A dos mundos de distancia (To...

By Dpst04

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-¿Qué es lo que se siente cuando se pierde el camino? -¿Qué es lo que se siente cuando se pierde la fe? -¿Cóm... More

PRÓLOGO
02 [RISAS]
03 [MELODIAS]
04 [GRIETAS]
05 [SECRETOS]
06 [CORTEZA]
07 [FIESTA]
08 [REALIDAD]
09 [SEÑALES]
10 [AGRADECIDO]
11 [VIAJE]
12 [CAMINO]
13 [SENTENCIA]
14 [PRINCIPIO DEL FIN]
15 [DESPEDIDA]
16 [REENCUENTRO]
17 [PRIMER PASO]
18 [TRAZOS]
19 [DESTINO]
20 [DESEO]

01 [DIA ESPECIAL]

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By Dpst04

Una vez más. Esa misma alarma. Ese mismo "Bip" que sonaba. Exactamente a la misma hora.

Sus ojos lagañosos se despegaron lentamente. Mirando el techo un par de segundos, con ese ruido de fondo.
Las mismas grietas, las mismas manchas, el mismo silencioso y a la vez ruidoso ambiente que se creaba todos los días. Exactamente a la misma hora.

Su cuerpo le imploraba más tiempo. Le susurraba: "quédate, quédate, hoy es tu día, haz lo que quieras. Quédate".
Su muñeca le sugería un vendaje pronto, la herida recién hecha comenzaba no solo a doler, si no que también empezaba a infectarse. Poniéndose escandalosamente roja. "Cúrame Tom, hazlo pronto."decía.

Vaya situación. Quería escucharlos. Pero tenía su propia rutina.
Hacerles caso,
Hacerle caso, a sus necesidades no formaba parte de sus días. No, ya no más.
Se levantó, con sueño, sin ganas, como era su buena costumbre. Inconscientemente se miró su antebrazo izquierdo. Ahí estaba, rogándole consuelo. Aún ensangrentado.

No lo pensó bien. No lo pensó nada. Simplemente decidió hacerlo. Clavó sus uñas, en cada una de las heridas que se esforzaban por cicatrizar.
Una gota, luego dos, luego hilos, luego chorros.
Rojos. Brillantes. Ardientes.

Miraba como escurría el líquido por su brazo, por sus blancos dedos, por el suelo. Lo miraba quieto, tranquilo. Como si lo que estuviera viendo fuera algo cotidiano y simple.
Ver una mariposa volar entre las flores.
Ver a la gente caminar apuradas por llegar a su destino.
Ver a los autos pasar a toda velocidad.
Ver al mundo girar.
Pues si, así de normal, así de común era todo lo que hacía. Todo lo que se hacía.

Nuevamente un ardor apareció en su piel. Nuevamente le chilló su cuerpo.
Nuevamente salieron lágrimas con mente propia de sus ojos. Reacción natural al dolor.
Porque si, le dolía, le dolía mucho. Y por eso lloraba. Pero no, eso ya no le afectaba. Y por eso una calma extraña siempre lo abrazaba. Indiferencia ante su propio dolor.

Sus descalzos pies se dirigieron a donde siempre, comenzando así un nuevo día.
Se desvistió sin prisa, sin preocupación. Sus tiempos los tenía bien calculados. No había porque alterarse.
El conjunto cómodo y holgado de siempre lo llamó con amor, con dulzura. "Escógeme"
Tom no pudo resistirse ante tanta sensualidad, terminó escogiendo la misma ropa desgastada y rota de siempre. Lo hacía sentirse cómodo, tranquilo, calientito.
Su vieja playera deslavada, su vieja sudadera desgastada, sus antiguos pantalones negros, sus viejos tenis que jamás lo defraudaban. Se sentía, con todo eso, como en "casa".

El roce de la tela con la herida recién abierta le hizo soltar un quejido agonizante. Le hizo sentir un dolor incontrolable. Le hizo recordar que se había hecho daño, otra vez. Así pues, decidió darle gusto a su cuerpo. Vendándolo descuidadamente y así dejara de quejarse. Para que dejara de molestarle.
"Mucho mejor" dijo su pálido antebrazo.

"Ahora, aliméntame. Aliméntate. Aliméntanos" le pidió su cuerpo con un gruñido proveniente de su estómago.
-No, no tengo hambre.-pensó. Como solía pensar. Como siempre solía decirse. Para hacer callar a esa molesta necesidad de comer algo.

Malos hábitos. Lo sabía bien. Malos hábitos.

