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| ❅ | Capítulo 2.

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Miré a mi alrededor, topándome con los rostros pálidos de todos los soldados. Algunos empezaron a murmurar entre ellos, lanzándome miradas cargadas de lástima, como si supieran de antemano el resultado de aquel duelo. Miré a Marmaduc, pidiéndole con la mirada que me ayudara; el capitán sacudió la cabeza de manera imperceptible, respondiéndome que no podía hacer nada.

Alguien desde la multitud me lanzó una espada y la cogí de manera inconsciente, acostumbrada después de tantos años haciendo lo mismo con Marmaduc. Mi rival me lanzó una mirada de interés, estudiándome con atención. Seguramente estuviera evaluándome, tratando de buscar cualquier punto que pudiera hacerme quedar en desventaja.

Era unos centímetros más baja, pero el desconocido contaba con la ventaja de ser más musculoso que yo. Sopesé la espada en mi mano, consciente de que era un poco más pesada que la que solía usar en mis entrenamientos con Marmaduc. Ninguno de los dos nos movíamos, evaluándonos con la mirada.

—Las reglas que se aplican son las mismas que en los duelos anteriores —dijo uno de los soldados que se encontraban más cerca de nosotros—. El primero que sangre pierde. No hay límite.

El chico de ojos de león me sonrió con socarronería.

—Que empiece el pequeñín —exclamó de manera teatral, fingiendo ser amable conmigo.

Casi parecía que estuviera haciéndome un gran favor.

Era evidente que su intención era sacarme de quicio para que fuera la primera en dar la primera estocada. Sonreí con maldad mientras me movía en círculos a su alrededor, sin caer en sus provocaciones; sus pies se movieron a la par que los míos, intentando mantenerme siempre en su campo de visión.

Consciente de que no íbamos a avanzar si seguíamos moviéndonos como si estuviéramos bailando, decidí lanzar la primera estocada; lo hice de manera que pudiera bloquearla para demostrarme cuán era su fuerza. No le costó mucho rechazar mi espada, lanzándome hacia atrás.

Escuché a nuestro público soltar algunos gritos de emoción, seguramente animando a mi rival. Decidí hacer caso omiso de lo que sucedía a mi alrededor, centrándome únicamente en los movimientos del chico. Me vi obligada a retroceder unos pasos al ver cómo se abalanzaba hacia mí, espada en ristre; apreté los dientes de dolor cuando logré bloquear su estocada. La fuerza era demoledora, haciéndome muy complicado seguir rechazando el filo de su espada que se acercaba peligrosamente a mi costado; los gritos del público aumentaron del volumen ante mi pequeña desventaja, logrando enfadarme.

Recordé que nadie había mencionado nada sobre usar únicamente la espada. Sonreí internamente mientras lanzaba mi pierna, arriesgándome a perder el equilibrio y el duelo si fallaba; de manera milagrosa logré acertarle una patada en el muslo, desequilibrándolo momentáneamente.

Con la empuñadura de la espada, golpeé la muñeca con la que mi rival sostenía la espada; el chico gruñó de dolor, dejándola caer sobre el barro. Alcé la mía, segura de mi victoria, cuando algo se enroscó en mi tobillo, haciéndome perder el equilibrio y mandándome directa al suelo.

Boqueé como un pez fuera del agua cuando el oxígeno se me escapó de los pulmones a causa del impacto. El público jaleó al soldado de Verano y yo aferré la empuñadura de la espada hasta clavarme los grabados en la palma de la mano; el chico de Verano me lanzó una patada, pero conseguí esquivarla rodando por el barro.

Alcé mi espada para lanzarle una estocada de advertencia, que esquivó con facilidad. El duelo se había convertido en un enfrentamiento sin reglas, donde todo estaba permitido para ganar; me apresuré a ponerme en pie y me abalancé sobre el chico, tratando de golpearle con el puño. Gracias a los centímetros que nos diferenciaban, conseguí agacharme para esquivar su puñetazo, pudiendo acertarle el mío en el estómago.

THE WINTER COURT | LAS CUATRO CORTES ❅ 1 |Where stories live. Discover now