Jodie sintió su cuerpo vibrar con necesidad y nervios. Su corazón latía con fuerza y sus manos sudaban. Aferró las sábanas mientras Wes lamía la piel detrás de su rodilla. Si alguien le hubiera dicho que aquella zona podía ser tan sensible, no le habría creído; pero lo era. Los labios de Wes dejaron una estela de fuego y calor por donde se deslizaran.
Wes descendió hacia el interior de uno de sus muslos y succionó su piel con tal fuerza que estuvo segura de que iba a dejarle una marca. Además, el roce de su mejilla rasposa contra su piel enviaba una maravillosa corriente directo al pulso entre sus piernas y la hacía retorcerse. Wes, por otro lado, parecía muy cómodo con toda la situación.
—¿Cómo puedes ser tan paciente? —murmuró ella.
Él levantó el rostro.
—Me enseñaron a serlo —respondió—. Me entrenaron para mantener el control, pensar y actuar de forma calculada. Aunque debo decir que tú pones a prueba todo lo que sé.
—Pero...
—¿No quieres que te bese... aquí? —inquirió él, y sus dedos rozaron su humedad.
Ella se sonrojó. Las emociones bullían en su interior y se debatió entre la vergüenza y el deseo. Wes prefirió interpretar la falta de respuesta de Jodie de la forma más placentera para ambos. Volvió a introducir dos dedos en su calidez y estimuló su cuerpo hasta que estuvo tan excitada que ni siquiera pensó volver a protestar.
Entonces aplicó su boca.
Jodie se quedó sin aire. Sus pensamientos se evaporaron hasta que solo pudo concentrarse en el placer, en su boca contra su sexo sensible. Wes la besó de forma desinhibida. Su lengua lamió a través de su humedad y torturó su clítoris, con roces lentos y provocadores. Sus dedos jugaron en la entrada de su cuerpo, la tentaron y avivaron su necesidad.
Ella reaccionó de forma instintiva: arqueó su espalda y elevó sus caderas contra la boca de Wes. Todo rastro de vergüenza la abandonó; ni siquiera intentó contener los suaves gemidos que salían de su garganta o la letanía de palabras incoherentes que brotaban de ella. Por segunda vez, estaba tan cerca del clímax y esta vez Wes no alargó su placer. Su cuerpo se tensó y no intentó pelear contra el orgasmo, solo se dejó llevar.
Jodie suspiró y descansó su cuerpo sobre las almohadas, como una masa gelatinosa y temblorosa. Su respiración aún estaba acelerada y su piel brillaba con una fina capa de sudor. Cerró los ojos y se relajó, intentando recobrar todos sus sentidos. Poco a poco reparó en que Wes seguía tocándola; su ritmo era suave y pausado, pero estaba incitándola, encendiendo su piel. Su paciencia iba a acabar con ella.
—Wes... —susurró, mirándolo con ojos entreabiertos—. Es suficiente.
Wes negó.
—No has tenido suficiente estimulación y podría lastimarte —respondió con su mirada deslizándose sobre ella—. Una vez más.
Jodie negó con la cabeza.
—No creo que pueda tener otro...
Él ignoró sus quejas y volvió a besarla. Su cuerpo todavía estaba sensible, pero no huyó de él. Wes ejercía un control sobre ella que no podía evitar; todo su ser respondía a sus caricias y vibraba por él. Y nunca exigió nada a cambio; todo lo que hizo fue entregarle placer y más placer. Jodie se estremecía y gemía, sin poder contenerse, sin poder dejar de desearlo.
Cuando sus caderas comenzaron a levantarse, buscando su boca, Wes se detuvo y se levantó. Apenas fue consciente del momento en que se desprendió de la bata y se acomodó entre sus piernas. Una de sus manos acarició su costado, desde su cintura hasta su rodilla, y enganchó su pierna alrededor de su cadera. Luego se inclinó hacia su rostro y la besó mientras invadía su cuerpo con cuidado.
—Jodie...
Ella gimió. Experimentó la sensación de su cuerpo abriéndose y apretándose a su alrededor. Su sexo estaba duro y caliente y se sentía tan bien dentro de ella. El dolor que esperaba sentir fue solo una leve punzada cuando la penetró por completo; su cuerpo estaba preparado de forma natural para recibirlo y se relajó, disfrutando de todas las nuevas sensaciones. Nunca había imaginado sentir algo tan magnífico, tan satisfactorio, como la unión de sus cuerpos.
Al contrario de su fascinación, Wes gruñó.
—¡Maldición! —susurró. Sus músculos en tensión—. ¡Estás tan apretada y caliente! Sabía que te ibas a sentir así de perfecta.
Jodie sintió calor en todo el rostro.
—Estoy bien. Ya puedes moverte.