No tenía tiempo para pensar en eso. Tenía clases hoy, tenía planes hoy, tenía mejores cosas que hacer. No tenía tiempo para pensar en él.
Se dirigió a la entrada, vieja, sucia, polvorienta, que siempre lo esperaba, seria.
Diciéndole burlona siempre que podía: "¿A dónde vas hoy Tom? ¿Piensas salir? ¡Pero ni siquiera tienes amigos!"

Lo sabía. Y en ocasiones esa razón lo desanimaba. Lo golpeaba. Lo obligaba a quedarse en la cama. Pero no esta vez. Hoy no. Era un día especial. Su día especial. Debía comportarse. Ser buen niño. Salir y girar con los demás, salir y demostrarse a si mismo que aún seguía vivo. Si eso aún era posible.

Se agachó un poco para alcanzar ese pedazo de tela gruesa, su mochila, que lo había seguido toda su vida, casi igual de vieja que su pequeño amiguito de felpa.
Le agradaba ver el logo de "Misfits" que adornaba a su compañera, ligeramente desgastado. Le daba un toque único, melancólico y familiar. Aunque tenía años de no escuchar aquella banda  que solía oír en sus 14 o 15 años de edad le seguía teniendo un enorme cariño.
De las pocas cosas que lograban hacerle curvear su boca cada vez que las veía.

Tomó sus llaves, haciéndolas sonar y chocar con ese llavero infantil en forma de conejo, que, a pesar de aborrecerlo, aún lo mantenía puesto. Simplemente por cariño, por aprecio, por respeto.
Y al mismo tiempo, por un odio incontrolable.

¿Es posible amar y odiar a alguien al mismo tiempo?
Si, lo es. Tom lo sabía bien.
Tenía ya casi cuatro años que decidió irse lejos de sus padres, yéndose bastante joven, pero demasiado cansado como para seguir soportándolos.
Constantes gritos, constantes golpes, constantes lágrimas. Lo obligaron a huir.
Incluso con todo aquello que ellos le hicieron, una parte de Tom aún los...amaba.
Aún los recordaba, con cariño. A pesar de no tener bastos recuerdos lindos, tenía dos o tres que lo hacían sonreír ligeramente al tráelos a su mente.
Uno de ellos fue su último dia especial que compartió por última vez en compañía de alguien. Ese día le regalaron un pequeño llavero de conejo, asegurándole que ese pedazo de plástico le traería suerte, mágicamente.
Tom les creyó, en esa ocasión. Pero ahora, se preguntaba si seguir creyendo sería más un acto de desesperación agonizante o algo esperanza inocente. Por eso dejó de hacerlo. Dejó de creer. Dejó de creerles.
Yéndose finalmente.

El ruido de la puerta cerrándose, del seguro haciendo "click", de sus pasos alejándose del lugar. Eran una promesa vaga de que hoy, en un nuevo día, las cosas podrían ser mejor.
Esa esperanza, embriagadora y reconfortante, invadió cada rincón de su cuerpo, y al instante lo abandonó. Así era siempre. Así de breves eran sus momentos de alegría. Era algo a lo que ya se había acostumbrado a lo largo de toda su vida.

Soltando un pesado suspiro decidió tomarse un momento para apreciar sus alrededores, agradecido por tener un clima frío que congelaba hasta las nalgas, en un grisáceo día de noviembre. Ahí, en ese instante, el mundo parecía triste, deprimente. Como Tom.
Suponía que tal vez, por esa razón, se sentía tan cómodo.

Caminó un pequeño tramo, prefirió hacerlo, habría tomado el autobús de ser verano. Ya que no soportaba ese horrendo y sofocante calor, que lo hacía sudar y ponerse de mal humor.
Sin embargo, hoy era un día especial. Hoy podía permitirse esos pequeños placeres que tanto le alegraban, aunque no se notara lo suficiente. Hoy podía permitirse sonreír, un poco al menos.

Aquel poético momento ameritaba de un buen ambiente. Por lo que antes de moverse un milímetro de su sitio sacó a sus mejores amigos desde siempre.
Colocó un audífono en un oído y luego en el otro. Con cuidado y sin prisa. Se tomó su tiempo para meterse a su música y como siempre solía hacer, su dedo tecleó <aleatorio> diciéndole con emoción: "veamos que nos espera hoy" y así finalmente, se dirigió decidido a su destino, así como todos los demás. Sintiéndose levemente parte del mundo.

A medio camino un frío aire entro por la nariz de Tom, poniéndola roja al instante, pasando igualmente por su garganta, quemándola.
Como si no tuviera suficiente ya con esos inesperados cortes que aparecieron en la noche.

