Suspiró, observando algún punto perdido de su habitación, se sentía fría y ajena, estaría vacía si no fuera por su cama, una caja de mudanza con sus pocas pertenencias y flores desparramadas por el pulcro suelo blanco. Se mudó hace poco, decidiendo que si moriría lo haría con la poca dignidad que le quedaba, compartir su ambiente con él no hacía nada más que profundizar su anhelo.
Se miró en el espejo, su mirada azul había perdido su brillo característico, no veía necesidad de cuidar tanto su aspecto, al menos no al nivel de antes. No parecía un vagabundo, pero si le conocías seguramente notarías el cambio. Aunque realmente dudaba que lo hicieran, quizás sólo Segismundo, de resto... Estaba solo.
Hoy estaba libre, no tenía cosas que hacer su mente desocupada le carcomía, flores de tejo se acumulaban a su alrededor, raspando su garganta y dañando sus pulmones. Rio amargamente, recordando cuando había intentado dejar el tabaco por el daño que le causaba a sus pulmones. Era irónico que terminara con flores en los mismos cuando estaba a punto de lograr dejar esa pequeña adicción, como era de esperarse volvió a fumar, no haría diferencia.
Bostezó, yendo a la sala del pequeño apartamento y dejándose caer sobre el mueble desgastado, cada parte de su ser le pesaba, y el no poder respirar bien aumentaba la sensación de fatiga que le acompañaba en su día a día. En ese momento no le molestaría poder conversar con Pogo o los demás, lastimosamente este estaban "bloqueados" gracias a sus medicamentos.
Quizás debería hablar con el viejo, al menos para asegurarse de que una vez muriera alguien cuidara de su Horacio, el ruski estaba con él, pero conociendo a Horacio no podía estar completamente seguro de que seguirían juntos una vez no esté, agarró su celular y le envió un mensaje a su "padre" (la palabra resonaba como un instrumento desafinado en una orquesta en su cabeza) diciendo que necesitaba hablar con él. Apagó la pantalla, y cuando procedía a encender un cigarro el timbre de su puerta sonó.
Gruñó fastidiado, levantándose e ignorando el crujido que dio su espalda, de forma perezosa fue a la puerta del apartamento, arrastrando los pies y alisando las arrugas de su pijama. Al abrir la puerta su corazón latió, fingió indiferencia y una fría sonrisa.
–¿Qué pasa, perla? Estaba perdido, verle de nuevo le revolvía el estómago, su sonrisa, su cresta, sus ojitos brillantes... Cada que esos orbes se posaban en él sentía que moría.
Hombre, Horacio. ¿Qué tal estás? – Su tono tranquilo era una mentira, su corazón latía desbocado. Sus alertas se disparaban, no podía dejar que le volviera a invadir, ahora ese era su lugar sagrado, si lo traspasaba de nuevo... No habría vuelta atrás. – Pasa, no te quedes ahí como un gilipollas en la puerta. –
Se hizo a un lado, dejando pasar al más alto y cerrando la puerta tras él. Estaba nervioso, sabía que Horacio nunca se presentaba así porque sí, seguramente quería algo, y no quería saber el qué. Esto ya había pasado antes, y no sabía cómo negarle algo a esos ojos.
Se sentaron en el mueble, en un silencio que se tornaba incómodo, sus manos sudaban y cuando el que debía ver como su hermano pasó su brazo por sus hombros todos sus músculos se tensaron.
– Y... ¿Qué tal van las cosas con el niño traumado? – No quería hablar de eso, le lastimaba, pero debía recordar al jodido ruso para poder ignorar las caricias por su brazo, el aire le faltaba y no estaba seguro de si era debido a su enfermedad.
–Bueno... – Parecía pensarlo seriamente, su vista capturó su gesto dubitativo, pasando nerviosamente su mano por la parte trasera de su cuello, inclinando su cabeza y desviando la mirada hacia el piso y luego elevarla para mantener contacto visual – No estoy seguro, ¿sabes? No sé si estoy preparado para una relación y... No quiero volver a tener una mala experiencia. –
–Joder, Horacio... – Ya conocía ese cuento, el crestas siempre repetía la misma frase cuando uno de sus ligues escalaba poco a poco de nivel, lo mismo fue con el Dr. Muerte y Trujillo, debía admitir que después de todo el esmero que había puesto en comenzar a salir con Viktor le sorprendía que volviera con el mismo discursito. – ¿Después de todo lo que haz hecho por poder tener una oportunidad lo vas a tirar todo a la basura?
