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La luna ya mostraba su tercera cara para el momento en que Varya se convenció de que había algo extraño en aquel dios de piel violácea y cabellos claros. Se había pasado esos días observándolo sin disimulo, admirada por la facilidad con la que él podía armar y desarmar la pelota plateada, a pesar de no conseguir resultados. Y, en las noches, había notado en él un encanto distinto, fuera de lo común en los hombres de su tribu. Era hermoso, en una forma diferente a la de los jóvenes evenkis o la del hombre blanco que se aventuraba por los caminos para comerciar con ellos. Y sus maneras eran delicadas, se tomaba el tiempo para elegir las mejores palabras para dirigirse a ella. Al comienzo, a la muchacha le había parecido divertido verlo correr de las fieras, o agriar el gesto con cada bocado de carne de oso. Luego se había dado cuenta de que él sufría lejos de su gente también.

«La tierra de los dioses tiene que ser un lugar muy agradable, si allí todos son iguales a Reth.» El pensamiento la sorprendió, una de esas noches, y un vacío en el estómago la obligó a levantarse de su lugar frente a la fogata.

Él no reaccionó. Estaba concentrado en unas piezas muy pequeñas, igual de plateadas que la esfera que les servía de refugio, y ella tuvo la esperanza de que sus ideas no estuvieran conectadas a las suyas en ese instante.

—¿Adónde vas? —preguntó distraído, sin mirarla.
—Necesito un momento a solas —contestó, evasiva.
—Habíamos dicho que usaríamos de baño los escombros del otro lado. Allí no hay nada.

Eso era cierto. Todo el territorio era una masa de árboles caídos, con excepción del pequeño círculo que ellos habían limpiado y en el que habían armado el refugio. Los pocos animales que ingresaban a la zona terminaban vagando desorientados y hambrientos, para terminar cazados por la Evenki.

—No voy al baño.
—Apenas logramos escondernos, Varya, es peligroso que andes en la oscuridad.

La joven suspiró, cortando de raíz la súbita ocurrencia de que él solo se preocupaba porque ella era la única que podía protegerlo en esas condiciones. Lo vio rascarse la cabeza y, molesta, regresó junto al fuego. Reth parecía frustrado y ya no tenía la actitud altiva del principio, aunque seguía negándose a darle lo que ella necesitaba para volver.

—Dijiste que no podías moverte de aquí, pero a la vez hablaste de que alguien vendría a buscarte. ¿Cómo sabes eso?
—Mi transporte envió la señal al más cercano de los míos en ese momento. Y, por la distancia, puedo decir cuánto tardará, pero no puedo comunicarme ni enterarme de si envían a alguien más rápido por mí. Este mundo está muy atrasado, y no es un insulto. Lo digo porque es peligroso para mí. Puedo ser lo que tú quieras que sea, si no tengo otra forma de explicártelo que no sea tu misma lengua.
—Yo soy una atrasada, pero tú eres raro —afirmó la chica, irritada—. Dicen que al hombre blanco eso le basta para matar. Y a los míos tampoco los pone muy contentos cuando alguien tiene ocurrencias distintas. No se supone que las mujeres vistamos como los cazadores, o que pasemos tanto tiempo fuera de casa. En realidad, ambos podríamos morir por cómo somos.

Al decir eso, notó que él le echaba un vistazo desconfiado, tal vez temeroso. Lo tranquilizó con una sonrisa, sin moverse, sin dejar de mirarlo. Y pensó en que le costaría mucho dormir esa noche bajo el techo de la esfera metálica, sabiendo que la espalda de aquel dios que se negaba a sí mismo estaría tan cerca a la suya. Un hormigueo la recorrió entera por el atrevimiento, sin embargo no se molestó en suprimir la idea. Estuvo a punto de arrepentirse cuando notó que él inspiraba con fuerza y abría bien sus ojos, como si no se lo hubiera esperado. Desviaron el tema de conversación: faltaba poco para que la comida estuviera lista, ella podía enseñarle a cocinar algo así para que llevara el recuerdo a los suyos, él podía llevarse las pieles que estaba usando para no congelarse. Rieron con nerviosismo ante el primer ronquido de Tyr, que estaba echado junto a ellos, y enfrentaron el sueño hasta que no pudieron evitarlo más.

—Al amanecer, me iré. Tienes todo lo que necesitas hasta que vengan a buscarte, puedo conseguir un poco más de carne, pero estarás bien —dijo Varya luego de un prolongado silencio, cuando ya se habían acostado—. Eres amable, no pareces enojado y tampoco creo que seas el dios sol. Así que supongo que no te molestará que les diga a los míos que sí lo eras y me perdonaste.
—Todavía no han pasado las cuatro lunas —le recordó él, sin inflexión alguna en la voz.
—Pasarán mientras esté en el camino de regreso a la aldea. Tyr está algo flaco, yo me veo horrible, cuando lleguemos allá los ancianos aceptarán nuestras disculpas.

Los dos permanecían separados por la mayor distancia que les permitía el artefacto gris, sin mirarse.

—¿De verdad quieres volver? —insistió el forastero—. ¿Sabiendo que no estás obligada por nadie y que esto no fue tu culpa?
—¿Quién lo dice? —murmuró ella, entre risas—. A lo mejor tú también hiciste algo malo, y un dios enojado nos castigó a ambos así. Reuniéndonos en medio de la nada.

Afuera, no se escuchaba más que algún crujido por parte de Tyr, que dormido solía mover sus patas en carreras imaginarias. Varya cerró sus ojos con fuerza, arrancando de su mente cada deseo, cada pensamiento, como si quitara la maleza del camino. Sabía que él era respetuoso y no la «escuchaba» todo el tiempo, en realidad ella no quería dejar que esas ideas nacieran siquiera. La vergüenza de sentirse cada vez más consciente de ciertas cosas le había arruinado la aventura. La idea más brillante que hubiera tenido un mes atrás había palidecido, en comparación con lo que estaba viviendo. Y ahora empezaba a ver que a su lado había un hombre, por más extraño que pareciera.

—Quédate el tiempo que falta —pidió Reth, sentándose y con la vista fija en sus pies—. No puede hacer tanta diferencia, unos días más o menos.
—Supongo que tienes razón —murmuró ella. Y saboreó la pequeña satisfacción hasta dormirse. Según sus leyes, el solo hecho de sentirse así y quedarse junto a él podía enojar a alguien, al punto en que el mundo amaneciera ardiendo al día siguiente. Por suerte, estaba segura de que eso no ocurriría.


El dios sol y la domadora de renosWhere stories live. Discover now