🚌Capítulo 5🚌

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Fort Collins, Colorado

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Fort Collins, Colorado. 11 de junio de 2023.

Reconozco que el tono que tengo puesto como alarma para despertarme por las mañanas es tan común como particular, la típica trompeta despertador militar, pero es que sin ella no me despierta ni un terremoto. Dormir es uno de los mayores placeres de la vida y quien diga lo contrario, miente.

Tanteo con la mano sobre la mesilla hasta alcanzar el móvil para apagarla, hundiéndome de nuevo en el blandito colchón que acoge mi cuerpo, hasta que recuerdo mi situación y mis ojos se abren de golpe. La molesta luz del sol me ciega unos segundos antes de enfocar la semidesnuda figura de Mael, que está hablando por teléfono en la terraza. ¡Menudo Adonis!

Se encuentra de espaldas a mí, apoyado en la barandilla, con una toalla blanca de baño por la cintura y una musculada espalda que se contrae cada vez que cambia el peso de un pie al otro. Tengo que obligarme a apartar la vista, regañándome a mí misma por espiar al pobre chico que seguramente esté hablando con los del seguro mientras yo me lo como con la mirada, cuando cuelga y se gira para entrar a la habitación.

—Buenos días —me saluda, algo distante, al verme despierta—, ¿qué tal has dormido?

Grave error el mío al fijar de nuevo mis ojos en él y sus abdominales. Debería ser ilegal estar tan bueno.

—He conseguido contactar con el seguro mientras las moscas se peleaban por entrar en tu boca —añade atrayendo mi atención y escondiendo una sonrisa al ver que no contesto.

—Sí, lo siento, no tenía pensado dormir tanto —hablo, al fin, estirándome—, ¿qué te han dicho?

—Te voy a hacer la típica pregunta que se hace en situaciones como esta; tengo dos noticias, una buena y una medio mala, ¿por cuál quieres empezar?

—Siempre se empieza por la mala para contrarrestar su efecto negativo con el positivo de la buena.

Mi rápida respuesta hace que Mael se detenga en su tarea de rebuscar algo en su maleta para centrarse en mí.

—El seguro me cubre la cancelación del vuelo y se hacen cargo del próximo disponible, así como de los gastos de alojamiento repercutidos por este incidente, pero me han confirmado que, efectivamente, no hay vuelos a Los Ángeles por el momento y hasta nueva orden —suelta de manera atropellada.

El silencio nos envuelve, quedándose sus últimas palabras en el aire, y siento cómo el dichoso tic de siempre se apropia de mi ojo izquierdo. Seis días, tic, tac.

—¿Y esa es la noticia medio mala porque...? —Froto mi ojo en un intento de hacer desaparecer el inconsciente y molesto parpadeo.

—Porque me devuelven el dinero.

Caigo entonces en la cuenta de que a mí no me van a devolver el dinero del vuelo cancelado porque no contraté seguro alguno, y lo cierto es que no le doy demasiada importancia; mi parte de ahorradora compulsiva no parece haber cogido el avión conmigo. Cuando recuerdo que mi billete lo pagó Joel, deshago cualquier pensamiento anterior.

Lo predijeron las cartasWhere stories live. Discover now