Horacio se removió incómodo ante su pregunta, parecía no saber que contestar y esto le confundía. Recordaba todo lo que se había quejado antes y la actitud que tomó al ser rechazado por el comisario en repetidas ocasiones. ¿Acaso fue el ruso uno de sus muchos caprichos? Esperaba que no fuera así, poco a poco un nudo se fue formando en su garganta, sus pulmones escocían.
–Respóndeme, cabrón. – Su voz salió desesperada, estaba siendo egoísta, lo sabía. La angustia que sentía no era por un sentimiento (inexistente, cabe recalcar) de empatía o preocupación por el tonto corazón de Volkov. Era por miedo y desazón, esperaba que su muerte al menos valiera la pena, esperaba que fuera porque su amigo (no eran más que eso, nunca lo habían sido y jamás lo serían) encontró a su media naranja, no por uno de sus muchos ligues.
–¿Y tú porqué actúas como si te importara? – Pérez hablaba rápido y a la defensiva, huyendo de la mirada dolida del mayor, sintiéndose juzgado y culpable. No le gustaba ese sentimiento. No le gustaba la expresión de decepción en el rostro de su hermano. – Tu eres el primero al que no le agrada Volkov. Deja de actuar como si te interesara. Después de todo, en realidad no te importa nadie.
Respiró profundamente, ignorando las palabras filosas del más alto, el tacto que mantenía le lastimaba. Se preguntaba porqué dolía tanto, llevaba años enamorado de él, y estando enamorado le vio marcharse con otros sujetos, que como aves de paso desaparecían sin dejar rastro. Sabía que en algún lugar remoto de su consciencia estaba la respuesta, aguardando como caja de pandora a ser descubierta. Pero no quería ser él quien desatara males al mundo, no quería ser él quien desatara pestes a su mundo.
–Para. – Trató de sonar firme, su voz se quebró. Las manos ajenas comenzaban a recorrer su cuerpo, solo podía temblar y rogar por piedad, pedir por no volver a ser imbuido con su calor. Implorar que la herida de su corazón no volviera sangrar. – Esto no está bien, estás saliendo con Volkov. –
–No es oficial. – Le vio rodar sus ojos con fastidio. ¿Acaso le estaba fastidiando? ¿Acaso estaba mal querer respetar la relación que Pérez tanto se había esforzado en crear? Se sentía perdido, le lastimaba. – No pasa nada, macho. No es algo que no hayamos hecho antes. –
Estaba cansado de esto, cansado de siempre ser su última opción. De ser el beso que no necesita, de ser su eterna mentira, poco a poco se iba convirtiendo en ese corte que no dejaba de sangrar. Jugaba con su corazón, lo maltrataba y llenaba de moratones de la forma más cruel posible, para simplemente volver y hacerle olvidar su dolor a base de caricias e ilusiones falsas que en su ceguera terminaba por creer.
Era tonto, era un completo imbécil, un capullo, un anormal, un idiota y todos los insultos que recibía de su padre, tenía razón.
Después de todo, seguía tropezando con la misma piedra.
Después de todo, seguía ahogándose en sus brazos.
Después de todo, al final del día terminaba con ramo de nenúfares, claveles y anémonas entre sus manos.
kiubotopiola¿¿ espero que sí
llevo rato queriendo publicar este cap, aunque x alguna razón me costó bastante darle forma, la verdad todavía lo siento poco fluido perobuAno
en fin, llevaba rato queriendo hacer algo con Horacio softboy, y pues me di cuenta que este es el fic perfecto pa eso JAHSJHDSJHA
amixes no sean como gusnabo, öjö con los softboys que son peores que los fuckboys
btw, les gustaría que les dijera el significado de las flores que nombro en el fic? Son medio importantes pa entender los sentimientos de gusnabo y esas vainas. idk
cuidense mucho, tomen agua y coman bien
los tkm, bai