Pero Wes no se apresuró. Se sostuvo sobre ella con sus antebrazos, inmóvil, dándole tiempo para acoplarse a él. Y Jodie sonrió un poco, sintiendo una inevitable sensación de ternura y amor hacia ese hombre. Sus manos acariciaron sus costados y delinearon las curvas de su espalda; luego exploró los músculos de su abdomen y la fuerza de sus brazos hasta que, poco a poco, Wes cedió a sus caricias y también se relajó. Una media sonrisa ocupó sus labios.
—Mi hermosa Jodie —susurró.
Su boca encontró la suya y la besó con cariño y lentitud. Su cuerpo se rozó contra el suyo en un suave vaivén. Piel tibia contra piel tibia.
Wes se retiró y volvió a penetrarla; ambos gimieron. Él entró y salió de su cuerpo de una forma pausada y controlada mientras Jodie se acoplaba a su ritmo. Se amaron primero con vacilación, después con abandono. Cuando fue visible que ella estaba bien, Wes se irguió. Sus manos aferraron su cintura y la levantó, penetrándola con más fuerza; sus embestidas se tornaron rápidas, duras y deliciosamente profundas. Jodie dejó escapar el placer de sus labios mientras el instinto guiaba sus caderas para recibirlo. Sus piernas se envolvieron alrededor de su cintura y sus manos se convirtieron en puños apretados. Cada embestida construía su nuevo orgasmo, desde su centro hacia cada terminación nerviosa de su cuerpo. Ya podía sentirlo, podía saborearlo. Su piel se sentía demasiado tensa y vibrante; su respiración, entrecortada, y su corazón latía más rápido que un tambor.
Wes también debió haber percibido su final. Sin más palabras, se inclinó sobre ella y sus labios la besaron casi de forma agresiva. Apretó sus caderas contra el colchón y continuó embistiéndola sin perder el ritmo. Una de sus manos se enterró en sus cabellos mientras la otra acariciaba uno de sus pechos.
Jodie gritó su nombre mientras su cuerpo se sacudía y daba la bienvenida al más puro y sublime placer. Su sexo se expandió y se contrajo en torno a su erección y él también gimió. Sus músculos se tensaron y sus embestidas se volvieron cada vez más erráticas, hasta que también alcanzó su liberación, marcando su cuerpo y su alma.
Ella lo abrazó. Hizo suyos aquellos segundos donde eran más vulnerables, donde eran solo ellos, y guardó todo en el fondo de su corazón donde ninguna maldición podía llegar. Luego acarició su cabello, su rostro, y lo besó, hasta que se perdió en el olvido.
~~*~~
Jodie abrió los ojos y sintió un cuerpo tibio y sólido bajo el suyo. Entonces sonrió. Casi había esperado despertar y no encontrar a Wes como las últimas dos veces. Sin embargo, esta vez él estaba a su lado y ella estaba desparramada sobre cuerpo sin vergüenza, en un enredo de sábanas y extremidades. Su sonrisa se amplió porque se sentía muy feliz.
Wes todavía estaba dormido y su respiración era lenta y acompasada mientras su pecho subía y bajaba en calma. Ella estudió su rostro apacible desde la raíz de su cabello hasta su barbilla rasposa. Jodie estuvo tentada a tocar sus labios o trazar la línea pronunciada de su mejilla, pero no quería interrumpir su descanso.
Por el contrario, se desenredó de él con cuidado y caminó en puntillas hasta el baño. La ropa de Wes seguía en el suelo y tomó prestada su camiseta luego de asearse.
Antes de volver a la cama, revisó a Salem. El felino seguía dormido, enroscado en una manta sobre el sillón. Jodie sonrió. Dejó su comida lista y regresó a la habitación.
Cuando se acostó junto a Wes, él se agitó y sus brazos la envolvieron, apretándola contra su pecho. Sus ojos se mantuvieron cerrados, pero sus dedos acariciaron la tela de su camisa. Soltó un sonido frustrado.
—¿Por qué estás vestida? —preguntó mientras buscaba más piel con sus manos.
Ella se estremeció, no solo por su exploración, sino por su voz. Era tan masculina y sonaba más ronca y profunda a causa del sueño.
—Es tu camisa. Además, no puedo andar desnuda por la casa.
—A mí no me molesta. ¿Crees que a Salem sí?
Jodie sonrió y alejó algunos mechones largos de su rostro. Wes rozó su nariz contra su mejilla y ella suspiró. Cuando sus labios se encontraron, sus besos fueron lentos y profundos. Sin prisas o intenciones de más. Solo se besaron; y Jodie se deleitó en el momento, saboreando el milagro de poder tenerlo.
Al menos, hasta que su estómago decidió quejarse. Ella se ruborizó y él rio.
—Creo que debería alimentarte —dijo—. ¿Quieres que vaya a comprar algo?
Ella negó con la cabeza.
