Prólogo

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Brisa despierta tranquilo, redecorado de una forma que hace que sus pinos centenarios y senderos polvorientos casi no puedan creer su propia transformación. Hoy, el escenario de mil y una travesuras veraniegas se ha metamorfoseado, listo para un 'plot twist' que nadie vio venir: la boda de dos exmonitores que, aparentemente, encontraron su final feliz entre juegos de captura de bandera y guerras de agua.

El ambiente empieza a cambiar a medida que avanza el reloj. El aire se carga de una atmósfera que es mitad emoción, mitad ¿esto realmente está pasando?, mientras la campa se disfraza de terraza chic, entre risas y esfuerzos conjuntos, montando un escenario que desafía el concepto tradicional de boda elegante. Más abajo, una hilera de tiendas aguarda a los invitados con un espíritu menos convencional. Las guirnaldas cuelgan, prometiendo un espectáculo de luces nocturnas, y el área de la piscina se llena de tumbonas. Los últimos vestigios de la fogata del tipi se esfuman, al igual que los de la gran hoguera.

En este torbellino de preparativos, Ceballos, el dueño y alma de Brisa, ahora convertido en director de ceremonias, dirige la orquesta con ojo crítico y ese toque de sarcasmo tan característico. «Espero que valoren este lío. No todos los días convertimos el campamento en escenario de Pinterest», suelta, antes de dar un sorbo a su Radler, porque, claro, antes de las cuatro, solo bebidas “light”.

—¿Estás seguro de no poner todavía el arco de flores del altar? —pregunta Cris y Ceballos se muerde la lengua por decimoséptima vez en esa mañana.

—Aquí llueve, canario, y a finales de agosto, llueve con ganas. Si quieres ser tú el que le explique a los novios por qué el altar parece una instalación de arte flotante en el lago, adelante, ponlo ya.

—¿Cuándo llegan?

—¿Los novios? Seguro que se mezclan con los demás, dejándome a mí el lío de distinguirlos. ¿Alguien ha barrido la cuesta?

La famosa cuesta del campamento Brisa, repleta de historias, conecta lugares llenos de recuerdos: el comedor, las cabañas de anécdotas nocturnas, el almacén, el tipi, la cancha y la piscina. También 'La Gansada', que siempre fue el punto de encuentro nocturno de los monitores. Tras noches en el bar, los monitores se enfrentaban a la cuesta como la gran hazaña que debían superar para dormir unas pocas horas antes de otro día sin descanso. Pero hoy, la cuesta queda en segundo plano, porque sobre la hierba se despliegan telas elegantes y los centros de mesa aguardan su momento estelar dentro del comedor. El escenario de la ceremonia se ubica en el lago, frente a un paisaje de árboles y cielo, que, por ahora, parece jugar a favor.

A pesar del bullicio, se respira una armonía, la sensación de estar creando algo único. Los invitados se esperan más tarde, pero los que ya están, guiados por las advertencias de Ceballos, se suman al ajetreo, inyectando ese sentido de comunidad que siempre ha sido sello de Brisa.

Ceballos se despierta de la minisiesta con una sonrisa traviesa, reconociendo al instante las voces de Chiara, Violeta y Salma en el exterior. Estira el cuello, la espalda, calza las chanclas, se ajusta el bañador con ese desaliño tan suyo y una despreocupación que roza el arte.

—¡Trío! —exclama antes de cerrar la puerta de su cabaña—. Me venís perfectas, porque todavía no ha llegado la marabunta, ¿verdad?

Las tres amigas se lanzan a abrazarlo, le llenan de besos, pero Ceballos las aparta porque todavía hay mucho que hacer. No se corta en darles órdenes precisas: “Violeta, tú en el faro a recibir a la gente; Chiara, tú les dices las camas que van quedando libres y Salma, vas a ser la encargada de quitarles los móviles a todos. Sin piedad”.

—¿Crees realmente que en 2024 alguien sobrevivirá un fin de semana sin su móvil?

—Son caprichos nupciales. Todo muy campamental. Móviles fuera y…

Campamento BrisaWhere stories live. Discover now