En realidad no la necesitaba, pero parecía hacerle ilusión vestirme, así que acepté, asintiendo con la cabeza.
—Muy bien, lárgate de aquí, zanahorio. Debo vestirla. —Su gemelo se levantó sin decir nada, yendo hacia la salida—. ¿De verdad no te acuerdas de nosotros? —preguntó al quedarnos solos.
—No. —Me incorporé, quitándome la bata por el cuello, y dejando mis pechos al aire libre. Vi cómo se mordía el labio, recreándose en la vista, y se acercó para colocarme el sostén. Me apartó el cabello a un lado, y hundió la cabeza a un lado de mi cuello para abrochar la prenda. Mientras lo hacía, notaba su respiración cargada, llena de tensión—. ¿Eres bueno en la cama? —Fui directa. Me interesaba saber ese dato, ya que era probable que estuviese con este debido a eso.
—¿Quieres comprobarlo? —desafió. Sentí sus labios sobre mi cuello y suspiré—. Una vez te dije que yo no ponía ropa si no que la quitaba. Iba a hacer la excepción pero estás logrando que me arrepienta. —Su voz era muy sensual.
—Me gusta que lleves la iniciativa, pero también adoro tener el control —respondí, rodeándole el cuello con los brazos—. Sin embargo, necesito procesar toda esta información antes de follarte.
Sus orejas se pusieron rojas, al igual que el resto de su rostro.
—Tal vez te folle yo a ti —me propinó un pequeño mordisco en el lóbulo, logrando sobresaltarme.
Colé mi mano bajo su camiseta, acariciando su espalda. Pude notar lo fuerte que estaba solo con palparlo y eso me ponía cachonda. Una de sus manos bajó a mi pecho, apretándolo.
—¿Follábamos mucho? —Tenía curiosidad por saberlo.
—Ni te lo imaginas... deberás cumplir con las expectativas —sonaba como una orden.
—¿Y qué hay de tu hermano? —me interesé—. ¿Cuánta confianza tenía con él? —Quería investigar ese tema, ya que notaba una conexión especial con este último. ¿Éramos muy cercanos? ¿qué hacíamos solos, discutiendo en un coche?
—Eso... solo es tu cuñado. Lo mejor es que lo veas como tal —murmuró.
—¿Por qué? ¿ocultas algo?
—Deja de hacer tantas preguntas, estúpida.
—Serás imbécil, sí que debes ser bueno en la cama como para que aceptase ser tu pareja —solté, sin reparos.
—La verdad, sí que lo soy. Pero creo que además te gusto, y mucho —remarcó. Se veía un poco molesto.
—Ya veo. Mejor voy a vestirme, ya quiero llegar a casa —comenté, colocándome el vestido y las bragas.
Al salir de allí, el pelirrojo nos estaba esperando fuera. Tomamos un taxi y dejé las maletas en el piso. Saeran me comentó que vendría esa misma noche a verme y se despidió de mí. Miré al pelirrojo, extrañada, ya que no se había ido con su hermano.
—¿No os lleváis muy bien, verdad? —supuse aquello por la actitud hostil que mantenían entre ellos.
—Podríamos decir que no, aunque estoy tratando de que no sea así —respondió. Nos quedamos observando en silencio hasta que decidió hablar de nuevo—. Debería irme. Si necesitas algo, estoy al lado.
—¿Eres mi vecino? —concluí. El chico asintió con la cabeza.
—¿Y cómo he terminado con tu hermano? —Eso era lo que más extraño me parecía, ya que estaba segura de que si dependiese de mí, hubiera ido a por él, en lugar de a por el otro.
—Dímelo a mí —musitó en voz baja.
—¿Qué ocultáis? —interrogué, muy intrigada por sus comportamientos.
—¿Por qué supones que ocultamos algo? —contraatacó, nervioso.
—¿De qué discutíamos en ese coche? Quiero saber —exigí.
—Hana... por ahora es mejor así.
—¿Con qué derecho te crees como para ocultarme cosas de mi vida? Merezco saberlo. —Me mostré firme.
—Ya te dije que era muy complicado —contestó—, pasamos por muchas cosas y si te lo digo ahora podría desestabilizarte mucho.
—Me importa una mierda. Dímelo. —Quería saber, mi curiosidad me estaba matando.
—¿Por qué no descansas? Será lo mejor. —Se dirigió hacia la puerta y lo detuve, agarrándolo del brazo.
—Me debes una explicación. Tuve el accidente contigo al volante, así que al menos dime de qué discutimos.
Se quedó viéndome, dudoso de si contármelo o no. Al final abrió la boca para hablar.
—Fue una tontería... tú querías ir a por un batido de vainilla, y yo quería una hamburguesa. —Sonó muy poco creíble, y levanté una ceja, escéptica.
—Así que me conoces bien —agregué.
—¿Eh?
—Sabes que me gustan los batidos de vainilla.
