Tres

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Si me preguntasen por mi lugar favorito en todo el mundo no lo tendría que pensar mucho: el parque Fate vendría a mi cabeza como una pompa al soplar jabón. Me encanta ver a los niños jugar, el puesto de comida para llevar que hay al lado de mi banco favorito y los cantantes ambulantes que cada día llevan con ellos un ritmo diferente. Por eso me cuesta tanto prestar atención a algo que no sean los árboles que se mezclan con los pocos rayos de sol que se filtran entre las nubes negras que hay hoy en el cielo; o a la música que toca un señor con demasiada barba y muy poca carne.

—¿Estás en este mundo? —Tener a Jim revoloteando a mi alrededor hace que vuelva a poner los pies en tierra firme y deje de mirar los arbustos y los frutos que intentan florecer a pesar del frío y la escasez de sol.

—Sí, sí. ¿Qué pasa? —pregunto intentando mostrar algo del interés que debería tener hacia nuestra conversación sobre su profesor de historia del teatro.

—Pues lo que te estaba diciendo. ¡Nos ha mandado leernos La divina comedia para la semana que viene!

—¿Para qué? Por lo que me cuentas a ese hombre cada vez se le va más la cabeza… —río.

—Porque al profesor de artes escénicas se le ha ocurrido mirar una adaptación de la obra para representarla y quiere que… —se para. Seguramente ahora empezará a hacer una imitación de su profesor— captemos perfectamente a los personajes y empaticemos con el nuestro. ¡Si los protagonistas no llevasen más de ochocientos años muertos podría intentarlo!

—¿Has empezado a leerlo? —le pregunto preocupada. Aunque Jim es un buen actor ha dejado abandonada la parte teórica y su nota del curso depende de ello.

—Vuestra fama es como la flor, que tan pronto brota, muere, y la marchita el mismo sol que la hizo nacer de la tierra ingrata.

—Lo tomaré como un sí —le respondo comprendiendo la cita sobre la obra mientras que pido una botella de agua y me siento en el banco. Me alivia saber que, aunque sea a final de curso, se está esforzando por estudiar. De ello depende que el año que viene podamos irnos a vivir a California juntos. Si no aprueba mis padres no me dejarían irme sola y yo no sería capaz de irme a ningún sitio sin él. Además, llevamos tantos años con ese plan que no he pensado en nada más.

Pasamos casi toda la tarde sentados en el banco, mi banco favorito, hablando sobre las clases. Sin embargo, a medida que avanza la conversación noto a Jim más callado. Normalmente es él el Si me preguntasen por mi lugar favorito en todo el mundo no lo tendría que pensar mucho: el parque Fate vendría a mi cabeza como una pompa al soplar jabón. Me encanta ver a los niños jugar, el puesto de comida para llevar que hay al lado de mi banco favorito y los cantantes ambulantes que cada día llevan con ellos un ritmo diferente. Por eso me cuesta tanto prestar atención a algo que no sean los árboles que se mezclan con los pocos rayos de sol que se filtran entre las nubes negras que hay hoy en el cielo; o a la música que toca un señor con demasiada barba y muy poca carne.

—¿Estás en este mundo? —Tener a Jim revoloteando a mi alrededor hace que vuelva a poner los pies en tierra firme y deje de mirar los arbustos y los frutos que intentan florecer a pesar del frío y la escasez de sol.

—Sí, sí. ¿Qué pasa? —pregunto intentando mostrar algo del interés que debería tener hacia nuestra conversación sobre su profesor de historia del teatro.

—Pues lo que te estaba diciendo. ¡Nos ha mandado leernos La divina comedia para la semana que viene!

—¿Para qué? Por lo que me cuentas a ese hombre cada vez se le va más la cabeza… —río.

—Porque al profesor de artes escénicas se le ha ocurrido mirar una adaptación de la obra para representarla y quiere que… —se para. Seguramente ahora empezará a hacer una imitación de su profesor— captemos perfectamente a los personajes y empaticemos con el nuestro. ¡Si los protagonistas no llevasen más de ochocientos años muertos podría intentarlo!

Lo que nunca podré decirteWhere stories live. Discover now