Justo en ese instante pasaba por una ya conocida zona. Esa zona que no le traía tan malos recuerdos. Donde vendían un chocolate esplendido. Donde podía de vez en cuando relajarse y escribir un poco. Simplemente viviendo y sobreviviendo con el tiempo y su cuaderno.
Ahora no tenía tiempo para escribir algo nuevo pero podía pasar por algo de beber. Su garganta lo necesitaba, lo exigía. Así como su cuerpo. "Frío Tom, hace mucho frío!" Exclamaban.

-Bien...tengo unos minutos.-pensó.

Entró con calma, disfrutando de ese tintineo dulce y familiar que sonaba cada vez que alguien pasaba por esa hogareña entrada.
Era temprano aún, las mesas todavía no estaban bien puestas, una o dos estaban ocupadas por gente concentrada en sus tareas diarias. El cajero, que ya ubicaba bien a Tom, estaba estirándose con sutileza. Tratando de dispersar su sueño.

-Tom! Cuanto tiempo. ¿Cómo te va hijo?- dijo amable ese encorvado anciano, que no paraba de sonreír y trabajar. Siendo feliz a pesar de su edad.

-Como siempre señor, no hay mucho que decir.-respondió sonriente. De las pocas veces que realmente sonaba así. Ese sujeto le agradaba. Siempre gentil con él. Con todos. Le recordaba a la parte buena de la humanidad. Un pequeño rayo de sol, caminando entre los muertos.

-Vamos, dime Reii, contigo no hay problema.-dijo sonriéndole amablemente. Una de esas sonrisas que sin importar cuanto frío hubiera, siempre se lograban sentir cálidas.

Tom no supo que responder, su cuerpo solo acertó en sonreír ligeramente. Era de esperarse que en situaciones cotidianas como esta resultara ponerse nervioso. No convivía con muchas personas, a decir verdad, con ninguna. Solía pasar todo el tiempo dentro de su pequeña habitación, de su pequeño departamento oscuro y solitario.
No tenía idea de cómo debía actuar en frente de alguien sin parecer un bicho raro.

-Y bien? ¿Qué te sirvo hoy?-preguntó.

-Ah, si, un chocolate...,por favor.-respondió saliendo de sus pensamientos. Un tanto distraído.

-Chocolate, en seguida.-dijo para después adentrarse en la cocina vieja que tenía el lugar y quedarse ahí unos minutos.

Tom esperaba pacientemente, admirando por millonésima vez esa pequeña cafetería.
Aún recordaba vívidamente esas mañanas, sus padres solían traerlo cuando era pequeño. Siempre le dejaban escoger lo mismo, aunque a su padre le extrañara un poco el porqué.
"Chocolate? Otra vez?" Si, no podía evitarlo. Le agradaba el sabor. De las pocas cosas que hasta la fecha seguían vigentes en sus gustos.
Su madre usualmente pedía té, siempre uno diferente. Quería probar todos y cada uno de la larga e infinita lista que tenían en ese lugar. Nunca lo logró.
Su padre pedía un café cargado, sin azúcar ni leche. Decía que sólo así era como se disfrutaba el café. "Así es como se toma. No sus mariconerias de beberlo con leche y azúcar". Su padre no era precisamente "tolerante". Eso Tom lo sabía bien.

Cuando le confesó su pequeño secreto, cuando él sospechó de su pequeño secreto, no reaccionó con amabilidad.
Esa tarde de invierno, su padre no paraba de golpearlo, una y otra vez. Pensando que de alguna manera los moretones y cortadas lograrían "arreglar" a su hijo enfermo. A su hijo antinatural.
Su madre, admiraba todo a la distancia, sin hacer nada. Tom solo necesitaba de una palabra, solo una, un "detente" que saliera de su boca y ese martirio se detendría. Pero ella nunca dijo nada. Solo miraba. Asqueada. Asustada de también ser castigada si se atrevía a defenderlo.

El tintineo lo distrajo de esos recuerdos agridulces.
Voces escandalosas entraron al lugar.
Parecían divertidas, burlonas, tranquilas.

Tom por instinto volteó a verlos discretamente, un pequeño grupo de amigos, solo eso, bromeaban y se empujaban entre ellos.
Eran un tanto ruidosos, no pudo evitar encogerse un poco ante tanto escándalo, como intento desesperado de cubrir de alguna manera ese desagradable sonido.
Sin embargo ahí seguía. Intimidándolo. Recordándole lo solitario que estaba, lo solitario que se sentía.

-Hey! Chico!.-Reclamó por tercera vez Reii, ya un tanto desesperado. Aunque sin perder el tono dulce que lo caracterizaba.

Tom volvió en si, sobresaltandose un poco. A veces le ocurría, se perdía en sus memorias, en sus pensamientos, en sus sentimientos. A veces quedaba atrapado un par de minutos, otras veces horas, a veces días, semanas.
Menos mal que fue por menos tiempo esta vez.