—S-sí, bueno... debo irme. —Trató de huir pero puse una mano en su estómago de barrera.
—No tan rápido. ¿Éramos muy amigos, no?
—Algo así.
—Entonces hagamos algo divertido, como en los viejos tiempos —sugerí.
—¿Q-qué? Pero no sé si será correcto que tú y yo estemos solos en una habitación. Ahora estás con él y...
—¿Ahora? —apunté, dándome cuenta de su descuido. ¿Quería decir que antes, tal vez...?
—Agh, me confundí al hablar, no me prestes mucha atención, es mejor que me vaya y...
—Venga, veamos una película. —Le tomé del brazo, arrastrándolo hasta el sofá.
Agarré el mando para ir pasando el catálogo de Getflix, hasta llegar a una que me interesó, que iba sobre un tipo que mataba chicas en la ducha.
—Esa ya la vimos —aclaró.
—No me acuerdo, ¿te importa si la vemos de nuevo?
—Eres tan terca —se quejó en voz baja.
—Supongo. —Le di al play para reproducirla y nos pusimos a verla. Decidí apoyarme sobre su hombro para estar más cómoda. Se quedó viéndome y me acarició el rostro.
Al ver cierta escena del filme, dónde el chico mataba a la protagonista, unas imágenes se me pasaron por la cabeza. Una chica cayendo por un edificio, y otra chillando, rogando que la liberase. Un cuchillo afilado rajó su cuello. ¿Yo había hecho eso? A decir verdad, no me extrañaba, ni tenía remordimiento de conciencia. Pero ¿por qué lo hice? Tal vez... ¿por el chico que tenía al lado? Parecía despertar en mí cierta obsesión, lo deseaba, y anhelaba que fuese mío. ¿Ya lo habría besado antes? ¿a qué se refería con eso de que 'ahora estaba con su hermano?' Tenía que averiguarlo.
En lo que seguía pensando escuché su voz.
—Lo siento tanto —susurró. Se sentía muy culpable por el accidente. Pasé una mano por su torso para abrazarlo y tuve otra especie de recuerdo.
Saeyoung estaba temblando por la película, y me burlé de la situación. De un momento a otro me puse encima suya, probándome sus gafas. Estábamos coqueteando, o eso parecía. Y entonces nos besamos, lo vi con claridad, éramos nosotros. ¿Eso había ocurrido de verdad, o estaba fantaseando? Me gustaba pensar que era lo primero.
Volví a mirar al joven, que tenía los ojos clavados en la pantalla. ¿Qué pasaría si me lanzase?
—Saeyoung —lo llamé para que me prestase atención.
—¿Sí?
—¿Tú tenías miedo de esta película?
—¡Uh! ¡e-eso no es cierto! Tú eras la damisela en apuros —se defendió—. Espera, ¿te acuerdas?
—Me acuerdo de haber visto esto contigo y de que estabas cagado de miedo —lo expuse.
—¡C-claro que no! ¡el dios Seven no le teme a nada!
—¿Dios Seven?
—Sí, es mi apodo. Aunque me gustaba más que me llamases por mi nombre —confesó.
—Entiendo.
—¿Recuerdas algo más de ese día? —continuó interrogándome.
—Um... tal vez. —Pasé la mano bajo su camiseta, acariciando sus abdominales. Su cara se tornó roja en ese instante.
—¿Hana? ¿q-qué... qué estás haciendo? —Su rostro denotaba preocupación. Sonreí, colocándome a horcajadas sobre él.
Noté una parte de su anatomía muy dura, rozándose contra mi intimidad, y eso me hizo reír de nuevo. Bajé la vista a sus labios, tan tentadores.
—Wow... e-esto no es bueno —tartamudeó.
—¿Esto? No sé de qué me hablas —me hice la tonta. La tensión sexual entre nosotros era abrasadora y me moría por besarlo. A juzgar por su expresión pensaba lo mismo.
—Estás con Saeran y...
—La tienes dura —susurré en su oído.
—Agh, yo...
—¿Te gustaría acostarte conmigo? —fui directa al punto.
Tomé sus manos para llevarlas a mi trasero y suspiró. Se relamió los labios mirando mi boca. Noté su mano en mi nuca, acercando más mi rostro al suyo. Me moví un poco, rozando mi sexo contra el suyo y un jadeo escapó de su garganta.
Sus labios se acercaron cada vez más a los míos, hasta rozarlos. Mi lengua se coló en su boca, encontrándose con la suya.
Comenzó a respirar con dificultad, y pude notar como sus latidos se aceleraban, al poner una mano sobre su pecho. Continué con el vaivén, frotándome contra su erguido miembro, y aquello desató sus gemidos. No tardó en apretarme el trasero, e introdujo sus dedos bajo la falda, hasta llegar a la ropa interior. Jugó con las tiras, iba a bajármelas cuando escuchamos la puerta de entrada abrirse, sorprendiéndonos por completo.