Lía siempre sintió que pertenecía a otra época. Su corazón latía al ritmo de melodías antiguas y su alma se sentía conectada a los movimientos y pasos de bailes de tiempos pasados. Una tarde lluviosa, mientras exploraba el desván de su abuela, encontró un par de zapatos de baile gastados por el tiempo, adornados con pequeños cristales que brillaban con un fulgor misterioso. Al calzarse esos zapatos, una ráfaga de aire frío la envolvió y, en un instante, Lía se encontró en las calles empedradas de un París de 1920, envueltas en el vibrante ritmo del jazz y el Charleston.