—Podría preparar algo para nosotros.
Wes besó su frente y acarició la extensión de su espalda de arriba hacia abajo.
—¿Estás bien? —preguntó—. Me refiero a...
—Estoy bien —le aseguró ella, entendiendo a qué se refería. Aun así, sintió un poco de vergüenza.
Él sonrió, dejó un beso en su mejilla y salió de la cama. Se enredó en las sábanas y lo miró, disfrutando del espectáculo que era Wes sin ropa. Al contemplar todos sus músculos y su piel dorada, no pudo evitar pensar en la noche anterior y en su vientre se instaló una sensación cálida y estimulante. El recuerdo presente en su piel y en su memoria.
Jodie se levantó y terminó de vestirse. Salem estaba merodeando por la cocina cuando ella entró y empezó el desayuno. Preparó unos sándwiches mixtos de huevo, calentó un par de scones y puso a hervir leche y agua.
Cuando Wes se unió a ella, desayunaron en el sillón, viendo un programa de variedades. También charlaron un rato e intentaron decidir qué harían el resto del día. El plan de Wes incluía comprar mucha comida y encerrarse en el departamento, mientras que su plan tenía más actividades al aire libre. Además, solo lo tendría por dos días más antes de que lo perdiera por un tiempo indeterminado. Ella quería hacer todo lo que pudieran antes de tener que verlo marchar.
Al final, convenció a Wes de salir y se acostó en el sillón mientras él se duchaba. Un segundo después, escuchó el sonido de un celular. Pensó que era el suyo, pero cuando reconoció la melodía supo que era el de Wes. Se levantó y encontró el teléfono en la cocina. En la pantalla, leyó el nombre de Yves y sonrió.
—Hola, Yves.
—¡Pero si es la adorable Jodie! —saludó él con buen humor—. ¿Cómo va todo, cariño? ¿Y Wes? ¿Ha podido descansar estos días?
Ella se dejó caer de nuevo en el sillón.
—Sí, está tomando una ducha. Si quieres hablar con él...
—No, no, solo quería comprobar que estuviera bien. ¡Nos dio un susto el otro día! Pero mientras esté descansando, todo está bien.
Jodie frunció el ceño.
—¿A qué te refieres? ¿Qué sucedió el otro día?
Yves se quedó en silencio, como si se hubiera dado cuenta de que había cometido un desliz. Jodie se sentó; un mal presentimiento se deslizó por su piel.
—¿Yves? —insistió con cierto nerviosismo en su voz.
—Calma, no es nada grave, pero...
—¿Es su pierna? —se aventuró a preguntar.
—No, no. Su pierna está bien, está sana —se apresuró a responder—. Todo está bien.
—Estás mintiendo. Dime qué sucede.
—Jodie, no. Wes debería...
—Yves, por favor —rogó—, necesito saber qué sucede. Sé que estás preocupado por él.
Él no dijo nada por varios segundos y Jodie creyó que había colgado. Sin embargo, luego escuchó su voz, firme y más profesional:
—Ha estado experimentado ansiedad antes de sus pruebas de circuito, también tiene problemas para dormir. Mi padre dice que puede ser causado por el estrés del regreso o una consecuencia del trauma del accidente. Como su médico principal, lo sometió a sesiones de terapia. Sin embargo, hace unos días, sufrió un ataque de pánico en medio de una carrera de entrenamiento. Debido a esto, mi padre le recetó un nuevo tratamiento a corto plazo y un par de días de descanso.
A pesar de que su corazón parecía latir a mil por hora, Jodie intentó concentrarse y digerir cada una de sus palabras.
—¿Qué tratamiento?
—Lorazepam; es una droga anti ansiedad. Debe tomar 3 mg divididos en las tres comidas diarias y dormir de siete a ocho horas. Si se olvida de tomar una dosis, no debe tomar dosis dobles para compensar y...
—Wes no está tomando nada —lo interrumpió Jodie con impaciencia.
—¿Estás segura?
—Sí. Y por si no te diste cuenta, no sabía nada.
De pronto, una bola de sensaciones turbias como frustración, enojo y miedo empezaron a agitarse y agrandarse en su interior.
—Respira, por favor —la voz de Yves era apaciguadora, pero ni, aun así, logró estabilizar el corazón desenfrenado de Jodie—. Wes estará bien. Es común en los atletas que han sufrido alguna lesión o trauma presentar un cuadro médico muy parecido. Sus síntomas son progresivos, quizá debido a la presión de su situación actual; sin embargo, pueden tratarse. Él estará bien.
—Pero, Yves..., él no me dijo. No dijo nada. —Sintió un nudo en la garganta, difícil de tragar o disolver.
—Tal vez no quería que te preocupes.
—¡Eso es una vil excusa! —refutó Jodie, y sus manos casi temblaban—. ¡Debió decírmelo!
