Estuve con algunos líos de la vida, pero por fin pude escribir esto :D
Disfruten♥
—Siempre vas tan rápido, Katerine.
Mi corazón se alocó. Podría besarlo, tomarlo de la nuca y poseerlo a mi manera. No sabía qué hacer. Amaba a Sam, lo quería conmigo, él pidió un tiempo, y, en aquel instante, estaba claramente insinuándose. Sin embargo, conocía con claridad el comportamiento que él poseía. Provocar, intentar darte un cosquilleo —o terremoto— y luego se alejaría diciendo algo como: «tú fuiste quien creyó que haría algo».
Sí, eso sería típico del Sam orgulloso y provocador. Aunque tras pasar tantas horas a su lado comprendía que sus acciones eran totalmente impredecibles gracias a su abanico de facetas. La pregunta fue: ¿qué faceta está usando?
Cerré mis ojos con fuerza tratando de no ver aquellas circunferencias platino tan inmensas rodeando el abismo de sus pupilas. Era jodidamente difícil no chillar internamente al verlo tan cerca, escrutando todas las reacciones que podrías hacer.
—Mírame —soltó.
Apreté aún más mis párpados y un suspiro pesado suyo golpeó mi piel erizada, su aliento yacía caliente. Rozó con uno de sus dedos el rabillo de mi ojo, pasando por mi sien antes de concretar su recorrido.
—¿Te desagrado? —inquirió él—. Sé que me veo muy mal a comparación de cuando nos conocimos, pero estoy exhausto.
Lo observé a través de mis pestañas. Lucía exhausto, sí, pero no mal. Sam no necesitaba peinarse o vestirse con trajes para lucir atractivo. Lo amaba, con sus ojeras y finas arrugas de cansancio, y me seguía pareciendo hermoso a pesar de su mirada opaca o cabello enredado.
—Luces bien —murmuré—, y no me desagradas. Sólo... estoy nerviosa.
Vislumbré su sonrisa de soslayo, formando un leve hoyuelo en su mejilla.
—¿Qué es lo gracioso? —Fruncí mi ceño.
—Tus nervios —replicó—. Hemos ido más allá que esto, ¿por qué estás nerviosa?
—Tu cercanía me afecta.
—¿Quieres que me aleje?
Asentí con mi cabeza y él amplió su sonrisa. Se movió sobre mí y, apoyándose con sus brazos flexionados para encerrarme contra la cama, replicó:
—Mala suerte.
—Sam... —regañé, confundida por mis contradictorios deseos y cegada por mis ansias de él.
Sus labios fueron a un costado de mi rostro y tanteó con suavidad mi oreja, encerrando mi lóbulo en sus labios. Me estremecí con su cálido tacto y mi vientre hormigueó. Malditas hormigas.
—¿No querías que te bese? —pronunció suave contra mi oído—. Oh, ya veo, lo querías en la boca, ¿verdad?
Sobre querer en la boca, ¿de qué estamos hablando exactamente?
—Basta —pedí con debilidad.
Su lengua recorrió mi cuello y suspiré, aunque rápidamente cerré mi boca.
—¿Qué demonios te sucede? —solté con un leve enojo, tratando de apartarlo con mis manos. Mi fuerza menguaba, al igual que mis ganas por empeñarme en mantener distancia. Definitivamente quería estar cerca de Sam.
Me encaró, con su semblante cansado observándome con total maravilla.
—Bebí.
—¡¿Qué?! —casi chillé. Hizo un mal gesto por mi voz aguda.
Siempre he odiado el alcohol. Consideraba que beberlo de vez en cuando estaba bien, pero, detestaba la adicción al alcohol.
—Bebí un poco, ¿no se me nota? —Entrecerró sus ojos.
—Creí que tenías mal aliento.
Me mostró sus dientes con una sonrisa.
—¿Tengo mal aliento? —inquirió divertido.
