Prólogo

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La vida da muchas vueltas. Más de las que quisiéramos, quizá. Pero es gracias a estas vueltas y a esta montaña rusa de emociones, que finalmente encontramos la felicidad. Llegar hasta ese estado de paz, de clímax, no es nada fácil. Nos encontramos con cientos de obstáculos en nuestro camino que solo quieren vernos caer, y por eso tenemos que mantenernos en pie, superando cada uno de ellos. Hay obstáculos más grandes que otros, pero a nosotros eso nos da igual. ¿Por qué? Porque somos fuertes. Porque somos el futuro. Porque simplemente somos.

Este libro no va a estar lleno de felicidad, ni mucho menos, si es lo que pensáis. Habrán momentos duros. Momentos en los que yo solo quería llorar, aunque a veces no lo consiguiera. Por eso de ser fuerte, ya veis. ¿Con esto qué os quiero decir? Que llorar no es de débiles, sino de algo totalmente contrario. Actos como llorar o desahogarnos nos permiten ser más fuertes después, y es uno de los mensajes que me gustaría transmitiros.

Llorad, y si puede ser en el hombro de alguien, mejor. No porque dependáis de alguien en concreto, sino porque, a veces, las penas se llevan mejor cuando las compartes con esa persona especial. O con esas.

Amad incondicionalmente. Siempre. Y dad muchos abrazos, todos los que podáis. Sé de primera mano que es de las pocas cosas gratis que existen en el mundo y no se gastan, así que ya sabéis.

Ahora, me gustaría compartir un relato que escribí hace mucho tiempo y que creo que resume la historia de una manera bastante acertada, aunque no expresa nada del todo relevante. No me juzguéis por el intento de poesía que se revela entre sus líneas, por favor. Me avergonzaría de ello, pero es que no cambiaría nada de lo que escribí. Que os sintáis identificados e identificadas es mi mayor reto, que espero conseguir. Me encantaría que conocierais la manera en que cambié el mundo. En la que cambié mi mundo.

A veces, la vida nos lleva a lugares inimaginables, de estos que nos llenan de alegría y donde la vegetación abunda, vegetación que grita a viva voz que nos tumbemos en ella, boca arriba, mirando el hermoso cielo azul que se encuentra a lo lejos. Nos pide que contemos hasta tres y que a partir de ese momento cerremos los ojos e imaginemos todas las cosas bellas que han pasado en nuestra vida. ¿Estás ahí? ¿Ya lo estás haciendo? Yo sí, por eso no paro de sonreír. Ahora me gustaría que te tomaras unos segundos en cerrarlos y que pensaras en esa persona o cosa que te hace sentir bien, que te hace sentir vivo o viva.

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¿La tienes? Estoy seguro de que es un pensamiento maravilloso. Aunque, seamos sinceros, no todos tienen a esa persona especial, y por ello estoy escribiendo esto. A mí me costó horrores encontrar a Alegría, como me gusta llamarla.

A partir de ahora, todo aquello físico que mencione será un sentimiento.

Era un día de verano cualquiera cuando conocí a Alegría, aquella que conseguía que levantara cada día. Aquella que me consolaba cuando sufría. La única que me quería a pesar de mi cabezonería. Que me olvides. No soy tan bueno como Felicidad lo sería. Ella decía que era lo que todo el mundo querría. Jamás imaginé que la tendría. Que me (en)tend(e)ría. Pero sí.

Odio apareció sin pensar. Un lunes de septiembre, si no recuerdo mal. A estas alturas, mi mente no da para más, me tendrás que perdonar. Ya tengo una edad considerable y mi cabeza está en cualquier lugar. Prefiero contar mi historia antes de que mi corazón deje de sonar. Odio se hizo con Cariño y Sabiduría y se los llevó a su terreno arrebatándoles sus títulos y dejándolas en Vacíos, personas influenciables que hacen lo que su amo, señor Odio, les dicta. Odio, el que más calentones de cabeza me dio. La peor persona que nadie jamás vio. ¿El por qué? Creo que es obvio.

Llegué a odiar a Amor por haberme dado la vida. Por dejarme en un mundo con Odio. Vaya, qué curioso. ¿Y si Odio soy yo ahora? No, no. De ninguna manera. Gracias a Dios, olvidé olvidando que debía olvidar, como diría la hermosa Elvira Sastre, baluarte de mi corazón.

Pero oye, vayamos al grano. Sin Amor, mi vida nunca hubiera tenido sentido. No porque hubiera salido de ella, sino por todas las cosas que me enseñó cuando aún vivía, en paz descanse. Me enseñó a amar incondicionalmente, tal y como ella me amaba a mí. Me enseñó a amar a quien quisiera sin importar el qué dirían. Le hablé de Alegría y se alegró por mí, a pesar de que nuestra relación no fuera todo lo natural posible, ya que nuestra biología no lo permitía, vaya. Así debería reaccionar todo el mundo. Porque el amor, así como el arte, debe ser libre. Porque el amor gana. Porque tenemos nuestros derechos. Que aprender a amar a quien se ama, acaba en amándose a uno mismo.

Cambiarás el mundoNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