Se oyó un suspiro al otro lado del teléfono y, cuando Yves volvió a hablar, su voz fue aún más suave:
—Jodie, habla con Wes. Trata de que descanse y tome la medicina. Se pondrá bien. Cuídate.
—Adiós.
Apenas colgó, Jodie se levantó y fue hasta su habitación. Su mirada recorrió el lugar hasta que encontró el bolso deportivo de Wes. Lo abrió y buscó en el interior y en los bolsillos. Sus dedos se toparon con un frasco de plástico y cerró los ojos, pero sabía lo que encontraría cuando volviera a abrirlos. Ella apretó el recipiente con fuerza entre sus dedos antes de sacarlo y sentarse en la cama.
Wes la encontró así cuando salió de la ducha. Tenía puesta su bata de baño y se estaba secando el cabello con una toalla.
—¿Qué sucede? —preguntó distraído.
—Yves te llamó.
—¿Dejó algún mensaje o dijo...?
Wes se detuvo justo en el momento en que sus ojos se posaron en sus manos.
—Jodie... —empezó.
Ella intentó mantener la calma y lo miró, levantándose y apretando el frasco frente a él.
—No me dijiste —no pudo esconder ni el dolor ni el enojo en su voz.
Sus miradas se desafiaron en silencio por segundos que solo crisparon aún más su ánimo.
—No era importante —contestó él.
—¿No es importante? —replicó ella con incredulidad—. ¿No es importante? ¡Wes, Yves dijo que tuviste un ataque de pánico! ¡No puedes dormir y sufres ansiedad!
Él resopló.
—Yves exagera. He dormido bien. Estoy bien.
Wes le dio la espalda y salió de la habitación; eso avivó el fuego en las venas de Jodie. Lo siguió y se plantó en su camino para encararlo. Justo en ese momento, su teléfono empezó a sonar. Ella lo ignoró.
—Si estuvieras bien, no me lo habrías ocultado.
—¿Eso es lo que te molesta?, ¿que no te dijera? —Él meneó la cabeza e intentó esquivarla, pero ella lo bloqueó con su cuerpo—. Pues ya lo sabes, pero no es algo importante.
—¡Deja de decir que no es importante! —gritó frustrada—. ¡Tiene que ver contigo! ¡Y si a otros no les importa, a mí sí! Tú no confiaste en mí. Y lo peor es que no planeabas decírmelo. Si no hubiera contestado el maldito teléfono, seguirías haciendo de mí una idiota.
El teléfono de Jodie se detuvo y luego insistió sin parar.
—¿Y luego te preguntas por qué no te dije? —inquirió Wes; su voz empezaba a alzarse con enfado—. ¡Mírate, estás haciendo una tormenta en un vaso de agua! ¡Siempre te empeñas en complicar las cosas! ¡Nada puede ser fácil contigo, Jodie!
Una fogata se encendió en su interior y todo su cuerpo se tensó con irritación.
—No intentes hacer esto acerca de mí. Es un golpe bajo. Al menos, ten la decencia de aceptar que te equivocaste y que estás ocultándome cosas.
—¡No estoy ocultando nada! —Wes se defendió; su voz cortaba—. ¡No te dije porque no quise hacerlo! ¡No tengo por qué decirte todo! ¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres que te diga para que te calles y me dejes en paz?
Jodie se calló.
Habría dolido menos que la hubiera golpeado. Sus palabras fueron como un impacto de agua fría y apagaron el fuego que él había incendiado. Su corazón se estremeció, triste y herido, y ella retrocedió, como si así pudiera protegerlo de él.
En medio del silencio, el teléfono dejó de sonar y la contestadora se activó con un mensaje. La voz alegre de Dare inundó el espacio:
—Jodie, mi pequeña hermana, Amelia y yo estamos de visita antes de ir a Cornualles y queríamos saber si querías pasar un rato con nosotros y almorzar. Es inesperado, pero espero que podamos encontrarnos en aquel café del centro que es el favorito de mamá. Te veo luego.
Cuando el mensaje terminó, Jodie intentó tragar el nudo en su garganta y recobrar la voz. No quería quebrarse en ese momento. No quería ser tan transparente y dejarle ver a Wes cuánto le afectaron sus palabras. Ni siquiera lo miró cuando dijo:
—Ve a casa, descansa y toma la medicación.
—Jodie...
Ella negó con la cabeza y lo esquivó cuando intentó tocarla. Sus ojos lo atravesaron con enojo.
—Yo sí creo que en una relación no hay que ocultarse nada —su voz estaba desprovista de emociones—. Estamos juntos y estoy aquí para apoyarte, pero no puedo hacerlo si te comportas como un imbécil y no me dices la verdad. Si no querías decirme, si no querías que nada de esto sucediera y no me entrometiera en tu vida, debiste quedarte en Londres.