—Siendo sincera, no —repliqué con acritud—. Ahora... sal de encima mío —mascullé empujándolo.
Entre mi forcejeo y el suyo, sus brazos temblaron, carentes de fuerza, y su cuerpo se pegó al mío. Nuestros rostros chocaron, provocando un dolor en ambos. Descubrí que los huesos del pómulo derecho de Sam son bastante duros.
Rezongué cabreada cuando él volvió a incorporarse en la misma posición.
—Eres un capullo.
—Te gustan los capullos. —Sacó su lengua, burlándose y mi frente se arrugó más.
—Dios..., realmente estás ebrio.
Hizo un sonido al asentir. Su sonrisa se amplió más al ver cómo yo le mostraba mi enojo.
—¿Cómo puedes ser tan adorable? —preguntó sin eliminar su gesto risueño, acariciando mi mejilla con suavidad.
Nuestros ojos se encontraron nuevamente y su mano fue a mi cintura, explorando la piel bajo mi holgada camiseta y cesando su andar en mi costilla, al notar mi semblante preocupado pronunció en su tono más dulce:
—No haré nada que no quieras.
Curioso que me haya chupado la oreja instantes atrás mientras le advertía.
—Esto está mal —afirmé con firmeza.
Él quería tiempo, yo necesitaba tiempo y tiempo íbamos a conseguir. No podía aprovecharme de Sam en estado de ebriedad.
—Estás borracho —enfaticé.
Mordió su labio inferior de manera sutil.
—Tú también lo estabas cuando te lanzaste a mí como una loca —bisbiseó—. Tengo ganas de hacer lo mismo.
—No te lo permitiré, Sam, deberías irte de inmediato, o yo...
«O yo». ¿O yo qué? Oh, cierto, «o yo te besaré hasta el cansancio», porque cuando los labios de Sam me inundaron, rodeando mi cuerpo en un abrazo, sólo pensé en una continuación así. Su boca me fue un intruso en un principio e hice escasos intentos de apartarlo, hasta que me dejé llevar por el intenso fuego que poblaba mi cuerpo apenas lo sentía contra mis labios. Seguí su ritmo, delicioso y lento, aunque éste se tornó en un juego de quién entrega más, llevándonos a recorrer el cuerpo del otro con total cariño y desesperación.
Amo a Sam. Amo sus labios, su risa y mirada encantadora. La forma tan torpe en que se despierta o cómo se enoja y frustra cuando intenta aprender una canción. Cómo muerde su labio inferior cuando se excita o amo cuando su mano cubre su sonrojo. Es adorable, atractivo y calmo.
Y además de amarlo, lo extrañé. Cosa que quedó obvia en aquella unión.
Nos separamos agitados y deseosos de oxígeno, reencontrando nuestras miradas.
—Buen beso —elogió él, chocando la punta de su nariz contra la mía. Sus ojos se entrecerraron y rozó sus labios con los míos—. Quiero más.
Cerré mis párpados y volvió a besarme. Conectamos bien, casi perfecto, hasta que introdujo su lengua en mí y mi cuerpo se retorció de gozo. Ambos gemimos, preso del otro y enlacé mis brazos a su cuello con tal de profundizar en su cavidad. Mi intimidad palpitó, desesperada e inundada, aunque todo empeoró cuando la mano de Sam atrapó mi pecho y mi pezón derecho se endureció ante su superficial tacto.
Me separé de él y mojó sus labios. Mi mirada se movió a su mano, me excitaba que me tocara de tal forma, pero no quería ir muy lejos con él.
—Detén eso —pedí con mi voz jadeante.
—Pero te está gustando.
Arrugué mi ceño, cabreada.
—¿Qué te hace pensar que me está gustando?
Dos de sus dedos encontraron mi pezón y lo estimularon con suavidad, arrebatándome un suspiro.
—Porque cuando te excitas pones cara como si quisieras estornudar.
