Deslicé el pantalón por mis piernas para sacarlo y colocarlo junto el resto de la ropa sucia, hice lo mismo con la ropa interior y entré en la ducha. Dejé que el agua descendiese por mi piel relajando mis músculos y limpiando las heridas y moratones de mi cuerpo. Suspiré y una vez duchada, salí de la ducha para secarme y ponerme unos leggins negros y una camiseta de tirantes corta en azul cielo con la marca de Nike. Me puse también mis botines y peiné mi rubio pelo.
-Hora de salir a correr un poco -me susurré a mí misma, cogí mis auriculares y los conecté al móvil, el cuál guardé entre el elástico de mis leggins y mi cintura, asegurándome de que no se caerían de ahí. Salí a la calle y comencé a correr por mi habitual camino en la ciudad, escuchando algunas canciones de diferentes bandas de música.
Un par de horas después, regresé a mi casa, sudando. No sabía por que me había duchado antes de salir, pero era una extraña manía mía. Volví a ducharme, esta vez mucho más rápido y me puse ropa algo menos deportiva. Escogí del armario una camiseta blanca de media manga y algo holgada en la que se lee "Teenage dirtbag" una de las canciones que me encantan, unos pantalones ajustados negros rajados en ambas rodillas y unas vans.
Me senté en el sillón del salón, con las piernas cruzadas sin saber qué hacer realmente. Decidí coger un libro y leer un poco, pero no me apetecía por lo aparté. Llevaba varios días así, sin nada que hacer y sin ganas de hacer nada. Tenía un nudo en la garganta y no subía o bajaba, no se movía de ahí. Mis ojos picaban y a veces, incluso ardían, querían derramar lágrimas sin ningún motivo aparente. Y no tenía nadie con quién hablar, no tenía amigos, nunca los había tenido, siempre había sido el objeto de burla por mis gustos.
Suspiré y me levanté del sillón, dispuesta a dar un paseo por la calle, entretenerme para no acabar llorando sola en mi casa. Sí, vivía sola. Era huérfana desde los diez años y viví en un centro de menores desde entoncés por si alguien me adoptaba, pero nadie lo hacía. Solo salía de allí para ir a clase. Hasta que hace unos meses, cuando conseguí la mayoría de edad, salí del centro y me mudé en la casa en la que vivía con mis padres. Eran ricos por lo que no me faltaba dinero.
Salí a la calle, no hacía frío, de hecho, había una temperatura expléndida. Caminaba tranquilamente, sin prisa. Hasta que me empecé a sentir vigilada. Ya hace unas semanas que me sentía así cada vez que salía a la calle para correr, comprar o caminar. Era como si alguien me siguiese y me observase en todo momento desde que salía de casa, hasta que volvía a entrar, luego, esa sensación desaparecía.
Caminé observando a mi alrededor las concurridas calles de Sídney, rememorando algún que otro momento de mi vida que tuvo lugar en alguno de estos sitios como cuando mis padres me llevaron a una pequeña feria que montaron en un amplio parque cercano o mi horrible primer beso en uno de los callejones con un idiota de mi clase que intentó abusar de mí. Conocía perfectamente las calles a pesar de que no salía mucho del intenado pero antes de que mis padres muriesen, solía salir mucho con ellos. Siempre nos encantaba pasear juntos, hablar de cosas irrelevantes y reírnos mientras las calles nos envolvían.
Me acercaba lentamente al parque en el que montaron aquella pequeña feria, el cuál en épocas normales de mitad de año, suele estar llena de artistas callejeros. Siempre me había gustado mucho ese parque y solía ir a sentarme bajo un árbol y leer mientras escuchaba la música que los artistas tocaban con acordeones o violines. Siempre les dejaba una pequeña cantidad de dinero y ya me conocían. Solían ser hombre mayores con historias realmente tristes, como la de Bill, un hombre que estaba solo y sin dinero al que su hijo rechazó cuando este se casó, vivía en un hospital abandonado que era refugio para varias personas como él, comía en un comedor social y solo tenía su acordeón.
Llegué al parque y caminé al árbol donde siempre me solía sentar, cerca de donde Bill se pone para escucharle tocar. Me sonrió cuando tomé asiento y le sonreí de vuelta. Estaba realmente descuidado como hombre abandonado que es. Sus dientes se veían muy maltratados y sucios pero su sonrisa era muy sincera siempre que me veía. Una barba algo poblada y en tonos grisáceos le daba un aspecto de un anciano, aunque realmente, debía de rondar los cincuenta y cinco años. En sus manos se veía el trabajo que supone vivir como él y lo mucho que debe haber trabajado incluso viviendo en buenas condiciones. Una vez me contó que era albañil. Sus manos se movían por el acordeón con suma delicadeza, dejando escapar un sonido hermoso que siempre me tranquilizaba. Mucha gente solía rodearle aunque poca dejaban dinero en el sombrero negro y desgastado que siempre le acompañaba.