-Oh, l-lo siento. Gracias.-decía apurado, al mismo tiempo en que pagaba y extendía su blanquecina mano, preparada para sujetar ese manjar líquido y caliente que tanto ansiaba su garganta.
Lo olió lentamente, disfrutando del olor a chocolate recién preparado, permitiendo que ese suave aroma acariciara cada parte de su ser.

"Vamos Tom, bebe. Bebe!" le gritaba su garganta, le suplicaba su lengua. "Bebe!"

Se acercó el vaso de plástico a la boca, preparado, dispuesto, emocionado por el ya cercano contacto que lo recibiría con calidez.

Un empujon. Fuerte y molesto. Un dolor, unos pinchazos, una sensación horrorosa e inesperada invadió sus manos y parte de sus brazos, obligándolo a soltar lo que antes estaba sujetando.

"Allá va...nuestro manjar..." suspiro triste su garganta.

-Mierda! Mierda! Mierda! Arde..!-Gritaba y chillaba al mismo tiempo.

-Perdón! Lo siento amigo, no te vi! Déjame...déjame ayudarte.-Le decía apenado el chico que accidentalmente lo había empujado, tirándole su recién preparado líquido rejuvenecedor. Quemándole sus mandos y brazos, manchándole su ropa, haciéndolo enfurecer.
Tom actuó inconsistentemente, soltando un manotazo, alejando a esa mano "enemiga" que solo pretendía ayudarlo.

-¡No me toques!-Gritó e inmediatamente después calló. Se había percatado de lo mucho que había alzado la voz. De repente sintió que todo mundo lo observaba fijamente. Sintió que todo mundo comenzaba a juzgarlo, a señalarlo. Incluso pudo ver la imagen de su amigo el cajero mirándolo asqueado. (Incluso si realmente no era así).
Otra vez, esos nervios, esa taquicardia, esa falta de aire. Comenzó a sentirse totalmente acorralado, asustado.

"Corre, corre, corre. ¡Huye!"

No pudo evitarlo. Sus piernas llenas de temblores salieron disparadas del lugar, sin preocuparse siquiera por pedir otro nuevo chocolate, o por reclamarle realmente a ese sujeto inoportuno que accidentalmente derramó ese ardiente líquido en su cuerpo.
Necesitaba huir, ese miedo, no lo dejaba en paz, necesitaba correr, lejos, lejos de todo. Lejos de ese terror, lejos de esa ansiedad.

[EXTRA]

-Wow, si que espantaste al chico. Bien hecho.-dijo burlón un joven de cabellos castaños, que vestía una sudadera holgada de un color verde opaco pero singularmente bello, junto con un saco negro que le daba un toque ligeramente aterrador, curioso, ya que de los tres él era el más amable.

Junto a él un chico de piel clara y cabellos naturalmente naranjas, que vestía un singular suéter púrpura que desde lejos se notaba lo minuciosamente cuidado que estaba, no paraba de reírse por aquella curiosa escena que acababa de contemplar.
-Se que das miedo pero no sabía que tanto.-comentaba inocentemente.

-Ustedes me empujaron y terminé chocando con ese tipo así que muy libres no están tampoco.-Respondió un joven ligeramente avergonzado, tratando de excusarse de ese sentimiento de culpa. Aunque realmente no parecía tan apenado.

-A propósito, ¿Quién era?. Nunca lo había visto por aquí.-Decía intrigado el de cabellos castaños.

-No lo sé, pero no se veía bien, ese sujeto necesita darse una ducha urgentemente.-Comentó burlón el culpable de todo lo que había sucedido. Olvidándose rápidamente de lo que él había causado.

-Sea quien sea, deberías disculparte con él Tord. Fuiste un tanto grosero.-Le decía severo nuevamente el de verde, tratando de concientizar a su amigo vestido de rojo, aunque ya sabía de antemano que todo intento sería en vano.

-Edd, ni siquiera sé su nombre. Además, ¿A quién le importa una mierda? ¿No viste el manotazo que me soltó? Pequeño imbécil, si que era raro.-dijo sin la menor pizca de culpa. O al menos eso aparentaba.

-Chicos pidan algo ya, se nos hará tarde.-advirtió el de púrpura. Acercándose al cajero y mirando atentamente el tablero que colgaba del techo, en busca de algo que pudiera calmar su hambre.

Ambos se acercaron y quedaron un par de minutos debatiendo que sería mejor pedir, criticando naturalmente a los profesores que más odiaban, hablando de las chicas más "buenas" de su clase de historia, pasando el rato, olvidando rápidamente el pequeño incidente que habían causado, olvidando rápidamente a ese chico delgado y ojeroso que se habían topado.

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