Vale, si soy sincera, en ese momento me sequé. Contuve una risa y me alejé un poco de Sam, mirándolo divertida.
Reí suavemente y meneé mi cabeza en negación.
—Sam, ¿planeabas bajarme toda la calentura? —me burlé, apartando sus manos de mí con tranquilidad y conecté nuestros ojos. Me observó confundido—. Porque lo has hecho.
—¿Entonces sí estabas caliente?
Puse mis ojos en blanco como muestra de irritación y Sam sonrió, divertido. No medía sus palabras al estar ebrio, simplemente soltaba lo que le atacaba la mente.
—Te he extrañado este mes —confesó cohibido—, he pensado mucho en ti y... —Suspiró, desviando sus ojos de mí— he querido volver a tocarte, de esta forma. —Su mano bajó de mi abdomen a mi muslo derecho y marcó círculos al inicio de éste, muy cerca de mi monte de venus. Mis latidos fueron eufóricos—. ¿Tú me has extrañado?
Sus ojos se alzaron a mí y por un segundo creí ver a un hambriento cachorro pidiendo mi atención. No era muy lejano de la realidad. Tragué saliva con fuerza cuando Sam se inclinó nuevamente hacia mí, rompiendo la distancia que impuse. Estaba casi sentada en la cama, poniendo mi peso sobre mis codos y su cuerpo no me permitía moverme, apoyando un brazo a un lado, con tal de no dejarme salir de la cama.
—Responde —exigió contra mi boca.
—Sí...
Mi respiración era irregular y errática, los muslos me eran gelatina y sentía el incremento de deseo en mi entrepierna.
—¿Te has tocado? —ronroneó tras lamer mi labio inferior con sutilidad.
Asentí con un sonido ahogado. Liberé un jadeo al sentir su pulgar tantear mi hendidura, cuya extensión yacía húmeda a pesar del incómodo momento previo.
—¿Pensaste en mí al hacerlo? —Su boca se apoderó de mi cuello, obligándome a gemir, para luego resoplar, golpeando mi piel con su aliento caluroso—. ¿O pensaste en otro?
Enredé mis dedos en sus hebras suaves y negras, animándolo a continuar con sus besos.
—Sólo en ti —admití con mis mejillas enrojecidas—, quiero que sólo tú me toques.
La yema de su pulgar tocó mi clítoris apenas solté lo último y bailó sobre mí con un ritmo lento. Estaba demasiado sensible y desesperada por su tacto. El sudor fluyó por mi espalda y frente, mientras todo mi cuerpo ardía.
Con su mano derecha levantó mi camiseta y posteriormente volvió a darme placer en mi pecho, rodeándolo para luego volverme loca al tocarme en mi pezón erecto.
—Me vuelves loco —musitó—, tengo ganas de poseerte, Kate, ¿sabes? —pronunció avivador, para luego tomar mi boca como si fuera suya, saboreando mis ahogados gemidos. Se separó con su agitada respiración y aquellas líneas plateadas me contemplaron con adoración—. Siempre has sido tan sensible aquí —dijo al acariciar mi pezón. Dio ligeros golpecitos a mi íntimo bulto, convirtiendo mi cuerpo en gelatina—, aunque te encanta que te toque en este otro sitio. Sé que podrías correrte con sólo eso.
Fruncí mi ceño y miré hacia otro lado, confundida y avergonzada. No sentía que eso fuera apropiado, pero controlar a Sam —ebrio— era un reto.
—¿Planeas follarme? —inquirí sin pudor, dejándolo atónito.
—No realmente.
—¿Entonces por qué estás haciendo esto?
Suspiró con agobio.
—¿Qué parte de que te extraño no entiendes?
Desvié mi mirada.
—Me gustaría que en vez de hacer esto, hablemos. Si es que realmente me extrañas, eso es lo que harías —confesé—, ¿o sólo extrañas mi cuerpo?
