"La ciudad del amor admitía que el borde de las aceras fuera redondo, que los carteles publicitarios sólo contengan deseos, y por que no, que los carteros se preocupasen del bienestar de los vecinos. Pero tal ciudad no permitía sentir miedo, padecer hambre o incubar la ira; de hecho no necesitaba de justícia. Creaba personas felices, aunque incompletas..." El autor cerró el portátil y se despeinó. Se prometió que nunca más volvería a escribir sobre la realidad social. Sólo necesitó una excusa que le exculpase de su cobardía, a eso le llamó la enfermedad del escritor.