Un corazón dividido en dos, separado por una sólida grieta que poco a poco fue extendiéndose sin parar, remarcada y pulida limpiamente con cada latido desenfrenado que te provocaban tus amores, consumiéndote el alma desde dentro con el más puro de los remordimientos. En una mitad, reina el día, cuya luz cegadora te hace anhelar las caricias del sol sobre tu piel, que son tan indispensables para ti como lo es el oxígeno mismo, haciéndote sentir paz en su forma más auténtica. En la otra, la noche es emperatriz, y la luna adopta el papel de protagonista principal, siendo quien te acompaña sin falta en los rincones más inhóspitos de la oscuridad, dándote a entender que la soledad nunca será una opción a su lado. Un amor que renació de las cenizas con el ardor de un anhelo que nunca se apagó, o un amor que perduró ante toda adversidad sin indicio alguno de tener un fin. Norman, Ray, ¿tan siquiera me merezco sus perdones?