Vi sus ojos oscurecerse de enojo y mi cuerpo me pesó de angustia. En mi cabeza no cabía la idea de ser tocada por Sam sin mediar palabra tras todo un mes de absoluto silencio entre ambos.
—¿Cómo puedes preguntar eso? —soltó—. Kate, sabes que yo no soy así, yo...
—Entonces recuéstate y deja de insistir en algo —susurré enfadada. Palpé el espacio junto a mí y dije—: Ven. Acuéstate y charlemos.
Me hizo caso y guardó su mirada, evitando la mía.
—Lo siento —musitó.
Acerqué mi mano a mi rostro y sentí la suavidad de su pómulo con mi pulgar. Sam abrió sus ojos y por un segundo me creí afortunada de que esté a mi lado. No necesitaba nada de tacto físico tan repentino, sólo sus abrazos o mimos calmos; la paz sosegada entre ambos era una de las cosas que más apreciaba en nuestra relación.
—También te extraño —añadí—, pero esa no es la forma de hacer las cosas, Sam.
Su semblante se relajó y volvió a cerrar sus ojos, encogiendo su cuerpo al hacerlo.
—¿Bebiste mi alcohol o fuiste a un bar? —inquirí también cerrando mis ojos.
—Compré —contestó—. Tenía ganas de beber un poco para descansar.
—Está bien, pero que no sea costumbre.
Negó con un sonido. Busqué con mi brazo su cuerpo y me uní a él con suavidad, acurrucándome en su pecho. Sentí su rostro encarar mi cabeza y olisquear mi cabello, sonreí al sentir sus brazos envolverme.
—¿Sabes? Prefiero este tipo de momentos antes que nada —confesé risueña, dejando que mi cuerpo se entumezca cerca suyo, hasta caer en el plácido sueño.
Abrí mis ojos de golpe y fruncí mi ceño. Sam no estaba en la cama. Me senté sobre la susodicha para estirarme y alargué uno de mis brazos para tomar mis pantalones, rápidamente me puse de pie y lo coloqué dando ligeros saltitos. Acabé con la parte de mi higiene y salí bostezando al comedor, observando su colchón desordenado sobre el suelo, posteriormente atravesé el arco de la cocina. Nada de Sam.
Apreté mis labios. Joder, Sam, qué capullo.
Revisé la hora y era media hora antes de los horarios de Délicatesse. Quizás fue a comprar, o eso fue lo que pensé.
Mientras bebía mi té, mis labios temblaron. ¿Había hecho algo mal? No, no lo supuse..., de hecho creí que lo que hice fue lo adecuado.
Si Sam y yo íbamos más allá, ¿él hubiera hecho lo mismo? ¿Tan poca importancia tenía yo?
Formé puños con fuerza, cabreada y con una sensación de traición haciendo pesar mi corazón. No deseaba llorar, me había cansado de ello, no valía la pena desperdiciar lágrimas.
Mi cabeza, viajera como siempre, llegó a una conclusión que causaba sismos en mis rodillas: «y si, tal vez, ¿nunca valí algo para Sam». Meneé mi consciencia en respuesta, negando aquello. Sam me amaba, yo significaba algo para él, sólo... estaba confundido, al igual que yo.
Viendo el lado bueno de las cosas, al menos el té sabía bien.
Me preparé para el trabajo y recordé lo sucedido ayer en casa de Rocío. Délicatesse era y es un terreno peligroso, retorcido, pero que se disfraza de un manto de pulcritud que más de una vez me ha provocado arcadas. La humillación estaba prácticamente normalizada. Y, pensando en eso, le inquirí a mi psique si tal vez más empleados habrían pasado por ello. ¿Estaban callados bajo amenaza?
En respuesta a la última pregunta, sabía que acertaba en que Rocío fue amenazada. Conocía, a través de palabras de Sam en un encuentro de ayer, que ella se empastilló tras una llamada de su madre. ¿Ferre le habría dicho algo a la susodicha?
