Pablo murió de manera fulminante durante las primeras horas del desastre. A su lado, Matilda dormía tranquila. El pelo empastado de jabón lagarto y cerveza no conservaba ya forma alguna. Durante el día las puntas afiladas de la estrella en la que convertía su mohawk mantenían a raya a voluntarios de ONGs, vendedores ambulantes y mendigos. Por la noche regresaba a la casa que ambos compartían, dejaba que Pablo preparase la cena, comía en silencio y se acostaba temprano. Él la cuidaba y ella lo adoraba por eso. Era la primera persona que la había tratado como a un ser humano en toda su vida. No se tocaban. Dormían juntos, se miraban, hablaban poco.
Luego Pablo murió.
María se dio cuenta de que seguía con vida y de que, por tanto, el muerto no la había querido. Como las calles no la asustaban se lavó el pelo, lo metió en un gorro viejo de lana de ningún color identificable y salío. Necesitaba ropa cómoda y una buena mochila. Se alejaría de la playa tanto como pudiera.
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Puro amor
FantasySupongamos que ha habido una grave epidemia en la tierra. No son zombies, ni un apocalipsis al uso. Lo que ha pasado es que las canciones tenían razón y la gente ha muerto de amor. De hecho, los supervivientes tienen una sola cosa en común: nadie le...