Una hora de llantos

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La oscuridad estaba por doquier. No sabía cómo había terminado allí, pero algo que insistía dentro de mí, era en encontrar a mi bebé. Escuchaba su llanto por todos lados. A la derecha, a la izquierda, arriba y abajo. Inclusive, en mis pensamientos compungidos.

Tenía la necesidad de correr, estrecharla contra mi cuerpo, el de su madre.

Tanteé en la oscuridad, mientras respiraba controladamente, hasta que encontré una especie de botón y no dudé en pulsarlo. La luz cegadora se esparció por todo el lugar… O debería decir, por toda la pequeña habitación. Me encontraba en medio de ella, en una cama de una plaza, atada de manos y pies, siendo retenida contra mi voluntad.

El llanto de mi nena aumentó. ¿Quién me tenía a mí y a mi hija retenidas en ese extraño lugar? ¿Qué tenían pensado hacer con nosotras? Dejé expandir mi imaginación, y lo que divagué fueron miedos y angustias del momento. Tiré de las ataduras de cuero, forzando mi piel a exponerse a lastimaduras, pero en ese momento no me importó. Quería llegar a donde estaba mi hija.

— Veo que hasss despertado — siseó una voz oscura y gutural.

Lancé mi cuerpo hacia un costado, horrorizada por la musicalidad tenebrosa que poseía esa voz. Mis ojos se encontraron instantáneamente con un hombre viejo, al que le faltaba un ojo y poseía un extraño parche de anteojo. Era alto y escuálido de una manera tétrica, tenía un delantal gris, manchado con una sustancia marrón seca. Y en su mano… en su mano había una cuchilla de serrucho.

Mi garganta se cerró. Intenté, otra vez, inútilmente con escapar. No podía, las ataduras estaban muy amarradas a mis extremidades. Miré con terror al hombre… si es que se le podía llamar así a un ser totalmente desfigurado.

— ¿Dó-dónde está mi hija? — bisbisé.

— ¿Dó-dó-dó-dónde está mi hija? ¿¡Dónde está mi hija!? — gritó, completamente fuera de sí.

Me atajé contra mí misma, mientras hacía amague de querer golpearme. El llanto de mi bebé aumento desastrosamente, mientras mis lágrimas se acumulaban en mis ojos. ¿Qué le estaban haciendo a mi nena?

El hombre se acercó completamente a mi lado, y me acarició con la cuchilla. Mi cuerpo tiritó completamente, haciendo que los lazos que me retenían, centellaran contra la cama de hierro.

— ¿Quieres a tu engendro llorón? — un atisbo de rabia afloró dentro de mí, pero me quedé callada y asentí con lentitud, mientras seguía pasando y restregando su arma blanca en mi rostro. — ¿Realmente lo quieres? — volví a asentir con frenesí.

¿Qué clase de juego tenebroso era este? ¡Quería huir y escapar con mi hija!

— Suélteme, se lo pido, por favor. Deme a mi hija y no diré nada, se lo juro — una lágrima descendió con lentitud por mi rostro, mezclándose con la transpiración de mi cara.

El arma letal se dirigió a mi brazo derecho, con una sensualidad escalofriante y asquerosa, que no tenía intensión de devolver. Su ojo bueno, me miró con determinación, mientras una sonrisa, que mostraba dientes podridos, dominaba su rostro sombrío.

Y sin embargo…

— ¡Pues ruega todo lo que quieras, perra! ¡No la tendrás! — y antes de que pudiera reaccionar, la cuchilla había cortado mi mano derecha sin ningún tipo de titubeo.

Mi grito se escuchó por todo el recinto. Sentí el sonido, de mi mano al caer. Lágrimas de impotencia y dolor, caían por mi rostro, como una lluvia salada. ¿Qué hice? ¿Qué hice para merecer esto? Sentí la sangre caer y escapar por mi muñeca. ¿Qué clase de locura era esta?

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