Caminando hacia Délicatesse divisé el reflejo del brillante sol mañanero en los charcos húmedos en la calle, recordando en la calidez de éste, la calidez del tacto de Sam. No lo voy a negar, pero Sam estando ebrio es impredecible y en cierta parte me encanta. Una lástima que al estar sobrio se arrepienta de todo lo que ha hecho en tal estado.
Atravesé el callejón de Délicatesse y tras atravesar la puerta trasera vi a Sam deambulando por los pasillos en el interior. No me miró. Maldito desgraciado.
Entré a la sala de empleadas dando zancadas de enfado, cansada de todo. ¿Cómo podía Sam, tras lo que sucedió anoche, resignarse a hablar conmigo? ¿Siquiera podría haberme avisado antes de irse?
Cerré la puerta del casillero de un manotazo, apretando mis labios. ¿Y si todo fue porque estaba ebrio? ¿Y si no sabía qué hacía?
Formé puños, nuevamente y arrugué mi rostro al contener las lágrimas. Hablaría con él, me diría que sucede y yo estaría contenta. O de lo contrario, no, porque durante estos meses me he percatado que romperme el corazón es tan sencillo como cortar un pan al medio.
Julia me observó extrañada.
—¿Por qué haces tanto ruido?
—El silencio me estresa —repliqué mascullando.
Sí, el silencio me estresa y me estresaba. A menos que éste tenga una linda razón. Sin embargo, el silencio de Sam es rarísimo.
Ella soltó una carcajada y ató su cabello de zanahoria con una liga blanca. Volteó a verme y me extendió otra que llevaba guardada en su bolsillo.
—¿Necesitas una?
Negué con la cabeza y agarré la que estaba en mi bolsillo. Me empeñé más en mi peinado y quité mi mueca cabreada, realmente mi rostro es muy maleable en cuanto a reflejar emociones. Acomodé mi cabello y alcé ligeramente mi puño derecho en señal de guerra. Sam sabrá lo que se pierde siendo tan indeciso.
—Kat, ¿estás bien? Pareces muy enojada —soltó Julia, interrumpiendo la voz de mi cabeza una vez más.
Ah, parece que mis truquitos no funcionaron.
—Sólo estresada.
—Mmm.
Se retiró de la sala y me quedé a solas con una de las chicas de la cocina. Ella intentaba arreglar su corto cabello de forma de que entre las idas y vueltas de cocinar los pelos no dejaran un recorrido en la comida. Era bastante bonita, con sus mejillas sonrosadas y un gesto preocupado.
—¿Crees que Samuel tenga novia? —masculló ella, sin dejar de colocarse pasadores en su pelo negro.
Creí que era por mi enojo, porque en esos instantes sólo tuve dos respuestas formadas en mi cabeza: Samuel no se pronuncia así, y segundo; yo soy su novia. O eso creía que era, las cosas estaban muy raras entre ambos.
—No lo sé —repliqué con tranquilidad—, es guapo, así que quizás tenga novia.
—Tienes razón... —murmuró—, es que creo que me ha mentido, ¿sabes? Hace poco me dijo que estaba soltero, pero no planeaba salir con alguien. Creo que tiene novia, si no ¿por qué no querría pareja?
Me encogí de hombros al no saber qué responder, aunque en parte me sentía un tanto feliz. Después de todo, Sam no ha estado ligando por ahí a pesar de nuestra pseudo-separación.
Salí de la sala y encaré el comedor. Sam volteó su rostro para verme de manera sutil, observándome por el rabillo de su vista. Cuando hicimos contacto visual, rápidamente movió su rostro hacia otra dirección, evadiéndome. No tenía por qué pretender que yo no le interesaba.
Cuando Ferre apareció entre los presentes, mi estómago dio una vuelta. Su gesto estaba un tanto arrugado, contemplando los movimientos de todos como si los analizara en su cabeza. Se rascó la barba y liberó un resoplido de agobio. Nuestros ojos coincidieron y rápidamente aparté mi mirada.