Observándolo, casi no me había dado cuenta de que su canción había terminado y que se estaba acercando a mí, ya que todo el mundo se había ido ya. Algunos le felicitaron por su actuación y otros simplemente se fueron sin decir nada. Agradeció a los que le felicitaron y también al niño de unos cinco años que había depositado unas monedas en su sombrero a escondidas de su madre. Sonreí por el gesto y esperé a que se acercase a mí.
-Blake, siempre es agradable verte por aquí -su voz es grave y algo ronca, sonreía lo cual también me hacía sonreír a mí-. ¿Cómo va todo últimamente? Hace unos días que no venías -me encojo de hombro poniendo una mueca a lo que él negó con la cabeza y se agachó frente a mí para estar a mi altura-. ¿Qué pasa, pequeña?
-No me gusta estar en casa sola, Bill, los recuerdos me matan... -susurro, bajando la cabeza. Siento su áspera mano en mi barbilla para levantar la cabeza y luego con ambos dedos índices, tira de las comisuras de mis labios para hacerme sonreír por lo que río
-Eres demasiado joven para angustiarte, sonríe y vive la vida, disfrútala.
Siempre trataba de animarme y siempre lo conseguía. Las siguientes dos horas las pasamos hablando, riendo, aunque él también tocó el acordeón y yo lo escuché como siempre. Entonces se levantó de mi lado y recogió todo. Guardó las ganancias del día en el bolsillo de la desgastada chaqueta y se colocó el sombrero. Le di un abrazo y metí también un billete en su bolsillo para que al menos, pudiese comprar algo para comer aún sabiendo que iría al comedor. Se marchó y suspiré. Siempre me gustaba hablar con él y muchas veces le había ofrecido mi casa como alojamiento, pero nunca aceptó por no querer causarme ninguna molestia. Era un gran hombre.
Me levanté del sitio un poco después y recorrí el parque viendo a los artitas callejeros y dejando un par de monedas a cada uno. No me suponía mucho gasto a decir verdad. Localicé a un hombre de unos treinta y cinco años al que nunca había visto antes, estaba haciendo malabarismos con fuego, haciendo principalmente formas en el aire como círculos. Se le daba realmente bien así que me paré a observarlo entre la multitud que le rodeaba a una distancia prudente de seguridad.
-Vaya, vaya, pero si tenemos aquí a Blake "rara" Finch -escucho una voz burlona que no tardo en reconocer, uno de los idiotas de mi escuela. Me giré para ver al rubio reír con sus amigos. Tenía el flequillo en un ridículo intento de parecerse a Justin Bieber por lo que reí-. ¿Te ríes, idiota? -me agarró de la camiseta en un gesto rápido y asestó un golpe con su rodilla en mi estómago por lo que me incliné hacia delante, dolorida. Asesté un golpe en su mejilla con el puño cerrado, consiguiendo así que me soltase, aunque sus amigos me agarraron. Comencé a gritar que me soltasen y pude notar como todo el mundo nos rodeaba de repente a nosotros, siendo así el espectáculo. Me estaba enfadando y al mismo tiempo, estaba empezando a ponerme nerviosa por ser el centro de atención- Parece que echas de menos la escuela y nuestras palizas, ¿no, imbécil?
Eso realmente me enfadó y comencé a pegarles a todos para intentar liberarme de ellos y volver corriendo a casa. Esta vez, no solo me sentía vigilada, sino que además lo estaba por una gran multitud de gente. Enfadada y alterada, doy también golpes.
De repente, se escucha como algo caer al suelo y empieza a hacer un calor asfixiante. Veo a la gente correr asustada y hasta que los chicos de mi antigua escuela también salen corriendo, no me doy cuenta de que uno de los malabares prendidos de fuego ha originado un pequeño incendio y las llamas comenzaban a crecer. Desde lejos ya se podía escuchar la sirena de los bomberos y asustada, comencé a correr a casa, tropezando más de una vez con mis pies mismos sabiendo que quizás, los chicos podrían verme y seguirme. Una vez en casa, me tiré en la cama aun sin creerme el día que había tenido hoy, pero a diferencia de otras veces, aún me sentía vigilada en casa.
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