De amor y despedida.

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Hoy, en el viejo bar, han abierto tu botella y brindado en tu honor.

Se rumorea que te sorprendieron con la guardia baja, como ausente, cuando creíste vislumbrar un mechón dorado sobre cuero burdeos de alguien que huía en un cadillac del 40 quemando rueda.

Comentan que no caíste cuando las primeras balas te cosieron el pecho, que parecía que aguardabas a que el eco de las detonaciones se desvaneciera para darte por enterado y firmar el acuse de recibo a la Dama.

Aseguran que, ya muerto pero aún en pie, hiciste amago de desenfundar pero que a medio gesto cambiaste de opinión para ajustarte el nudo de la corbata y arreglarte los gemelos.

Una morena vestida de lentejuelas jura que le guiñaste un ojo cuando te quebraste y tus rodillas tocaron el asfalto. Ese alarde abortó su grito de corista de poca voz y menos tela.

Uno de tus asesinos quiso llevarse tu HK como trofeo y entonces las chicas que se venden bajo los chaflanes de los teatros cuando estos cierran, lo evitaron al formar un círculo de furias plañideras. Se hubiera necesitado mucho más que pólvora y metal para dispersar a esas valkirias de lágrima de rímel y sonrisa pintada.

Alguien vomitó su alma en un solo de saxo y los gatos y las sirenas de la bofia cantaron tu elegía antes de que doblaran las campanas y saltaran las alarmas de los bancos.

El juez y el sacerdote llegaron a la par y se quedaron allí de pie, indecisos, sin saber quién debía dar el primer paso, como dos adolescentes enfermos de miedo y de celo en un verano del medio Oeste.

Tu cuerpo aún no se había enfriado y tu fantasma ya caldeaba sacristías y lupanares, bibliotecas y bebederos, salas de apuestas y buhardillas de poetisas. Rompió a llover pues el cielo sabía que contigo se marchaba el espíritu de un tiempo y quiso darse protagonismo.

El pequeño, Tomas, con su fajo de ediciones de la tarde bajo el brazo, salvó del aguacero tu sombrero y ahora atesora la reliquia de un santo en su cajón secreto, al lado de las postales de pin ups y el paquete de Lucky mermado. La anciana Mary buscó en el fondo de la lata y colocó dos peniques de sus limosnas sobre tus párpados. "A esta invito yo.", susurró con su voz de vieja madre irlandesa y una sonrisa de niña traviesa.

En el cementerio el enterrador ha alquilado un frac para la ocasión y las cerilleras de los clubs estrenan la lencería que guardaban en los ajuares para sus noches de bodas. Van a desguazar una mesa de billar para tu ataúd ―forrarán el interior con el tapete― para que la madera haga juego con la tela del traje.

Aquí nadie lo dice, pero el brillo de la licoreras y el reflejo de los cristales me lo reprochan: ¿Dónde estabas, nena? ¿Dónde te escondías mientras lo mataban como a un perro? ¿Dónde está tu promesa?

Mañana se comentará en el hipódromo lo poco que vale la lealtad cuando la custodia una mujer, que no se pagará ni una corona de flores con la palabra de una rubia. Muchos billetes cambiarán de mano sin que nadie le importe lo que ocurra en la pista o si revientan a los caballos.

Se han terminado tu wiski y besan sus propias petacas. Nadie me habla, pero todos miran a la falsa viuda vestida de rojo. Me gustaría tocar mis fetiches, el crucifijo de mi cuello y la 38 de mi cadera, para que todo acabe con una oración o con un disparo, pero sé que no puedo permitirme esa debilidad, no mientras siga escuchando tu voz en mi cabeza.

Es una cuestión de respeto.

Espero que cuando levante la mirada haya suficiente humo como para explicar que se me ha metido en los ojos y, sobre todo, que el espejo de detrás de la barra se parta en mil pedazos antes de que tenga que enfrentarlo.

La pelirroja del escenario gime en tu memoria con ese lento estilo sureño que tanto te gustaba y los muchachos de la banda hoy parecen algo más viejos. En la ruleta la bola ha enraizado en el doble cero y en las barajas los ases son cartulinas blancas en espera de unos versos que nadie va a escribirte.

Voy a beber, a desearte buen viaje y a echarte de menos, entonces escucho que por fin has conseguido las medallas de plomo que tanto has buscado y tanto merecías, que te las han clavado a diez pulgadas de la clavícula, en pleno corazón.

Y me rio, pues al utilizar esa palabra me descubren que no puedes estar muerto. No mientras yo guarde ese blanco, aquí, tan dentro.

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⏰ Letzte Aktualisierung: Jul 15, 2016 ⏰

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