«—No podría enfadarme contigo si tienes esa cara tan linda».
Mi rostro se retorció de asco e intenté buscar algún lugar donde la tierra fuera capaz de tragarme. No tenía ganas de estar allí. Revisé el sitio, reencontrando el rostro de Sam, no lucía afectado por la presencia de Ferre.
Resoplé y traté de ignorar la presencia del susodicho, aunque noté la forma en que las venas de mis manos se alteraron de solo pensar en ello.
La jornada prosiguió con su curso y Sam no parecía inmutarse por mi aparición, apenas repasándome cada cierto tiempo, todo de forma sutil y disimulada. Una lástima que yo siempre note su mirada.
Observé el pasar de las horas cada vez que chequeaba las ventanas, cuyos cristales permitían pasar la luz cegadora de la mañana. Délicatesse tenía una arquitectura cara y moderna, sus ventanales parecían comerse la estructura, por lo que, no había excesiva necesidad de lámparas —siempre y cuando sea de día— gracias a la maravillosa y apabullante luz natural.
Llevé mis ojos a la entrada principal del sitio, la cual presumía de gran garbo y era una de las atracciones más importantes en el lugar, además de la extravagante decoración de mármol. Consecuentemente miré a Ignacio, quien estaba aprovechando su elocuencia y encanto a la hora de recibir a los clientes. Sin darme cuenta, usé su cuerpo para apoyar mi vista mientras mi mente viajaba a otros planetas.
Julia soltó un par de carcajadas y juzgando por su jocosa mirada, deduje que intuyó que mis ojos tenían algún interés en el argentino.
—Ignacio ha hecho un buen trabajo reemplazando a Florencia —comentó Julia, codeándome sutilmente—. Dicen que es un soltero, y pues, míralo, es encantador y guapo.
Entrecerré mis ojos y le di con más fuerza al trapo, excusándome en una pronunciada mancha en la lisa y brillante madera pálida.
—Si tanto te agrada, ¿por qué no vas y le plantas cara? —solté con una falsa sonrisa, gozando de su expresión indignada.
—Tú has roto con tu novio, si es que los rumores volaron bien —murmuró haciendo un ademán locuaz. Fruncí mi ceño—, ¿no te sientes sola? Quizás la compañía te pondría mejor cara. Luces terrible.
Hice una mueca disgustada, observando su leve sonrisa con particular odio.
—¿Necesito a alguien para sentirme mejor? —resumí en pregunta—. Suena estúpido.
—¿Por qué crees que las parejas son más felices?
Alcé mi comisura, soltando una carcajada incrédula.
—¿Hablas en serio? —reí—. Creí que es conocimiento universal que las parejas están llenas de problemas.
Además de estar destinadas a fracasar.
—Llevas dos meses sola y mírate. —Alzó su frente en un gesto altivo—. ¿Qué ha mejorado estando sola?
Reuní mi ira en mis puños, soltando un bufido cabreado, asimismo observaba a la mujer con mis ojos oscurecidos.
—Cierra la boca un rato —mascullé—, y concéntrate en tu vida. Al menos yo no me divierto con desgracias ajenas.
Solté el trapo de un manotazo, ignoré cualquier palabra de la tía y me dirigí a un cliente tratando de contener mi previo cabreo, repasé mi flequillo detrás de mi oreja y encaré a la joven sentada con las piernas cruzadas, intentando sonreír como siempre, con carisma y estoicismo.
Mientras tomaba la orden, sólo podía pensar en la mierda que eran las personas a mi alrededor. Ferre era un pervertido y depravado, que aprovechaba su posición para intimidar. Julia era una bocazas sinvergüenza, además de insoportable. Andreu, un asqueroso imbécil que parecía estar en rumbo a ser como el gerente. Antes de ellos había conocido a gente igual o más mierdosa, ya sea la familia de Bruno, o mis compañeros de clase. Mi destino parecía ser rodearme de cinismo y personalidades repulsivas.
