Capítulo 1

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Cuando sales a cazar esperas encontrar una presa fácil. Corres, te escabulles, sigilosamente, sin hacer el menor ruido para que la presa no pueda escapar. Apenas se escucha tu respiración. En épocas de invierno no suelen haber muchas presas fáciles. La nieve es pesada a veces y el frio, inmenso. Los animales van a invernar durante unos meses y te quedas sin que cazar. He sido cazadora o mas bien arquera desde que cumplí los diez años, la verdad es que siento que fui llamada a esto. Con el pasar de los años lo he ido perfeccionando. No es que sea la mejor, pero sí que puedo con esto. La mayoría de gente me critica porque creen que ser arquera es mas un trabajo para hombres. No me importa.

No es que me guste hacer daño a los animales, pero lo necesito para comer. La vida es dura en estas épocas de frio y hay que ser lo suficientemente valientes como para no tener miedo de acabar con una vida inocente.

—Sigue mirándote al espejo y conseguirás la lotería. —dijo sarcástica mamá poniendo sus manos sobre mis hombros y apoyando su cabeza sobre una de estas.

La miré en el espejo. Ella era tan dulce y cariñosa.

—La belleza no consta del físico sino de tu interior. Recuérdalo.

Sonreí.

—Saldré a dar un paseo. —dije volteando hacia ella.

—Claro, pero no vuelvas tarde. —recomendó sobando mis brazos. —Está haciendo mucho frío y no quiero que quedes atrapada en una tormenta de nieve.

Salí de casa con mi abrigo, mi arco y unas cuantas flechas.

Tenía planeado cazar un par de conejos para la cena. Quería darles una sorpresa a mis padres y disfrutar de conejos asados.

En el establo me encontré con Lucio, que estaba terminado de amarrar a los caballos.

—Hola. —salude yendo hacia mi yegua Milka.

—Hola. —dijo él. —¿A dónde vas?

—Daré un paseo con Milka. Estoy planeando cazar un par de conejos para la cena de hoy. —sonreí.

—¿Enserio? No quedan mas animales. Yo y Roswell hemos recorrido casi todo el bosque y no hemos dado con ningún conejo ni otro animal similar.

—¿Has pasado los cuarenta metros? —pregunte intrigada.

—Claro que no. No seas tonta Ariet. Nadie puede pasar esa cantidad. Mejor dicho, nadie debe pasar esa cantidad.

—¿Enserio te crees lo que los pueblerinos dicen? —dije riéndome.

—No, pero se que hay depredadores como lobos y otros animales salvajes.

—Si, claro. —reí. —Bueno, tengo que irme.

Saque a Milka del establo y la monte.

—Ten cuidado, Ariet. Nunca sabes lo que te puedes encontrar. —advirtió Lucio desde abajo.

Me adentre en el bosque con Milka, mi fiel yegua que siempre me acompañaba en todas mis aventuras de caza. Era de color blanco y era muy mansa. Me gustaba peinar su pelo cada día. En nuestro establo había muchos caballos, pero de todos ella era mi favorita.

Las patas de Milka se hundieron levemente en la nieve. Era buena señal ya que el suelo no estaba tan liquido como para que nuestros cuerpos sean tragados por la nieve.

Milka sabia la rutina de caza y hasta donde podíamos llegar. El camino era sencillo, solo teníamos que salir del pueblo y caminar unos cuarenta metros hacia lo profundo del bosque. Bueno, no tan profundo ya que por el pueblo recorría la leyenda del «reino perdido». Los pueblerinos le hablaban sobre eso a todos los turistas que aparecían por aquí. También se decía que en ese lugar habitaban criaturas extrañas como hadas, gnomos, duendes y toda clase de criaturas fantasiosas. Lamentablemente no podían llevarlos a ese reino perdido ya que nunca había sido hallado.

El Reino Perdido, SilvarumWhere stories live. Discover now