Y, como si no fuera suficiente, Sam se estaba comportando como un idiota... y yo también, para empeorar la cosa.
—¿Estás bien? —Una voz suave y dulce pobló mis oídos, entrando a mi mente.
Levanté mi vista y miré a la joven pelinegra con un semblante consternado, observándome con suma atención.
Aclaré mi garganta y sonreí de oreja a oreja, en una finísima curva.
—Sí, no pasa nada —atajé con rapidez—. Entonces sólo será... ¿un moca y...?
—¡Cupcakes! Me han dicho que la sección de postres de aquí es limitada, pero exquisita. —Unió sus manos con una sonrisa—. ¿Segura que estás bien? Parecías un poco ida.
Meneé mi cabeza en negación, restándole importancia.
—Moca y cupcakes —repetí—. Se los haré llegar tan pronto como pueda.
Me respondió con su blanquecina sonrisa y me di la vuelta, echando un suspiro. Después de todo hay alguna que otra persona amable a mi alrededor.
Al encontrar un momento tranquilo en el turno, en la hora en que los clientes escasean, tomé mi móvil y tecleé algo rápido:
«Necesitamos hablar».
Esa frase suele ser efectiva, si bien te hace cagar del miedo, con eso le basta a la otra persona para ceder y dar una puñetera charla de una vez por todas.
Sam recibió mi mensaje y lo dejó en visto. Levanté mi mirada, buscándolo entre los presentes y él suspiró al guardar su móvil en uno de sus bolsillos.
Tras el turno de Délicatesse, esperé en la zona alejada del callejón de la parte trasera con paciencia. Revisé la hora en el móvil. Habían pasado cinco minutos desde la salida. Observé la espalda ancha de Sam en la lejanía y apuré mi paso hasta alcanzarlo. Volteó con tranquilidad hacia mí y, cuando su mirada halló la mía, la llevó a un sitio completamente diferente.
—¿Podemos hacer esto en otro momento? —soltó—. Tengo cosas que hacer.
—¿También tenías cosas que hacer cuando te fuiste sin siquiera despedirte?
Frunció su ceño y sus ojos grises bajaron a mi rostro, mirándome con ofuscación.
—¿Qué hay de malo en eso?
—Actuaste como si yo no te importara nada —remarqué—. Dime, ¿qué fue lo de anoche? Te acostaste en mi cama, intentaste tocarme, te enfadaste, te alegraste, te burlaste, luego te alejas y te vas a la mañana —hablé con rapidez—. ¿Sólo planeabas herirme?
No contestó.
Mi mandíbula perdió su enfado y tembló, al igual que mis manos Mis puños se deshicieron y sólo quedó el sismo en mis palmas.
—Lo de anoche fue un error.
Oh, no, lágrimas, quédense ahí.
—¿Qué fue un error? —Mi voz tembló—. ¿Hacer las paces conmigo?, ¿dejar de tratarme con indiferencia?, ¿pasar un buen momento juntos?
—Kate, no lo entiendes.
—¿Qué no entiendo? —exigí.
Tenía ganas de desarmarme.
—Anoche me ilusionaste —confesé—, creí que por fin te habías decidido y que tu respuesta sería estar a mi lado. Pero, hoy en la mañana te fuiste como si eso no me afectara y luego me ignoraste todo el turno. Parece como si estuvieras jugando conmigo.
Sus labios se convirtieron en una fina línea tensa y la mirada le titubeó, incapaz de mantenerse en algún sitio.
—Nunca quise lastimarte —soltó con sinceridad—, no sabía qué hacer, Kate. Anoche estaba inconsciente.
—No justifica tu actitud en la mañana, estando consciente —murmuré dolida, apartando la vista.
Él dio unos pocos pasos hacia mí, misma cantidad que retrocedí. Sentía mis ojos húmedos y mi vista se distorsionaba como si fuera un vidrio partido a punto de romperse.
Alcé mi rostro y contemplé a Sam, quien había cortado la distancia entre nosotros y me observaba con un gesto preocupado.
—Puedes enfadarte conmigo.
—Estoy enfadada —afirmé.
Sam alzó una comisura de sus labios y la mano del susodicho fue a mi muñeca, tocándola con suavidad hasta subir por mi brazo descubierto, erizándome la piel. Le fruncí mi ceño y aparté mi brazo en rechazo.
Levantó sus cejas, confundido.
—Qué carácter.
—Se pondrá peor si sigues actuando como un gilipollas —espeté.
Sam no pareció darme mucha atención. Se alejó de mí y miró la hora en su móvil con un gesto inquieto.
—Ya me tengo que ir —murmuró, guardando el celular—. Adiós.
Y, de la forma más cortante posible, se marchó sin preámbulo.
Idiota.
El cuarto estaba oscuro, mas no en penumbra n oscuridad. La lámpara alumbraba de forma escasa y contrastante, chocando con el rostro de Rocío, dándole un aura malvada.
Su enfermera se encargaba de ordenar algunas cosas en el depósito, ciertamente la casa era un desastre y me causaba gracia que la mujer se encargara de tales cosas. Aunque, bueno, el estado de Rocío lo justificaba.
Le había contado a mi amiga sobre lo que pasó con Sam. Había pasado un día de eso y aún continuaba enfadada con él. Aunque Sam me demostraba que el sentimiento era recíproco al comer en una diferente mesa a la hora de cenar.
—Wow, las cosas de verdad están jodidas —murmuró Rocío devorando el filete servido en el plato de vidrio—. Sam se cansó de ser niño bueno y decidió volverse una especie de... fuckboy, badboy, softboy, y todo lo que termina con boy. En cristiano: un gilipollas.
La miré con confusión.
—Creí que tú eras una fuckgirl.
—Lo que me diferencia de las fuckgirls es que yo al menos trato con respeto a las demás personas, y no lastimo a nadie. —Se encogió de hombros—. Volviendo al tema. ¿Siquiera se vio dolido?
Fijé mi mirada en la estufa de Rocío tratando de recordar el rostro de Sam.
—Se veía como... «me pone triste que estés triste, pero tampoco me importa demasiado, já, já, adiós».
—Bella descripción —alabó sarcástica.
—Es lo mejor que se me ha ocurrido.
Ella resopló y llevó su mano al vaso de vidrio, bebiendo el refresco y soltó un suspiro de gozo. Se rascó una ceja con un gesto extraño y me escrutó confundida.
—Los aliens lo abdujeron y le robaron el cerebro —comentó confiada.
Liberé el peso de mis hombros con un resoplido suave y apoyé mi rostro en mi palma, hincando mi codo sobre la pequeña mesa.
—No lo entiendo —murmuré.
Rocío me dio una mirada empática y dijo:
—Debe estar confundido —teorizó—, y anoche estaba borracho..., quizás al no recordar malinterpretó la situación y no pensó demasiado en qué hacer por la mañana. Intenta ignorarlo.
—Pero me ha lastimado.
Ella tragó la carne y exhaló con intensidad.
—También lo has lastimado por tomar una mala decisión, y, ¿adivina qué?, él te lo ha perdonado. Tienes derecho a estar enojada, pero no alargues demasiado el tema.
Mmmmm.
Próximo capítulo:
Puñetazos, vino, e insultos.
Va estar difícil escribirlo Dx
Nos vemos en la próxima actualización, si gustan pueden seguirme en Instagram (me llamo https.sphinxie y el banner de arriba lo grita XD), yyyy si gustan podemos charlar por comentarios y eso, me duele la cabeza ay0da no sé qué decir.
Adiós, gracias por leer y coman bien uwu♥
—The Sphinx.